Frozen

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Capítulo veinticuatro

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CAPÍTULO VEINTICUATRO
Elsa

Elsa sintió un dolor punzante en la cabeza antes de abrir los ojos.

¿Por qué le dolía la cabeza?

Entonces, lo recordó todo: Hans revelando su naturaleza siniestra; su intento desesperado de huir para evitar que Hans pudiera encontrar a Anna él solo; la araña de hielo derrumbándose y casi cayendo sobre ella; y la emboscada fuera de su fortaleza. Ojalá hubiese sabido antes que su intención era llevarla de nuevo al castillo de Arendelle y encerrarla.

Cuando se incorporó, la manta que la cubría se deslizó y dejó al descubierto unas cadenas. Elsa llevaba puestos unos guantes de metal para evitar que pudiera usar las manos o, más bien, su magia. Las cadenas estaban ancladas a una inmensa roca que había en el suelo y que impedía que pudiera moverse más allá de unos pasos. Tiró de las cadenas con la esperanza de liberarse, pero era imposible.

Una vez más, era prisionera en su propio castillo.

Las cadenas eran lo suficientemente largas para acercarse hasta la ventana que daba el exterior del castillo, pero no más. Fuera, Arendelle no solo estaba cubierta de nieve; estaba enterrada. Había tantas capas de nieve apiladas tan por encima de los tejados que no se veían las casas. Elsa oyó un estruendo y se preguntó qué habría caído: ¿Una casa? ¿Una estatua? ¿Un barco? Podía ver los navíos congelados en el puerto, donde se encontraban anclados, y ella sin poder hacer nada por cambiar la situación. Era como si cuanto más pánico tuviera, mayor fuera la tormenta. Empezó a sentir el familiar hormigueo en los dedos y los carámbanos crecieron en el interior de la mazmorra como si fueran hierba, lo que hizo que las paredes emitieran un quejido triste.

¿Dónde estaría todo el mundo? ¿Cómo estarían manteniéndose abrigados? Se le vino a la cabeza la imagen de aquella madre y su niño a quienes había asustado en el patio del castillo el día de su coronación. ¿Estarían a salvo?

¿Lo estaría Anna?

Elsa cerró los ojos, vencida por la preocupación.

—¿Qué he hecho? —susurró.

«Mamá, papá, por favor, ayudadme a romper esta maldición —suplicó—. El reino no podrá sobrevivir mucho más. ¡Ayudad a Anna a recordar quién es realmente!»

Como sospechaba, no recibió respuesta alguna.

Tendría que solucionar eso por sí sola. La única forma de hacerlo sería escapándose. Quizá, si pudiera hacerle llegar un mensaje a Anna sin acercarse a ella físicamente, podría remover sus recuerdos. Si tan solo tuviera la carta como prueba de la verdad. Elsa se concentró en sus puños y estos empezaron a brillar. «Liberaos —les exigió—. ¡Liberaos!» En lugar de ello, los grilletes comenzaron a congelarse, lo que hizo que fuera casi imposible mover los puños en su interior.

La situación parecía desesperada.

—¿Princesa Elsa?

Elsa levantó la mirada. Lord Peterssen la observaba detenidamente a través de los barrotes de la ventana de la puerta de la mazmorra.

—¡Lord Peterssen! —exclamó. El hielo de los grilletes dejó de formarse de inmediato. Se apresuró hacia la puerta, pero las cadenas la frenaron de un tirón.

—¿Os encontráis bien? —le preguntó agarrándose fuerte a los barrotes.

Aparte de Olaf, lord Peterssen era la única persona que la trataba como si fuera familia. Su padre le había confiado su vida. Quizá ella pudiera hacer lo mismo.

—No. Necesito encontrar a alguien. Desesperadamente. Lord Peterssen, ¿hablaron mis padres alguna vez de tener otro hijo? ¿Una niña? Más joven que yo, pelirroja. Su nombre es Anna.

Durante una milésima de segundo, le pareció ver titilar los ojos de lord Peterssen.

—Yo... Ese nombre me resulta familiar.

—¡Sí! —Elsa intentó de nuevo tirar de las cadenas con más fuerza para desengancharlas de la pared y poder acercarse más a él—. ¿La recordáis?

—Lo siento. No sé de quién me habláis —dijo a la vez que el viento aullaba más ferozmente—. Vos sois la única heredera de este reino.

—No, no lo soy —reafirmó Elsa—. ¡Lord Peterssen, por favor! Necesito encontrar a Anna. Debe tener unos años menos que yo. ¡Tenemos que emprender una búsqueda! He de encontrarla antes de que lo haga el príncipe Hans.

—¿El príncipe Hans? —Lord Peterssen parecía desconcertado.

—Sí. ¡No podemos fiarnos de él! Él no busca lo mejor para este reino. —Quería contarle más, pero sin ahuyentarlo—. Entiendo que mi palabra no pueda tener mucho peso en estos momentos, pero debéis creerme.

—Es imposible que nadie busque a nadie con este tiempo —respondió—. Nos estamos quedando sin leña y la comida está empezando a escasear. ¡La gente está muerta de frío! El pueblo se está empezando a desesperar. El príncipe Hans salió a buscaros, pero no ha regresado.

—¿Dónde está? —Los puños de Elsa comenzaron a brillar de nuevo.

—Nadie lo sabe y no podemos enviar a nadie a buscarlo. Este frío no es seguro ni siquiera para el ganado —le dijo lord Peterssen a Elsa—. Los hombres que os trajeron de vuelta son los únicos que han conseguido regresar. Desgraciadamente, el duque los recibió antes de que llegara yo y los convenció de que os encerraran en esta mazmorra. —Elsa vio como sus ojos se encendían con su enfado—. Los hombres estaban asustados después de lo que ocurrió en vuestro palacio de hielo. Yo me acabo de enterar de que estabais aquí abajo. El duque pagará por hacerse con el derecho de decidir en unas tierras donde no tiene ninguno.

—Entonces ¿me liberaréis? —le preguntó Elsa tirando aún más fuerte para liberarse de los grilletes de acero. Ahora brillaban con más intensidad—. Puedo ayudar.

—He buscado por todos lados la llave de esta habitación, pero no he conseguido encontrarla —le dijo lord Peterssen.

Elsa intentó no mostrar su decepción.

—Sé que la encontraréis. Siempre habéis estado ahí para mí.

—Siempre he pensado que seríais una gran líder. Ahora os necesitamos para que nos guieis —dijo lord Peterssen—. ¿Devolveréis el verano? No podremos aguantar mucho más.

Elsa dejó caer los brazos a los lados.

—Sinceramente, no sé cómo hacerlo.

—Sin duda, sois la hija de vuestro padre —dijo lord Peterssen con resolución. Sus ojos buscaron encontrarse con los de ella—. Sé que podéis buscar en lo más profundo de vuestro ser y descubriréis la forma de detener esta ventisca. Hemos sido pacientes, pero ahora os necesitamos más que nunca.

«Sé paciente.» Elsa oyó a Gran Pabbie en su mente.

La tormenta arrasaba en el exterior y estaba ganando más fiereza. El momento de ser paciente había pasado. Necesitaba que Anna volviera a recordar y que se rompiera aquella maldición. Era posible que esa fuera la única manera de poder salvar Arendelle y el reino entero: tenían que hacerlo juntas.

—Lo sé —respondió Elsa—. Quiero acabar con este invierno con todas mis fuerzas, pero no puedo hacerlo sola. Necesito encontrar a alguien que pueda ayudarme.

—Princesa, no podemos...

—¡Deteneos ahora mismo!

En el pasillo pudo oírse un tumulto y después gritos. Alguien arrancó a lord Peterssen de los barrotes. Elsa no podía ver nada desde su perspectiva. De repente, divisó la coronilla de alguien. Un tupé canoso que se movía con el viento.

—¡Súbanme! —oyó que alguien gritaba.

Su cara emergió al otro lado de los barrotes de la ventana.

—Princesa Elsa —anunció el duque de Weselton—, vos sois una amenaza para Arendelle. No iréis a ningún lado.

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