Frozen

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Capítulo veintiuno

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CAPÍTULO VEINTIUNO
Anna

—Nieve. ¿Tenía que ser nieve? —preguntó Anna temblando mientras Kristoff y Sven dirigían el trineo hacia las montañas y ella y Olaf se acurrucaban en él—. No podía ser una tormenta tropical que cubriera el fiordo de arena blanca y un sol cálido.

—¡Me encanta el sol! —se metió Olaf. Su nube personal se chocaba contra el asiento delantero del trineo mientras botaban a lo largo del camino desigual—. Quiero decir, creo que me gusta. Es difícil de saber qué hace desde el interior del castillo.

—No creo que te gustara demasiado. —Kristoff entornó los ojos para concentrarse en el camino que había delante de ellos.

La nieve había comenzado a precipitarse con más fuerza desde que habían dejado Arendelle y ahora caía como un manto. Anna no sabía exactamente cómo podían ver Kristoff y Sven por dónde iban. La noche había caído y el farolillo que colgaba del borde del trineo no aportaba demasiada luz. Tendrían que encontrar refugio en algún lugar pronto, pero Anna no había visto ninguna casa ni pueblo en horas. De repente, alcanzaron una pared de nieve que hacía imposible proseguir el camino por aquella ruta. La alternativa era una pendiente pronunciada que ni siquiera parecía un camino de verdad.

—¿Estás seguro de que este es el camino que ha tomado Elsa? —le preguntó Kristoff a Olaf mientras se deslizaban cuesta arriba por un terreno inexplorado que se encontraba cubierto de hielo.

—Sí. No. —Olaf se rascó la cabeza con una de sus ramitas—. Repito, todo lo que vi fue a través de una ventana. Oí gritos y vi cómo se congelaba el hielo. Y, después, miré hacia fuera y vi a Elsa, por lo menos creo que era Elsa porque ¿quién más puede hacer nieve?, atravesar corriendo el fiordo conforme se congelaba. Después, ¡desapareció entre los árboles! —Olaf frunció el ceño—. Y la perdí de vista.

Kristoff retiró la mirada del camino y la dirigió a Anna.

—Recuérdame de nuevo por qué escuchamos a un muñeco de nieve. Estamos rodeados de nieve, el viento aúlla, no tenemos refugio y estoy dirigiendo el trineo montaña arriba basándonos en un pálpito.

—No es que tengamos otra opción —remarcó Anna—. ¡Todo saldrá bien! Olaf nos va a ayudar a encontrarla. Él conoce a Elsa mejor que nadie, ¿verdad?

—¡Sí! —insistió Olaf mientras el trineo tomaba una curva cerrada y comenzaba a subir de nuevo—. Sé mucho sobre Elsa porque me creó hace tres años y, desde entonces, no he salido nunca de la habitación. —Sus ojos se iluminaron—. ¡Un momento! Eso no es verdad. A veces me llevaba a hurtadillas por uno de los pasadizos secretos y subíamos al campanario o al desván. En una ocasión, fuimos al Gran Salón y Elsa hizo una colina enorme de nieve por la que nos deslizamos. Pero aquello fue en mitad de la noche.

Anna sintió un escalofrío subiéndole por la espalda hasta la nuca. De repente, le vino el recuerdo de ella de pequeña tirándose por una montaña de nieve en el interior de un salón grande con una niña rubia, y ambas estaban cogidas de la mano de un muñeco de nieve. Miró de nuevo a Olaf.

—¿Eres tú el que acaba de hacer eso?

—¿Hacer qué? —preguntó Olaf.

—Hacerme ver eso —respondió Anna. A lo mejor el frío estaba empezando a afectarla.

—¿Ver qué? —volvió a preguntar Olaf mientras el trineo chocaba con una roca y saltaba por los aires. Cuando tomó tierra de nuevo abruptamente, la nube de Olaf les dio a Anna y a Kristoff en la cara.

Anna se frotó los ojos y sintió cómo el recuerdo iba desapareciendo.

La expresión huraña en la cara de Kristoff se convirtió en una mirada de preocupación sincera.

—Creo que llevas demasiado tiempo en el frío.

—Yo también lo creo —coincidió Anna—. Estoy empezando a ver cosas que no están. —Miró de nuevo al muñeco de nieve—. Como a ti. Al menos creo que eras tú. Estábamos los dos tirándonos por una colina de nieve juntos dentro de una habitación grande.

—¡Eso es porque lo hicimos! —dijo Olaf.

La respiración de Anna empezó a acelerarse.

—¿Cuándo?

Sus padres le habían dicho que la habían adoptado cuando era un bebé, pero ¿y si no era verdad? Los recuerdos más antiguos que tenía Anna con Tomally y Johan eran de más adelante: yendo al colegio, de pie sobre un taburete y haciendo pan junto a su madre, esperando a que Freya apareciera en la puerta de su casa. En todos aquellos recuerdos, era una niña de alrededor de seis o siete años. Cierto, nadie tenía recuerdos de cuando era un bebé, pero la niña pequeña de sus visiones se parecía y sonaba como ella. En ellas no podía tener más de cuatro o cinco años. ¿Qué significaban aquellas repentinas visiones de recuerdos que no conseguía poner del todo en pie? ¿Se trataba acaso de recuerdos de su primera familia?

A veces se preguntaba quiénes serían sus padres biológicos y por qué la habrían dado, pero nunca les preguntó a Tomally y Johan. No quería herir sus sentimientos preguntándoles. Siempre decía que lo único que recordaba de su anterior vida era que un trol la había besado. Parecía algo divertido que decir cuando los otros niños le hacían preguntas sobre su adopción, pero la verdad era que realmente recordaba que aquello había pasado. Parecía un sueño, o un recuerdo borroso, más bien; un sueño en el que estaba durmiendo y un trol le hablaba y, después, la besaba en la frente. Lo había visto en sus sueños tantas veces que realmente creía que había ocurrido. Simplemente, no lo había compartido con nadie más.

Se lo había mencionado a sus padres una o dos veces. Ahora que caía, ellos nunca se lo habían negado.

—¿Olaf? —intentó Anna de nuevo—. ¿De verdad que tú y yo nos hemos tirado alguna vez en trineo... dentro de una habitación? —Olaf asintió—. Pero ¿cómo podría ser eso posible? Antes de este viaje no había salido nunca de mi pueblo. ¿Estás seguro de que no habías salido del castillo ni viajado nunca antes?

La cara de Olaf le cambió.

—No lo creo. ¿Lo he hecho?

—No lo sé —contestó Anna sintiéndose algo frustrada.

—Ni yo tampoco —admitió Olaf.

—¿Podéis dejar de hablar los dos? —Kristoff azotó de nuevo las riendas—. Cada vez es más difícil ver con toda esta nieve. Estoy intentando concentrarme. Este camino es demasiado rocoso para seguir por él. Tenemos que encontrar un sitio protegido para que entres en calor y, después, averiguar adónde vamos a ir a continuación. No vamos a seguir con esta misión imposible con un muñeco de nieve parlante que no sabe ni adónde va.

—Pero... —intentó decir Anna.

Kristoff la ignoró.

—Espera un segundo. —Se levantó e iluminó con el farol la oscuridad creciente—. Pensaba que estábamos cerca del valle, pero con toda esta nieve, el paisaje ha cambiado.

—¿Qué valle? —preguntó Anna. De repente, había empezado a temblar.

—Un valle en el que no hay nieve —dijo Kristoff sonando como si hubiese respondido sin pensar.

—¿Cómo es posible que exista un valle en el que no hay nieve cuando todo el reino está enterrado en ella? —preguntó Olaf.

—¿Cómo es posible que un muñeco de nieve hable? —contraatacó Kristoff.

En la distancia, escucharon el aullido de un lobo.

«Tengo que encontrar a Elsa», pensó Anna. Aquella necesidad parecía que la invadía.

Cerró los ojos intentando bloquear aquellos extraños pensamientos. Quizá Kristoff estuviera en lo cierto: necesitaba dormir.

—No me encuentro bien —dijo apoyando la cabeza en el trineo.

—¿Anna? —Kristoff la zarandeó—. No te quedes dormida. ¿Me oyes? Vamos a encontrar un refugio. —La ayudó a incorporarse—. Olaf, no me puedo creer que vaya a decir esto, pero continúa hablando con ella hasta que haya encontrado un lugar donde parar.

—Vale, ¿sobre qué? —preguntó Olaf.

—¿A lo mejor sobre por qué la princesa se ha vuelto congeladamente loca? —Kristoff volvió a chasquear las riendas y Sven continuó subiendo.

Anna le lanzó una mirada de desaprobación.

—No está loca, está... —Un nuevo destello hizo que sintiera como si la cabeza le fuera a explotar.

«Elsa, ¡haz la magia! ¡Haz la magia!», oyó que decía una voz de niña. Seguidamente, se vio a sí misma en camisón sentada en una silla y batiendo las palmas. ¿Acababa de decir el nombre de Elsa? ¡Imposible! Anna comenzó a hiperventilar. «¿Qué me está ocurriendo?»

—¡Más rápido, Sven! —gritó Kristoff intentando mantener a Anna erguida con una mano—. ¿Anna? Quédate conmigo. Aguanta.

—Estoy intentándolo —susurró Anna, pero sentía que la cabeza le echaba humo y estaba demasiado cansada.

—¡Habla con ella, Olaf! —exclamó Kristoff—. ¿Qué puedes contarnos sobre Elsa?

—Le encantaban las flores. Hans le enviaba brezos púrpura todas las semanas —contó Olaf—. Él era una de las únicas personas que conseguían que Elsa saliera de su habitación.

—Qué bonito —dijo Anna con tono ensoñador.

Kristoff la agitó de nuevo.

—¡Olaf! ¡Sigue hablando!

—¡Le encantaban los guantes! —añadió Olaf saltando en su asiento tan alto que la cabeza se le despegó por un segundo—. Siempre llevaba puestos unos verdiazulados, hasta en verano, y yo pensaba que era porque la suciedad le daba repelús. ¡Oh! Y le encantaba leer mapas y los libros que le habían dejado el rey y la reina. Yo nunca los llegué a conocer —dijo con tristeza—. Elsa me contó que ahí fue cuando dejó de salir de su habitación. Hasta este año, que tenía que prepararse para ser reina. Ahora sí que tenía que salir muy a menudo de la habitación.

—Eso es muy triste —dijo Anna. Su voz sonaba lejana—. Es como si quisiera apartarse del mundo entero. A veces me siento así en Harmon, como si estuviera apartada del resto del reino. Y yo quería ver más.

—Lo harás... pero tienes que mantenerte despierta. ¡Granja! —exclamó Kristoff—. Gracias a Dios. ¡Para, Sven!

Anna divisó la granja a través de la nieve torrencial y, después, el mundo se sumió en una absoluta oscuridad.

 

 

Lo siguiente que supo es que estaba en un lugar caliente y podía oler el heno. Podía escuchar el crujir del fuego de la hoguerita cerca de ella. Parpadeó suavemente hasta abrir los ojos de par en par.

—¡Has vuelto! —dijo Kristoff—. Has estado horas inconsciente. ¡Olaf, está despierta! Pensaba que... No sé. —Se pasó una mano por el cabello—. Necesitas... necesitas sopa.

Sven bufó.

—¿Sopa? —dijo Anna aún aturdida. Estaba bajo una manta de lana en lo que parecía ser un granero grande. Podía ver a los caballos mordisqueando el heno en sus pesebres y a las gallinas en su gallinero. Una vaca mugía cerca de ella. Todos estaban refugiados en el interior a causa del tiempo.

—Sí, necesita sopa —discutió Kristoff con el reno—. Necesita comer algo. Ni siquiera tomó un poco de vino caliente en el castillo como hice yo y tú te has comido todas las zanahorias. —Sven volvió a resoplar—. Solo me preocupo, es todo. —Sven pateó el suelo—. Sí, es todo. Ya basta, Sven. —Kristoff le ofreció una taza—. Aquí tienes. Te alegrará saber que esta vez le he pedido permiso a la familia para quedarnos en el granero y ha dicho que sí. Se alegraron de recibir noticias de Arendelle. No es que tengamos demasiadas, pero ver al muñeco de nieve pareció hacer felices a los niños.

Olaf se rio entre dientes.

—Les gustó mi propia nevada, pero dijeron que estaban cansados de la nieve.

—Hasta yo estoy cansado de la nieve y eso que me dedico a recoger hielo —dijo Kristoff—. ¿Anna? Tómate un poco de sopa.

Se incorporó lentamente. Aún tenía un martilleo en la cabeza. Soltó un quejido.

Kristoff le acercó la taza a los labios.

—Vamos. Toma solo un poquito.

Anna le dio un sorbo y sintió cómo la sopa le calentaba el interior. Para alguien que estaba siempre de mal humor, Kristoff podía llegar a ser muy amable cuando quería.

—Gracias.

Kristoff se sonrojó.

—Ya, bueno... —Sven resopló de nuevo y Kristoff desvió la mirada—. De nada. Solo quiero llevarte a casa de una pieza. Y allí es hacia donde nos dirigiremos... a casa.

Anna abrió los ojos sorprendida.

—¡No podemos hacer eso! ¡Tenemos que encontrar a Elsa!

Kristoff se recostó y suspiró.

—Mira lo enferma que te estás poniendo con este tiempo.

—No es el tiempo —insistió Anna, pero no podía explicar lo que sentía. Sabía que sonaba extraño, pero algo le decía que debían proseguir hasta que encontraran a Elsa. Quizá Elsa entendiera lo que le estaba ocurriendo. Después de todo, ella sabía de magia—. Alguien tiene que convencerla de que devuelva el verano. Escuchará a Olaf y, si no, haremos que nos escuche a nosotros.

—Cada vez hace más frío. —Kristoff dejó la taza de sopa en el suelo y Sven se puso enseguida a bebérsela a lengüetazos—. No podemos estar dando vueltas si ni siquiera Olaf tiene una mínima idea de adónde va. Sé que quieres ayudar, pero es imposible partiendo del único y vago indicio de que se dirigía a la Montaña del Norte. Asumámoslo: nadie sabe dónde se encuentra en realidad la princesa Elsa.

—¡El Valle de la Roca Viviente! —soltó Olaf de una.

Kristoff abrió los ojos de par en par.

—¿Qué acabas de decir?

—Nunca he oído hablar de él —confesó Anna.

—Ni yo tampoco —confesó Olaf—. Bueno, en verdad sí he oído hablar de él. Oí a un señor mencionar algo acerca del Valle de la Roca Viviente. Lo que no sé es dónde está.

—Yo sí que sé dónde está el Valle de la Roca Viviente —dijo Kristoff.

—Entonces ¿me llevarás? —preguntó Anna.

Kristoff se pasó una mano por la cabeza.

—¿Tengo que hacerlo?

Anna le apretó la mano.

—¿Por favor?

El fuego crepitaba y saltaba mientras Anna esperaba una respuesta. Olaf se acercó un poco más. Sven resopló. Todos los ojos estaban puestos sobre Kristoff, que miraba con fijeza la mano de Anna. Finalmente, levantó la mirada. Sus ojos marrones tenían un tono intenso a la luz de las llamas. Anna no había reparado nunca antes en sus pecas.

—De acuerdo —dijo al fin Kristoff—. Salimos por la mañana, pero más te vale abrigarte.

Anna sonrió. Por una vez, no discutió.

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