Frozen

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Al coger unas zapatillas, se topó con el portátil de Painei.

Sus manos fueron hasta él rápidamente, no porque quisiera cotillear su disco duro, si no porque necesitaba conectarse a internet desde un portátil y no desde su Blackberry. Fue hasta la cama, acomodándose en ella, y lo encendió. Era un MAC bastante caro, último modelo, en color blanco. El salvapantallas era el logotipo de FROZE, la estrella de hielo dentro de un círculo donde estaban otras cuatro. Cada una representaba a un dirigente de la corporación, según entendió, viendo que en cada esquina había una inicial de ellos, bastante camuflada.

La de Reik, la de la esquina derecha superior, brillaba en la misma tonalidad azul que sus ojos. Allie sintió un escalofrío bajando por su espalda. Esa misma estrella era la del colgante que ella guardaba como recuerdo de Sidsel, su madre, que era lo único que recordaba de su pasado.

Pulsó sobre el explorador, pero la carpeta que había justo al lado, FROZE, llamó su atención, y sin más dilación entró en ella. Había solo un documento, y dentro de éste, la clave de un sistema. Alzó una ceja, pensando de qué podía ser, y empujada por un impulso, buscó el nombre de la corporación en Google.

Salieron muchos datos, pero solo una página llamó su atención; una resaltada en favoritos.

Una vez cargada, vio que se trataba de la base de datos de los dirigentes. Puso la clave y esperó. Era válida. Un nudo le atenazó la garganta; de pronto tenía ante sus ojos gran parte de la información de FROZE. Como tenía miedo de que alguien la pillara, fue hasta su habitación, cogió su Blackberry y regresó.

Lo conectó al portátil y pasó todo lo que pudo al teléfono, para mirarlo más detenidamente cuando supiera que no dejaría huellas que pudieran rastrear.

Cuando todo estuvo dentro lo apagó y guardó el portátil de nuevo, olvidándose de lo que quería buscar. Si Ravn regresaba y la veía así, probablemente entraría en cólera. Salió de la habitación dejándolo todo como estaba al entrar y regresó a la cocina, a recoger el desperdicio que habían montado.

Toda su ropa estaba por allí en medio, tirada de cualquier forma, y las copas y demás cubiertos de la mesa, volcados encima de la barra. Exhaló un largo suspiro, ignorando lo mucho que ardía su pecho cuando las imágenes de ella con Ravn, haciendo el amor allí tirados, acudían a su mente.

«Y se pierde de pronto, como si huyera de mí», pensó. Recogió su camiseta del suelo y olisqueó la prenda, grabando su olor. Ravn olía estupendamente, a una mezcla muy varonil, pero también elegante. El perfume que usaba se entreveraba con su propia esencia, y a Allie le gustaba demasiado para su propio bien. Desde el primer día que se cruzó con él.

«Lástima que haya cosas que se pierden por el camino».

* * * *

Ravn aparcó el coche frente a su antiguo apartamento. Lo había abandonado meses atrás, cuando se marchó con Freyka a un estudio más barato, del que ella se encaprichó nada más verlo.

Todo estaba cerrado, tal y como lo había dejado, pero la puerta, que antes estaba cubierta por papeles de propaganda, ahora presentaba un aspecto más limpio. Signo de que había sido usada hacía poco tiempo.

Sacó las llaves de su chaqueta y entró, sujetando su pistola con fuerza.

Esperaba encontrar movimiento en el interior, pero únicamente se topó con oscuridad y vacío. Encendió la luz del salón y recorrió la casa, pistola en alto, cubriéndose las espaldas. No había una sola alma allí. Guardó de nuevo la pistola y regresó al salón, investigando la escena. Cada cosa estaba en su lugar.

Lo único que sobresalía era un enorme folio, con el logotipo de FROZE, sobre la mesa.

Ravn lo cogió de malos modos, leyendo con avidez la escritura elegante. En la carta, un tal Ellan le avisaban que tenían a Freyka retenida en algún lugar, y que no le harían daño mientras él hiciera todo lo que le ordenasen. Si avisaba a la policía o iba a FROZE a buscarla, la matarían. Sobre la mesa, según avisaba Ellan, había un teléfono móvil sin dueño, por el cual emitirían sus órdenes. Ravn apretó el aparato con furia, metiendo la nota en su chaqueta.

Abandonó la casa, furioso consigo mismo. Aspiró el aire frío de la noche, que le hizo daño, y pensó en cómo proceder a partir de ese momento. Freyka estaba en peligro por su culpa. Él la había metido allí, indirectamente, y si no la rescataba, jamás se perdonaría el error de no protegerla mejor.

«Estará asustada, no comprenderá nada, y a saber qué le están haciendo esos cabrones», gruñó. Dio una mirada circular, buscando algo de lo que tirar, pero quienes fueran que se hubiesen hecho con Freyka no habían dejado nada. Ni una sola huella de neumático. Maldiciéndose nuevamente, fue hasta el coche y regresó a la mansión de Painei. Allí pensaría en algún plan mejor.

* * * *

—Allie —exclamó con sorpresa, nada más entrar en la cocina.

Ella lo miró con suavidad, sonriendo, mientras le hacía señas para que se sentara a su lado. Ravn, carraspeando, observó que la cocina ya volvía a ser la de siempre. En parte le dio pena, pero saber que Allie no huía de él, después de haber estado juntos, le tranquilizaba.

—¿De dónde vienes a las cuatro de la mañana? —quiso saber Allie, ofreciéndole café—. Te marchaste muy rápido.

—Han ocurrido una serie de cosas —empezó a decir, quitándose la chupa de cuero y bebiendo el café que Allie colocó frente a él, agradeciendo entrar en calor rápidamente—. Freyka está siendo retenida por FROZE.

La expresión agradable que Allie le había dedicado aquellos minutos se borró por completo.

—Vaya. ¿Sabes quién es?

—No. Solo sé que se llama Ellan, al menos uno de ellos —encogió los hombros, contándole lo ocurrido, y luego le enseñó el teléfono móvil—. No sé qué pretenden.

Allie, a quien no le hacía gracia que Freyka siguiera estorbando, hizo un enorme esfuerzo por no ahondar en los celos que le quemaban el pecho y le ofreció su ayuda a Ravn. A fin de cuentas, nadie tenía la culpa de que FROZE llegara tan lejos. Para todos ellos, Freyka seguía siendo la mujer de Ravn, y, sobre todo, la forma de hacerle daño más a mano que poseían.

—¿Tienes alguna idea de por qué la están usando para chantajearte? —interrogó, empezando por lo más básico.

Ravn sacudió la cabeza. Él estaba siendo buscado por el gobierno, pero FROZE no lo chantajearía para que saliera de su escondite y luego dejarle solo, en su propia casa, con una simple nota. Por tanto, ése no era el motivo. Debía ser algo mucho más enterrado, algo que él no lograba comprender.

Le dio vueltas al asunto, estrujándose el cerebro, sin dar con nada. ¿Qué poseía él, después de todo? No tenía dinero, ni propiedades, y ya ni siquiera trabajo. Estaba tan atrapado como Allie y Freyka. Entonces, ¿por qué lo extorsionaban?

—No se me ocurre nada —admitió en voz baja.

—Algo tiene que ser, Ravn. FROZE no perdería el tiempo en algo ridículo e insignificante. Sé que para ellos debe ser un tema que les comprometa —se mordió el labio inferior, dudando—. ¿Tu investigación? —sugirió.

Los ojos dorados de Ravn se clavaron en ella con confusión. ¿Investigación? Poco después de entrar en la isla la había abandonado, y ni siquiera sabía el paradero de Sander. Lo había perdido todo en tan poco tiempo que ni siquiera le daba tiempo a asimilarlo.

—Yo solo sé sobre los cuerpos azules, Allie. Y ni siquiera descubrí qué eran —murmuró—. No llegamos a entrar en la central de FROZE, no para investigar, quiero decir.

—Se nos olvidó —lamentó ella, levantándose para preparar más café. Ya había dado por hecho que esa noche no dormirían—. Hemos sido unos imprudentes.

—¿Hemos? —repitió Ravn, alzando una ceja—. Esto no va contigo, Allie. Fui yo el imbécil. Olvidé por qué fui a la isla.

—Te dije que te ayudaría con la investigación, ¿recuerdas? —relajó un poco los hombros, y le miró con esos dos zafiros que tenía por ojos, estremeciéndole—. Estoy aquí para que me utilices.

—No vayas por ahí, no quiero distraerme si sé que puedo devorarte de nuevo sobre esta barra —le lanzó una sonrisa pícara, y Allie rió.

—Sabes a qué me refiero.

—Ya sé, ya sé. Freyka y FROZE. No sé por qué me metí en esto, estaba más tranquilo poniendo multas a los chicos que beben en la calle.

Allie, enternecida por el puchero que él hacía sin darse cuenta, dejó la cafetera de cristal sobre la encimera y se acercó a él, buscando su mano. Ravn la apretó con fuerza, besándole los nudillos. Tenerla allí, de aquella forma tan cercana, suponía un enorme apoyo. Lo último que necesitaba era que lo abandonase, dejándole solo una vez más.

Ella le acarició el pelo oscuro y suave, que ya casi le llegaba por los hombros, y sonrió.

—No le harán daño —le aseguró—. La recuperaremos antes de lo que crees.

—¿Y si ya está muerta y solo juegan conmigo? —inquirió, estremeciéndose ante la idea—. Freyka habrá sufrido por mí, sin merecerlo.

—Claro que no —dijo, tragando saliva. El pecho cada vez le quemaba más; inspiró hondo, tranquilizándose, y enmarcó su rostro con las manos, obligándole a mirarla—. Freyka está bien, lo intuyo. Ella no es culpable de nada, y FROZE puede ser muchas cosas, pero no matarían a una mujer que ni siquiera sabe qué son o a qué se dedican.

—¿Cómo puedes tener tanta confianza en esa panda de cabrones?

—No es fe en ellos, es fe en su ética. Sé lo suficiente de ellos como para no temer por Freyka —explicó, y pegó la frente a la suya, cerrando los ojos—. Cree en mí, está bien.

Dudó durante unos segundos, pero finalmente asintió y la besó. Allie gimió, derritiéndose ante ese gesto. No lograba acostumbrarse a que tenía a Ravn otra vez con ella. Aunque la rabia y el dolor cubría cada partícula de su corazón, luchaba todos los días por ignorarlo, por sentir un poco del calor que él le ofrecía.

Negar a estas alturas que seguía queriéndole era tan absurdo como ilógico.

Separó un poco la cabeza, perdiéndose en su mirada, y sonrió débilmente. Los latidos de su corazón resonaban con fuerza en sus oídos.

—¿Qué vas a hacer?

—Besarte toda la noche —murmuró, atrayéndola de nuevo.

Sin embargo, Allie lo mantuvo a distancia suficiente como para que no pudiese besarla.

—Hablo de Frey…

—Ya lo sé —la cortó con suavidad—, y no conozco la respuesta. Lo único coherente que se me ocurre es ir a la isla de nuevo y buscarla por cada rincón, para luego cargarme a ese tal Ellan.

—¿La tienen retenida allí?

—¿Dónde si no? —gruñó—. No tienen más lugares, piensan que esa isla es indestructible e impenetrable. Se sienten como las ratas en su nido.

—Entonces haremos que salgan igual que con las ratas —concluyó Allie.

Ravn no dijo nada más. Le dolía la cabeza solo de pensar en el tema. Esos hijos de puta no sabían a quién intentaban joder, y se encargaría de que lo averiguasen. Salvaría a Freyka, se libraría del gobierno, y luego arrastraría a Allie a cualquier lugar remoto donde nadie los encontrase.

Pasó un brazo por su cintura y la sentó en su regazo, abrazándola con fuerza. Ella le besó la cabeza, ronroneando. Ravn apoyó la cabeza sobre su pecho, a la altura del corazón, y se quedó embelesado por el sonido tan encantador de sus latidos. «Por fin mía», pensó, y el tiempo pareció detenerse de pronto.

* * * *

Ya en la cama, cuando Ravn se durmió por fin, inquieto, Allie se giró para mirarle dormir, atrapada por la tranquilidad que les envolvía. Hacía frío, bastante, y aunque la ventana seguía abierta de par en par, ella se arrebujó bajo el edredón, pegándose a él.

Tomó su mano y la llevó hasta sus labios. No se acostumbraba todavía a la inocencia que exudaba Ravn cuando dormitaba.

Estaba tan relajado que le daba miedo moverse y arrancarle de los brazos de Morfeo.

Alargadas sombras se proyectaban sobre sus pómulos, los párpados le temblaban a veces, como si estuviera teniendo un sueño muy agitado, y los labios, finos y rosados, era rodeado por una barba de dos días que le concedía un aire rebelde que a Allie le encantaba.

Pero no todo era bonito, porque estar en la cama con él, como si nada, rescataba recuerdos ácidos para ella, todos de cuando aún estaban juntos. Recordaba esa época como la mejor de su vida, cuando más feliz había sido. Había creído, por un año, que al fin formaría su propia familia, y la mantendría tan unida que ninguno de sus miembros se sentiría tan solos como ella llevaba padeciendo toda su vida.

Cerró los ojos, y la primera imagen que llegó hasta su mente fue de cuando ellos dos se conocieron.

Caía una tormenta sobre Dublín que cortaba la luz cada poco tiempo. Allie había ido solo por un juicio que había aceptado por una cantidad exorbitada de dinero, y a pesar de que había sido rápido, se aburría en su hotel, donde no le permitían hacer nada. Ni siquiera ver películas clásicas desde los canales de pago. Así que, vistiéndose lo más cómoda posible, y soltándose el cabello, cogió el coche y se marchó a un bar que había varias avenidas al este. Decían que para conocer Irlanda del todo tenías que encerrarte un par de horas en cualquier bar y disfrutar del ambiente que allí se respiraba. Y como aquél era bastante famoso, se acomodó en la barra, algo nerviosa. Frente a un juez, era todo un titán invencible, pero cuando salía fuera, cuando la túnica volvía a estar dentro de su bolsa, no era más que una mujer con demasiadas inseguridades dentro.

—¿Qué va a tomar? —preguntó el camarero, un hombre que rondaba los cuarenta años y tenía una enorme carrillada.

Allie lo pensó unos momentos, y luego dijo lo primero que se le ocurrió.

—¿Algo típicamente irlandés?

El camarero se rió, y también el hombre que tenía al lado.

Giró la cabeza con brusquedad, dispuesta a soltarle algún comentario mordaz, pero una vez se fijó en sus ojos dorados las palabras se evaporaron en su garganta.

—Algo típicamente irlandés —repitió con burla— no es lo mejor que puedes decir en un bar de Dublín. Tienes que pedir una pinta —alzó la suya para que lo viera—, y disfrutarla.

—¿Tomar una pinta te hace más hombre? —sonrió con presunción, bateando las pestañas.

—Quién sabe. Podríamos ir al baño y lo compruebas, si te apetece —le devolvió la sonrisa, salvo que la suya era lasciva.

Allie bufó, rodando los ojos en sus órbitas, y se giró hacia el camarero. Abrió la boca para pedirle un vodka, pero el hombre de al lado se rió de nuevo. Irritada, le encaró echando chispas por los ojos.

—¿Ahora qué? —gruñó.

—¿Te da miedo pedir una pinta? —quiso saber—. ¿O es demasiado varonil?

Allie pensaba que rebajarse a su juego era ridículo, pero realmente no podía dejarlo pasar. Quería demostrarle a aquél hombre que ella bien podía sobrepasar la supuesta hombría que lo rodeaba. Si es que tenía alguna, porque su aspecto dictaba poco de la elegancia.

—Demasiado listo para mí —comentó Allie sin perder la compostura—, pero tomaré tu reto como una invitación —miró de nuevo al camarero, que los observaba con diversión, y dijo—: Una pinta para mí, por favor. Y apúntasela a este desconocido, ya que se ha animado a mostrarme lo que me falta de Irlanda.

Ravn sonrió aún más, fijándose con detenimiento en ella.

Allie, ofendida, pero ocultándolo lo mejor que sabía, tomó la pinta entre sus manos y tomó un sorbo. Acto seguido gimió del asco y la dejó sobre la barra, alejándose un poco.

—¡Qué asco! —exclamó.

Ambos hombres estallaron en carcajadas.

—Sabía que esto no era cosa de mujeres.

—Y tú qué sabrás —bramó ella, harta de sus ataques—. Solo ha sido el primer intento. Observa y aprende —cogió el vaso, y cerrando los ojos, bebió medio vaso del tirón, tragando todo sin pensar. Al abrir de nuevo los ojos, se topó con que el desconocido se había levantado, vaso en mano, y hacía ademán de imitarla—. ¿Pero qué…?

—Juntos sabe mejor —afirmó, incitándola a seguir bebiendo—. Vamos, que la fiesta está a punto de comenzar.

—¿Qué fiesta? —preguntó, mirando a su alrededor.

—Bebe y lo entenderás —la apremió, alzándole el brazo que sujetaba la pinta—. A la de tres ¿eh? Una, dos, tres…

A pesar de que sabía fatal, Allie bebió lo que quedaba, a la par que él, y al terminar, lo dejó sobre la mesa, sintiéndose mareada de pronto. Beber una cerveza como aquella le subía como la espuma.

—¿Ves como tampoco es tan malo? —sonrió, limpiándole los restos de espuma con el pulgar. Allie se sonrojó al sentir sus cálidas manos sobre su piel, y él, percibiéndolo, se alejó un poco—. Y ahora, la fiesta.

Dos minutos después dieron las doce de la noche. La campanita del reloj de cuco que había colgado sobre la pared les avisó de ello. Algo estalló fuera, y la puerta del bar se abrió de golpe, entrando a tropel un montón de personas disfrazadas.

Allie los miró con aprensión, sin saber qué ocurría. Ravn, junto a ella, se reía, divertido. La gente se desplegó por todo el bar, ocupando las mesas y los banquitos, y el tabernero corrió a servirles. Poco después empezó a sonar música de lo más animada, y muchos se levantaron a bailar.

Ella miró a Ravn con interrogación. Él, compadeciéndose, se acercó para que le escuchara por encima de la música y el barullo que se estaba montando.

—Es el cumpleaños del hijo del tabernero. Cada año lo celebra por todo lo alto aquí, en el bar, con una gran fiesta de disfraces —se señaló a sí mismo, y fue entonces cuando Allie se dio cuenta que iba de pirata—. Dejan entrar a cualquiera, y siempre se lo pasan bien. Todos repiten.

—Increíble.

—Totalmente —cabeceó Ravn—. Venga, vamos a bailar.

—Pero yo no tengo disfraz, y además no me gusta ese tipo de música —arrugó la nariz.

—¿Y cuál te gusta? La buscaré para ti.

—No, gracias. No quiero nada tuyo —Allie intentó sonar desagradable, consiguiendo que él se riera más fuerte—. Va en serio. Jamás bailaría contigo.

—¿De verdad? —él ladeó la cabeza para mirarla mejor—. ¿Qué tal si lo hacemos como una apuesta?

—¿A qué te refieres?

—Tú me das tu número de teléfono si consigo hacerte bailar.

Esta vez fue el turno de reírse Allie.

—Ni lo sueñes.

—¿Tan malo sería dármelo?

—Sí. Y solo para que lo sepas, no soy irlandesa —ella alzó el índice, dándole en la nariz con él.

—Tampoco yo.

—Soy noruega.

—Otra cosa en común.

—Eso no es verdad —Allie boqueó igual que un pez fuera del agua.

—Stavanger.

—Dioses —exclamó—. ¿En serio?

—Ajá. Confía en mí, princesa —le tendió la mano—. Yo no sé bailar, y si es eso lo que temes, podrás reírte de mí. Tus burlas por un número de teléfono.

—Hagámoslo más interesante —pidió ella—. Si consigues demostrarme que bailas mejor que todos estos, incluso que yo, te daré mi número.

—¿Y si no lo consigo?

—Entonces todo acabará en este bar.

—Así que haga lo que haga, todo depende de que baile bien —comprendió—. Perfecto. ¿Qué canción eliges?

—La que quieras.

—One way or another de Blondie, si gustas —le ofreció su mano, y Allie la estrechó con fuerza, como dando por válido el trato.

Ravn pidió esa canción y la pusieron enseguida. Tiró de Allie y bailó con ella. Tan bien, que la dejó boquiabierta. No había esperado, en ningún momento, que él pudiera ganar la apuesta.

Y cuando la canción terminó, ella tuvo que darle su teléfono, y soportar que le acosara a llamadas para pedirle una cita. Hasta que aceptó y cayó en sus garras, de las que nunca más pudo salir.

«Ravn y sus malas acciones», pensó, sonriendo, mientras el sueño iba tirando de ella. No había sido hasta hacía unos días que ella se enteró de la realidad de ese recuerdo. Ravn sí sabía bailar la canción, y precisamente por eso la había escogido, porque ganaba seguro. Pero no podía reprochárselo, pues para bien o para mal, conocerle y bailar con él ese día, en Dublín, fue lo mejor que le pasó en la vida. Y jamás lo cambiaría por otra cosa.

Ravn era así. Desvergonzado y egoísta, pero Allie tampoco se quedaba atrás. Hasta que dejó de ser fiscal, no se había dado cuenta de que su vida se basaba únicamente en condenar a las personas que otros creían culpables. Ravn había abierto sus ojos, del todo, y aunque le arrancara el corazón del pecho de malas maneras, seguía agradeciéndole muchas de las cosas que hizo por ella. Aunque pensar en ellas le doliese como el infierno.

Besó su nariz, reprimiendo el desasosiego que le producía el tema en sí, y se acomodó a su lado, lista para dormir. Cuando Ravn la protegía físicamente, sus sueños eran mucho más dulces.

 24

Ese día nevó en Stavanger desde bien temprano. Ravn se desveló cuando una corriente fría empezó a inundar la habitación, penetrando a través de la ventana abierta, y viendo que Allie dormía aún a su lado, decidió levantarse, cerrarla y marcharse a por un café.

Seguía preocupado por Freyka. Nadie había llamado al teléfono que mantenía todo el tiempo a su lado, y no sabía si tomarse aquello como algo bueno o malo. Bajó a la cocina, topándose con Painei. La mujer leía el periódico, ajena a todo. Él se acercó, dispuesto a avasallarla, para preguntarle acerca de Ellan y Freyka, quizás ella sabía algo.

—Buenos días —se sentó en el taburete, frente a ella, con tanta ansiedad que Painei alzó una ceja, interrogándole con la mirada—. Freyka ha sido secuestrada —dijo sin rodeos—, por FROZE.

La sonrisa se esfumó de su rostro. Soltó el periódico sobre la barra, y sacó su teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta. No obstante, Ravn la detuvo, negando con la cabeza.

—No avises a nadie, y mucho menos a tu padre —pidió, reprimiendo un suspiro—. No sé quién está metido en esto.

—Pero si llamo, sabremos si Freyka está bien o no —alzó una ceja, sin comprender qué pretendía.

—Ya lo sé. Pero no quiero arriesgarme a que le pase nada, no hasta que sepa que está a salvo, que nadie le hará daño

Painei dudó unos segundos, pero finalmente asintió.

—Cuéntame por qué demonios haría alguien de FROZE algo así.

Ravn le relató todo, incluso lo del móvil, y al nombrar el único nombre que poseía, Ellan, el poco color que tenían sus mejillas se esfumaron. Pasó de estar tensa a enfadada, cosa que no pasaba tan a menudo como muchos creían.

—¿Ellan? —repitió con la voz mucho más aguda que de costumbre—. ¿Estás seguro de eso?

Cabeceó, frunciendo el ceño.

—No puede ser —saltó del banco y caminó por la cocina con nerviosismo, murmurando cosas que Ravn no lograba oír. Luego, de golpe, se detuvo y soltó un grito de frustración—. Ellan es mi marido —explicó al ver la cara de desconcierto del hombre—, y no sé por qué querría algo de ti o de Freyka. En todo caso, vendría a atacarme a mí, pero ni siquiera le he visto en el último mes.

—Espera, ¿me estás diciendo que tu marido está detrás de todo? ¿Cómo es eso posible?

—¿Crees que lo sé? ¡No sé nada de lo que Ellan hace! Su parte en FROZE es pasiva, se encarga de difundir el mágico mensaje de la corporación, captar gente que quiera vivir un tiempo en la isla. Ojalá supiera para qué quieren a Freyka.

Ravn estaba muy enfadado. No culpaba a Painei por algo de lo que ella no sabía, pero que hubiera más gente cercana a él que quisiera destruirle le irritaba sobremanera. FROZE buscaba algo que él poseía, aún cuando no tenía idea de qué, y no iban a escatimar en formas de conseguirlo.

—Esto es absurdo —gruñó, golpeando la barra con el puño—. ¿Meter a gente inocente de por medio?

—Todavía no te has dado cuenta de cómo funciona FROZE ¿no? —Painei le dedicó una mirada tan hiriente que Ravn dejó de mirarla, cohibido—. FROZE destruirá a todo aquél que haga peligrar su trabajo, Ravn. Y no les importa si tienen que destruir una ciudad entera para ello.

—Hijos de puta —respiraba con agitación, el pecho subiendo y bajando, las manos crispadas sobre sus rodillas. No quería levantarse porque sabía que golpearía cualquier cosa, y Painei le regañaría—. Si se atreven a tocar a Freyka, yo…

—Calma, yo me ocuparé de que esté bien. Tengo los suficientes hilos allí dentro como para que sean mis ojos y oídos cuando yo no estoy. Si confías en mí y en lo que voy a hacer, conseguiré que Freyka esté bien hasta que digan lo que quieren de ti —le dijo, despacio, para que captase bien su idea.

Lo meditó unos segundos, llegando a la conclusión que si había alguien en el mundo que pudiera mantener viva a Freyka esa era Painei. Asintió lentamente, necesitando un cigarro urgente. Hacía tiempo que no ansiaba tanto fumar.

—Confía en mí, sacaremos a Freyka de FROZE —Painei le dio un apretón en el hombro y luego salió de la cocina.

Ravn estuvo tentado de salir detrás de ella y obligarle a darle el número de su marido, pero se abstuvo. Eso solo pondría en peligro también a Painei, y no podía hacer eso cuando ella se portaba tan bien con él.

Rascándose la nuca, se levantó para prepararse un café y salir fuera a fumar un cigarro. Era lo único que le calmaría en ese momento.

* * * *

Dieron las diez de la mañana cuando subió arriba y despertó a Allie. Ella arrugó la nariz, revolviéndose en la cama, y al toparse con sus ojos dorados se ruborizó, mientras todas las imágenes de la noche anterior llegaban en tropel a su cabeza.

—Adorable —murmuró Ravn cuando su mejilla, notándola cálida bajo su palma—. Anoche soñaste conmigo, ¿cierto?

—¿De qué hablas?

—Me llamabas en sueños todo el tiempo —dijo, riéndose suavemente cuando ella se encogió bajo las mantas. De esa forma parecía una niña, y a Ravn le encantaba esa faceta.

—Debí molestarte ¿no? Siempre lo hago cuando tengo pesadillas —comentó, apartando las mantas. Llevaba las braguitas azules que Ravn le había regalado cuando hicieron un mes, y al verlas, notó que su corazón se encogía de dolor.

Él, percibiendo el mismo sentimiento en sus ojos zafiro, se apresuró a distraerla con una taza de té caliente. Allie lo miró con el ceño fruncido. Ravn encogió los hombros.

—Por si querías desayunar —comentó.

A pesar de que se sentía muy culpable por estar allí, en esa cama, desnuda y expuesta para él, aceptó el té de buen grado y bebió un sorbo. Ravn se pasó una mano por la barba de dos días que cubría sus mejillas, pensativo.

—Painei ya está al tanto de todo. Es quien mejor nos puede ayudar en estos momentos —añadió al ver su cara de desconcierto—. Ellan es su marido.

Allie casi se atragantó con el té. Tosiendo, dejó la taza a un lado y le miró con ojos inquisitivos.

—¿Su marido ha secuestrado a tu ex novia? Eso no tiene sentido alguno.

—Han metido a Freyka por mí —recordó Ravn, apretando ligeramente los dientes—. Ella solo es una víctima.

—Todo se viene abajo con una facilidad increíble. ¿Qué demonios buscarán?

—Sea lo que sea, aún queda para eso —Ravn sacudió la cabeza, visiblemente disgustado. No le hacía gracia quedarse allí parado, cruzado de brazos, mientras otros lo pasaban mal por su culpa—. Es agradable ver que esta vez no has huido de mí —comentó, recorriéndola con la mirada.

—No quiero cometer el mismo error dos veces —dijo, encogiéndose de hombros—. Hay que zanjar esto de una vez por todas.

—¿A qué te refieres?

—La verdad, Ravn. Lo sabes perfectamente —pensaba que se enfadaría con él de nuevo, pero lejos de hacerlo, lo que sentía era una paz increíble. Como si de repente hubiera llegado al lugar que llevaba tanto tiempo buscando—. Necesito saberla de una vez por todas.

Ravn se desinfló como un globo. «Por supuesto que es hora de la verdad —pensó, agachando la mirada—.Es hora de dar por finalizada esta etapa».

Se sentó a su lado, en el borde de la cama, y la miró fijamente. Allie tembló al ver todo el dolor que inundaba sus pupilas. El dique de sus sentimientos se había roto, todo saldría fuera, sin excepciones, sin dejar nada oculto. «Ojalá todo sea una mala pesadilla —suplicó, retorciendo las manos—; ojalá nunca me hayas dejado de querer».

* * * *

Painei sentía que las paredes se le echaban encima. Optó por coger a Kade y una pequeña maleta con sus cosas y llevarle con Mor, donde estaría a salvo ocurriera lo que ocurriese.

Viajó una hora en coche hasta la vieja mansión de Mor, ubicada en mitad de un bosque de Stavanger, bien alejado de miradas curiosas y del jaleo propio de las ciudades. Iba poco a verla, no le gustaba en demasía el lugar, ya que le traía amargos recuerdos, pero por Kade se guardaba todo lo que sentía.

El niño jugueteaba con varios cochecitos de juguete en la parte de atrás. Painei, mirándole a través del espejo retrovisor, sonrió. Le inundaba un calor muy gratificante cada vez que observaba a su pequeño.

Detuvo el coche a varios metros de la puerta principal. La mansión estaba hecha de cristal opaco, que no permitía la vista al interior, pero sí de dentro hacia fuera. Como en la torre principal de FROZE.

Bajó del coche y sacó a Kade. El niño se emocionó al ver que estaban en casa de Mor. Adoraba pasar fines de semana allí, pues podía corretear por donde quisiera, y además siempre le daban golosinas de todo tipo.

—Kade, ten cuidado —gritó Painei, viendo que ya corría en dirección a la casa.

Ella se quedó unos minutos rezagada, luchando por sacar la maleta del coche, que se había quedado atascada.

—Deja, yo te ayudo.

Kado apareció de la nada, sobresaltándola. Painei, aturdida, reculó un par de pasos. Él sonrió, dándose cuenta, y bajó la maleta al suelo con facilidad.

—Siempre has sido torpe con estas cosas, eh —se burló. Frunció el ceño al ver que ella no reaccionaba—. ¿Estás bien?

—Estás… Estás aquí —ella rió suavemente, como saliendo del shock—. ¡Pensaba que habías desaparecido! Nadie sabía de ti, ni siquiera en el hospital. Dijeron que te fuiste por voluntad propia.

—Y así es. Mor me ha acogido una temporada en su casa —comentó, dando una mirada por el lugar—. Es bastante agradable estar por aquí, no llega la nieve hasta nosotros, se queda toda en la copa de los árboles.

—Espera a que se acumule demasiada y empiece a caer —dijo en voz baja—. Se romperá hasta el cristal del coche.

Kado rió suavemente. Cogió la maleta y le hizo un gesto para que fuese delante. Ella, todavía nerviosa, caminó con lentitud, escuchando el crujir de las hojas bajo sus pies. Cerró los ojos, sonriendo de felicidad. Aquello era como volver a casa, aunque la burbuja se rompiera segundos después.

* * * *

Freyka temblaba. No lo podía evitar. Miraba toda la comida que reinaba la mesa y las náuseas y el miedo la paralizaban.

Frente a ella, el desconocido que la retenía a la fuerza, comía con elegancia, sin hacer ruido ni siquiera cuando cortaba la carne con el cuchillo. Levantó la mirada al ver que era observado todo el tiempo y sonrió.

—¿No comes?

—No tengo hambre.

—En tu estado, no debes reprimirte ese tipo de cosas —le acercó un plato de menestra—. Sírvete.

Pero Freyka no se movió. Seguía mirándole con ojos vidriosos, rotos por el llanto. Ellan resopló.

—¿Frikadeller, tal vez? —apuró, acercándole otra bandeja.

Ella negó con la cabeza, inspirando hondo para retener el llanto. No entendía cómo podía tenerla allí, cenando con tranquilidad, cuando la había arrastrado de Dublín a la isla FROZE sin darle una sola explicación.

—Tú misma —dijo, y siguió comiendo en silencio.

Poco después alguien les interrumpió. Ellan gruñó al ver a Ossv parado en el vano de la puerta.

—¿Ocurre algo?

—Eso mismo venía a preguntarte —el hombre sonrió, como si no pasara nada—. Veo que tenemos invitada.

Ellan puso los ojos en blanco.

—Sabes perfectamente que no, Ossv. ¿Qué quieres?

—Cerciorarme de que la mujer está bien. Secuestrar no es la política de la corporación, y lo sabes bien, Ellan.

El hombre bufó, soltando los cubiertos y limpiándose la boca con una servilleta. Se levantó de la mesa, erguiéndose en su metro ochenta de alto, con el cabello oscuro revuelto y los ojos grises brillando con peligrosidad.

—¿Alguien te envía?

—¿Necesitaría ser enviado por alguien para preocuparme por una persona inocente que retienes en contra de su voluntad a la vista de toda la corporación? —Ossv le dedicó una mirada de advertencia—. Los demás aún no se han dado cuenta, pero es cuestión de tiempo, y sabes cómo se toma este tipo de cosas Essei.

—Él no me da miedo.

—Te lo dará cuando haga contigo lo mismo que con Kado, y no te hagas el valiente. Essei, o cualquier otro de FROZE, no perdonará ninguna metedura de pata. Ahora que el proyecto va hacia delante, Ellan, es imperativo que dejes tus juegos y te dediques a lo que se contrató de ti.

Ellan apretó la mandíbula, tanto, que le dolieron las encías.

—Ese policía sabe demasiado, y guarda en sí la manera de destruir esta empresa. ¿Quién, si no yo, ha sido el único que ha intentado quitarlo del medio?

—De ese policía nos encargamos nosotros, Ellan. No me obligues a retenerte —Ossv le clavó una mirada de advertencia—. Cuida bien tus espaldas, y, sobre todo, vigila tus actos.

Acto seguido se marchó, despidiéndose con un guiño de Freyka, del que solo ella se dio cuenta. Ellan, molesto, golpeó la silla con el puño. «Jodido entrometido —pensó—; solo sabe meterse donde no le llaman».

Él, que llevaba cinco años trabajando para la corporación sin descanso, era apartado como si no valiera nada. Nadie quería detenerse a ver que les sacaba de más apuros de los que creían.

Incluso Therus, que era el guardaespaldas de Essei, había logrado menos cosas que él.

«Pero eso se acabó —pensó, deteniéndose un momento—. Voy a hacer que todos en esta isla se arrodillen ante mí. Detendré a ese policía, y luego conseguiré lo que es mío, lo que me pertenece».

Miró a la mujer, que se encogió, asustada, y sonrió más ampliamente. Sí, aquella sería la llave que abriría su puerta, y después de eso, no volvería a ser el chico de los recados. Formaría parte de FROZE, tal y como siempre había deseado.

* * * *

Ravn estaba nervioso. Destapar aquella verdad supondría el detonante para la relación que mantenían, y no estaba muy seguro de si sería positivo o negativo. A su lado, Allie esperaba, impaciente, mordiéndose el labio.

«La verdad», pensó, queriendo reír por aquello. La verdad siempre era relativa… pero había que decirla.

—Antes de ir a Dublín, antes de conocernos, yo trabajé en Australia —comenzó a decir, con el corazón saltando dentro de su pecho, inquieto—. Era policía, pero nadie importante. Trabajaba largas horas, me pasaba por cualquier bar y le hacía compañía a cualquier camarero, y luego regresaba a mi cama, fría y vacía, solo para repetir lo mismo al día siguiente —huyó de su mirada zafiro cuando dijo eso, como si fuera a encontrar algún reproche en ellos—. Un día, me topé con una mujer muy guapa, que llamaba la atención allá por donde iba. Me propuso que trabajase para ella, y al ver la cantidad que me ofrecía, acepté sin pensar.

»FROZE era una gran empresa por aquél entonces, ubicada en una isla cerca de Australia, pero sin falsas promesas de eliminar sentimientos. Ni siquiera la gente sabía muy bien a qué se dedicaban —sonrió con amargura al recordar aquellas idas y venidas a la isla, fascinado por la forma en que trabajaban, como si vivieran en un mundo totalmente distinto al que conocía—. Yo solo me encargaba de vigilar algunas veces, pero cuando ella me pidió que fuera su mano derecha, no pude negarme. Painei siempre fue así de persuasiva.

Allie no dijo nada. Solo apretó los labios, preguntándose qué clase de relación había tenido su hermana y su ex prometido. No quería oír que habían estado juntos, eso la destrozaría. Painei, pese a ser idéntica a ella, tenía un carácter arrollador y encantador al mismo tiempo. Resultaba inevitable que la gente se fijara en ella, y que Ravn, en algún momento de su vida, hubiera caído en ese delirio le dolía; y la llenaba de celos.

—Ella quería destrozar la isla por completo, y para eso necesitaba que alguien la ayudase. Y me escogió a mí. Manipulé las cámaras de grabación, eché a varias personas de los alrededores, y la noche en que la isla voló por los aires, la gran mayoría de nosotros estábamos en la playa, esperando con paciencia —una sombra de dolor cruzó sus ojos como la miel caliente—. Murieron varias personas, entre ellas, el sexto miembro de la corporación y mi compañera; Tanya.

—¿Sexto miembro? —preguntó Allie, juntando las dos cejas en un ceño pronunciado—. ¿Es que falta alguien?

—Antes, FROZE tenía un dirigente más: Nifer. Él pereció en la explosión, no logró salir a tiempo. Como tantos otros.

Allie sintió un ramalazo de tristeza al ver cómo Ravn se hundía en sus propios recuerdos. Aquello debió ser muy doloroso para él.

—Tras eso, nos separaron a todos. Painei consiguió que me marchara a Dublín, haciendo creer al gobierno que yo jamás había trabajado para ellos. Nunca más volví a verla. Dos años después, sin embargo, en un bar de Dublín, apareció la misma mujer. Solo que su mirada y tono de voz era lo más hermoso que había visto y oído alguna vez —dijo con calidez, recordando el día que conoció a Allie—. Al principio realmente creí que se trataba de Painei. Pensé que había cambiado en aquellos dos años, pero nada lejos de la realidad. Bastó cruzar dos frases contigo para darme cuenta que tú y Painei, aunque por fuera seáis idénticas, por dentro sois un mundo aparte.

—Sentías algo por ella, ¿verdad? Por eso te alegraste al pensar que ella estaría allí —murmuró Allie, reteniendo las lágrimas de impotencia que picaban en sus ojos.

—Painei es una mujer muy llamativa, pero está fatal de la cabeza. La aprecio mucho, aun cuando me obligó a hacer cosas que no quería, pero jamás me sentí atraído por ella, ni sentí nada más allá de la gratitud.

Allie quería creerle con todas sus fuerzas, pero seguía faltándole parte de la historia.

—El tiempo que pasé en Dublín fue bueno, dentro del aburrimiento que suponía poner multas y recorrer la ciudad toda la noche. Después de conocerte, decidí pedir un traslado a Stavanger, donde pudiera estar más cerca de ti —su mirada penetrante la hizo arder, así que carraspeó, cortando el contacto visual con él—. Sé que odias tener a la gente que quieres lejos, y yo me sentía en el deber de estar lo más próximo a ti.

—Ravn —abrió mucho los ojos, sorprendida—. Pensaba que lo hiciste porque tenías aquí a tus abuelos, aunque no te lleves muy bien con ellos.

—No quería asustarte, ni que me dijeras que no lo aceptabas —sonrió con picardía—. Ya sabes, me gusta jugar sucio, princesa. Y yo te quería ver cada segundo de mi día, despertarme contigo, sentir tu cuerpo cálido a mi lado —buscó su mano bajo la manta, y cuando dio con ella, la apretó con fuerza—. Cuando apareciste, no solo te conocí a ti, Allie, sino también ala felicidad que durante muchos años me faltó. Pero no estaba seguro de mis sentimientos —su valentía flaqueó de pronto, estaba abriendo la puerta que había cerrado un año atrás—, y a pesar de todo, te arrastré a donde no debía. Te pedí que te casaras conmigo cuando ni siquiera sabía qué sentía por ti.

El azul de sus ojos se rompió, como si de pronto una desaforada tormenta se desatara en el interior de sus irises. Ravn, avergonzado consigo mismo, siguió hablando mirando la colcha de flores beige, asustado de reconocer todo lo que había hecho mal con anterioridad mientras aquellas dos pupilas lo miraban con todo el dolor y el odio que albergaba su corazón hacia él.

—Fue entonces cuando Painei volvió a aparecer de nuevo. FROZE estaba en una nueva ubicación, y lo que hacían no se parecía en nada a lo que habían hecho en Australia. Era horrible. No me dijo exactamente qué crímenes cometían, pero me metió de lleno en el departamento de investigación privada de Noruega, paralelamente a la policía, de forma que nadie se diese cuenta. Ni siquiera tú.

Allie escuchaba sus palabras con total atención. Apenas se movía, estática, mirando fijamente a Ravn aún cuando él ni siquiera podía hacer lo mismo. Su mente procesaba la información a duras penas. Creía firmemente que parte de la historia no era más que una broma, un adorno, pero a medida que él avanzaba, una terrible sombra se cernía sobre ella, amenazadora.

—FROZE me obsesionó. Quería conocer qué escondían, por qué la gente moría nada más poner el pie allí, qué demonios buscaban con todo eso. Por eso acepté el trabajo. Inevitablemente FROZE y yo hemos estado conectados siempre, no es casualidad que yo trabajase en la investigación —al decirlo no se sintió mejor consigo mismo, como en un principio había creído. Más bien notaba cómo el odio hacia toda la corporación se extendía por su sangre igual que la ponzoña. Le habían arrebatado tantas cosas que ya no conocía otra manera de enfrentarse a FROZE—. El día antes de nuestra boda, en Dublín, Painei decidió pedirme un último favor —tomó aire antes de continuar, sintiendo lo difícil que iba a ser todo aquello después de sacar a la luz toda la verdad—: Que no me casara contigo.

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