Frozen

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Ella sorbió y negó con la cabeza.—Déjalo. Supongo que para alguien como tú nunca es suficiente lo que hagan los demás por ti, ya que arrodillarse y besar tus pies no es lo que más te gusta. Has intentado matar a Kado porque querías castigarme a mí, y sabes, él no tiene la culpa de mis sentimientos. No es como si pudiese llevárselos consigo para siempre —una lágrima solitaria resbaló por su mejilla. Painei la apartó de un golpe seco—. Así que muy bien, no volveré a entrar en esta empresa, ni me opondré cuando nombres a otra persona que ocupe tu lugar, pero deja a Kado y a Kade en paz, ellos no tienen la culpa de lo que yo haga.

Él asintió, conforme. Painei esperó a que dijese algo, pero no lo hizo, y dio por terminada la discusión. Salió del despacho con la sensación de haber dejado otro trozo de sí misma en FROZE. Siempre le pasaba lo mismo, parecía que se desmoronaba allí dentro, y la idea de no volver le parecía como perder de nuevo a su madre. Aunque no muchos lo supieran, ella había alzado parte de la empresa con sudor y sangre, sobre todo con aquello último, y apreciaba todo aquello. Pero lo que hacían de últimas ya no le llenaba, le parecía una aberración, un ataque que echaría a la humanidad por tierra y no la dejaría remontar nunca más.

Tendría que buscar otra forma de remontar aquello y ayudar realmente al mundo tal y como había planeado hacía años, no como lo hacía su padre. Esa era la única manera de preservarlo todo, y de no perder lo que amaba.

* * * *

Freyka servía copas. Llevaba varios días trabajando en el club como camarera, a petición de Frank, y se sentía mucho más tranquila. Había cambiado de móvil porque no quería saber nada de Ravn, pero todavía le echaba de menos. Aceptar la propuesta de Frank de formar una familia todavía le sonaba descabellado, ella no estaba preparada para eso. Ya era suficientemente duro saber que estaba embarazada y que el padre de su hijo estaba en Noruega, sin saber que existía, como para encima echarse más problemas encima.

Miró el reloj de muñeca y suspiró. Todavía le quedaban dos horas para salir. En ese momento entró un hombre con gabardina oscura y sombrero que captó la atención de casi todas las prostitutas del lugar, como si dieran por hecho que tenía dinero. Sin embargo, él se sentó en la barra y pidió un whisky doble.

—En seguida.

Sacó la botella de debajo del mostrador y sirvió una copa hasta arriba. Hizo el amago de guardarla, pero él la detuvo, sujetándole con la mano.

—Déjala.

—Como desee —la colocó a un lado y le ofreció hielo. Él no hizo nada, y Freyka lo guardó de nuevo.

Fue a servir a otros hombres, y vio entonces, por el rabillo del ojo, como el desconocido de la gabardina sacaba su teléfono móvil y marcaba rápidamente. A pesar de que nunca espiaba a sus clientes, en ese momento se vio en la necesidad de hacerlo.

—Sí, todo en orden —aseguró a su intercomunicador—. Hemos hecho los movimientos pertinentes para que ese policía absurdo no nos joda la investigación. Ha llegado demasiado lejos, sabe todo sobre los residuos. Ya lo sé —dijo tras una breve pausa—. Me he encargado por la corporación, he enviado al gobierno detrás de él. De esa forma no estorbará más.

Freyka frunció el ceño. ¿De qué estaba hablando? Una parte de ella se sintió inquieta de pronto. ¿Se trataba de…? «No, eso es absurdo. No es Ravn».

—Nadie de la corporación lo sabe, y cuando se enteren ya estaré fuera de esto. Mi mujer ha hecho un gran trabajo, la verdad —rió con socarronería—. En fin, mañana volveré a Noruega y me pasaré por la isla. Necesito ocuparme de un par de cosas, relacionadas con NA34UNG —tomó una pausa para beber un poco de whisky y sonrió—. Sí, exactamente. Esta es nuestra era, ya lo verás. Haré de esta empresa el mismísimo cielo, donde todos los alaben igual que a dioses.

Freyka tragó saliva. Ya no le cabía duda, hablaban de Ravn y la corporación FROZE, y por lo que estaba entendiendo, no planeaban nada bueno. Incluso habían hecho algo en contra de Ravn. No podía creerlo, él estaba en peligro y ella era la única que podía avisarle.

Aprovechando que él estaba entretenido hablando por teléfono sacó el suyo propio y marcó rápidamente el número de Ravn.

Solo que estaba apagado. Maldijo y remarcó de nuevo. Otra vez el contestador. «No puede ser, tiene que saber que van a por él, pensó, mordiéndose el labio inferior. Lo intentaré una última vez». Deslizó los dedos por la tecla de llamada y esperó a que saliera el contestador para dejar su mensaje.

—Ravn, soy Freyka. Creo que hay problemas en FROZE, debes salir de ahí cuanto antes. Alguien va a por ti, creo que quieren matarte —la voz le tembló al decir la última palabra—. Por favor, no es ningún farol. Sal de ahí.

Colgó con la sensación de que faltaba mucho más por hacer.

No tenía la seguridad de que Ravn fuese a hacerle caso, ellos lo habían dejado de la peor forma posible y ahora la confianza estaba rota. Pero sabía que él era un hombre inteligente, y vería más allá de la relación que hubiesen tenido, y de cómo habían terminado.

—Perdona, señorita —dijo el hombre de la gabardina, apareciendo de la nada y asustándola—. Necesito que me acompañe.

A Freyka le latió muy rápido el corazón. Asustada, reculó un par de pasos, buscando con la mirada a alguien que la ayudase, pero estaba prácticamente en la puerta de salida, y Joe estaba muy lejos de su campo de visión.

—¿Sí? ¿A dónde? —preguntó, con la voz titubeante.

—Fuera. Solo será un momento —dijo, abriendo la puerta para dejarla pasar.

—Lo siento, necesito volver a la barra —se disculpó, e hizo el amago de regresar, pero el desconocido le vedó el paso con un brazo—. ¿Señor?

—Meterse en los asuntos de los clientes no es muy profesional —comentó él, sin mirarla—. Por lo menos espera a que él se vaya y no pueda escucharte, no hay que meter la pata de semejante forma. Ahora, sin hacer ruido alguno, vas a acompañarte y vendrás conmigo a FROZE. Allí nos ocuparemos de ti.

Ella negó con la cabeza, frotándose la barriga como acto reflejo, como si quisiera proteger al bebé que se gestaba en su interior. Estaba a punto de gritar y echarse a llorar, pero sabía que si lo hacía, podía meter en problemas a todo el mundo, y nadie tenía por qué pagar sus errores.

—No pienso repetírtelo —dijo el hombre, sujetando aún la puerta—. Vamos.

Freyka, temblando de pies a cabeza, asintió con la cabeza y se escabulló por la puerta. El desconocido la siguió.

—Por allí —indicó la limusina que había parada en la acera de enfrente—. Sin montar escándalos y sin intentar nada —le avisó.

Freyka llegó hasta la limusina con la sensación de que esa sería la última vez que vería Irlanda y aquél pub que tantas cosas buenas y malas le había dado. ¿Pensaría Frank que había huido para no estar con él? Esperaba que no, sin embargo, dejó caer su móvil con disimulo a un lado de la calzada y montó en la parte de atrás del vehículo. Detrás pasó el desconocido y ordenó arrancar la limusina.

—Bueno, ahora que vamos a pasar un tiempo juntos podrías decirme de qué conoces a Ravn, ¿te parece?

* * * *

Frank bajó las escaleras después de ocuparse de atender a un inglés que había ido a pedirle un servicio especial para una fiesta que daba en su mansión el próximo fin de semana. Pagaba bien y Frank jamás se negaba a algo así. Buscó a Joe -su vigilante y portero- con la mirada, y lo encontró junto a la barra, con el ceño fruncido.

—¿Ocurre algo? —le preguntó al llegar donde estaba.

—Freyka, no está y aún es su turno —comentó—. ¿A ti te ha dicho algo?

—No, siempre me espera para llevarla a casa —contestó, pasándose una mano por el pelo—. ¿No habrá ido a la despensa?

—He mirado y allí no hay nadie. Ni en la sala oscura, ni en las habitaciones… Pensaba que estaría contigo o se habría marchado, ahora está en la fase de las náuseas y el sueño, ya sabes, por su embarazo —Frank cabeceó. Joe suspiró—. En fin, no sé. La llamaré al móvil.

—Quédate tranquilo, saldré a llamarla yo. Tú vigila —indicó.

Joe asintió y se acomodó en un taburete.

Frank salió del pub y echó un vistazo a la calle. A las dos de la mañana no había mucha gente, todo estaba cerrado, desértico, exceptuando a una pareja que se comía a besos bajo una farola, a varios metros de donde él se encontraba.

Sacó el móvil y marcó. Fue entonces cuando llegó hasta sus oídos la melodía del móvil de Freyka. Recorrió con la mirada todo el lugar, moviéndose mientras agudizaba el oído para ver de dónde procedía la música. Caminó hasta la acera de en frente, y encontró el pequeño aparato en el suelo, vibrando y parpadeando.

Colgó el suyo y cogió el del suelo, con el ceño fruncido. ¿De qué iba todo aquello?

Regresó al pub, donde Joe, y le contó el asunto. El hombre mostró la misma reacción que él.

—¿Y esto qué significa? —quiso saber—. ¿Le han robado el móvil? ¿Le han hecho algo?

—No lo sé, y no tengo manera de averiguarlo. He llamado al último número con el que se puso en contacto, y es de hace cuarenta minutos.

—¿Sabes de quién se trata?

—Sale el contestador, no tengo idea de quién es —gruñó, frustrado—. ¿Nadie ha visto nada?

—Que yo sepa, no. Pero preguntaré otra vez —se ofreció Joe, preguntando a la otra camarera del turno de noche y a las chicas que trabajaban allí.

Frank, apoyado sobre la barra, resoplaba igual que un toro embravecido, sin poder creer que nadie hubiese visto nada. Pero una de sus chicas, con la que además había tenido un romance hasta hacía unas semanas, se acercó a él pálida y sudorosa.

—Yo creo que sé con quién se ha ido.

—¿Qué? —exclamó Frank, sujetándola por los hombros y zarandeándola—. ¿Con quién?

—No vi su cara, llevaba gabardina y sombrero. Tomó whisky y luego se marchó con Freyka, y todavía no han vuelto… —comentó con la voz temblorosa—. ¿Y si se ha ido con él a cambio de dinero? ¿Y si es un cliente?

—¡Claro que no! —la apartó con brusquedad—. Freyka está embarazada, no haría eso. Tienen que habérsela llevado a la fuerza. ¡Joe! Llama a la policía.

—Sí, jefe —asintió, corriendo hacia el teléfono que había detrás de la barra.

Frank salió del pub a fumar un cigarrillo. Si a Freyka le habían hecho daño él mismo iba a ocuparse de los causantes. ¡Por los dioses, ella estaba embarazada! Estaba seguro que si perdía a ese bebé iba a volverse loca, y abandonaría toda esperanza de empezar a ser feliz, rompiendo con todo su turbulento pasado. Freyka merecía ser feliz, y él lo sabía mejor que nadie, incluida ella.

—Tengo que saber que está bien —masculló.

—Jefe, vienen en camino —informó Joe, acercándose a él—. ¿Estás bien?

—No, Joe. Si le pasa algo, yo… —arrojó el cigarrillo al suelo, furioso conmigo—. ¡Le prometí que la cuidaría y mira!

—No es culpa tuya, jefe —aseguró Joe—. Si ella no ha gritado, es porque seguramente le conocía. A lo mejor simplemente se le cayó el móvil y está bien.

—La policía decidirá eso.

Joe asintió. Sujetó la puerta y dijo:

—Vaya dentro, le prepararé algo fuerte para calmar los nervios.

Frank echó un último vistazo a la calle, como si esperase ver a la mujer, y luego entró. Allí fuera no hacía gran cosa.

* * * *

—Salgamos de aquí de una puta vez —ordenó Ravn mirando a las dos mujeres paradas junto a la puerta—. Voy a volverme loco si me quedo un solo segundo más en esta isla.

Painei sujetó con fuerza a Kade. El niño miraba con curiosidad a Ravn, le causaba fascinación lo alto que era, y, sobre todo, la pistola que lucía a un lado de su cintura. Era como un poli de juguete hecho de carne y hueso.

—¿Puedo jugar con el poli, mami?

—En otro momento, cariño —Painei le acarició el cabello y le sonrió—. Ahora nos marchamos a casa.

—Jo, pero el poli mola mucho —se quejó el chico, inflando los mofletes.

Ravn lo miró con fijeza. Nunca se le habían dado bien losniños, y aunque conocía a Kade de haberle visto cuando era más pequeño, en ese momento le arrancaron una sonrisa sus palabras. No negaba que en algún momento de su vida se había parado a pensar en cómo sería tener un hijo propio, si sería inteligente, si le gustaría las mismas cosas que a él, si se le parecería…

Sin embargo, después de su relación fallida con Allie no quería oír hablar de niños. Si quería formar una familia, era con ella, pero como la rubia no estaba por la labor, pasaba del asunto de la paternidad. Se lo dejaba a cualquier otro idiota.

Allie, que se había quedado mirando fijamente al niño desde que entró a la habitación, se preguntó si estaba lista para algo así. Ser tía no era como ser madre, pero le impactaba de la misma forma. Aún no se lo creía.

—Allie —la llamó Painei, preocupada por su ausencia—, ¿te encuentras bien?

Ella parpadeó, apartando todos los pensamientos que se arremolinaban en su cabeza, y asintió.

—Es que he tenido un encontronazo hace un rato, y no sé muy bien si debo irme sin decirle a Reik la verdad.

—Vamos —le dijo Ravn—, a él se la sopla que seas su hija o no. Te ha echado al gobierno encima.

—En realidad no. Hablé antes con él y me dijo que le preguntara a cualquier otra persona de la corporación. Decía la verdad. 

—¿Y tú cómo lo sabes? —insistió Ravn, metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones.

—Porque lo sé y punto —declaró con dureza—. Deja ya de poner en duda todo lo que hago, y mueve tu culo de una jodida vez para que podamos salir de aquí.

Ravn alzó una ceja, sorprendido por el uso de insultos. Allie no acostumbraba a usarlos, ni a enfadarse por nada, y que en ese momento lo hiciera le demostraba que FROZE no congelaba los sentimientos, más bien los hacía explotar por los aires.

—Bueno, nada de discusiones —Painei intentó poner orden—. O salimos ahora, o nos quedamos aquí un día más. Vosotros decidís.

—Nos vamos —Ravn pasó por su lado y sacó del armario dos uniformes idénticos a los que usaban los guardias de las puertas—. Me he ocupado de buscarnos la forma de no levantar sospechas; vamos a disfrazarnos de guardias.

—No puede ser —Allie negó con la cabeza—, me niego a ir así vestida.

—¿Prefieres que te cojan? —preguntó él.

—Yo… No —aseguró, tragando saliva. Cogió uno de los uniformes y chascó la lengua—. Maldita sea.

—Póntelo —dijo Painei, aguantándose la risa.

Se sentó con Kade en la cama a esperar. Primero se vistió Allie y después Ravn. Ninguno de los parecía contento con la idea, pero no les quedaban otra. Ni siquiera ella podía buscarse una excusa para no decir quiénes eran ellos, lo mejor era evita problemas.

—Estoy ridícula —se quejó Allie, alisándose la camisa del uniforme—, aunque al menos nadie se dará cuenta de que somos nosotros.

—Mis ideas, aunque tontas, siempre son útiles —Ravn le apartó un mechón de pelo del rostro a pesar de que ella se alejó un poco de él, sorprendida—. Ya lo sabes.

Ella puso los ojos en blanco y las manos en las caderas, irritada. Pasar tanto tiempo con Ravn empezaba a pasarle factura, y lo último que quería era caer en su telaraña de nuevo. Necesitaba escapar cuanto antes de eso.

Lo que no sabía era que Painei tenía planeado encerrarlos en la misma casa las próximas semanas, mientras arreglaban todo el asunto del gobierno y FROZE.

 19

—¿Cómo has dormido? —Painei se acercó a la tostadora y sacó las rebanadas que había metido un minuto antes, colocándolas sobre uno de los platos de porcelana—. Tienes bastantes ojeras.

Allie, sorprendida de que la mujer estuviera allí, sonrió con cierta timidez y se sentó en una de las banquetas de la barra americana de la cocina. Painei le acercó las tostadas y mermelada de fresa. Allie se le quedó mirando, sorprendida.

—De pequeña también era tu mermelada favorita —explicó con una sonrisa despuntando sus labios.

—Ah. Gracias —no supo bien qué responder, todavía no se acostumbraba a tener una hermana y un pasado en común con una familia que por fin conocía.

—Ravn aún duerme, creo que deberías despertarle dentro de un rato y ayudarle con las vendas. Es un poco torpe.

—De acuerdo —respondió, mordisqueando el borde de la tostada, observándola.

Painei se entretuvo en preparar cereales, y justo cuando colocaba el bol frente a Allie, el pequeño Kade correteó hasta ella, abrazándose a su cintura.

—Buenos días, mami —saludó, feliz.

A Painei se le iluminó la mirada. Solo necesitaba a su pequeño al lado para estar bien, y ahora que estaba fuera de peligro aprovecharía eso.

Allie, notando una punzada de envidia, terminó de desayunar en silencio. Se sentía rara desde que había salido de la isla, treinta horas antes. Todo había ido bien, nadie se percató de que eran ellos. Regresar a Noruega, después de tantas semanas, la hizo sentir persona de nuevo. Era una sensación que nacía desde lo más profundo de sí misma, y que en ese momento la tranquilizaba.

Todavía tenía mucho que hacer, no todo estaba solucionado, empezando por su libertad vedada y por su pasado descubierto, pero se lo tomaba con calma. No le quedaba otra, habían sido demasiadas emociones en tan poco tiempo.

—Toma, cariño —Painei ayudó al pequeño a sentarse y le dio un beso en la frente.

Kade miró a Allie con una sonrisa que le revolvió el pecho.

Nunca había imaginado que unos ojos tan bonitos como los de un niño pudieran hacerle desear tantas cosas que creía haber enterrado años atrás.

—Tú eres igual que mi mami —comentó Kade.

—Sí, así es —Allie se sintió estúpida de pronto, revolviendo las manos sobre su regazo—. Somos hermanas.

—¿Y cómo te llamas?

—Alyson.

—Es un nombre precioso, ¿verdad? —Painei le acariciaba el pelo a su hijo, mirando fijamente a Allie, con curiosidad—. Ella creció lejos del abuelo y de mí, Kade, por eso no la conoces.

—¿No se siente triste por eso? —quiso saber él, sintiendo una enorme curiosidad infantil con respecto a losintrusos que había en su casa ese día.

—No lo sé. ¿Te has sentido triste? —le preguntó Painei.

Allie tragó saliva, asintiendo.

—Todos y cada uno de los días de mi vida —admitió con la voz quebrada.

—Pero ahora estás aquí, y puedes comer caramelos con nosotros —Kade sonrió—. ¿Verdad, mami? Tenemos un montón.

Allie sonrió, queriendo llorar en su fuero interno. Ella no había tenido una infancia feliz, pero Kade se veía un niño tan querido que volvió a clavar una espinita en su corazón. Estaba segura de que Painei lo protegía con su vida todo el tiempo, como si fuera su tesoro, su corazón. Y ella también quería sentir que existía en el mundo algo que le pertenecía, que formaba parte de ella y que jamás desaparecería.

Painei, percibiendo las turbulentas emociones que palpitaban en los ojos zafiro de su hermana decidió que era mejor hablar de otras cosas. No quería tocar temas que pudiesen ensombrecer a Allie.

—¿De qué trabajas, Allie? —se interesó, sentándose a su lado con un café templado entre las manos—. Kado me comentó que eras fiscal, como yo.

—Lo dejé antes de entrar en FROZE, un par de semanas antes —comentó, revolviéndose en la banqueta—. Después de mi fracaso sentimental con Ravn decaí bastante —existía un rastro de dolor y rencor en su tono de voz—, así que simplemente lo dejé un tiempo.

—Debió ser duro para ti perder a Ravn.

—No estoy segura de que perderle sea la palabra correcta. Él solo no estaba preparado para enfrentarse a algo de tal magnitud sin estar enamorado, es comprensible —encogió ligeramente los hombros, bajando la mirada. Le daba algo de vergüenza que Painei viera el dolor que intentaba esconder—. Ahora solo somos compañeros de aventuras, supongo.

Painei frunció los labios, no queriendo ahondar demasiado.

Ella era la culpable de todo lo ocurrido, pero su hermana no estaba lista para escuchar la verdad. No todavía.

—Ravn te quiere, ya lo sabes. Quizás deberías hablar con él.

—Sí, pero no para volver. Con una decepción en la vida es suficiente.

Lo dejaron estar. Terminaron de desayunar en silencio, hasta que Kade, con los labios y las mejillas manchadas de Cheerios y leche fue hasta el baño para lavarse los dientes y asearse.

—¿Qué edad tiene? —Allie preguntó, levantándose para meter el plato en el lavavajillas.

—Seis años.

—Entonces lo tuviste con…

—Veinte años, sí —sonrió Painei, un tanto enigmática—. Al principio me asusté como el demonio, pero ahora, cuando lo veo, solo siento que es lo mejor del mundo.

—Tiene que ser bonito —suspiró, apartándose un mechón de pelo del rostro. Esa mañana había recogido toda su melena en una coleta alta, pero el flequillo seguía molestándole.

—Lo es. ¿Nunca has querido tener familia?

—Oh, no. No sé —sintió que la lengua se le pegaba al paladar, producto de los nervios—. Aún falta para que pueda tener una familia, y viendo cómo está el panorama actual, no creo que sea lo ideal para tener un bebé y esas cosas.

—Lo solucionaremos —aseguró, apartándose para ir a por el correo a la puerta—. El gobierno no puede perseguir a inocentes, y es lo que sois tú y Ravn. Averiguaré quién de FROZE ha dado la orden y le apretaré las tuercas para que os deje tranquilos.

—¿No tienes alguna idea de quién ha podido ser?

Painei no respondió de inmediato. Solo tenía en mente dos personas: Essei y Kelly. La segunda tenía más boletos en el viaje de la culpabilidad que el primero, teniendo en cuenta que había cometido el error al no saber diferenciarlas y los había sacado de la isla en cuestión de horas. Y si había sido Kelly, ella se encargaría de que dejase de husmear en FROZE para arrebatarle lo que le pertenecía.

—Puede ser —respondió, escueta.

Allie no insistió. Le daba la impresión de que Painei prefería hacer las cosas a su modo y sin tener que explicar cada uno de los movimientos que hacía. Aún no estaba segura de si podía confiar en ella o no, pero lo iría descubriendo poco a poco. Ahora que había encontrado a su hermana, no quería perderla de nuevo.

Necesitaba las respuestas a las preguntas que se había hecho a lo largo de aquellos años.

—No me lo dirás —comprendió al ver que no dijo nada más.

—Lo siento, es que no está en mi naturaleza acusar a las personas sin pruebas. Cuando esté segura de quién es, te lo haré saber. Tengo la impresión de que te encantará rendirle cuentas.

Allie se abstuvo de preguntar más, comprendió a qué se estaba refiriendo como si le hubiese leído la mente. Eso le hizo sentir extraña. Jamás, en toda su vida, había sentido esa clase de conexión con otra persona, ni siquiera con Ravn, y eso que había estado muy unida a él.

«Cosas de ser gemelas», pensó, alejándose de allí. Salió por la puerta de la cocina al jardín exterior e inspiró hondo. El cielo estaba encapotado, pero tenía pinta de nevar y no de llover. En Noruega no bajaban tan poco las temperaturas en invierno como para que cayese un aguacero; por eso le gustaba vivir allí.

* * * *

Ravn giró en la cama, desvelado. Todavía estaba cansado, pero no podía dormir más. De lejos se escuchaba la risa de un niño y su trote por todo el jardín. Irritado, se frotó los ojos con la mano y abrió lentamente los párpados, encontrándose con un sol pálido que entraba por la ventana. Suspiró.

—Veo que tienes buen despertar —comentó Allie, alzando una ceja, al ver como su miembro viril se alzaba, majestuoso, en vertical sobre su cuerpo.

Ravn miró hacia abajo y esbozó una sonrisa torva.

—Sí, creo que tiene un radar para cuando estás cerca.

Ella negó con la cabeza, dejando un montón de ropa doblada sobre la cómoda.

—Painei me ha pedido que te ayude con el apósito —explicó, rebuscando por los cajones en busca de las vendas y el desinfectante.

—Puedo yo solo —aseguró él con voz pastosa, sentándose en la cama.

—Lo dudo mucho —ella esbozó una sonrisa burlona, acercándose a la cama—. Siempre has sido un poco bruto con estas cosas.

—Me han acuchillado por primera vez en mi vida, no es comparable con la vez que me choqué con el coche.

—Esa noche casi me mataste del susto.

Ninguno dijo nada más, ya era suficientemente raro que alguno comentase cosas del pasado, como si no hubiera ocurrido nada. Ravn quiso acariciarle las mejillas. Ese día llevaba el pelo recogido, algo poco común en ella, y sus ojos se mostraban tristes y quebradizos. Había un sentimiento que la torturaba, o quizás un recuerdo, y él quería recogerla antes de que diese contra el suelo.

Volver a fallarle podría suponer la pérdida de todo.

Pero sabía que ella no le permitiría tal cosa. Estaba más hermética que de costumbre. Allie era así, se aislaba en sí misma cuando estaba dolida o enfadada, y en ese momento, aventuró Ravn, le sucedían las dos cosas.

—¿Por qué me miras tanto? —inquirió, irritada. Tanta atención la incomodaba.

—Estás preciosa esta mañana, ¿cómo no voy a mirarte?

—Pues céntrate en otras cosas —farfulló, enrojeciendo levemente.

—Es que ya me he acostumbrado a levantarme y verte de nuevo —siguió diciendo él, a sabiendas de que se llevaría una bofetada si continuaba por ese camino.

—Solo es algo eventual —dijo, preparando todo lo que iba a usar para limpiarle la herida—, no te pienses que voy a seguir aquí cuando termine.

—Claro que seguirás —repuso Ravn con tranquilidad—, porque cuando esto termine, vas a ver que soy lo mejor que tienes.

—No te tengo, Ravn. No me toques las narices.

—Bueno, la nariz no sé, pero tú podrías tocarme otra cosa —comentó en actitud juguetona, acercándola.

Allie se revolvió contra él, pero Ravn la tumbó en la cama, tirando todo por el suelo e ignorando sus gritos y quejas. La atrapó bajo su cuerpo, sujetándola por las muñecas, y la besó.

Notar su aliento mezclándose con el suyo de nuevo fue como propulsarse al paraíso. Nunca se cansaría de sus labios, de su calor y de su sabor. Le hacían mejor persona, y cubría su corazón con un manto cálido que le estremecía de pies a cabeza.

Deslizó los dedos por su mejilla y su cuello, escuchándola suspirar. Miró sus ojos azul oscuro, como el océano, y se sintió hundido en sus profundidades. Solo que esa vez el agua estaba templada y no fría.

—Me deseas —una verdad, no pregunta.

—Ya quisieras tú —dijo con voz entrecortada.

—Yo deseo otras cosas de ti, Allie, pero desde luego no algo que ya tengo —volvió a besarla—. Porque te puedes poner como quieras, pero te noto caliente y húmeda ahora mismo.

Allie gimió sin poder evitarlo cuando él presionó su erección contra su cadera. El aire de sus pulmones la abandonó por completo, al igual que la cordura. Sus dedos se toparon con la piel caliente del hombre, que parecía aguardar dentro de su cuerpo un volcán a punto de erupción.

—Confiésame una cosa —murmuró él con los labios a solo un milímetro de distancia de la piel de su cuello—, ¿todavía sientes algo por mí?

—No.

—Respuesta equivocada —lamió la curvatura de su cuello, notándola estremecer—. Solo tienes que decirme la verdad, Alyson.

—Te la he dicho —espetó entre dientes—. No siento nada por ti.

—Pues qué lástima, porque me encantaría hacerte el amor otra vez, Allie. La otra noche me faltó mucho por recordarte todo por lo que alguna vez te quedaste en la cama incluso cuando tenías algún juicio.

Sí, ella recordaba eso. Las mañanas encerradas en la cama con él, recorriendo cada rincón de su cuerpo con las manos y con la boca, mirándole a los ojos mientras llegaba al clímax, mientras él la arropaba y la quería a su manera. Pero de eso hacía demasiado tiempo, y volver a lo mismo implicaría mucho más dolor cuando se separaran.

Y Allie no quería sufrir más por culpa suya. Por culpa de los desencadenantes de su ruptura había terminado allí, con el gobierno tras sus talones y con una familia que no era lo que ella había esperado.

No necesitaba más.

—Ravn, vives demasiado en fantasías. Si estoy aquí es únicamente porque ambos tenemos el mismo problema, y porque en parte es culpa mía que el gobierno quiera borrarte del mapa. Pero no me pidas que te abra otra vez mi corazón, no te gustará ver lo que hay dentro de él ahora mismo.

Ravn no se rindió. Veía algo más en aquella declaración, algo que ella le ocultaba por su propio bien. Claro que sentía algo, ella misma se lo había confesado la noche en que se acostaron, pero no estaba segura, y hasta que no pusiera en orden su mente y su corazón, seguiría rechazándole.

No obstante, él le haría ver que todavía podían tener un futuro conjunto. Porque él la necesitaba consigo, lo había descubierto esos días, esos meses en los que ella no había estado rondándole y él se preguntó una y otra vez por qué todo falló de esa forma, por qué no fue lo suficientemente valiente como para asumir todo lo que le vino encima.

Él pensaba que no había conocido nada del amor a pesar de haberla querido, pero en ese momento, justo cuando la tenía consigo sin poseerla, se dio cuenta de que el amor no se busca, él te encuentra a ti. Y con Allie había llegado en el momento de la despedida, en un cruce de caminos donde cada uno de ellos había elegido una dirección distinta. Así que perderla de nuevo en el mismo cruce solo era de idiotas.

—Está bien, princesa. Esperaré hasta que te des cuenta de lo que hay entre nosotros, porque yo sí siento algo por ti.

Aquella declaración la cogió por sorpresa, solo que él no le dio tiempo a pensar en ello; enmarcó su rostro con las manos y la besó de nuevo, como si la vida le fuera en ello, como si nunca pudiese saciarse. Luego, despacio y a regañadientes, se separó y la dejó en libertad.

Allie inspiró hondo varias veces, recuperando el aliento.

Acto seguido saltó de la cama y abandonó el cuarto con la sensación de que había dejado un pedazo de sí misma en la cama que ahora ocupaba Ravn.

«Yo sí siento algo por ti». Las palabras se grabaron dentro de su cabeza y su corazón a fuego, de forma que no lo pudiese olvidar. Cerró los ojos, apoyándose en la pared, e inspiró hondo, reteniendo el aire dentro de sus pulmones. «Esto se me está yendo de las manos».

* * * *

Kelly estaba de los nervios, todo estaba saliéndose de su lugar y eso no le tranquilizaba en absoluto. Que la segunda de sus primas apareciera de pronto, salida de la nada, no significaba nada bueno. En realidad, era lo peor que podía pasarle a alguien como ella. Representaba una amenaza en toda regla, algo que podía tumbar sus planes.

Paseó por la sala con tranquilidad, dándole vueltas a lo ocurrido en los últimos días. Ella misma se había hecho pasar por quien no era para acercarse más a Ravn, el policía era una gran amenaza, o eso había escuchado, y tenía mucha curiosidad por saber qué era eso tan amenazador que poseía. Sin embargo, varios días a su lado no le había sacado de dudas. Seguía teniendo la mente revuelta con respecto a él.

—Tiene que haber algo por alguna parte —murmuró.

La corporación guardaba celosamente su información, muy pocos podían acceder a ella sin afirmación previa. Era harto difícil meterse en los ordenadores privados de los miembros de la corporación y explorar lo que contenían, aunque Painei siempre lo conseguía sin ser pillada. La mujer era una hacker excelente, nunca dejaba una sola huella detrás de sus actos, y Kelly la odiaba y la envidiaba por eso. Ella era más torpe con la informática.

Suspiró, dejándose caer sobre el sillón del despacho que su padre había predispuesto para ella, mirando la ciudad desde el enorme ventanal que tenía a la espalda. La isla era grandísima, pero FROZE no ocupaba más de la mitad de ésta. Y no es que necesitaran más espacio, simplemente era un desperdicio para el gobierno de Noruega vender tan barato una isla que podía aprovecharse mejor.

Recordó el día que la abrieron, cuatro años atrás. La mentira que FROZE dio sobre el verdadero lugar que pisaban cada día. Allí dentro nadie descansaba, al menos no en el sentido de la palabra que cualquier individuo esperaba encontrar. Podían cambiar la palabra por algo más deletéreo, algo que pocos imaginaban. Los atroces actos que FROZE ejercía bajo el acero de sus muros harían estremecer a las personas que soñaban con pasar un día allí.

Salvo Kelly. Ella se movía como las serpientes en la selva, esquivando a depredadores más grandes, quitándolos del medio con suma facilidad. Le encantaba sentirse la reina de los muros de metal de la isla, la futura dueña de aquella corporación que tanto dinero daba.

«Yo manejaría esto infinitamente mejor», pensó, pasándose la lengua por los labios pintados de rosa oscuro. Sus ojos verdes vagaron en la lejanía, en el agua del mar recortado en el horizonte, en color azul zafiro.

Ese color le traía malos recuerdos, evocaba en su mente todas las veces que había intentado quitar del medio a Painei, fallando.

—Y encima ahora tengo dos, a falta de una —gruñó—. Es injusto, esta corporación es mía.

Essei no podía cedérsela a otra persona que no fuera ella, era su padre, le debía todo lo que tenía y todo lo que consiguiera hasta el día de su muerte. Ella era su única heredera, él lo sabía, y a pesar de ello continuaba poniéndole trabas.

Por eso había decidido moverse por su cuenta. Primeramente había elegido como víctima al policía, después de perder de vista a su compañero, el cual aún no había aparecido. Era como si la isla se lo hubiera tragado. Ella se había asegurado de buscarlo por todos lados, pero nada, ni un solo rastro que seguir.

Irritada consigo misma y con la falta de información obtenida en esos días, optó por darse una vuelta y enterarse de qué se ocupaba actualmente la corporación. Subió en el ascensor hasta la sala de reuniones, pero allí solo estaba Ossv mirando su ordenador portátil, ajeno al mundo. Siguió caminando por el pasillo y llegó hasta el despacho de Essei, que era el más grande de todos, con doble puerta de roble.

Tocó y esperó pacientemente. Como nadie le respondió, asomó la cabeza, topándose con el despacho vacío. Curiosa, entró y cerró la puerta. Fue hasta el escritorio y rebuscó por entre los papeles. Encontró de todo, pero nada relevante o que llamara su atención.

—Vaya mierda —gruñó, arrojando una carpeta de malas maneras sobre la superficie de madera—. Absolutamente nada.

Escuchó pasos al otro de la puerta, alertándola. Agudizó al oído, pegándolo a la puerta, y escuchó la risa estrambótica de Essei y la voz ronca de otro hombre que le era muy familiar.

Con el corazón en el pecho fue hasta el armario donde su padre metía todo el papeleo que no quería y se escondió, no queriendo ser descubierta.

Segundos después la puerta se abrió de nuevo.

—Esos hijos de puta —gruñó Essei, sentándose en su escritorio, resoplando—, no sé qué demonios buscan. Les estamos ofreciendo lo mejor.

—Creo que sospechan algo —comentó el otro hombre, sirviendo dos copas con whisky y hielo doble—. Ya sabes, sobre eso.

Essei frunció los labios, mirando a un lado y a otro, como esperando encontrar a alguien escuchando furtivamente. Luego se relajó y aceptó la copa de buen grado.

—Sí, yo también lo creo. Alguien ha tenido que irse de la lengua.

—¿Tanya Schemertting? —sugirió.

—No, esa mujer está más que muerta. Y aunque viviera, no diría nada. ¿Quién iba a creerla?

—Bueno, técnicamente fue ella quien destruyó el primer Ejemplar Alpha, alguien podría haber husmeado un poco, hallando información sobre el caso.

Essei se acarició la barbilla, pensativo. Era una buena teoría, pero no dejaba de ser eso, una especulación, y a menos que alguien le mostrara que realmente se trataba de eso, creería que tenía un topo entre sus tropas. Sonaba más inteligente.

—Quiero que investigues a todos los que trabajan en el caso, incluso Reik. Él más que nadie.

—Dudo mucho que tu hermano sea tan estúpido de mostrar su máxima creación. Lo guarda celosamente desde hace años.

—Precisamente porque suena estúpido creo que podría ser realmente eso —Essei dejó su vaso de cristal tallado sobre el escritorio y suspiró—. Desde hace algún tiempo no me fío de ninguno de los miembros de la corporación, creo que todos planean cosas por su cuenta, y eso desestabilizará la empresa.

—Painei es la mejor para ocuparse de eso —el hombre tomó asiento en la silla libre, frente a Essei, y pasó una mano por su cabello rubio. Normalmente no se mostraba tal y como era, pero con Essei se sentía protegido, resguardado de todo, así que no le importaba descubrir su cara al mundo—. El problema está en que Reik la ha echado de la isla, y a menos que nos pongamos en contacto con ella…

—Olvídalo, no pienso meter a mi sobrina en esto. Mucho menos para investigar a su padre. No, tenemos que pensar en otra cosa.

—¿Kado?

Essei soltó una breve risita entre dientes, negando con la cabeza.

—El chico de las cámaras ha sido expulsado también de la isla. Ni siquiera sabemos dónde está.

—Últimamente se echa a demasiada gente de aquí sin ningún tipo de miramientos. ¿Y si alguno de ellos se va de la lengua?

—No es momento para preocuparse de eso. Tenemos las espaldas cubiertas. Además, ahora nos acucian otras cosas. Si alguien está metiendo sus narices en los Ejemplares Alpha, tenemos que encontrarlo y eliminarlo.

La determinación que ese acto llevaba consigo cayó sobre los dos hombres como una pesada losa, mientras Kelly, dentro del armario, se tapaba la boca con la mano, escuchando todas y cada una de las declaraciones de su padre.

—¿Cómo lo hacemos, jefe? —el hombre colocó sus pies encima de la mesa, a pesar de la mirada terrible que Essei le dedicó.

—Eso, Therus, es problema tuyo —Essei dijo entre dientes, irritado.

Dentro del armario, Kelly abrió los ojos con horror, notando un pesado nudo atenazándole la garganta. Eso no podía ser posible, él no podía estar vivo. Therus había muerto bajo sus propias manos, o al menos, eso es lo que había vivido tres años atrás.

Sin embargo, el hombre parecía estar allí mismo, a pocos metros de ella, ejerciendo como matón de su propio padre. El Destino era, cuanto menos, caprichoso e irónico.

—Vaya, es la primera vez que dices mi verdadero nombre —Therus no dejó pasar el momento para dejar ver su sorpresa.

—Estoy cansado de tanto secretismo y tanta mierda —Essei hizo un aspaviento con la mano, restándole importancia—. Nadie más que yo sabe que estás vivo; la gran parte de la gente que está en la isla piensa que eres otro hombre que he contratado.

—Eso es inteligente. Ni siquiera tengo huellas dactilares, las perdí en el incidente. Nadie se enterará que soy yo.

Sus ojos brillaron con ferocidad. Essei apartó la mirada. Él sabía bien que con incidente, quería decir intento de asesinato hacia su persona. Y no podía culpar a Therus de odiar a la culpable aun cuando él le había pedido que la dejara tranquila. El deseo de venganza debía estar llenándole de veneno cada día, y aún así, le protegía y le concedía una lealtad increíble.

—Como ves, cumplo mis promesas, Therus. Te protejo mejor de lo que te piensas. En cualquier momento podrías matarme y nadie averiguaría jamás quién es el culpable.

Therus vio el reto que brillaba en los ojos de Essei y chascó la lengua. Aunque su jefe no lo supiera, él le admiraba mucho, y no le importaba trabajar bajo sus órdenes. Pero algún día se vengaría de Kelly, cuando las aguas se calmasen, y entonces le haría pagar a la mujer todas y cada una de las horas en las que se odiaba por el desperfecto de sus manos, su rostro y su cuerpo, chamuscado bajo las llamas del fuego que ella había provocado.

—Tranquilo, jefe. Soy un hombre educado y elegante —dijo con un deje de burla—. Puedes confiar en mí.

Essei soltó una carcajada, helándole la sangre. Acto seguido cogió una de las carpetas que había por el cajón de su escritorio y se lo dio.

—Los participantes en la investigación y creación de los Ejemplares Alpha. Trátalo con cuidado, nadie debe darse cuenta.

Therus se guardó la carpeta en la chaqueta de cuero que llevaba y asintió. Bebió lo que quedaba de whisky en su vaso y se levantó, desperezándose con desvergüenza, ignorando la mirada de advertencia en los ojos de Essei.

El hombre lo vio marcharse. Exhaló un largo suspiro, reclinándose en su sillón. Se tapó los ojos con una mano, ya que sentía palpitaciones en la parte posterior de su cráneo. Trabajar para una empresa como aquella requería demasiado trabajo, y él comenzaba a cansarse cada vez más rápido.

Se estaba haciendo viejo.

* * * *

Kelly, aún escondida, absorbió toda la información y nombres que había escuchado para investigarlo nada más saliera de allí. Acababan de concederle el hilo que necesitaba para seguir tirando sin que nadie se diese cuenta. Era perfecto.

Lo único que le molestaba, aparte de que su padre le escondiera ese tipo de cosas, es que Therus aún viviese. Él y ella tenían cuentas pendientes, así que tendría que vigilar mejor sus espaldas o terminaría muerta cuando menos lo esperase.

A Therus le importaba poco ir a la cárcel por asesinarla, lo conocía de sobra. Lo que no tenía tan claro era por qué le daba tanta lealtad a su padre después de lo ocurrido, por qué no le culpaba a él también.

«Lo averiguaré —pensó, cerrando los ojos—. Te quitaré del medio otra vez, si hace falta, Therus, y esta vez el infierno no te dejará salir».

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