Frozen

Frozen


Capítulo treinta y cinco

Página 38 de 40

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
Anna

Mientras Elsa se preparaba para su nueva coronación y se encargaba de solucionar cuestiones en el reino, Anna cogió unos días para viajar a su pueblo, a casa, y visitar a sus padres. Kristoff la acompañó y se sorprendió ante el hecho de que la gente del pueblo estuviera tan entusiasmada de verle a él como de ver a la princesa Anna. Los dos pasaron una larga noche frente a la hoguera relatando su viaje y hablando sobre la maldición que había separado a las princesas. Pero, sobre todo, se maravillaban con la lealtad con la que Tomally y Johan habían guardado el secreto del rey y la reina. Cuando se hubo consumido el fuego, la gente se retiró a sus casas y Kristoff y Sven se dirigieron al granero. —Kristoff dijo que estaba más cómodo allí—. Entonces, Anna se sentó con sus padres adoptivos en su sala de estar y escuchó la historia de cómo había llegado a la entrada de su casa. Sus padres no estaban seguros de si la había besado un trol, pero lo que sí que sabían era que los trols habían tenido un papel muy importante en su viaje.

—Dejarte conmigo fue lo más duro que tuvieron que hacer tu madre y tu padre en su vida, pero lo hicieron por amor —le contó su madre—. Nos confiaron la tarea de mantenerte a salvo hasta que llegara el momento de que os volvierais a reunir todos.

—Ella empezó a pensar que aquel día nunca llegaría —añadió su padre—. Yo siempre mantuve viva la esperanza de que os reuniríais. Pero, entonces...

—El rey y la reina fallecieron en el mar —concluyó la frase Anna.

Aceptar lo que les había ocurrido a sus padres le llevaría tiempo. Saber que había perdido tantos años con ellos era doloroso, pero entonces se recordó que había tenido a su madre en su vida sin ni siquiera darse cuenta de ello. «Freya» la había querido intensamente, así como Tomally y Johan. Su vida había sido bendecida de muchas maneras. Y descubrir la alegría en sus historias compartidas era lo que mantendría las lágrimas a raya.

—Entonces ¿de verdad me estáis diciendo que en todos esos años en los que «Freya» vino de visita, nunca nadie se dio cuenta de que en verdad era la reina? —preguntó Anna a sus padres.

Su madre se rio.

—En una ocasión, el señor Larson entró en la tienda estando ella aquí y, de hecho, hizo una reverencia porque estaba seguro de que se trataba de la reina, pero tu padre lo convenció de que no lo era.

—Le dije que era una prima lejana con muy mal aliento —contó su padre—. ¡Aquello hizo que se marchara!

Los tres se rieron a carcajadas y Anna supo sin un ápice de duda que aquellos eran sus padres de verdad en todos los sentidos de la palabra. Qué afortunada era de haber tenido cuatro padres que la amaran tanto como para liberarla.

Anna se fue del pueblo con la promesa de regresar y hablar de la visita de sus padres al castillo.

—No nos perderíamos la coronación de tu hermana por nada del mundo —dijo su madre abrazándola muy fuerte antes de dejarla marchar con Kristoff, que esperaba para llevarla a casa. Era agradable verlo sin su ropa para la nieve, que había cambiado por una camisa verdiazulada y un chaleco negro. Su cabello rubio brillaba a la luz del sol.

Hogar.

Le resultaba extraño utilizar esa palabra para referirse a un lugar en el que no había vivido desde que era una niña, pero el castillo le resultaba más familiar de lo que hubiera esperado. Pronto redescubrió la distribución del castillo y se familiarizó de nuevo con su habitación y el resto de las estancias, e incluso visitó a su vieja amiga Juana en la galería de los retratos. La verdad era que su hogar estaba donde se encontrara Elsa.

Solo esperaba que otra persona también estuviera cómoda quedándose cerca.

—¡Bueno, hemos llegado! —dijo Anna.

—Ahora ¿puedes quitarme ya la venda de los ojos? —gruñó Kristoff.

Había pasado la última media hora del viaje de vuelta al reino sin poder ver nada. Anna no quería arruinar la sorpresa, así que había insistido en que le dejara a ella llevar las riendas. Ahora estaban delante de la costa.

—¡Sí! —Le quitó la venda—. ¡Tachán! Te he conseguido un nuevo trineo para sustituir el que acabó destrozado.

Kristoff se quedó boquiabierto.

—¿En serio?

Anna chilló entusiasmada.

—¡Sí! Y es el último modelo.

No era un simple trineo. Era un trineo a la última moda y hecho a mano, con tanto barniz que Kristoff no tendría que volver a pulirlo con saliva nunca más. Sven se colocó delante de él como si lo hubiese fabricado él. Anna lo había envuelto con un lazo y había dejado un laúd en el asiento. También había un saco en la parte trasera del trineo con un pico, cuerda y todo lo que recordaba que había perdido Kristoff.

—No puedo aceptarlo —dijo Kristoff sonrojándose.

—¡No se admiten cambios ni devoluciones! Son órdenes de la futura reina Elsa. Te ha nombrado proveedor oficial de hielo del reino de Arendelle.

Señaló una medalla plateada y reluciente que colgaba del cuello de Sven.

Kristoff dijo en tono burlón:

—Eso no existe.

—¡Claro que existe! —respondió Anna. Puede que fuera la conexión entre hermanas, pero Elsa sabía lo mucho que Anna quería que Kristoff estuviera cerca—. Y —continuó intentando que la oferta fuera aún más atractiva— hasta tiene un posavasos. ¿Te gusta?

—¿Gustarme? —Kristoff cogió a Anna y la lanzó por los aires—. ¡Me encanta! Ahora mismo hasta te besaría. —Rápidamente la dejó en el suelo y se pasó una mano por el pelo—. Querría. Me gustaría. ¿Podría? ¿Ambos? A ver, ¿puedo? Pero ¿qué digo?

Anna se inclinó hacia delante y besó a Kristoff en la mejilla.

—Podemos, sí.

Kristoff no dudó más. Cogió a Anna entre sus brazos y la besó de la forma en la que Anna siempre se había imaginado que lo haría. Anna rodeó su cuello con sus brazos y lo besó también.

Ir a la siguiente página

Report Page