Frozen

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Capítulo veintiséis

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CAPÍTULO VEINTISÉIS
Kristoff

—¡Es oficial! He tomado una decisión, Sven —le dijo Kristoff a su amigo mientras caminaba arduamente barranco abajo para encontrar lo que quedara de su trineo—. ¿Quién necesita a nadie teniendo un reno?

Sven gruñó. El reno estaba demasiado ocupado observando la línea de árboles cada vez más oscura en busca de señales de un nuevo ataque de lobos. Por fortuna, entre la luz de la luna naciente y la reluciente nieve, Kristoff y Sven podían ver bastante lejos en la distancia.

No había razón para arrepentirse.

¿Y qué si había dejado que Anna se fuera con un príncipe zalamero y un muñeco de nieve a encontrar una princesa que no quería ser encontrada? Desde luego, no iba a ponerse a él mismo ni a Sven en peligro por ello.

Sí, él también quería recuperar el verano; con tanto hielo disponible, dedicarse a ello para ganarse el pan se tornaba una tarea difícil, pero él estaba acostumbrado a ese tiempo. La mayoría de los días los pasaba en las montañas cubierto de nieve, de prendas de lana y con unas botas pesadas que olían a sudor. Y no importaba cómo oliera porque ¿quién había a su alrededor que lo fuera a notar? Solo Sven. Estaba claro, el reno tampoco es que oliera muy bien. Pues que enviaran un invierno eterno. Él estaba preparado para ello.

Pero Anna..., el frío estaba afectándola claramente. Él lo había achacado a una hipotermia o a una congelación, pero en lo más profundo de su ser sabía que no era ninguna de las dos cosas. Era como si cuanto más cerca estuviera de encontrar a la princesa Elsa, más conectada estuviera con ella. Como magia.

Que la gente se riera de la magia todo lo que quisiera; él sabía que existía.

Había crecido rodeado de magia toda su vida.

Desde luego, eso no se lo iba a contar a Anna. ¿Por qué habría de hacerlo con lo exasperante que era? Anna hablaba y hablaba y hablaba, no solo con ella misma, sino con él y con Sven, ¡y con todo el mundo con el que se cruzara!

También era impulsiva y decidida, razón por la cual él se había dejado convencer de acompañarla a Arendelle en primer lugar. Con su actitud peleona, se pensaba que podía detener un invierno eterno a pesar de no tener ni idea de cómo encontrar a Elsa o de qué le iba a decir para hacerla acabar con aquella locura.

Conforme se fueron acercando al final del barranco, Kristoff empezó a divisar los restos del trineo. Le daba miedo ver la gravedad de los daños. Por eso, en lugar de mirar, se concentró en Sven.

—He decidido que lo único que hace la gente es utilizar y engañar a uno. —Puso voz de reno—. Tienes razón. ¡Todos son malos! Excepto tú.

Acarició el hocico de Sven.

—Oh, gracias, compañero. Veamos qué podemos salvar de aquí.

Miró el trineo y suspiró: su querido método de transporte estaba destrozado en un millón de trocitos. Su laúd también estaba destruido. El pico había tenido que salir volando ya que no se encontraba entre los restos del accidente. De la poca comida que habían tenido ya se habían adueñado los bichos. No quedaba mucho por salvar, pero Kristoff examinó cada artículo para asegurarse. Finalmente, se subió encima de Sven.

—¿Ahora qué hacemos, Sven? No creía que pudiera encontrar el valle, pero en verdad no nos queda otra. También tenemos que sacarte de este tiempo, compañero. —Miró al paisaje que los rodeaba—. Tenemos que estar cerca. Lo encontraremos.

Sven no quería moverse y soltó un fuerte gruñido.

—Sí, estoy seguro de que estará bien. Lo más seguro es que hayan encontrado una cabaña. He visto una columna de humo a lo lejos —le dijo Kristoff—. No vamos a juntarnos con ellos allí. Vámonos. Deja de preocuparte.

Sven le lanzó una mirada fulminante.

—¿Ya no quieres ayudarla? —dijo Kristoff poniendo la voz de Sven.

—¡Pues claro que no quiero! —Kristoff agitó las riendas de Sven e iniciaron su ascenso barranco arriba—. De hecho, después de esto ya no quiero volver a ayudar nunca a nadie más.

Mientras ellos ascendían, una feroz ventisca descendía, y la nieve resplandecía. Regresar a casa era la opción más sabia, pero eso significaba ir hacia el mismo lugar al que Anna se encaminaba.

Sven resopló de nuevo.

—Sí, ya sé que es allí hacia donde ella se dirigía. —Sven lo miró con condescendencia—. Vale, puede que parezca un necio al aparecer por allí ahora pudiendo haber ido todos juntos.

Sven resopló aún más fuerte.

—No era un completo desconocido; es el príncipe de Elsa. —Kristoff puso los ojos en blanco—. Por supuesto que tenía que hacer lo correcto y aceptar ir con ella. —Se quedó pensativo un momento—. Vale, sí. Me he portado como un necio.

Sven hizo unas cabriolas mientras Kristoff seguía con sentimiento de culpabilidad.

—¿Y ahora qué? ¿Vamos a buscarla? ¿O vamos al valle y le pedimos perdón?

Sven lo miró.

—Cierto, con este tiempo no la vamos a volver a encontrar. Iremos al valle y me disculparé cuando llegue, ¿vale? Ya lo he pillado. He metido la pata.

Kristoff se pasó todo el viaje al valle odiándose a sí mismo. Anna estaba allí fuera en esas condiciones y con un completo desconocido. La había abandonado cuando ella lo había necesitado. Ahora entendía por qué pensaba Bulda que no encontraría nunca una chica.

La nieve caía más intensamente y mojaba más de lo que lo había hecho antes, pero al menos el camino fue tranquilo. Sin Anna, no había nadie que le dijera lo que tenía que hacer, ni un parloteo incesante sobre su comida preferida —la de ella eran los sándwiches—, ni nadie que estuviera a punto de prenderle fuego.

Quizá sí que echara de menos tener compañía. Incluso la de Olaf.

Desde luego, eso no se lo iba a contar a Sven.

Tardaron varias horas en llegar al Valle de la Roca Viviente, pero Kristoff conocía la ruta como la palma de sus manos agrietadas. Incluso bajo toda aquella nieve, fue capaz de localizar las peculiares formaciones rocosas que indicaban la ubicación de su hogar. Cuando estuvieron más cerca, Kristoff se bajó de Sven de un salto y subieron por el camino de piedras hasta que llegaron al valle.

En cuanto se encontraron dentro del valle, la nieve dejó de caer. El aire era más templado. El suelo olía a rocío fresco y estaba cubierto de musgo verdoso. Kristoff descendió por el camino adentrándose en la niebla y observó a las rocas que empezaron a rodar en cuanto lo vieron. Sven brincaba de alegría con la lengua fuera de la boca. Kristoff se dio unas palmaditas en las rodillas como llamando a las rocas para que se acercaran. Muchas de ellas comenzaron a rodar hacia él. Se detuvieron y empezaron a desplegarse.

—¡Kristoff está en casa! —exclamó Bulda, una trol que estaba al frente del grupo. Su madre adoptiva estiró los brazos reclamando un abrazo. Kristoff se acercó y ella se abrazó a su pierna. Las gemas rojas que colgaban de su cuello parecían haber crecido desde la última vez que los visitara. Algunas brillaban y hacían que su vestido de musgo verde pareciera casi naranja.

Una docena de trols más emergió de su estado rocoso de hibernación y empezó a vitorearlo. Unos trepaban por encima de otros para poder verlo.

—¡Viva! ¡Kristoff está en casa! —gritaban.

Los trols habían sido su familia desde que fuera un niño pequeño. La vida en el orfanato no era lugar para un espíritu libre como él. Cada vez que podía, se escapaba y seguía a los recolectores de hielo montaña arriba y los observaba trabajar. En uno de aquellos viajes, se encontró a Sven y se volvieron inseparables. Después de eso, ya no quiso volver al orfanato. Sven y el hielo se convirtieron en su nueva vida. ¡Se estaba ganando la vida! Pero una noche de verano, estaba trabajando con Sven cuando vio un tipo de hielo diferente. Crujía y resplandecía sobre la ladera herbosa de la montaña. A él y a Sven les entró la curiosidad, así que siguieron aquel extraño camino montaña arriba. El camino los condujo directamente al Valle de la Roca Viviente. Bulda los divisó y los adoptó a él y a Sven sobre la marcha. Ahora que caía, nunca le había preguntado por qué se había formado aquel hielo de aquella manera en medio del verano.

—¡Déjame que te vea! —dijo Bulda urgiéndole a que bajara a su nivel. Kristoff se arrodilló—. ¿Tienes hambre? —le preguntó—. Acabo de hacer una sopa de piedra. Voy a ponerte una taza.

—No —respondió Kristoff con rapidez. Odiaba la sopa de piedra. Imposible de tragar—. Acabo de comer. Me alegro mucho de veros a todos. ¿Habéis tenido algún visitante?

Comenzó a mirar a su alrededor en busca de Anna.

—¡Nadie, solo tú! —dijo Bulda—. ¿Es que esperas a alguien?

Si le contaba que esperaba encontrarse a una chica allí, no se la quitaría de encima.

—No, pero... ¿dónde está Gran Pabbie?

—Está echándose una siesta —dijo uno de los primitos de Kristoff—. ¡Mira! ¡Me ha salido un champiñón! —Le mostró el hongo que crecía sobre su espalda musgosa.

—Y yo me he ganado mi cristal de fuego —dijo otro mostrándole un rubí resplandeciente.

—Y yo tenía una piedra en el riñón —dijo uno de sus tíos alzando la piedra como prueba.

—Si no vienes por mi comida, ¿qué te trae por casa? —le preguntó Bulda.

No se le escapaba nada.

—Solo quería verte, eso es todo —mintió Kristoff.

Bulda lo estudió cuidadosamente y después miró al resto.

—¡Es por una chica!

Los demás aplaudieron contentos.

—¡No, no, no! ¡Estás del todo equivocada! —negó Kristoff a pesar de que era obvio que se estaba poniendo colorado.

Sven resopló alto y varios trols se reunieron a su alrededor mientras pateaba el suelo y hacía ruido como queriendo destapar el asunto.

—¡Sí que es por una chica! —exclamó Bulda, y los otros volvieron a vitorear.

Kristoff puso los ojos en blanco.

—¡Chicos, por favor! Tengo mayores problemas que el de encontrar una chica. El reino entero está cubierto de...

—¿Nieve? —finalizó Bulda—. Lo sabemos. ¡Pero queremos que nos hables de ti!

Kristoff se quedó boquiabierto.

—¿Cómo sabes lo de la nieve?

Bulda ignoró la pregunta.

—Si te gusta esa chica, ¿por qué no ha venido contigo? ¿Es que la has ahuyentado con tu mal humor?

—No —se defendió—. El problema no soy yo. Yo...

—¡Tú lo que tienes que decirle a esa chica es que no va a encontrar jamás a un chico tan sensible ni tan dulce como mi Kristoff!

Ahora se sentía aún peor.

—¡El problema no soy yo ni la chica! ¡Es Arendelle! Sé que no podéis verlo desde vuestro caparazón, pero no solo está cubierta de nieve la tierra alrededor del valle. ¡Todo el reino lo está! ¡Y estamos en mitad del verano! —Su familia estaba allí plantada, parpadeando—. Si sabéis cómo parar esto, ¡decídmelo!

Uno de sus primos pequeños le dio un tirón al vestido de Bulda.

—Yo creía que Gran Pabbie había dicho que no podíamos contarle a nadie que ha estado aquí. —Bulda torció el gesto—. ¿Qué? ¿No dijo que era un secreto?

—¿Anna? ¿Ha estado aquí? ¿Con el príncipe? ¿Cuándo se han marchado? —preguntó de corrido.

Una roca grande rodó hacia delante. Gran Pabbie emergió de su siesta. Se acercó a Kristoff y lo cogió de las manos.

—¡Kristoff, has venido! Y justo a tiempo, me temo —dijo en tono grave.

—¿Dónde está Anna ahora? ¿Está bien? ¿Parecía enfadada conmigo? —preguntó avergonzado y miró a Bulda—. Ya sé que no debería haberla dejado sola, ¿vale? Hay una tormenta de nieve en medio del verano. Esto no es normal.

Claro que había actuado como si la nieve no fuera un problema grave, pero, como experto en hielo, podía ver que estaba haciendo demasiado frío para sobrevivir. La última vez que había visto el fiordo, había barcos tumbados y resquebrajándose. Pronto les pasaría lo mismo a las casas. No quedaría ningún sitio seguro en el que refugiarse.

¿Qué le ocurriría entonces a Anna?

—Entonces ¿dónde está ella ahora? ¿Qué le has contado a Anna?

Gran Pabbie frunció el entrecejo.

—¿Anna? Querrás decir la princesa Elsa. Ella es la que vino a verme.

—¿No era Anna? —preguntó Kristoff flaqueando.

—No. La princesa Elsa. Intenté ayudarla... lo poco que puedo, teniendo en cuenta la maldición.

—¿Maldición? —repitió Kristoff. Aquello era demasiado para él.

—Está en grave peligro —dijo Gran Pabbie—. Debes encontrarla, Kristoff.

—¿A la princesa Elsa? —preguntó. Gran Pabbie lo estaba confundiendo—. ¡Ya lo he intentado! Nadie sabe dónde está, aunque encontré un muñeco de nieve parlante que conoce bien a la princesa. Y Anna y el príncipe Hans, el príncipe de Elsa, venían también para aquí. —Volvió a mirar hacia la entrada del valle—. Pensaba que ya estarían cuando yo llegara.

—Anna no va a venir —dijo Gran Pabbie—. Va camino de Arendelle.

Kristoff dio un paso atrás sorprendido.

—¿Sabes quién es Anna?

—El corazón de Anna debe ser protegido —dijo Gran Pabbie—. Este es un momento peligroso para ella.

—Lo sé —coincidió Kristoff—. Me preocupa que esté enfermando, pero está obcecada con seguir adelante y encontrar a la princesa Elsa.

—Kristoff, debes escucharme atentamente —continuó—. Existe una razón por la cual Anna se siente atraída hacia Elsa y por la que está luchando tanto por encontrarla. Su conexión es más fuerte de lo que crees.

—Ya lo había notado —admitió Kristoff—. Desde que viajamos a Arendelle, Anna empezó a sentir cosas... Le daban dolores de cabeza extraños, y este muñeco de nieve parlante de la princesa Elsa la conoce. Nada tiene sentido.

—¿Es eso cierto? —Gran Pabbie se rascó la barbilla—. Esa es una buena señal. Está empezando a recordar un pasado que se le ha ocultado a ella y a Elsa demasiado tiempo.

—¿Un pasado? —preguntó Kristoff, como si él mismo empezara a recordar, como si estuviera despertando de una hibernación, una que le había impedido saber exactamente cuál era la conexión entre Anna y Elsa—. Espera un momento...

Gran Pabbie le dio unas palmaditas en la mano.

—Sí. Anna y Elsa son hermanas.

—¿Anna es una princesa?

—¡La maldición que ha impedido que las hermanas estén juntas se está desvaneciendo! Elsa ya recuerda quién es Anna, pero el camino de Anna no ha sido tan sencillo. El amor puede descongelar cualquier maldición —insistió—, pero hasta que no recupere la memoria, Anna y Elsa no pueden estar cerca la una de la otra. ¡Esto es muy importante! Anna debe recordar a Elsa antes de que se encuentren cara a cara.

Kristoff sintió cómo su corazón prácticamente se detenía. Anna no pararía hasta encontrar a Elsa.

—¿Por qué?

—No nos queda mucho tiempo para estar juntos, así que no lo voy a perder intentando explicarte el pasado, pero tiene que ver con la maldición —explicó Gran Pabbie—. Si Anna se acerca a Elsa antes de recordar su conexión, los poderes de Elsa harán que se convierta en hielo.

—¿Qué? —Su propia voz le sonó a Kristoff vacía.

—El amor que se procesan la una a la otra es tan fuerte que la maldición se está desvaneciendo. Elsa ya recuerda su pasado, pero no así Anna. Hasta que no se rompa el hechizo, Anna debe mantenerse apartada. —Gran Pabbie puso una expresión de preocupación—. Elsa lo sabe, por eso ha mantenido la distancia. Pero me temo que hay alguien más que conoce la verdad y está llevando a Anna hacia el peligro. Kristoff, Anna está yendo hacia Arendelle y Elsa también se encuentra allí.

Kristoff palideció.

—Lo que significa... ¡Tengo que detenerla! —Sven comenzó a resoplar salvajemente y a dar brincos por todos lados—. ¡Sven! —llamó Kristoff mientras subía los escalones de dos en dos hacia la salida oculta del valle.

Sven galopó hasta llegar a él.

Kristoff ni siquiera pensó en despedirse de Gran Pabbie, Bulda o los demás. Ahora solo importaba una cosa: salvar a Anna a toda costa.

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