Frozen

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Capítulo veintisiete

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CAPÍTULO VEINTISIETE
Anna

Cuando Anna, Hans y el guardia llegaron a Arendelle, el reino estaba prácticamente irreconocible. En tan solo dos días, la nieve se había apilado y ya llegaba a la segunda planta del castillo. La hoguera que había ardido en el patio se había consumido hacía ya tiempo y la fuente con la estatua de la familia real estaba completamente enterrada. Tuvieron que luchar contra el viento para alcanzar los portones del castillo, que estaban congelados bajo una capa de hielo. El guardia tuvo que abrirlos haciendo palanca con un pico para poder entrar.

Había un grupo de personas reunidas en torno a la chimenea intentando entrar en calor, pero se veía que estaban tiritando. El fuego estaba casi apagado. Hans y el guardia se apresuraron hacia un grupo de guardias y empezaron a hablar con ellos mientras otros miembros del castillo iban a por mantas y ropa abrigada. Anna no podía moverse. Estando dentro del castillo, los recuerdos le venían con mayor intensidad a la cabeza.

Una mujer con un delantal le tocó el brazo.

—Señorita, ¿os encontráis bien?

Anna se quedó sin aliento al inundarle la mente un recuerdo de ella y esa mujer. Estaban horneando galletas en una cocina amplia y había alguien con ellas... una niña. Anna recordó haberse quemado el dedo con la hornilla y la niña congeló un cuenco con agua para que pudiera calmársele la quemadura. «¿Elsa?» Anna se agarró el pecho y comenzó a hiperventilar. ¿Era esa mujer la señorita Olina?

—¡Anna! ¡Anna! ¿Os encontráis bien? —Hans se acercó a ella corriendo.

—Sí. —Anna calmó su respiración—. Yo... me siento muy rara. Yo... —Aquellos recuerdos momentáneos no parecían sueños. Parecían piezas perdidas de su vida que, de alguna forma, había olvidado. Estaba ansiosa por descubrir qué le estaba ocurriendo, pero en ese momento se encontraba en una habitación con completos desconocidos. Si tan solo estuviera allí con ellos Kristoff. Él la ayudaría a darle sentido a todo aquello.

—¿Dónde está el príncipe Hans? —gritó alguien—. ¿Está aquí de verdad? —El duque de Weselton se abrió paso a través de la gente. Iba abrigado hasta arriba con un sombrero y varias bufandas—. ¡Príncipe! Gracias a Dios os encontráis bien. Me preocupé mucho cuando mis hombres me dijeron que no os pudieron hallar tras la batalla.

—¿Dónde fue esa batalla? —preguntó Anna. Los dientes le rechinaban. Estaba helada de frío.

Hans no le contestó.

—Estoy bien —le dijo al duque—. Me perdí en la nieve.

El duque se volvió hacia Anna, la miró y volvió a fijar su mirada en ella.

—¡Tú!

—De nuevo nos encontramos. —Anna se frotó los brazos para entrar en calor—. Hola.

—¿Os conocéis? —preguntó Hans confundido.

—Bueno, no exactamente —comenzó a decir Anna cuando Olaf dio un paso al frente y el duque dio un chillido.

—¡Hola! Soy Olaf y me gustan los abrazos calentitos —dijo el muñeco de nieve—. ¡He traído a Anna a casa! ¡Esperad a que se lo cuente a Elsa! ¿Está aquí?

«¿Casa?», pensó Anna.

—¡Nadie puede ver a la princesa Elsa! —declaró el duque—. ¡Se quedará en las mazmorras!

—¿Está aquí? —preguntó Anna sintiendo cómo el cuerpo se le debilitaba. Se encontraba demasiado cansada.

Una mujer que vestía un uniforme verde avanzó abriéndose paso hacia el frente.

—¡Príncipe Hans! ¡Debéis hacer algo! ¡El duque tiene a la princesa y ahora también se ha llevado a lord Peterssen!

—¡Exigimos que dejen salir a lord Peterssen de sus aposentos! —exclamó un señor en uniforme.

Los dos empezaron a gritarle al duque, pero sus voces se ahogaron en los recuerdos que inundaban la mente de Anna.

Una señora diferente de verde con un gorrito en la cabeza posó su mano en el hombro de Anna.

—¿Os encontráis bien?

—¿Gerda? —susurró Anna viniéndole de repente el nombre a la memoria.

La mujer parpadeó sorprendida.

—Eh, sí. ¿Cómo...?

Un señor corpulento con escaso pelo apareció a su lado.

Anna levantó un dedo tembloroso en su dirección.

—Y tú eres Kai.

—Pues sí, señorita —confirmó mirando a Gerda desconcertado—. ¿Podemos ofreceros quizá ropa abrigada o un vino caliente? Me temo que a Olina se le han acabado las provisiones para preparar nada más.

—Olina —repitió Anna viéndose a ella misma de pequeña en la cocina con la cocinera del palacio.

Era demasiado para ella. Empezó a retroceder y a alejarse de la multitud y de la gente que exigía a gritos que liberaran a lord Peterssen; buscaba una salida de escape.

—¿Señorita? —Kai se adelantó hacia ella, pero Anna cruzó corriendo una puerta que estaba abierta.

Se encontró deambulando por lo que parecía una galería de retratos. La amplia habitación tenía un techo inclinado con paneles azules y vigas de madera. No había muchos muebles, solo unos pocos bancos y mesas, y había muchos cuadros. Anna levantó la mirada hacia un retrato de una amazona en una batalla. Por alguna razón, podía jurar que su nombre era Juana. De hecho, todos los retratos le resultaban familiares. Anna se agarró el estómago del dolor. Tenía las manos frías y se sentía demasiado débil para seguir de pie.

No oyó abrirse la puerta detrás de ella.

—¡Anna!

Hans la cogió justo antes de que se desplomara. La llevó hacia uno de los bancos, sosteniéndole la cabeza mientras se hundía en el cojín de terciopelo. Anna no podía respirar.

—¿Qué me está pasando? —dijo con miedo.

—¡Os estáis congelando! ¡Esperad! —Hans se retiró para encender la chimenea.

Anna seguía hablando.

—No paro de ver cosas, oír voces... ¡Conozco el nombre de personas a las que no había visto nunca! Olaf me recuerda, pero yo no lo recuerdo a él... aunque tengo la sensación de que sí. —Levantó la mirada hacia Hans con los ojos bañados en lágrimas—. Tengo la sensación de estar perdiendo la cabeza.

Él la miró con amabilidad.

—No os preocupéis. No estáis perdiendo la cabeza.

—¿No? —preguntó Anna. Los dientes le castañeaban.

—No —respondió Hans poniéndole una mano encima de las suyas—. Creo que estáis recordando vuestra antigua vida. La que teníais antes de ser adoptada. —La miró intensamente—. Sé que os va a costar comprenderlo, pero este castillo es vuestro hogar.

—¿Qué? —Anna oyó un zumbido en los oídos. «Tengo que encontrar a Elsa.»

Hans continuó.

—Sois una de las herederas de este reino. Vuestros padres renunciaron a vos porque Elsa os atacó con su magia y estuvo a punto de mataros.

—No, yo... no... Elsa nunca... Ella no... —Anna no era capaz de encontrar las palabras para expresar lo que sentía. Algo en su interior comenzaba a asomar. Nada de lo que decía Hans tenía sentido, pero, de alguna manera, ella sabía que decía la verdad.

«¡Haz la magia! ¡Haz la magia!», dijo una voz de niña con entusiasmo. Aquella niña era ella.

—Es la verdad —insistió Hans—. Vos no lo recordáis, pero tengo la prueba aquí mismo. —Se arrodilló a su lado y sacó un trozo de pergamino del bolsillo de su chaqueta—. Es una carta de la reina dirigida a Elsa contándoselo todo.

El corazón de Anna se le aceleró. Hizo el ademán de coger la carta, pero Hans la alejó de su alcance.

—Elsa es una amenaza para este reino y debe ser castigada por sus crímenes, pero el legado de vuestra familia se mantendrá intacto. ¡Vos sois la siguiente en la línea de sucesión al trono! ¿Es que no lo veis? —Hans sonrió con impaciencia—. ¡Con Elsa fuera del mapa, el verano tendrá que volver! Y, entonces, vos y yo podremos reinar sobre Arendelle juntos.

Anna intentó incorporarse. Su cuerpo estaba tembloroso y la embargó un remolino de emociones tan dispares que tenía la sensación de estar a punto de implosionar. ¿Qué estaba diciendo Hans?

—Pensaba que amabais a Elsa... ¿Es que no es así?

A Hans le cambió la cara a la vez que se crecía hasta una posición erguida.

—Como primogénita heredera, era preferible que fuera ella, por supuesto. Pero tras todo lo que ocurrió el día de su coronación, no había manera de salvarla. Vos, por el contrario..., sois la princesa perdida de Arendelle. La gente os adorará en cuanto vea la carta de su amada reina y se descubra quién sois. ¿No lo veis? Que yo os encontrara antes de que lo hiciera Elsa era el destino.

—¿Elsa estaba buscándome? ¿Ella ha visto esta carta? —Anna se levantó con dificultad y se tambaleó hacia él—. ¿Sabe que tiene una... —Anna le dio vueltas a la palabra en su cabeza antes de decirla en voz alta— hermana? —El corazón empezó a latirle con más fuerza.

—Sí —dijo Hans—. No os lo había contado antes porque estaba intentando protegeros.

Anna oyó el viento aullar al otro lado de la gran ventana, lo que hacía tintinear el marco. El cristal tenía una capa de hielo y no podía ver otra cosa que blanco fuera.

¿Elsa y ella eran hermanas?

Si aquello era verdad, ¿por qué no podía recordar su vida como princesa de Arendelle?

¿Por qué la habría enviado su familia lejos si no fuese porque Hans estuviera en lo cierto y la magia de Elsa hubiera estado a punto de matarla?

Anna cerró los ojos con fuerza intentando recordar, pero ninguna memoria vino a su mente. Frustrada, la pagó con Hans.

—¿De forma que sabíais que Elsa estaba intentando matarme y queríais llevarme directamente hasta ella?

Hans pestañeó sorprendido.

—Yo... La carta de la reina decía que había sido un accidente, pero...

Había algo que no le estaba contando.

—Entonces, dejad que lea la carta con mis propios ojos.

Hans guardó la carta en su bolsillo.

—Estáis alterada. ¿Por qué no os calmáis primero? Yo guardaré la carta para mantenerla a salvo.

Anna sintió una oleada de ira.

—Así que, en lugar de arreglar las cosas con Elsa, ¿estabais intentando persuadirme con vuestras palabras y gestos bonitos? —Hans se puso rojo—. ¿Cuál era esa batalla de la que todo el mundo habla? —Hans se movió incómodo—. ¿Y dónde está Elsa? Si lo sabéis, ¿por qué no me dejáis hablar con ella para que pueda ver con sus propios ojos que lo pasado, pasado está? Quizá detenga esta tormenta.

La cara de Hans adoptó una expresión seria.

—Ella ya ha tenido su oportunidad. He intentado hablar con ella; en su palacio de hielo en la Montaña del Norte, de hecho. No está dispuesta a negociar, lo que significa que está condenando a Arendelle y al resto de su reino a la ruina. Ella sabe sobre vos, pero en lugar de ayudaros, os ha apartado a un lado, igual que hizo con Arendelle.

—Ella nunca haría eso —le discutió Anna.

Hans hizo un gesto señalando a la ventana helada, que aún tintineaba.

—Sí lo haría, y lo ha hecho. ¡Mirad hacia fuera! No vamos a poder aguantar mucho más. La gente ahora tiene la mirada puesta en mí para que los salve.

—¿Y cómo pensáis salvarlos? —se burló Anna. Hans no dijo nada—. Esperad. ¿Vais a matarla? —Hans se mantuvo en silencio—. ¡No po-podéis hacer eso! —dijo tartamudeando—. ¡Vos no tenéis ningún derecho a decidir su futuro!

Hans ni se inmutó.

—Yo soy el que va a salvar a este reino, y el pueblo me lo agradecerá. Lo único que siento es que no vayáis a estar a mi lado cuando lo haga.

—No sois rival para Elsa —dijo ella entre dientes mientras el repiqueteo al otro lado de la ventana se hacía más intenso.

—No, vos no sois rival para Elsa —contraatacó Hans—. Yo pensaba que seríais preferible a Elsa, pero está claro que estaba equivocado. Ahora, el secreto de la reina morirá con ella. —Sostuvo la carta sobre el fuego.

Anna se tambaleó hacia él alarmada.

—¡No!

—¡Deteneos!

Hans y Anna se dieron la vuelta. Lord Peterssen había aparecido por la puerta con dos guardias a ambos lados.

—¡Llévense al príncipe! —ordenó lord Peterssen.

—Yo... Lord... —Hans miró a su alrededor en busca de una salida—. Señor, vos no lo entendéis. Si conocierais la verdad, sabríais que esta es la única manera.

—Ya he oído todo lo que tenía que oír. —Lord Peterssen dirigió su mirada a Anna y pestañeó—. Y la princesa Elsa ha intentado contarme el resto. —Sonrió con amabilidad—. Hola de nuevo, Anna.

Anna dio un paso hacia él. Su rostro también le resultaba familiar. Abrió la boca para hablar, pero oyó que el tintineo de la ventana estaba aumentando. Se volvió para mirar y, de repente, la ventana se rompió. Los cristales volaron por la habitación y uno de los pedazos golpeó a lord Peterssen y lo derribó. Hans se protegió la cabeza, pero le alcanzó un fragmento del marco. Los guardias se apresuraron a ayudar a lord Peterssen mientras el viento aullaba dentro de la estancia, arrancaba los retratos de las paredes e introducía nieve por todos lados. En ese momento, Anna la vio...

La carta se le había caído de las manos a Hans.

Anna la cogió con un gesto rápido antes de que volara y salió de la habitación decidida a encontrar el camino hacia las mazmorras.

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