Frozen

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Capítulo dieciséis

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CAPÍTULO DIECISÉIS
Elsa

—¿Anna está... muerta? —repitió Olaf como si no entendiese las palabras que salían de su boca.

Elsa vio la cara de desconsuelo de Olaf y a ella misma se le escapó un sollozo de los labios antes de que pudiera contenerlo.

—Creo que yo la maté.

Por encima de sus dedos apareció un resplandor azul y comenzó a salir un hielo que escaló por las paredes y cubrió el suelo. Al otro lado de la puerta, el mundo real esperaba, intentando abrirse camino cada vez con más fuerza. Aquel hielo no podía haber venido en un peor momento, pero Elsa estaba demasiado consumida por el dolor para que le importara quién la viera.

Anna estaba muerta. Por eso sus padres le habían ocultado su existencia. Ahora entendía por qué su madre siempre parecía tan desolada. Elsa había cambiado el destino de su familia para siempre. ¿Cómo habrían podido sus padres perdonarle lo que había hecho? ¿Y el reino?

«Un momento.»

Elsa dejó de llorar y recordó la fuente en el patio y el retrato de familia en el pasillo. Ambos mostraban una familia de tres. ¿Sus padres y el señor Ludenburg no habrían querido mantener vivo el recuerdo de Anna incluyéndola en aquellas obras de arte? ¿No hablaría su pueblo de la hermana perdida? ¿Por qué habrían escondido sus padres un lienzo de su familia completa en el arca de Elsa? Nadie había soltado jamás una palabra sobre Anna. De hecho, su madre le decía a todo el mundo que preguntaba que, después de Elsa, nunca más pudo tener niños.

—Esto no tiene ningún sentido —dijo Elsa. Cada vez le venían más preguntas a la cabeza. Notó cómo el corazón se le aceleraba, y escuchaba un zumbido en los oídos. Había algo que no cuadraba, pero ¿qué era?—. Sé que todo el mundo me ha intentado proteger siempre, pero ¿cómo consiguieron sus padres que todo el reino olvidara que tenía una hermana?

—No lo sé —respondió Olaf tambaleándose hacia ella—. A lo mejor esta carta te lo puede explicar. Cuando se te cayó la pintura, esto estaba debajo de ella.

Elsa alzó la vista sorprendida.

—¿Una carta?

Olaf sujetaba un trozo de pergamino en su mano hecha de ramita. Elsa reconoció la letra enseguida.

Era de su madre.

—¡Elsa! —Eran lord Peterssen y Hans. Los dos la estaban llamando y aporreando la puerta de nuevo—. Elsa, ¿estáis bien? ¡Contestadnos!

Elsa no contestó. Con dedos temblorosos, cogió la carta que le estaba tendiendo Olaf justo cuando oyó un tintineo de llaves en la puerta. Con el corazón golpeándole en el pecho, le echó un vistazo rápido a la carta. No había tiempo de leerla cuidadosamente. En lugar de eso, buscó la respuesta que necesitaba encontrar urgentemente. Sus ojos pasaron por palabras como «trols», «el Valle de la Roca Viviente» y «un secreto que hemos guardado durante años», pero continuó leyendo hasta que encontró lo que estaba buscando.

«Os queremos muchísimo a ti y a tu hermana, pero las circunstancias nos obligaron a separaros.»

«¿Separarnos?» ¿Significaba aquello que Anna estaba viva?

Elsa empezó a reír y a llorar al mismo tiempo.

No estaba sola. ¡Tenía una hermana!

—¡Olaf! ¡Está viva! ¡Anna está viva! —dijo Elsa mientras la conmoción aumentaba al otro lado de la puerta.

La expresión de Olaf se transformó en una sonrisa amplia.

—¿Dónde está? ¡Tenemos que encontrarla!

—¡Lo sé, lo sé! —Elsa volvió a mirar la carta con la intención de leerla detenidamente esta vez y descubrir cómo era aquello posible. «Querida Elsa: Si estás leyendo esto, significa que ya no estamos. De lo contrario...»

La puerta de la habitación se abrió.

La carta se le cayó de las manos y Olaf se puso a resguardo en la zona del vestidor. Hans se precipitó hacia el interior de la habitación.

—¡Elsa! —dijo. Su expresión reflejaba miedo—. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

—¡Estoy bien! —insistió Elsa sacando a Hans de la habitación a la vez que lord Peterssen, Gerda, el duque y él intentaban entrar. Salió hacia el pasillo y cerró la puerta detrás de ella. En ese momento, se dio cuenta de que Kai y Olina también estaban allí. Elsa se preguntó: «¿Conocerían ellos el secreto también? ¿Sabrían ellos de la existencia de Anna y dónde estaba?» Tenía demasiadas preguntas que necesitaban respuesta.

Lord Peterssen se llevó las manos al pecho.

—Pensábamos que estabais herida.

—No —dijo Elsa riéndose sin querer—. Estoy bien. Mejor que bien. De verdad.

—¿Por qué no nos contestabas? —le imploró Hans—. Pensábamos que...

El duque miró a Elsa con aspereza por encima de sus anteojos.

—Pensábamos que estabais huyendo de la propuesta del príncipe Hans.

—¿Propuesta? —repitió Elsa y al momento recordó lo que habían estado hablando antes de que oyera el golpe de Olaf y corriera hacia el interior de su habitación—. Yo...

Tenía que leer aquella carta. ¿Qué circunstancias habían forzado a sus padres a separar a sus hijas? ¿Por qué no había sabido nada de sus poderes hasta la muerte de sus padres? ¿Por qué nadie hablaba de Anna en el resto del reino? Si su hermana estaba viva, ¿dónde estaba? ¿La había ahuyentado Elsa con su magia?

Tenía que leer la carta sin perder ni un segundo más.

—Sí, el príncipe Hans está esperando una respuesta —dijo el duque haciéndole un gesto a un Hans algo confundido.

—Creo que esta conversación debería esperar hasta después de la coronación —dijo Hans.

—Sí, tenemos que ir a la capilla —le recordó lord Peterssen al duque.

Gerda puso una mano en el brazo de Elsa.

—Princesa, parecéis sonrojada.

—Hans, yo... —Elsa pasó la mirada del príncipe al resto de los presentes. No podía pensar en nada más que en la carta de su madre—. Necesito un momento más. —Elsa intentó alcanzar el pomo de la puerta, pero el duque no dejó que la abriera.

—Creo que lleváis demasiado tiempo sin escuchar a la gente —dijo el duque con voz firme—. ¿No creéis?

Elsa sintió una sensación repentina de ira hacia las palabras del duque.

—Vos no tenéis derecho a hablarle así a la princesa —dijo Hans. Los dos comenzaron a discutir.

Elsa miró desesperada hacia la puerta. Al otro lado, había una carta con las claves para descubrir el pasado, y ahí fuera Hans y el duque intentaban decidir su futuro. Empezó a sentir el hormigueo en los dedos y, en esta ocasión, no podía controlar sus emociones. Tenía que llegar a la carta.

—Ahora no es el momento de hablarlo —dijo Elsa temblando. El duque intentó interrumpirla de nuevo—. Ahora, si me disculpáis.

El duque la cogió del brazo.

—Princesa, si me permitís...

Los temblores que sentía en el cuerpo le venían en oleadas. El cuello alto estaba empezando a provocarle un picor terrible y sus emociones eran demasiado fuertes para controlarlas.

—No, no os lo permito —le cortó Elsa—. Tengo que volver a mi habitación. Deberíais marcharos.

—¿Marcharme? —El duque parecía encolerizado—. ¿Antes de la coronación?

—Princesa, no hay tiempo para que volváis a entrar en vuestra habitación —suplicó lord Peterssen.

—El obispo está esperando —añadió Kai.

—¿Princesa? —dijo Gerda sonando insegura— ¿Os encontráis bien?

No, no se encontraba bien. Necesitaba leer aquella carta. «Las circunstancias nos obligaron a separaros.» Tenía que encontrar a Anna. Habían estado demasiado tiempo separadas. Elsa miró a los que estaban frente a ella y después nuevamente hacia su puerta. Si no le permitían entrar, encontraría otro camino hacia su habitación. El castillo estaba lleno de pasadizos secretos. Daría las vueltas que tuviera que dar hasta llegar a ella. Elsa intentó abrirse camino desesperadamente a través de los presentes. Las mangas le apretaban; apenas podía mover los brazos.

—Elsa, espera. —Hans intentó asirla quitándole uno de los guantes por accidente.

—¡Dame mi guante! —Elsa sintió pánico.

Hans lo sostuvo en el aire alejado de Elsa.

—Te preocupa algo. Por favor, habla conmigo —dijo—. Déjame ayudarte.

—¡Princesa! El obispo está esperando —dijo lord Peterssen.

—Weselton es un socio comercial importante y, por tanto, debería estar presente en la coronación... —murmuraba el duque.

Gerda intentó intervenir.

—La princesa está disgustada.

Elsa cerró los ojos.

—Ya es suficiente —susurró.

El duque continuó hablando.

—Yo solo quería ayudaros a presentaros de la mejor manera posible después de que os hubierais cerrado de esa manera y...

Elsa necesitaba que se callara. En su cabeza solo podía oír las palabras de su madre retumbando.

«Os queremos muchísimo a ti y a tu hermana.»

«Hermana.»

«Hermana.»

«¡Tenía una hermana!»

Nada más importaba. Se hizo paso entre ellos y corrió por el pasillo. Las voces la perseguían.

—¡Princesa, esperad! —gritó Kai.

Elsa estaba harta de esperar. Necesitaba leer esa carta. «Hermana. Hermana.» La respiración era entrecortada, y sentía un hormigueo tan intenso en los dedos que le quemaban.

—¡Princesa Elsa! —la llamó Hans.

—¡He dicho basta!

El hielo salió disparado de sus manos con tanta fuerza que impactó en el suelo y se formaron carámbanos retorcidos y puntiagudos que, automáticamente, crearon una barrera entre ella y los demás. Hans saltó apartándose del camino de una punta que amenazaba con clavársele en el pecho. El duque fue derrumbado. En el aire flotaban cristales congelados de hielo que lentamente empezaron a caer al suelo.

Elsa se quedó sin aliento. Estaba horrorizada.

Su secreto ya no era más un secreto.

—Brujería —oyó que susurraba el duque. Su cara palpitaba con ira conforme intentaba ponerse de pie con dificultad—. Así que esta es la razón. ¡Ya sabía que aquí estaba pasando algo turbio!

Elsa se cogió la mano horrorizada. Ella y Hans se miraron, y Elsa vio confusión en su mirada.

—¿Elsa? —susurró.

Entonces, Elsa hizo lo único que le quedaba por hacer: correr.

Corrió a lo largo del pasillo y atravesó con ímpetu la primera puerta que encontró.

—¡Allí está! —exclamó alguien.

Sin darse ni cuenta, Elsa había salido del castillo. Estaba de pie en el patio ante la estatua de ella y de sus padres, donde cientos de personas la estaban esperando. Cuando la vieron aparecer, los presentes empezaron a aplaudir y a vitorear. Elsa retrocedió cuando oyó unas voces. Hans, Kai, el duque y lord Peterssen se estaban acercando. No le quedaba otra opción que correr escaleras abajo, levantarse el vestido confeccionado para su coronación y lanzarse hacia el tumulto de personas.

—¡Es ella! —gritó alguien.

—¡Princesa Elsa! —La gente se inclinaba ante ella.

Elsa empezó a dar vueltas buscando un camino para salir de aquella multitud.

Un señor le bloqueó el paso.

—¡Nuestra futura reina!

El corazón de Elsa latía con fuerza. Intentó tomar otra dirección.

Una mujer que llevaba un bebé en brazos dio un paso al frente.

—Su Alteza Real —dijo amablemente.

Inmediatamente, Elsa pensó en su madre y en Anna.

—¿Os encontráis bien? —le preguntó la mujer.

—No —susurró Elsa. Sus ojos se movían de izquierda a derecha y volvió a retroceder. Se chocó de espaldas contra la fuente con la estatua de su familia y se agarró con las manos al borde para detenerse. En ese mismo instante, el agua que había en la fuente se congeló. El chorro de agua que emanaba de ella se cristalizó en el aire y se congeló de una forma que parecía querer atrapar a Elsa.

Los aldeanos comenzaron a chillar.

—¡Ahí está! —oyó gritar al duque desde los escalones del castillo—. ¡Detenedla!

Elsa vio a Hans y a lord Peterssen y, por un momento, dudó. Hans era su red de seguridad, pero no podía arriesgarse a herirlo. No podía arriesgarse a herir a nadie. Pensó en qué dirección huir, pero había gente alrededor de ella por todos lados. ¿No se estaban dando cuenta de que no podía controlar lo que hacía? Necesitaba estar sola.

—Por favor, no os acerquéis a mí. ¡No os acerquéis!

De sus manos salió más nieve disparada e impactó con los escalones del castillo; explotó con tanta fuerza que los congeló. Aquello hizo caer al duque de nuevo, y sus lentes salieron volando. Elsa respiraba con dificultad a causa de la conmoción.

El duque se incorporó cogiendo sus gafas.

—Monstruo. ¡Monstruo! —gritó.

No lo era. Ella no quería hacerle daño ni a una mosca. Miró a su alrededor buscando a alguien que se compadeciese de ella, pero no había nadie. Su pueblo parecía aterrorizado. Hasta aquella amable mujer parecía ahora estar protegiendo a su bebé de Elsa utilizando su cuerpo como escudo.

«Hermana.»

De pequeña, Anna había sabido que Elsa tenía la habilidad de hacer magia. Estaba segura de que Anna sería capaz de entenderla de nuevo. Tenía que encontrarla como fuera.

Empezó a correr de nuevo y no se detuvo hasta que hubo salido del patio del castillo y hubo alcanzado el pueblo.

—¡Elsa! —podía oír cómo Hans la llamaba—. ¡Elsa!

Pero siguió corriendo. Elsa divisó la escalera que conducía hasta el agua y bajó por ella corriendo hasta que no tuvo delante más que agua. No había escapatoria. Se volvió y dio un paso atrás al ver a Hans aproximándose. Su pie aterrizó en el agua que se congeló bajo este sobre la marcha. Miró hacia abajo sorprendida mientras se extendían unos cristales pequeños de hielo. El viento comenzó a soplar y la nieve empezó a caer cuando dio un siguiente paso. El hielo se esparció de nuevo formando un camino por el que escapar. Y lo tomó.

—¡Espera, por favor! —suplicó Hans corriendo detrás de ella con lord Peterssen siguiendo sus pasos. La nieve caía más fuerte—. ¡Elsa, detente!

Elsa no estaba dispuesta a parar ahora. Encontrar a su hermana era lo que más le importaba en el mundo. Todos los pensamientos sobre su coronación se dispersaron. Elsa respiró hondo y continuó avanzando sobre el hielo rezando por que no se abriera una grieta bajo sus pies. El hielo parecía mantenerse firme y se extendía a medida que atravesaba el fiordo. Con su capa ondeando a su alrededor, Elsa sintió cómo una sensación de determinación le corría por las venas conforme avanzaba a través del fiordo, adentrándose en una oscuridad envolvente.

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