Frozen

Frozen


Capítulo treinta y tres

Página 36 de 40

CAPÍTULO TREINTA Y TRES
Elsa

Las vibraciones sacudieron la tierra y sobresaltaron a Elsa, que había estado perdida en sus propios pensamientos de desesperación. La tormenta había cesado repentinamente junto con la nieve. Los copos estaban suspendidos en el aire, como si el tiempo se hubiera detenido. A Elsa le costó unos segundos darse cuenta de por qué.

«¡Anna!», gritó levantándose de un salto.

Su hermana se había convertido en hielo.

Anna parecía una estatua, preservada para siempre con una mano extendida hacia el cielo. La capa se había congelado en movimiento, como si hubiera corrido hacia Elsa para protegerla. Hans estaba tirado a unos metros de distancia con la espada junto a él. De repente, se dio cuenta: Anna había evitado que Hans le hiciera daño. Había dado su vida para salvar la de Elsa.

Elsa se acercó para tocar la cara congelada de Anna.

—Oh, Anna. No. No. Por favor, no. —Sus manos acariciaron las mejillas heladas de Anna.

La maldición se había desvanecido demasiado tarde. ¿Cómo era posible que la magia fuera tan cruel? «Anna. Dulce y preciosa Anna —pensó—. No es justo. No me dejes.»

Elsa se abalanzó sobre la estatua congelada de Anna, llorando desconsoladamente. No oyó a Olaf acercarse a su lado. Apenas reparó en el hombre rubio devastado que acababa de llegar con un reno. A través de una neblina que acompañaba a un silencio sobrenatural, le pareció ver a lord Peterssen con un vendaje alrededor del brazo derecho, y a Gerda, Kai y Olina en un balcón del castillo, mirando desde lo lejos. Pero ¿qué importaba ya nada de eso?

Posiblemente, todo el reino se hubiera despertado de un estado de ensueño y hubiera recordado: Arendelle no tenía solo una princesa. Tenía dos. Habían encontrado a la princesa perdida solo para volverla a perder.

«Lo siento mucho, Anna —pensó Elsa mientras abrazaba a su hermana y las lágrimas le resbalaban por las mejillas—. Te quiero más que a nada en este mundo y siempre lo haré.» De repente, Elsa oyó una bocanada de aliento y sintió cómo Anna se desplomaba en sus brazos. ¡Estaba viva! Su cuerpo se había descongelado por completo. Y hasta la banda blanca de su pelo había desaparecido.

—¡Anna! —exclamó Elsa con sorpresa, mirando a su hermana a los ojos.

Anna se agarró a ella.

—Te recuerdo. Lo recuerdo todo —dijo. Y al fin pudieron abrazarse.

Cuando Elsa se separó, miró a Anna con nuevos ojos.

—Te has sacrificado por mí —le dijo con suavidad.

—Te quiero —dijo Anna, cogiendo con fuerza la mano de Elsa entre las de ella. Vio que Elsa tenía la mirada puesta en algo y se dio la vuelta—. ¡Kristoff!

—Princesa —dijo—. Realmente había una princesa Anna, y esa eres tú. No me lo puedo creer. Quiero decir, puedo, pero... ¡eres una princesa de verdad! ¿Debería hacer una reverencia? ¿Arrodillarme? No estoy seguro de lo que tengo que hacer aquí.

—¡No seas ridículo! Sigo siendo yo —le dijo Anna a Kristoff con una sonrisa y lo abrazó.

Elsa no podía creer lo que estaba escuchando. Si Kristoff sabía quién era Anna de verdad, significaba que toda Arendelle y el reino lo sabrían también. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Gran Pabbie tenía razón: solo un acto de amor verdadero puede descongelar un corazón helado —dijo Kristoff.

—El amor descongela... —repitió Elsa—. ¡Claro!

Todo ese tiempo había permitido que el miedo controlara su vida: miedo a estar sola, miedo a no encontrar a Anna nunca, miedo a destruir el reino con sus poderes. Aquel miedo la había tenido prisionera desde que descubrió la magia que tenía en su interior. Era exactamente como Gran Pabbie había dicho: necesitaba aprender a controlar su magia. Si tan solo abrazara la belleza en su vida y la magia con la que había sido bendecida —¡bendecida, que no maldecida!—, podría mover montañas.

O, como mínimo, derretir el hielo de los campos.

Elsa se quedó mirando sus manos maravillada. La respuesta había estado delante de ella todo ese tiempo.

—¡El amor!

—¿Elsa? —preguntó Anna.

Elsa intentó identificar los sentimientos que tenía en ese momento; pura alegría mezclada con el mayor amor que jamás había conocido. Tenía una hermana a la que quería intensamente. Concentrarse en ese amor y en el amor que había procesado hacia sus padres y su pueblo calmó su alma hasta ahora asustada. Era su trabajo proteger a su reino y ahora podía hacerlo.

Los pensamientos de amor hicieron crecer un hormigueo en los dedos, como el que sentía cuando utilizaba su magia. Pero, en esta ocasión, tuvo una sensación diferente en el cuerpo. Los dedos se le calentaron.

Elsa levantó las manos hacia el cielo y los copos de nieve comenzaron a elevarse del hielo debajo de sus pies. Los copos se convirtieron en agua y subieron como un géiser. Mirara en la dirección que mirara, en todo el horizonte, el hielo estaba subiendo al cielo y se estaba evaporando. El fiordo se estaba descongelando, lo que permitía que los barcos se liberaran para volver a navegar. Elsa no se había dado ni cuenta de que estaba en la proa de uno de los navíos hasta que este comenzó a emerger del hielo con Anna, Kristoff, Olaf, el reno y ella sobre él.

El resplandor azul de sus dedos siguió avanzando y navegó por el agua hasta el pueblo. Poco a poco, las casas que habían estado casi enterradas en la nieve resurgieron. Las flores volvieron a florecer, y el campo y las montañas recuperaron todo su verdor. La gente salía de sus casas maravillada, mientras el reino se despedía del invierno para recibir el verano una vez más.

Cuando todo el hielo y la nieve se hubieron derretido, el agua resultante que había subido al cielo formó un remolino y un copo de nieve gigante. Elsa hizo un último gesto ondeando sus manos y el copo explotó produciendo una esfera luminosa. El cielo estaba azul y el sol mostró su cara de nuevo.

Anna miró a Elsa orgullosa.

—Sabía que podías hacerlo.

—Sin lugar a dudas, el día de hoy es el mejor día de mi vida —dijo Olaf. Su nevada personal era la única precipitación que quedaba a la vista.

Elsa oyó a alguien quejándose y vio a Hans agarrándose la mandíbula. Enseguida, fue hacia él. Anna la detuvo.

—No merece la pena que desperdicies tu tiempo con él —dijo Anna, y ella misma se acercó al príncipe.

Al verla, Hans contuvo el aire pasmado.

—Pero si os heló el corazón... ¡Vi cómo os convertíais en hielo!

La expresión de Anna se endureció.

—Aquí el único corazón helado que hay es el tuyo.

Se volvió para alejarse, pero se lo pensó mejor y le golpeó la mandíbula.

Hans se cayó de espaldas, dio una vuelta de campana por la borda y aterrizó en el agua.

Oyeron un vitoreo en la distancia. Elsa miró hacia el castillo y vio a Kai, Gerda y a muchos otros en el balcón. Verlos aplaudir al recibir Hans su merecido le dio la esperanza de que conocieran la verdad acerca del príncipe. No se podía confiar en él, pero tendría que asegurarse de que el pueblo de Arendelle supiese que podían poner su fe en ella una vez más.

—¡Princesa Elsa!

Elsa corrió hacia el lado del barco desde donde la estaban llamando. Un bote pequeño se acercaba a ellos tripulado por dos guardias y lord Peterssen. El bote se chocó con el lateral del barco y lord Peterssen subió a este mientras los guardias se quedaban allí para pescar a Hans. Lord Peterssen miró a Anna y después a Elsa antes de correr a abrazarlas a las dos.

Tenía los ojos rojos, como si hubiera estado llorando.

—Veros a las dos princesas de Arendelle juntas... ¡El reino recuperará la alegría! La gente inunda el castillo; ¡el reino ha salido de un profundo estado de congelación y de olvido! El verano ha vuelto gracias a vos. —Se secó los ojos y tocó a Anna en el brazo—. Nos han devuelto a nuestra princesa perdida. Es como si hubiera vivido dos vidas: una en la que estaba dormido y había olvidado quién erais, y otra en la que estabais aquí con nosotros. La maldición se ha desvanecido.

—¿Cómo sabéis lo de la maldición? —preguntó Elsa sorprendida.

Lord Peterssen sacó un trozo de pergamino del bolsillo de su chaqueta.

—Lo he leído en la carta de vuestra madre que encontré en las mazmorras cuando os escapasteis las dos. —Se la dio a Elsa—. Quería asegurarme de que la recuperarais. Las palabras sabias de una reina nunca deberían caer en el olvido.

—Gracias. —Elsa se quedó mirando la carta que había creído perdida para siempre—. Ni siquiera tuve la oportunidad de leerla antes de...

—¿De congelar el reino? —preguntó Olaf y todos se rieron.

—¿Por qué no la leemos juntas? —le preguntó Anna tocando el pergamino con emoción.

Los demás dieron un paso atrás para dejarles su espacio a las hermanas. Elsa y Anna se sentaron la una al lado de la otra en la cubierta del barco y leyeron las palabras que su madre había dejado escritas hacía mucho tiempo.

Querida Elsa:

Si estás leyendo esto, significa que ya no estamos. De lo contrario, ya tendrías conocimiento acerca de la maldición que separó a nuestra familia hace mucho tiempo. Siempre hemos querido contarte la verdad sobre lo que ocurrió aquella noche, pero Gran Pabbie —el líder de los trols cuya sabiduría buscamos para que nos ayudara— nos dijo que el hechizo se rompería algún día y que recordarías todo por ti misma.

Mientras escribo esta carta, ese día aún no ha llegado. Este es un secreto que hemos guardado durante años y ahora está oculto en tu nueva arca para asegurarnos de que un día conozcas la verdad si no estamos ya aquí para descubrírtela.

Tienes una hermana pequeña, Anna. Ella, como tú, ha vivido demasiado tiempo sin conocer la verdad. Os queremos muchísimo a ti y a tu hermana, pero las circunstancias nos obligaron a separaros. Esto será duro de escuchar, pero a ti se te fue concedido el don de la magia; una magia que te permite crear hielo y nieve. Cuando eras pequeña, tu magia tocó a Anna por accidente. Para salvar su vida, buscamos la sabiduría de los trols y viajamos al Valle de la Roca Viviente. Su líder, Gran Pabbie, pudo ayudar a Anna, pero cuando intentó borrar sus recuerdos de la magia para salvarla, te enfadaste e interferiste. Cuando tu magia conectó con la de Gran Pabbie, una maldición cayó sobre vosotras de formas diferentes. En tu caso, tu magia se volvió latente. Gran Pabbie dijo que volvería a aparecer cuando necesitaras a tu hermana más que nunca. Pero para Anna, la maldición significaba que no pudiera estar cerca de ti, o se convertiría en hielo. Hasta que la maldición no se haya roto, tú y Anna no debéis encontraros nunca.

Sé que tendrás muchas preguntas. Me temo que demasiadas, pero has de saber que no os separamos por miedo. Hicimos lo que hicimos porque no tuvimos otra alternativa. Os queremos demasiado a las dos como para veros sufrir y Gran Pabbie nos dio una opción con la que protegeros a las dos.

Por favor, tienes que entender que cuando digo maldición no me refiero a tus poderes. Tus poderes son un don que espero que tu padre y yo te hayamos ayudado a aprender a controlar ya.

Entonces ¿por qué contarte esto ahora? Esta carta está escrita con el objetivo de darte esperanza. ¡No estás sola en este mundo! Eres una chica lista y con recursos, Elsa, y yo sé que encontrarás una manera de llegar a tu hermana, aunque esté fuera de tu alcance. Y Anna, con su gran corazón y alma generosa, encontrará su camino hacia ti. Aparte de vuestro padre y yo, la familia que cuida de Anna son los únicos que saben que sois hermanas. El resto de Arendelle no recuerda a su princesa perdida. Gran Pabbie también os ocultó el recuerdo de la otra para minimizar el dolor de vuestra separación. Cuando la magia se desvanezca, vuestros recuerdos volverán.

¡Ojalá os hubieseis visto de pequeñas! Uña y carne, tan inseparables que la mayoría de las mañanas nos encontrábamos con que Anna había salido de su cama para meterse en la tuya. Eras una hermana mayor maravillosa y volverás a serlo.

Encontraréis vuestro camino para reuniros de nuevo. Estoy segura. Siempre habéis sido la luz en la oscuridad de la otra.

MAMÁ Y PAPÁ.

Elsa miró a Anna. Las dos tenían lágrimas en los ojos. Se abrazaron de nuevo y no se soltaron.

Ir a la siguiente página

Report Page