Frozen

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O comenzaba a controlarse, o caería de nuevo en las garras de Ravn, y eso no era algo que deseaba. No quería que él volviera a destrozarle el corazón de esa manera, como si no fuera lo suficientemente bueno para él.

Con el pelo húmedo pegado a la espalda y los pies enfriándose sobre el suelo, se quedó largo rato allí, barajando las posibilidades que tenía de salir de aquello sin implicarse más con Ravn. Debía existir la manera, pero no lograba verla con claridad, y tampoco deseaba pedirle ayuda a Painei, porque era suficiente con tenerles allí siendo buscados por el gobierno. Podía meterse en un lío por culpa de ellos, y aún así no dudaba en ofrecerles un refugio seguro.

En ese momento alguien llamó a la puerta. Allie se tensó.

La dulce voz de Painei, algo menos aguda que la suya, penetró a través de la madera. Al ver que no respondía, abrió ligeramente la puerta y, solo con echar un vistazo, supo que su hermana la necesitaba.

—Allie —exclamó, entrando y cerrando la puerta—. ¿Qué ocurre?

La mujer negó con la cabeza, tapándose el rostro para que nov la viese llorar de esa forma tan ridícula. Painei, sin embargo, le apartó los brazos y la miró fijamente. Le causó mucha impresión ver las gotitas brillantes que colgaban de sus pestañas y desbordaban sus ojos.

—Cuéntame —pidió, apenas un susurro.

—Estoy asustada.

—¿De qué?

—De lo que siento ahora mismo. Creía que en FROZE lograría enfriar todo el amor que sentía por Ravn, pero ahora solo me doy cuenta que quema más que nunca. Él está grabado tan profundamente en mí que no sé cómo arrancarlo.

«No sabes cómo te comprendo», pensó Painei, bajando un poco la mirada.

—¿Por qué no se lo dices? —preguntó.

—Porque entonces Ravn aprovecharía para atarme de nuevo a él, y no estoy preparada para pasar dos veces por eso.

—Estar con alguien, amarle, no significa atarse a dicha persona toda la vida —recitó Painei, recordándose a sí misma la relación que mantenía con Kado, donde ninguno de los dos le pertenecía al otro, y lo mucho que eso le dolía—. El amor solo es una forma de compartir la cordura, la falta de ésta, el cuerpo y la mente con otra persona. Allie, amas a ese hombre, y estar con él no hace más que incrementar ese sentimiento.—No quiero que crezca —gimió, encogiéndose sobre sí misma—. Amarle solo me hace daño.—Quizás deberíais hablar sobre esto, aclararlo. Él… —tragó saliva, sentándose frente a ella. No podía decirle que Ravn la amaba, porque eso solo enterraría más la daga en su corazón—. Habla con Ravn —pidió—. Deja que te cuente la verdad.

«Yo no quiero oír por qué me dejó, ya no —gimió en su interior— . Me mataría saber que me dejó porque no me quería, que era cierta esa excusa».

Painei soltó todo el aire de sus pulmones. Aquello no estaba funcionando, y lo comprendía. Allie estaba completamente rota por el abandono de Ravn, y no sabía que la culpable era ella, su propia hermana. Ella le había arrebatado el único atisbo de felicidad y tranquilidad que había conocido en su vida.

De pronto se sintió una persona horrible, aun cuando había hecho aquello con la única intención de salvarla y de salvar a Ravn.

Ella solo había buscado la supervivencia de dos personas que le importaban. Pero los medios no justificaban el final en aquél momento.

—Lo siento —susurró. Allie alzó la cabeza, mirándola con interrogación—. Lo siento tanto. Ojalá consigas arreglarlo con él, porque te quiere más de lo que te crees, aunque nunca te lo haya dicho. A veces basta con mirar a los ojos de una persona para ver lo que guarda dentro. Solo tienes que enfrentarte a tus miedos, dejar los prejuicios a un lado.

Temblando, se levantó del suelo y abandonó la habitación. Si pasaba más tiempo allí dentro, terminaría por confesarle todos y cada uno de los actos que había cometido en los últimos años, ninguno de ellos bueno. Allie merecía tranquilidad en ese momento, y ella no iba a amargarle más.

Allie se secó las lágrimas, inspiró hondo, serenándose, y fue hasta el baño de nuevo. Frente al espejo solo vio una muñeca rota.

Una muñeca que ya no quería ser de trapo, si no de porcelana.

—Nunca más —se recordó a sí misma—. Da igual lo que él haga, no voy a morir por él ni una sola vez más.

Se vistió en silencio, y se dejó el cabello suelto, con todos los rizos acariciándole los hombros y la espalda. Luego bajó a la cocina para cenar algo, pero Painei no estaba por ningún lugar.

La buscó por el salón y su habitación, y seguía sin aparecer.

—Ha salido con Kade —informó Ravn, apareciendo de la nada en la cocina—. Fueron al cine, así que llegarán tarde.

—Qué envidia, ella que puede salir sin que el gobierno se le tire encima —suspiró, rascándose la nuca.

Observó con atención a Ravn, que llevaba solo la parte de abajo de un pijama que le quedaba algo holgado, en color gris oscuro, su favorito, y cocinaba pasta como si nada. Ni siquiera la miró cuando ella llegó hasta la barra del centro y se sentó.

—Tú no sabes lo que es la cortesía ¿uh? —comentó, alzando una ceja.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Ravn, escurriendo los macarrones.

—Vas casi desnudo.

—Ah. Sí, es que aquí la calefacción está muy alta y me da calor. De todas formas, dudo mucho que Painei se moleste.

—Eso significa que la conoces de antes, claro —murmuró, un rastro de furia en su voz.—Sí, lo cierto es que sí.

Allie ignoró los celos que le quemaban el pecho y le estrujaban el corazón sin piedad.

—¿Tuvisteis algo? —soltó de sopetón.

—¿Qué? —exclamó, girándose—. ¡No! —se rió—. No ha ocurrido nada entre ella y yo.

—¿Entonces…?

—Es largo de contar, y ahora no es el momento.

—Yo diría que es el momento ideal. Estamos solos.

—Pues por eso mismo —sonrió, tan sexy como Allie recordaba, y terminó de preparar la cena.

Diez minutos después había colocado los manteles, los cubiertos, una botella de vino que había robado de la despensa de Painei, copas de un cristal tan delicado que casi les daba pena usarlas y una fuente de pasta con salsa de salmón, la favorita de Allie.

Tuvo que admitir, después de ver todo eso, que Ravn se esforzaba por llevar la situación lo más pacíficamente posible. Y Allie se lo agradecía, ya que en ese momento su corazón era un tornado de emociones que no lograba manejar del todo, y no sabía cuántas cosas se llevaría por medio a su paso.

—Cenemos tranquilos, ¿vale? Solo por esta noche —pidió con una enorme sonrisa despuntando sus labios.

Allie se relajó un poco. ¿Qué podía tener de malo una sencilla cena?

Él sirvió la pasta en los dos platos, así como el vino, y luego dejó que Allie cenara tranquila para poder mirarla todo lo que quiso.

Esa noche llevaba un vestido de corte babydoll encantador, y muy morboso, también. En color blanco, dejaba al descubierto parte de su escote y hombros, así como sus largas piernas, enfundadas en unas botas de ante marrón que le llegaban hasta las rodillas, acordonadas. Los rizos rubios brillaban bajo la luz del techo, algo húmedos aún, y su fragancia, una mezcla dulzona, penetraba por sus fosas nasales, aturdiéndole.

Sólo deseaba hacerle el amor esa noche. A todas horas. Cada vez que la tenía cerca su cuerpo reaccionaba quemándolo por completo. Reconocía a la otra extensión de sí mismo solo de un vistazo, y eso no le hacía ningún bien, porque Allie no quería volver a tener nada con él.

—He pensado en ir a ver a Izar, mi jefe, mañana —comentó en un intento por distraerse y no seguir encendiéndose de esa manera, cuando luego no podría desfogarse cuando él quería—. Quiero preguntarle directamente por qué hace todo esto.

—Él no tiene nada que ver con la orden que dieron al gobierno de capturarnos. Proviene de FROZE.

—Pero Izar está metido en el ajo. Voy a sonsacarle todo lo que sepa. Esta aún es mi investigación.

—Vas a meterte en un lío, Ravn, y de camino me arrastrarás a mí —le recordó, dejando de comer de golpe para poder discutir el asunto con él—. Eso no es lo más inteligente que puedes hacer.

—Es que no hay nada inteligente que yo pueda hacer. Si nos quedamos aquí encerrados, no volveremos a recuperar nuestras vidas, y yo necesito salir de aquí.

—¿Para volver con Freyka? —le atacó ella.

Ravn suspiró.

—No, Allie. Terminé con Freyka hace semanas, no me interesa volver con ella. Y no considero que deba darte explicaciones. Fuiste tú misma la que me dijiste que no querías volver a saber de mí, que no querías mezclarte más con esto.

Apretó los labios, molesta consigo misma. Cada vez perdía más los nervios delante de él, y eso no le beneficiaba. Estaba tan confusa que ya no sabía si quería que Ravn la besara o la ignorase. Lo que sí sabía era que ella no quería pasar otra vez por otra pérdida. Eso le aterraba.

—Además, no deberías estar tan agresiva conmigo —siguió diciendo él, apartando el plato casi intacto—. Solo intento arreglar mis asuntos sin meterte, como tú quieres.

Allie, sin querer discutir más, soltó la servilleta de tela encima de la barra y se alejó de allí. Iba a perder la poca cordura que le quedaba si continuaba en presencia de Ravn.

Pero él no la dejó ir mucho más lejos. La tomó desde atrás, por la cintura, evitando que saliera de allí. Allie jadeó, sorprendida.

—No me dejes otra vez así —le pidió él, en un susurro cerca de su oreja—. Te necesito esta noche, Alyson.

Ella negó con la cabeza, notando un nudo atenazándole la garganta. «No».

—Allie, por favor —suplicó—. Quédate conmigo.

Y Allie, a pesar de que quería resistirse hasta su último aliento, no pudo más que dejar de forcejear y tomar la mano de Ravn y besarla. Lamer aquellos dedos que tantas veces la habían acariciado. Él gimió, muy cerca de su oído, y terminó por tirar abajo todas y cada una de las corazas que recubrían el corazón de Allie.

 22

Ravn la pegó contra la barra, apartando todo de un manotazo.

Allie soltó todo el aire de sus pulmones cuando notó los dedos de él rozando sus hombros desnudos; era electrizante. Sentía el hormigueo allí donde las huellas de sus caricias se marcaban a fuego.

Le hacía desear mucho más de lo que le daba.

Orgullo y posesividad se derramó por el pecho de Ravn cuando notó cómo ella pegaba su trasero -tapado únicamente con una finísima tela- a sus caderas, a su cuerpo, como si estuviera tan caliente que lo único que podía acoger en ese momento fuera su miembro.

Y él, en realidad, experimentaba la misma sensación. Quería hundirse dentro de su cuerpo, resbaladizo y caliente, hasta alcanzar la locura. Pero llevaba tanto tiempo sin esa mujer, su mujer, que necesitaba tocarla, besarla y lamerla hasta saciarse; si es que algún día lograba cansarse de Allie.

Apartó las mangas del vestido, bajando la cremallera, y lamió la piel de su espalda hasta llegar a la nuca. Allí, luciendo en negro, estaba el tatuaje Tomhet que tanta curiosidad le causaba. Recorrió los contornos de las letras con las yemas de los dedos, decidido a preguntarle sobre ello después, cuando la tuviera retorciéndose bajo su cuerpo.

—Dioses —jadeó ella, agarrándose con fuerza a la barra.

Ravn sonrió. Amaba la forma en que sonaba su voz, ronca y sensual, cuando estaba con él. Cómo perdía el control con solo mirarla o tocarla. No había un solo recuerdo de Allie desnuda, a su lado, en que no le hubiese hablado en ese tono, excitándolo aún más.

Sus nudillos se veían blancos por lo fuerte que se agarraba.

Ravn le subió el vestido, deleitándose en sus reacciones, en los cambios de intensidad en su respiración.

—Relájate —le pidió, acariciándole los muslos—, conmigo estás a salvo.

—Ahora mismo solo tengo miedo de que me rompas.

—Allie…

—Romperme con tus embestidas, bestia —añadió al ver su tono dudoso—. Cuando estás tan caliente no sabes medirte.

Él soltó una carcajada que le sacó una sonrisa a Allie.

—Tranquila, princesa. Por lo que estoy notando —dijo, acariciando su sexo por encima de la ropa interior, empapándose los dedos con su excitación— no te dolería ni aunque esa fuese mi intención.

«No, es cierto. ¿Cómo podría? Solo quiero sentirte lo más profundo que puedas, Ravn. Necesito que me arropes una vez más».

Viendo que soltaba un poco el agarre, continuó acariciando su sexo, primero con caricias lentas, tanteando el terreno, luego presionando un poco. Allie se arqueó hacia él, ida por el placer.

Ravn aprovechó para morderle el cuello. Un escalofrío la hizo estremecer, y él, con la mano libre la sujetó de las caderas, manteniéndola cerca. Aspiró el aroma de su pelo, y su polla presionó aún más contra el trasero de Allie, levantando el pijama como si fuese una tienda de campaña.

Esa imagen se grabó en su mente con profundidad. Acostumbraba a atesorar todas las veces que tenía a Allie entre sus brazos, porque solían ser sus mejores momentos. Cuando ella le soltaba, él se sentía desnudo y frío de nuevo.

En ese momento, en cambio, la tenía más que nunca. Lo notaba, lo veía. Allie había tirado abajo todas y cada una de las barreras que los separaban a petición de ella. Había logrado derretir el manto de hielo que cubría su corazón desde su abandono, y ahora podía tocarlo de nuevo, sin miedo a ser rechazado.

Cerró los ojos, apartando su ropa interior a un lado. Separó los dulces pliegues de su sexo, rozando su clítoris con cierta brusquedad, como le gustaba a Allie cuando ambos ardían de aquella forma. Recibió su gemido con una enorme sonrisa. Besó sus labios, girándole la cabeza con la mano, y observó durante largos segundos el azul oscuro de sus ojos y las motas que había en ellos, nadando con pacifismo.

—Me pones muchísimo. Haces que arda cuando me miras. Que toda mi piel se caliente hasta el punto de que solo contigo logro saciarme.

—A mí me ocurre lo mismo, Ravnei. Creo que solo alcanzo el paraíso cuando eres tú el que está dentro de mí.

No supo a ciencia cierta si eso era cierto o no, si aquella pequeña mujer había tenido otro amante en el tiempo en el que habían estado separados, pero sus palabras tocaron su maltratado corazón, y eso le bastó.

Le separó las piernas con la rodilla, apartando la mano de su sexo para reemplazarla por su boca. Su sabor le llenó el paladar por completo, una mezcla entre dulce y salado que bajaba por su garganta. Gruñó de placer.

Lamió, succionó, chupó todo lo que ella le ofrecía, sin reparos. Pasó la punta de su lengua por la entrada de su cuerpo, acompañándola por uno de sus dedos. El contraste entre lo fríos que los tenía y lo cálida que era ella hizo de la experiencia algo muy gratificante. Hasta sus oídos llegó el gritito de Allie, quien había experimentado lo mismo que él. Eso hizo que Ravn profundizase más en ella con la boca. Dos pares de labios encontrándose en una batalla sensual donde él tenía las de ganar.

Los mechones de su pelo hacían cosquillas a Allie, en el interior de sus muslos. Suave y delicado. Aquello incrementaba con creces las miles de sensaciones que su sexo enviaba por todo su cuerpo. Veía borroso, incluso, enardecida por completo.

—Oh, dioses —las palabras brotaron de su boca cuando apoyó la mejilla sobre la superficie de mármol de la barra, incapaz de soportar el placer que Ravn le regalaba con su experimentada lengua.

Jugaba con ella como quería, sin reparos ni limitaciones. Mordía sus caderas y el interior de sus muslos, lamía su clítoris y lo succionaba delicadamente, y cuando eso le era insuficiente, la penetraba con un par de dedos. Era encantador y muy sexual sentir a Ravn de nuevo dentro de su cuerpo, que reaccionaba a él con tanta intensidad que temía disolverse ante su toque.

Él, que intentaba controlarse todo lo que podía, pasó una mano por su erección. Un siseo brotó de sus labios. Estaba a punto, y no aguantaría demasiado en esa posición, sin poder enterrarse en Allie. Pero quería concederle una tregua, acostumbrarla a él. Hacerle daño le dolería más a él que a ella, y todavía pendía de un hilo aquello que tenían, fuera lo que fuese, como para meter la pata por un impulso.

No, él esperaría. La amaría y la acariciaría cuanto hiciera falta.

Quería que eso durase siempre.

—Ravn… —gimoteó ella, retorciéndose.

Pero él ni siquiera le respondió. Siguió jugando con ella, notando como sus músculos se tensaban bajo las palmas de sus manos, colocadas con cuidado en la base de su espalda.

Los latidos de su corazón reverberaban entre ellos como una banda sonora. Las manos de Allie se deslizaron de la mesa a él, a su pelo sedoso y oscuro como la noche, arañándole el cuero cabelludo cuando el orgasmo la partió en dos, desde el punto en que su lengua la acariciaba hasta sus labios, que hormigueaban con intensidad.

Ravn siguió acariciándola hasta que no hubo una sola gota más de aquella ola que la había barrido por completo. Incluso él quería continuar, pero no podía aguantar más. La urgencia por tenerla al completo era mucho mayor que cualquier cosa pecaminosa que quisiera hacerle. Podía esperar a haberle hecho el amor mínimo cuatro veces.

—Ravn —repitió su nombre, y a él le sonaron como un cántico de ángeles. Había extrañado demasiado la forma en que lo decía.

—Estoy aquí, amor —besó el interior de sus muslos, encantado con la suavidad de su piel. Ella notó que el placer regresaba con la forma en que él tenía de restregar su barba de dos días sobre una parte tan sensible de su cuerpo—. Y voy a devorarte por completo.

Allie sonrió, mirándole desde arriba. Los ojos dorados de Ravn brillaron como los de un gato en mitad de la noche. Algo en su pecho saltó con violencia. Amaba a ese hombre y todo lo que tenía que ofrecerle, aun cuando su corazón seguía roto y sin recomponer. Le amaba, y ya no conseguía frenar ese sentimiento que le quemaba el pecho. Por eso estaba allí, entregándosele sin reparos, olvidando todo lo que iba mal en su vida.

Porque le amaba de forma irremediable. Y no tenía ninguna maldita cosa que hacer en contra.

Con la claridad de esa verdad resbalando en su cabeza, pasó una mano por su mejilla, la barba de él raspándole la piel, y se inclinó para besarle. Saboreó su propio placer junto a la saliva de Ravn y se tiró encima, sin poder remediarlo, encendida de nuevo.

Buscando todo lo que él tenía para ella.

Ravn pasó la lengua por su labio inferior, mordisqueándolo mientras le acariciaba las nalgas por debajo del vestido, pegando su cuerpo a su pecho. Los turgentes senos de Allie acariciaron los duros músculos de él. Sus pezones duros le acariciaron la piel de su pecho, y sonriendo, terminó de quitarle el vestido. Allie se acomodó sobre él, ahorcajadas, y echó la cabeza hacia atrás cuando la boca tibia de él tomó uno de sus pezones entre los dientes.

Mordió suavemente, haciéndole daño, pero provocándole una sensación de inmenso placer que casi se había borrado de sus recuerdos. Arañó la piel de su espalda, dejándole las huellas enrojecidas de su deseo. Allie gritó. Ravn presionó un poco más su mordisco, y una punzada de placer palpitó entre sus muslos, enviando miles de fuegos artificiales por su pecho y su garganta. Las piernas le temblaron de pronto, obligándole a empujar a Ravn hacia el suelo y acomodarse sobre su cintura.

La erección de Ravn rozó su trasero. Siseó, cerrando los ojos con fuerza. Allie dibujó una enorme sonrisa, perdida en la forma de su rostro, en la curvatura de sus labios finos y enrojecidos de sus besos. Pasó el índice por ellos, llevándose consigo parte de su esencia. Él atrapó su dedo y lo lamió como había hecho minutos antes entre sus piernas. Contuvo el aliento, reprimiendo un jadeo que soltó segundos después, cuando Ravn acarició sus pezones con su dedo humedecido. La experiencia fue increíble y muy erótica.

—No puede ser real que me hagas perder la cabeza de esta manera —murmuró ella, restregándose por su erección sin pudor alguno.

Una fina capa de sudor cubría el rostro y los pectorales de Ravn, quien tenía la boca entreabierta, incapaz de hilar dos pensamientos teniéndola allí encima, su humedad acariciando la parte baja de su estómago.

—¿Tú hablas de perder la cabeza? Yo estoy a punto de correrme con solo ver el movimiento de tus caderas y el suave mecimiento de tus pechos —los tomó entre sus manos al decir aquello, sonriendo. Acarició sus pezones con los pulgares, tan pequeños y rosados—. Te deseo tanto, Allie, que no puedes hacerte idea de la magnitud de eso.

«Y a veces me da miedo que no sepas ver con claridad lo que hay dentro de mí, que lo confundas todo». Tomó uno de sus rizos rubios y lo estiró, solo para soltarlo y dejar que volviera a su forma original otra vez. Así era su relación ahora mismo; se estiraba al máximo, y cuando ya no daba más de sí, volvía a su posición original, como si nada hubiese ocurrido.

No, como si nada ocurriese no. Más bien como si fuera inevitable que el uno junto al otro luchara contra viento y marea para poder estar juntos. Ya había fallado una vez, nadie les había asegurado que fuera a funcionar una segunda. El Destino tenía muchas formas de jugar, y con ellos dos estaba siendo excesivamente cruel.«No es momento para pensar en eso». En realidad, lo único que robaba su atención y su cuerpo era esa mirada azul zafiro clavado en él, brillando con intensidad en mitad de la habitación iluminada tenuemente. Con esos ojos sobre él viviría siempre con la certeza de que en el mundo siempre existiría alguien que, bueno o malo, sentía algo demasiado fuerte por él.

Allie creó un reguero de besos desde sus labios hasta su ombligo. Lamió la forma redondeada de éste, deleitándose con el sabor de su piel. Siguió bajando, pero Ravn no la dejó continuar. La detuvo en seco, sujetándola de las muñecas, y la tumbó en el suelo, de espaldas a él.

—¿Ravn? —preguntó, sin saber muy bien qué ocurría. Perdió la concentración cuando él le arrancó las braguitas rasgándolas y tirándolas lejos—. Ravn —la segunda vez fue una súplica mezclada con un suspiro de placer.

Él colocó una mano sobre su vientre, atrayéndola.

—Lo que más me gusta de ti, Allie, es que aparte de perfecta tienes la habilidad de ponerme duro como una roca con solo un bateo de pestañas. Nunca, en toda mi vida, había deseado a una persona como te deseo a ti. Por ti iría a la Antártida y me congelaría para siempre si supiera que cogerías mi mano unos segundos. Eso es suficiente para mí —susurró cerca de su oído, lamiéndole la oreja.

Allie se derritió por completo. Eran las mejores palabras que podía escuchar de él esa noche. No necesitaba más.

Ravn tiró de ella hacia la mesa de nuevo, de espaldas a él. Así era como le gustaba, y así es como se lo haría. Porque ya no podía contenerse más, estallaría de un momento a otro, y si iba a soltar todo el fuego de su pasión, sería dentro de ella. Marcándola de la única forma que un hombre puede marcar físicamente a una mujer.

Nada de mordiscos, arañazos o caricias; nada de palabras; solo el deseo, la certeza de que un fuego de esa magnitud no se puede fingir.

Y Allie sabía lo que significa todo eso. Conocía el inicio de algo que había enterrado un año atrás, cuando su corazón muerto dejó de palpitar. Daba igual cuántas carreras a contrarreloj hiciera, cuánto intentase congelar su corazón o cuántas veces se dijera a sí misma que ya no sentía nada; pertenecía a Ravn de una manera más allá de lo humanamente posible. Sería de él siempre, sin excepción, porque su corazón ya había demostrado que no quería latir si no era con él estimulándolo.

Amar significaba aquello. Significaba ganar, perder y batallar sin descanso. Y aunque no se había dado cuenta hasta ese momento del significado de llevar semejante carga, estaba dispuesta a intentarlo de nuevo. Salvar a su corazón del glacial en el que se encontraba.

—Tómame —pidió con la voz ronca—. Hazlo, Ravn. Ahora.

Él no necesitó escuchar su orden una segunda vez. Tomó su pene con la mano y tanteó su entrada con él. Su humedad se deslizó con facilidad sobre él cuando la penetró de una sola estocada. El aire abandonó sus pulmones de pronto, y todo lo que pudo sentir en ese momento fue el calor de ella envolviéndole, enloqueciéndole.

Aquello era el paraíso.

Comenzó a mover sus caderas con energía, con fuerza, entrando y saliendo sin detenerse un solo momento. Veía el punto de unión de ellos y sonreía de felicidad. Temblaba de placer, pasando su mano por aquél trasero de infarto que tanto le gustaba.

—Oh, sí. Así —gemía ella, recibiéndolo sin poder hacer nada más que buscar su boca con los ojos cerrados y el pelo tapándole el rostro por completo—. Ravn…

Giró su rostro y la besó con fiereza, derrumbando todas sus barreras. Le hizo el amor furiosamente contra la mesa, empujando dentro y fuera sin reservas, ofreciéndole todo lo que tenía. Acariciaba su rostro de muñeca, sus labios carnosos, sus senos que se bamboleaban por el empuje, su estómago plano, su trasero y sus manos, que a veces hacían viajes hasta su entrepierna, donde acariciaba sus pliegues suaves como la seda.

No había restricciones, para ninguno de los dos. Se entregaron mutuamente, con toda la rabia de demasiados meses dañándoles el alma y el cuerpo, con la certeza de que pasara lo que pasase, ambos sujetarían la mano del otro, evitando su caída. Y que si las rodillas le flaqueaban, el otro iría al suelo a buscarle, o a la Antártida o cualquier lugar en el mundo donde se encontrasen.

Eran el cielo y el infierno, el hielo y el fuego serpenteando a través de sus cuerpos que nunca se detenían y seguían encontrándose en el mismo punto. Al igual que sus ojos, dorado empujando azul, fundiéndose, impactando igual que si el sol hubiera caído en mitad del océano.

Allie estaba maravillada con la forma en que él la miraba, como si no hubiera nada más espléndido en el mundo que ella. Había algo fascinante en su expresión tensa, en sus labios crispados, en sus dedos que nunca tenían descanso en su búsqueda por nuevos huecos de su cuerpo. Todo lo que quería lo tenía allí, pegado a ella, dentro de su cuerpo, y el sentimiento que eso provocaba dejaba una huella imborrable dentro de su pecho, detrás de sus pupilas.

Cuando cerraba los ojos, seguía viendo ese oro fundido sobre ella, acariciándola, tocándola de una manera más allá de la física.

Quiso quedarse congelada en ese momento para toda la eternidad. Permanecer atada a su cuerpo, a su mirada, a él por completo. No seguir avanzando ni retrocediendo, solo ser feliz sin miedo al mañana.

«Pero eso no sucederá —pensó amargamente—. Luego todo será hielo de nuevo. No existe nada mejor para nosotros, no hay punto de retorno. Esto es lo máximo a lo que podemos aspirar».

Sacudió la cabeza, pensando que ya se revolcaría en su miseria en otro momento, cuando estuviera lejos de Ravn, donde él no pudiese intoxicar su sistema con su simple presencia.

Buscó su mano, y él se la cedió de buena gana. Allie la sujetó con fuerza, llevándola a sus labios, y besó su palma con delicadeza. Ravn se estremeció cuando notó el aliento de ella lamiéndole la piel. Eso bastó para llevarle al límite. Un orgasmo devastador lo barrió por completo. Gimió y gritó con los labios pegados a su hombro, sin parar de convulsionar mientras se liberaba en su interior.

Colapsó sobre ella, y permaneció algunos segundos allí, quieto, solo escuchando los latidos de su corazón golpeando su caja torácica con violencia acompasado al aliento de Allie, que cerraba los ojos con fuerza, disfrutando del momento.

La calma, sin embargo, no duró demasiado. Ravn salió de ella, duro de nuevo, y la giró para mirarle a los ojos. Ella supo lo que buscaba, así que pasó los brazos por su cuello, aferrándose, y dejó que la montara sobre la mesa, besándola con exigencia. Volvió a penetrarla, sujetándola por los muslos, clavando los dedos en ellos, y no detuvo su movimiento hasta que gritó su nombre mientras un orgasmo la devastaba. Se retorció igual que una serpiente, agarrada a él en todo momento. Ravn no parpadeó ni una sola vez, analizando con atención sus mejillas sonrojadas, su frente húmeda, el flequillo pegado a su piel, sus labios hinchados y mordidos, sus senos pegándose a su pecho. Estaba preciosa cuando llegaba al orgasmo, y él no podía apartar la mirada.

Finalmente ella cayó sobre él sin fuerza alguna para moverse.

Ravn la acunó, aún dentro de ella, con la polla palpitándole por una segunda liberación. Acarició su mejilla, apartándole el pelo, y la besó de nuevo.

—Eres magnífica.

—Y tú un hombre insaciable —dijo, mirando hacia abajo.

Esbozó una sonrisa ladina cuando vio la mirada pícara en sus ojos azules.

—Vayamos arriba, todavía no he tenido suficiente de ti.

—Ravn…

—Nadie nos molestará en mucho tiempo.

—Mira cómo hemos dejado esto.

—Olvídate de esto —rezongó él, mordisqueándole el labio inferior mientras se movía lentamente de nuevo contra ella, no queriendo hacerle demasiado daño debido a la sensibilidad después del orgasmo—. Quiero tenerte, Allie. Concédeme el gusto.

Cuando volvió a besarla todo pensamiento racional se esfumó de su cabeza. A modo de respuesta pasó los brazos por su cuello de nuevo y enroscó las piernas alrededor de sus caderas, atrapándole, y Ravn, con suma facilidad, la arrastró a la cama. Donde le hizo el amor hasta que ya no tenía fuerzas para seguir moviéndose.

* * * *

Horas después, de madrugada, Ravn se escabulló de la cama y recogió la cocina, dándose cuenta de que Painei todavía no había regresado. Miró el reloj y vio que eran las tres de la mañana. Decidió dejarle una nota sobre la nevera avisándole que estaría en el dormitorio que Allie usaba y subió de nuevo junto a ella.

Seguía dormida, boca abajo, con la sábana cubriéndole las piernas, mostrando su trasero recortado por la luz que penetraba del exterior. Su pelo rubio se esparcía por su espalda y sus brazos.

Él le dio un beso en los labios antes de irse hasta la ventana, abrirla y acomodarse sobre el alféizar a fumar.

El aire frío penetró por sus fosas nasales, haciéndole daño. El fino pijama que vestía no le protegía de las bajas temperaturas del exterior, pero estaba tan acostumbrado al mal tiempo que ya ni siquiera le molestaba el frío. En realidad, eso le hacía sentirse un poco más vivo.

Cada vez que nevaba en Stavanger le acosaban miles de recuerdos que creía olvidados, sobre su infancia. A fin de cuentas, él no había sido un niño feliz. ¿Cómo podría haberlo sido bajo la sombra de un abuelo como el suyo? Aún le hacía estremecer las imágenes difuminadas de sus puños estrellándose contra su rostro o cualquier otro lado de su cuerpo expuesto a su odio y furia.

Así es como había crecido, con miedo a cerrar los ojos, a decir una palabra equivocada o a mirar demasiado tiempo a alguien.

Cada vez que alguien había hecho un movimiento rápido cerca suyo, se encogía a modo de defensa. Nadie comprendió jamás la magnitud de su terror, del deseo de morir en cualquier noche nevada cuando su abuelo le obligaba a dormir en la puerta de casa, atado con una cuerda para que no escapara.

Ni siquiera él mismo lo entendía del todo. No podía salir de su cuerpo y observar su pasado con objetividad. Lo único que le quedaba era un corazón dañado y un cuerpo lleno de cicatrices que habían crecido con él como marcas de una batalla que no había elegido librar.

Solo había existido una mujer que no lo había mirado con lástima o temor a meter la pata, y la había perdido por su extrema idiotez. Había metido la pata y ahora que sabía cuánto la amaba, no se atrevía a decírselo, a luchar por completo por ella. Necesitaba tenerla siempre a su lado, pero no a la fuerza. Allie debía elegir libremente con quién deseaba pasar el resto de su vida sin que él interviniese.

Todos sus deseos se veían interceptados por la sombra de la desgracia. Hacía mucho tiempo que no albergaba ningún buen recuerdo, uno que le hiciera sonreír con solo cerrar los ojos y evocarlo. Ni siquiera con Freyka, a quien había apreciado. Ella era una gran mujer, pero nunca la pudo ver como tal. Más bien era como una amiga para él, una amiga que le comprendía en cierta medida y que había sido muy paciente después de todo.

Era complicado lidiar con sus obsesiones, con sus sueños y con su trabajo. Hasta él se sentía sobrepasado a veces.

No era algo que intentase evitar; formaba parte de él como cualquier otra cosa. Creció trabajando duro, encogiéndose dentro de su fortaleza, expulsando cualquier cosa que amenazara con ensombrecer su ánimo, y eso le pasaba factura a veces. No podía encerrar quien era dentro de una burbuja y soplarla lejos de él; eso resultaba inconcebible.

Se frotó la frente con una mano, cansado. El cigarrillo se consumía cada vez con más rapidez. Echó un vistazo a Allie, que seguía en la misma posición, y sonrió. La estampa que se presentaba frente a él era lo que más calmaba las turbulentas aguas de su corazón y su mente. No había forma de eliminar lo que ella le hacía sentir, no después de verla tras un año pensando en ella cada poco tiempo.

Su corazón saltaba como una liebre dentro de su pecho, inquieto. Le daba algo de miedo pensar en lo que ocurriría cuando saliese el sol otra vez, cómo sucederían las cosas a partir de entonces. Qué sería de ellos dos.

Pero no le dio demasiado tiempo a seguir dándole vueltas al asunto. La vibración de su móvil sobre la mesita de noche llamó su atención. Se levantó para cogerlo. Alguien le había dejado un mensaje de voz. Pensando que se trataba de Painei lo escuchó de inmediato. Sin embargo, lo que oyó hizo que el cigarrillo se le cayera al suelo y el aliento se le congelase.

—«Tenemos a Freyka, policía. Si quieres que siga viviendo será mejor que te acerques a la sede de los laboratorios FROZE en la Avenida Vegard con todo lo que hayas conseguido averiguar de la corporación. No hace falta que alertes a nadie y que traces un plan; cualquier movimiento en falso puede terminar en una bala dentro del cráneo de tu novia. Date prisa».

No reconocía la voz, pero el tono que había usado, tan impersonal y amenazador no le dejaba lugar a dudas: Freyka corría peligro por su culpa, porque habían terminado enlazándola a él de alguna manera. Y aunque tenía prohibido salir de la casa por si acaso le detenían, no podía dejarla a su suerte. A fin de cuentas, Freyka le importaba y deseaba que ella fuera feliz, lejos de él y cualquier persona que ensombreciese su bonita sonrisa.

Él no sería el culpable de su muerte. La salvaría y después la dejaría en algún lugar donde estuviese a salvo. A quien querían era a él, y a pesar de no tener ningún documento que acreditase lo poco que sabía de FROZE, se ofrecería como intercambio. Era lo mejor que podía hacer.

Se vistió rápidamente, sin alertar a Allie, y le dejó una rápida nota junto a la almohada para cuando se despertase. Tenía la impresión de que aquella podía ser la última vez que la viera. Eso le provocó un encogimiento de corazón. No quería perderla de nuevo, soltar su mano, pero no tenía otra. Así funcionaba su mundo; nada duraba demasiado.

—Lo siento —fue lo único que pudo murmurar antes de taparla con una manta y cerrar la puerta.

El vacío que le embargó de pronto le hizo detenerse en mitad del jardín, donde estaba el coche de Painei que tenía pensado coger prestado. Entonces giró súbitamente hacia la ventana de la habitación de Allie y un pensamiento cruzó su mente igual que un relámpago. ¿Así era como se sentía Allie todo el tiempo? ¿Aquél vacío que marcaba su piel pertenecía a todas las veces que sus lazos sentimentales se habían roto?

«Ella no se siente vacía por un pasado que no recuerda, sino por la de veces que han soltado su mano a lo largo de su vida. La pérdida, el vacío, la sensación de eco dentro del pecho, allí donde los latidos resuenan, ese es el verdadero dolor».

—Esa es la carga de ella —dijo en voz alta, y notó que sus entrañas se agarrotaban—. Soltar el agarre de alguien a quien quieres porque sabes que debes hacerlo aunque te duela como el infierno. Vacío. Soledad. Frialdad.

Tapó su rostro con una mano, preguntándose cómo no había caído antes en ese detalle, en los verdaderos sentimientos que bailaban dentro del pecho de Alyson. «Y yo solté su mano también, joder. Yo también agrandé ese inmenso vacío que la envuelve».

Apretó tanto los puños que se clavó las uñas en la carne. De pronto se sentía tan miserable que lo único que pudo hacer fue caminar en dirección al coche como un autómata, arrancarlo y desaparecer de allí rápidamente. Freyka corría prisa, pero gustosamente hubiera dejado todo por subir a la habitación, coger a Allie entre sus brazos y prometerle que llenaría su oquedad con todo lo que sentía por ella. Sin soltar su mano ni una sola vez más. Porque el amor que sentía por ella le quemaba el alma.

 23

—Los ejemplares van mucho mejor. Pronto tendremos los suficientes para enviarlos a Detroit —explicó Essei reclinado sobre su enorme sillón, disfrutando de una enorme copa de whisky añejo—. ¿Sabéis ya cuándo van a unirse los de Canadá?

—No, todavía estamos ultimando el contrato —el portavoz del gobierno de los Estados Unidos, un hombre afroamericano que rondaba los treinta años, le informó a través de la pantalla que los separaba, y por la cual se comunicaban—. Han pedido más dinero, pero el presidente ha decidido negociar un precio más bajo. No se fían demasiado del buen funcionamiento de los ejemplares.

—Comprendo —Essei arrugó la nariz, claramente disgustado. Que Canadá retrasara el envío era un impedimento para el crecimiento de su empresa, pero ya habían corrido una vez y sabía cómo terminaba todo, así que prefería guardarse su mal humor y dejar que las cosas fluyeran—. Hazle llegar a tu presidente mi petición de que me mantenga informado sobre la decisión de Canadá en todo momento, a ambos nos afecta de alguna manera lo que ellos digan. Por desgracia no podemos hacer nada más.

—El presidente me ha pedido que le comunique que lamenta mucho el contratiempo —el hombre buscó el siguiente folio de lo que le habían apuntado con anterioridad—, y que intentará subsanarlo lo antes posible, y que pronto le enviará por correo privado el número de ejemplares que incrustará en Detroit al comienzo.

Essei solo asintió esa vez, pensativo. Llevaba años esperando que aquello se hiciera realidad, pero no sentía la euforia que había creído al principio. Solo le embargaba un ligero malestar por saber qué pasaría después, si el proyecto saldría adelante una vez el último paso fuese llevado a cabo.

Había muchas posibilidades de éxito, sabía eso, pero tampoco quería hacerse muchas ilusiones. Quedaba mucho tiempo hasta que por fin viera resultados, y nadie, ni siquiera él, conocía lo que pasaría. Solo podía hacer suposiciones, siempre a favor de FROZE.

—Muchas gracias por todo, Harry —Essei, cansado de estar allí, se despidió del joven comunicador, después de enviarle vía e-mail lo que quedaba por hablar—. La próxima conexión será dentro de seis días.

—Gracias a ti —cortó la comunicación.

La pantalla quedó en negro. Essei se levantó de su sillón y dejó la copa sobre el mueble bar. Therus, que era su sombra, esperaba paciente en la puerta, fumando, como siempre. Ladeó la cabeza al ver que no parecía nada contento.

—¿Algún inconveniente?

—Has tenido que escucharlo —Essei frunció los labios,abrochándose con parsimonia la chaqueta y alisando cualquiera arruga de ésta—, Canadá está poniendo pegas.

—¿Mando a alguien a ocuparse de ellos? —Therus lo dijo con tranquilidad, pero sus ojos brillaban con furia.

—No, no. Nada de presionar a los posibles compradores, eso no nos beneficiará en nada. Dejemos que el presidente de los Estados Unidos se ocupe —suspiró, caminando hacia el ascensor. No sentía deseos de regresar a su despacho, estar encerrado en esa isla le pasaba factura; no de la misma forma de quienes iban a olvidar y jamás regresaban a casa, sino de forma mucho más sutil, como si sus años pesaran más que en cualquier otro punto del planeta.

Therus, que también notaba su cansancio, apagó el cigarrillo para no molestarle. Essei odiaba que fumaran a su alrededor esa marca en concreto, a pesar de que Therus no sabía por qué. «Le debe traer malos recuerdos», se decía constantemente, pero tampoco podía afirmarlo.

—Todo irá bien, ya lo verá, jefe —Therus intentó animarle.

Essei lo miró y asintió, sonriendo levemente. Luego entró en el ascensor y esperó a que las puertas se cerraran para respirar hondo y soltar una maldición. Therus, fiel a su papel, no dijo nada. Mantuvo la compostura y permitió esa intimidad que Essei tanto necesitaba.

* * * *

Allie despertó con un leve dolor de cabeza. Buscó con la mano el cuerpo de Ravn, y al no hallarlo, se levantó de golpe, dando una mirada circular por la habitación. Flotaba en el aire el humo de un cigarro apagado hacía minutos, pero su dueño ya no estaba por ningún lugar. Allie gimió, dejando caer la cabeza de nuevo, y se giró en la cama, mirando la ventana abierta de par en par. Era de noche, y estaba en el cuarto que Painei había dispuesto para ella.

Los recuerdos de lo sucedido aquella noche la hicieron enrojecer. Últimamente, cada vez que se prometía algo a sí misma, lo incumplía poco después. «No tengo remedio», pensó, frotándose los ojos. Se levantó, posando los pies sobre el frío suelo, y se arrastró hasta el baño.

Abrió el grifo del agua caliente y se metió debajo. Eso le recordó a la primera vez que estuvo con Ravn, en su apartamento de Irlanda, y él la acorraló por la espalda de improvisto, solo para agradecerle que no se hubiera ido. La imagen le hizo sonreír. Ravn y su miedo a la soledad, ella lo conocía bien, porque de algún modo también sentía ese miedo taladrándole el corazón.

Dos corazones solos y rotos hacían un corazón más fuerte.

«Aunque el mío esté doblemente hecho pedazos».

Terminó de ducharse y salió envuelta por un albornoz muy suave y cálido. Como no encontró ropa limpia, fue hasta el cuarto de Painei, por si ella le dejaba algo, solo que la mujer y su hijo no estaba por ningún lado. «Todavía no han vuelto?». Frunció el ceño, entrando con cuidado. Encendió la luz y miró sobre la cama, intacta, que había una nota. Con curiosidad, la cogió y la leyó rápidamente.

Esta noche me voy con Kade a dormir fuera, a un hotel, para dejaros la casa sola a ti y a Ravn. Espero que lo disfrutéis y consigáis hablar. Volveré mañana a la hora de comer.

Painei.

Las mejillas le ardieron al leer la nota. «Painei ya lo presentía, no puede ser». Guardándose el papel en el bolsillo del albornoz, se acercó al armario y lo abrió. Encontró unos pantalones pitillo de su talla, en color rojo, y una camiseta de manga corta negra que no enseñaba demasiado, y además era muy cómoda.

Viendo el resto del armario, con ropa de marca y muy elegante y provocativa, no pegaba demasiado aquello, pero Allie agradeció que Painei supiera que existían.

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