Frozen

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Capítulo veintitrés

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CAPÍTULO VEINTITRÉS
Anna

El sol no salió la mañana siguiente. El reino se encontraba sumido en la oscuridad debido a la turbulenta ventisca que no paraba de dejar nieve en Arendelle a una velocidad alarmante. Con aquellas malas condiciones, Kristoff estaba necesitando más tiempo de lo normal para llegar al Valle de la Roca Viviente.

—No lo comprendo —murmuró Kristoff para sí mismo—. Llevamos horas de camino. Ya deberíamos haber llegado.

Detuvo el trineo.

—¿Estás perdido? —preguntó Anna.

—¡Pareces perdido! —comentó Olaf.

Anna no le iba a reprochar que lo estuviera. Estaba nevando tan intensamente que no podía ni ver la mano delante de su cara.

—¡Chis! —Kristoff descolgó el farolillo del gancho de su trineo y lo levantó en la oscuridad. Sven pateó la nieve de forma inquieta mientras Kristoff miraba hacia lo lejos.

Anna los vio a la vez que Kristoff: varios pares de ojos amarillos los observaban fijamente.

Lobos.

Se oyó un aullido claro en la distancia y la manada de lobos emergió de entre los árboles. Anna no podía creerse lo afilados que parecían sus colmillos.

Kristoff volvió a colocar el farolillo en el gancho y agarró las riendas.

¡Sven! ¡Vamos! —El trineo se sacudió y arrancó a máxima velocidad.

—¡Oh, mirad! ¡Perritos! Qué monos son, ¿verdad? —dijo Olaf con entusiasmo.

—¡No son perros, Olaf! ¿Qué hacemos? —preguntó Anna mientras Kristoff intentaba mantener la distancia de la manada que corría detrás del trineo.

Echó mano detrás de su asiento, cogió una rama y la encendió con el farolillo. Enseguida empezó a arder.

—Puedo con unos pocos lobos —dijo Kristoff moviendo el fuego de un lado a otro en el aire.

—¡Quiero ayudar! —gritó Anna.

—¡No! —Kristoff agitó las riendas con más ímpetu.

—¿Por qué no? —Se desplazaban tan rápido que la nieve que estaba cayendo le hería la cara como dagas.

—Porque no me fío de tu juicio —soltó Kristoff en tono seco.

Anna se irguió.

—¿Perdona?

—¡No estás pensando con claridad! ¿Quién es la que sigue insistiendo en salir con este tiempo a pesar de estar poniéndose enferma? —Le dio una patada a un lobo que salió volando de espaldas. Anna ni siquiera lo había visto venir.

Anna echó mano de algo en el trineo que pudiera utilizar como arma. Olaf le acercó el laúd de Kristoff.

—¡No me estoy poniendo enferma!

—No dejas de perder el conocimiento y de murmurar para tus adentros —le recordó Kristoff.

—¡Eso es porque estoy viendo cosas! —Moviendo el laúd, le dio a un lobo y este salió huyendo.

—¡Hala! —Kristoff realmente parecía impresionado—. ¿Qué tipo de cosas?

Anna dejó de balancear el laúd y lo miró.

—Ya sé que puede sonar extraño, pero no dejo de verme a mí de pequeña con la princesa. —Kristoff sostuvo la antorcha a un lado para mantener los lobos a raya—. Quiero decir, me imagino que no es una completa locura. Estoy bastante segura de que una vez me besó un trol, pero no recuerdo que hubiera pasado.

—¿Eso no era una broma? —Kristoff abrió los ojos de par en par—. ¿De verdad conoces a Gran Pabbie?

—¿Quién es Gran Pabbie? —le preguntó Anna a la vez que Kristoff chamuscaba a un lobo que estaba a punto de aterrizar en el trineo.

Un segundo lobo tiró de la capa de Kristoff. Este se tambaleó y cayó del trineo antes de poder responder a la pregunta.

—¡Kristoff! —gritó Anna cogiendo la antorcha antes de que cayera. No había tiempo para indicarle a Sven que se detuviera y, si lo hacía, estarían acabados.

—¡Aquí! —oyó Anna que Kristoff gritaba.

Estaba agarrado a una cuerda que lo arrastraba tras el trineo. Los lobos estaban ganando terreno y acercándose a él. Anna prendió la primera cosa que vio: el saco de dormir de Kristoff.

—¡Oh! —exclamó Olaf cuando las llamas hubieron prendido el saco.

Anna lo cogió y lo tiró por la parte trasera del trineo. Kristoff gritó al ver las llamas acercársele y pasar casi rozándole la cabeza.

Los lobos se retiraron para volver a la caza de nuevo.

Anna se apresuró hacia la parte trasera del trineo para ayudarle a subir, pero Kristoff ya estaba subiéndose solo.

—¡Casi me prendes fuego!

—¿Chicos? —oyó Anna que decía Olaf, pero lo ignoró.

Anna tiró de Kristoff para ayudarle a subir del todo al trineo.

—¡Pero no lo he hecho!

—¿Chicos? —intentó de nuevo Olaf—. ¡Hemos llegado al final del camino!

Kristoff y Anna tuvieron que mirar dos veces para creérselo. A menos de un kilómetro de distancia se abría un abismo y Sven se dirigía a toda velocidad hacia él estimulado por el sonido de los lobos. Anna y Kristoff se apresuraron hacia la parte delantera del trineo.

—¡Prepárate para saltar, Sven! —gritó Anna.

Kristoff cogió a Olaf y se lo puso a Anna en el regazo, tras lo cual los levantó a los dos en brazos.

—¡Oye! —protestó Anna.

Kristoff la lanzó hacia delante y cayó sobre el lomo de Sven con Olaf en sus brazos.

—¡Al reno solo le hablo yo! —Kristoff cortó las cuerdas del trineo justo cuando llegaban al barranco—. ¡Salta, Sven!

Sven dio un salto en el aire. Anna miró hacia atrás buscando a Kristoff con miedo. Él y su trineo habían despegado. Sven aterrizó al otro lado del barranco y estuvo a punto de lanzar a Anna y a Olaf al suelo al frenar en seco. Anna desmontó y corrió hacia el borde del abismo. Kristoff dio un brinco desde el trineo justo cuando este caía en picado barranco abajo. Con el corazón en un puño, Anna observó cómo Kristoff intentaba llegar al otro lado, pero, en lugar de ello, se chocaba con el borde del barranco y resbalaba de espaldas.

—¡Aguanta! —gritó Anna—. ¡Cuerda! ¡Necesito una cuerda! —le gritó Anna a Olaf en estado de pánico, pero sabía que todo lo que necesitaba estaba en el trineo. «Por favor, que no le ocurra nada a Kristoff», rezó en silencio.

De repente, un pico con una cuerda atada a este voló por el aire pasando por encima de su cabeza. El pico se clavó en el terreno delante de Kristoff.

—¡Agarraos! —gritó alguien.

Anna levantó la mirada. Un hombre pelirrojo con un abrigo azul asía el otro extremo de la cuerda.

—¡Ayudadme a subirlo! —le dijo a Anna.

Anna cogió la cuerda, plantó los talones y ayudó a subir a Kristoff a salvo. Cuando llegó, se derrumbó sobre la espalda respirando fuerte. Anna se sintió tan aliviada que pensó en abrazarlo, pero se contuvo y le dio a Kristoff un momento para retomar el aliento. Ese no era probablemente el momento para sacar el tema de cómo a su trineo recién pagado lo estaban consumiendo las llamas.

Anna miró a su salvador que se encontraba de pie junto a un caballo dorado pálido.

—Gracias. Si no hubieseis llegado cuando lo hicisteis...

Él la interrumpió.

—No hay de qué. —Los dos sabían lo que habría ocurrido de no haber aparecido—. ¿Qué estáis haciendo aquí fuera en medio de esta tormenta? Es muy peligroso, entre los lobos y el tiempo.

—Eso es exactamente lo que digo yo —dijo Kristoff respirando intensamente—, pero cuando se le mete una idea en la cabeza a esta, tiene que ejecutarla. Y yo soy el loco que la escucha.

Anna estiró la mano para dársela al extraño.

—Soy Anna, y al que habéis ayudado a rescatar es Kristoff.

—Yo no diría exactamente «rescatar» —masculló Kristoff.

El hombre parpadeó varias veces con sus ojos color avellana antes de hablar.

—¿Habéis dicho Anna?

—Sí. Vimos la intensa helada en Harmon y bajamos hacia Arendelle para ver qué estaba pasando —comenzó a explicar hablando a mil por hora—. Pero entonces los lobos nos adelantaron en el trineo y llegamos al barranco y tuvimos que saltar y Kristoff me lanzó sobre su reno Sven y acto seguido saltó él, pero el trineo no ha logrado salvar el precipicio. Y él por poco tampoco, pero entonces llegasteis vos. —Esbozó una sonrisa espléndida. El hombre parecía estar aún increíblemente desconcertado—. Pero ahora estamos todos a salvo. Soy Anna. ¿Lo había dicho ya?

Él le estrechó la mano y sonrió.

—Sí, lo habíais hecho, pero no pasa nada.

Su sonrisa era espléndida.

—Es un placer conoceros, Anna. Yo soy Hans, de las Islas del Sur —se presentó.

Anna agarró su mano con fuerza.

—¿Vos sois Hans? ¿El príncipe Hans?

Él se rio.

—Sí, eso creo. Y vos sois Anna, ¿estoy en lo cierto?

—Eh... ¡sí! —Era gracioso. Anna se rio de lo absurdo que parecía todo. Los lobos estaban al otro lado del barranco, Kristoff estaba a salvo y, de alguna manera, habían encontrado al príncipe Hans de Elsa. ¡Aquello tenía que ser el destino!

—¡Príncipe Hans! —Olaf apareció desde el bosque, donde había estado recogiendo algunas de las cosas de Kristoff que habían volado por los aires—. ¡Sois vos! ¡Sois vos de verdad!

Hans perdió el equilibrio en la nieve.

—¡Oh, tranquilo, no pasa nada! —dijo Anna, que ya había superado la impresión de ver a un muñeco de nieve parlante—. La princesa Elsa lo ha creado. Su nombre es Olaf y está tratando de ayudarnos a encontrar a Elsa para que podamos detener este invierno.

—¡Ahora mismo la estamos buscando! —añadió Olaf.

—¿De verdad? —Hans pareció sorprenderse cuando ella y Olaf asintieron.

Kristoff se levantó y Anna soltó la mano de Hans.

—Perfecto —dijo Kristoff—. Ahora que todos tenemos claro quién es quién, deberíamos irnos antes de que los lobos vuelvan. Gracias por vuestra ayuda, príncipe Hans.

Anna se sonrojó por el tono sarcástico de Kristoff. Ella ya estaba acostumbrada, pero Hans era un príncipe.

—Lo siento, han sido unos días muy largos. No hemos tenido ninguna suerte buscando a la princesa Elsa. ¿Habéis visto vos alguna señal de ella?

A Hans le cambió la expresión de la cara.

—No, yo no. ¿Y vos?

Anna negó con la cabeza.

—No. Creemos que podría encontrarse en el Valle de la Roca Viviente, pero con toda esta nieve no hemos podido encontrarlo.

—¿De veras? —El príncipe Hans se pasó una mano por el pelo—. Yo creía que se dirigía a la Montaña del Norte, por eso he venido en esta dirección, pero no he encontrado signos de ella. De todas formas, dudo que haya conseguido llegar hasta allí.

—¿Por qué lo decís? —preguntó Kristoff.

Hans le lanzó una mirada altanera.

—Es una princesa. ¿De verdad creéis que sería capaz de llegar a la Montaña del Norte sin provisiones?

Anna dudó por un momento. No lo había pensado de esa manera, pero no le convencía su argumento. Al fin y al cabo, ella y Olaf habían llegado hasta allí y ella no había salido de Harmon en su vida. ¿Por qué no habría de ser capaz Elsa de subir la montaña con la ayuda de sus poderes?

—No es imposible. —Parecía que Kristoff podía oír sus pensamientos. Se colocó entre ella y Hans—. Puede crear nieve, así que sabemos que le gustan los lugares fríos.

«¿Así que ahora Kristoff está del lado de Elsa? —se preguntó Anna—. ¿No dijo justo la noche anterior que se había vuelto congeladamente loca?»

—¿Olaf? Os referís al muñeco de nieve parlante. —Hans pareció algo perturbado al saludar a Olaf con la mano—. Qué hay.

—¡Príncipe Hans! ¡Qué alegría conoceros finalmente! —exclamó Olaf dando palmas con sus manos de ramitas—. ¡Me encantan vuestras flores!

Hans parecía confundido.

—Olaf nos contó que vos le enviabais brezos púrpura a la princesa cada semana —aclaró Anna—. Y que sois una de las pocas personas que la habéis convencido de que saliera de su habitación.

Hans se sonrojó. O quizá era solo que tenía la piel rosada a causa del gélido viento.

—Era su flor preferida. Siempre parecían alegrarla. —Su expresión se tornó sombría—. La princesa Elsa no confiaba en mucha gente. Yo sabía que era infeliz, pero nunca me esperé que pudiera sumir a Arendelle en un invierno eterno.

—Tuvo que tratarse de un accidente —dijo Anna a la vez que una ráfaga de viento mandó un remolino de nieve en su dirección—. Ella nunca le habría hecho algo así a su reino aposta.

—¿Alguna vez habéis conocido a la princesa? —preguntó Hans. Anna y Kristoff negaron con la cabeza—. Yo la conocía bien —dijo suavemente—. Era una persona insegura y a veces se enfadaba mucho. Estaba pasándolo mal con la coronación.

—Eso es cierto —se entrometió Olaf—. Elsa no estaba contenta con su peinado. Querían que lo llevara en un recogido alto, y ella decía: «Olaf, ¿debería llevarlo suelto?». Y entonces yo le respondía: «Yo no tengo pelo.» —Se señaló las ramitas que tenía en la cabeza.

—Estaba alterada por la coronación —corrigió Hans—. Continuamente me decía que no estaba preparada para ser reina. Yo pensaba que aquello solo eran los nervios de antes de la coronación, pero ella insistía. Me dijo que no quería ser la responsable de todo el reino. Intenté convencerla de que sería una gran reina y de que yo estaría ahí para ella, pero...

Anna tocó su brazo.

—Parece que queríais ayudarla.

—Odiaba verla tan alterada. —Miró hacia otro lado—. La mañana de la coronación intenté calmarla, pero se enfadó conmigo y con algunos de los trabajadores del castillo. Y también con el duque de Weselton. No paraba de decirnos que nos alejáramos. Entonces fue cuando... —Hans cerró los ojos con fuerza—. Casi no salimos con vida de aquel pasillo.

—¿Intentó heriros? —Anna estaba impactada. ¿De verdad sería capaz la princesa de herir al hombre al que amaba?

—El hielo puede ser peligroso —intervino Kristoff—. Dímelo a mí. Me dedico a recoger y hacer entregas de hielo. Es precioso, pero también es poderoso y posee una magia que no siempre se puede controlar.

—Exacto. Y como ya he dicho, estaba enfadada —prosiguió Hans—. Disparó hielo directamente hacia nosotros con la intención de atravesarnos el corazón. —Miró a Anna a los ojos—. El duque salió vivo de milagro.

—No me sorprendería que ese señor la hubiera provocado —dijo Kristoff con una risita sarcástica—. Parecía increíblemente «amable» cuando lo conocimos.

—Estuvieron a punto de matarlo —dijo Hans cortante—. ¿Seríais increíblemente amable si os hubiera pasado a vos? Lo siento, pero la princesa que conocíamos ya no está. La que vi aquel día era un... monstruo.

Elsa no abandonaría a su gente, ¿verdad? Anna notó un dolor agudo y se sostuvo la cabeza. Le estaba viniendo otra visión. Pero en esta ocasión no se trataba de un recuerdo olvidado. Esta vez sintió dolor. «¡Ayúdame! —oyó que gritaba alguien—. ¡Anna! ¡Ayúdame!»

—¿Elsa? —susurró Anna, y se derrumbó en el suelo.

Kristoff se dispuso a cogerla, pero Hans llegó primero. Anna abría y cerraba los ojos mirándolo a la cara, que se enfocaba y desenfocaba alternamente.

—La princesa se encuentra en apuros —dijo Anna—. Puedo sentirlo.

Kristoff recogió a Anna de los brazos de Hans.

—Vas a volver a casa. Ahora. —Kristoff miró a Hans—. Ayer se encontraba mal, pero intentó forzarse. Es demasiado tozuda para su propio bien. Lo que necesita es refugiarse y descansar.

El dolor se apagó tan rápido como había aparecido y Anna se sacudió en una negativa.

—Solo es un dolor de cabeza. Puedo continuar. Tengo que llegar al valle. No sé por qué, pero tengo la sensación de que Elsa podría estar en peligro.

—¿Peligro? —La expresión de Olaf era de terror.

—¿Valle? —inquirió Hans.

—Olaf pensaba que Elsa podía estar en la Montaña del Norte, pero ahora cree que puede estar en el Valle de la Roca Viviente —explicó Kristoff. Miró a Hans con aspereza—. ¿Alguna vez la habéis oído mencionarlo?

Hans se quedó pensativo por un momento.

—No, me temo que no. —Miró a Anna—. Pero si creéis que se encuentra allí y que está en peligro, tenemos que encontrarla. Solo tengo mi caballo, Sitron, pero dispongo de dinero y otras pertenencias con las que negociar. Podemos conseguiros un caballo a vos también y, después, trataremos de localizar ese valle juntos.

—Y convencerla de que regrese con nosotros y ayude a su gente —añadió Anna. Tomó aire profundamente e intentó recomponerse. El dolor había desaparecido, pero el recuerdo de la voz de Elsa perduraba. ¿Qué le estaba pasando?

—Sí —coincidió Hans—. Y si no quiere la corona, puede abdicar, pero debe devolver el verano.

—¡Esperad! —interrumpió Kristoff, y dirigiéndose a Anna dijo—: No puedes viajar al valle en estas condiciones. —Le tocó el brazo—. Anna, algo te está pasando. No sé qué es, pero necesitas descansar.

Anna tensó la mandíbula.

—Alguien tiene que detener este invierno y siento que ese alguien... soy yo.

—Pero si ni siquiera la conoces —le recordó Kristoff—. ¿Y si el príncipe estuviera en lo cierto? Si está tan enfadada, podría herirte.

—No lo hará —insistió Anna. El viento daba fuertes latigazos en el claro abierto en el que se encontraban, y sintió que perdía un poco el equilibrio. Hans le ofreció el brazo para ayudarla a mantenerse recta—. Kristoff, ahora no puedo volver a casa. Arendelle necesita ayuda. Tengo que intentar hacer algo.

—Estoy de acuerdo —dijo Hans.

—¿Quién os ha preguntado? —espetó Kristoff, y Sven bufó. Kristoff miró a Anna—. ¡Esto es una locura! ¡No te puedes ir con este tío al que acabas de conocer!

—Me fui contigo, ¿no? —le recordó Anna.

Kristoff se quedó en silencio.

—Disculpad, pero no creo que debierais gritarle a la señorita —dijo Hans—. Anna parece lista e inteligente. Está intentando ayudar a salvar el reino.

—Gracias —dijo Anna.

Hans no parecía estar melancólico ni indeciso. Puede que estuviera preocupado de que Elsa no volviera con él, pero aun así estaba dispuesto a ir tras ella. Quizá él fuera capaz de hacerla entrar en razón. Algo le decía que tenía que estar con Hans cuando la encontrara.

—¡Anna, despierta! Hemos perdido todas nuestras provisiones, mi trineo está hecho añicos y este tiempo está volviendo a todo el mundo un poco loco. —Kristoff se estaba empezando a alterar cada vez más—. ¡No me puedo creer que quieras seguir adelante si ni siquiera estamos seguros de dónde está Elsa! ¡Estamos siguiendo la corazonada de un muñeco de nieve!

—¡Sí que lo sabemos! Cuando leyeron la carta en voz alta, oí a alguien mencionar «el Valle de la Roca Viviente» —les recordó Olaf.

—¿Me oíste leer la carta? —dijo Hans pausadamente.

—¡Erais vos! —dijo Olaf contento—. Debería haberlo sabido. Sois muy bueno con Elsa.

—Anna —intentó una vez más Kristoff—. No lo hagas.

¿Cómo no era capaz de ver lo importante que era aquello? No podía regresar a casa y decirles a sus padres que había fracasado. Harmon nunca sobreviviría a ese invierno eterno.

Pero aquella era la cuestión, ¿verdad? Harmon no era el pueblo de Kristoff; era el suyo. Kristoff solo pasaba por allí con sus entregas de hielo. No le importaba la gente de la misma forma que a ella. El único que le importaba era Sven.

—Voy a ir —concluyó con firmeza—. Y no tengo ningún problema en continuar el viaje con Hans. Así que... ¿vas a venir con nosotros?

Kristoff hizo un gesto de desesperación con los brazos.

—Mira, yo conozco bien el valle y ni siquiera puedo encontrarlo con este tiempo; y además yo no soy el que está enfermando. Deberíamos regresar todos.

—Aun así, voy a ir —dijo firmemente—. Y Hans, también. Podemos ir todos.

—No. Creo que vosotros tres ya lo tenéis todo bien pensado. Yo voy a salvar lo que queda de mi trineo. Vámonos, Sven. —Se dio la vuelta y se alejó enfadado y sin decir ni adiós.

Sven refunfuñó con pena mirando primero a Anna y después a Kristoff.

—No pasa nada, Sven —dijo Anna sorprendida de que no pudiera hacer cambiar de opinión a Kristoff—. Cuida de él. Yo estaré bien.

Observó cómo el reno seguía a Kristoff al interior del bosque.

—Voy a echarlos de menos —dijo Olaf triste.

«Yo también», pensó Anna.

Hans agitó la cabeza en un gesto de desaprobación.

—No me puedo creer que os haya dejado aquí fuera.

—No me pasará nada —dijo Anna con entereza.

—No lo dudo. Parece que el liderazgo está en vos.

—Hans la miró tan intensamente que Anna comenzó a sonrojarse. Este señaló una columna de humo en la distancia—. Tiene que haber una cabaña por allí. Busquemos refugio para la noche. —Le tendió la mano para ayudarla a subir al caballo. Anna montó y Hans colocó a Olaf delante de ella. Después, él también se encaramó a lomos del caballo detrás de ellos.

—Formaremos un gran equipo, Anna. Puedo sentirlo.

—Yo también —dijo Anna con una sonrisa suave.

«Equipo.» Le gustaba la idea.

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