Frozen

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—¿Por qué te enviaron a ti solo? —Kelly arrugó la nariz.

—En realidad vinimos yo y mi mejor amigo, Sander, pero desapareció nada más llegar aquí.

—Oh, lo siento. Quizás no debería meterme en una investigación privada —dijo, aclarándose la voz—. Es que nunca me he visto envuelta en algo así.

—Nadie se ha visto en algo así —Allie cruzó las piernas y enganchó algunos mechones de pelo detrás de las orejas—. Pero, por desgracia, formamos parte del equipo de Ravnei.

Le miró cuando dijo su nombre completo. Él le dedicó la misma clase de mirada intensa, compartiendo, por un breve lapso de tiempo, una conexión que jamás, en todos los meses que compartieron como pareja, consiguieron. Allie jadeó, girando la cara. ¿Qué había sido aquello?

Ravn bebió de su propia botella, deseando emborracharse cuando antes. La presencia de Allie le intoxicaba demasiado. O se llenaba la mente de otra cosa, o la estrecharía entre sus brazos y le haría el amor como nunca.

—Sí, sois mi pequeño ejército —bromeó él—. Juntos lucharemos contra el mal.

—¿Como los cuatro fantásticos? —inquirió Allie, aguantándose la risa.

—Por supuesto.

—¿Y quién es el cuarto, listillo?

—Ésta de aquí —dijo, sacando su pistola—. No nos hará falta nada más. Bueno, quizás que llevarais trajes de cuero apretados.

Allie puso los ojos en blanco. «Como siempre, pensando en lo mismo».

—El día que tú vuelvas a verme vestida de cuero, Ravnei, lloverán piedras sobre Noruega.

—Tendré que rezar porque caigan meteoritos, pues. No quisiera morirme sin esa visión —contraatacó, haciéndola sonrojar ante su mirada ardiente.

—Uh, no me metáis en medio, no me van los tríos —se quejó Kelly, que empezaba a sentir los estragos del alcohol en su organismo—. Aunque siempre fue la fantasía de Therus.

—Y de cualquier hombre —añadió Ravn.

—Creo que sí, todos mis ex novios me decían lo mismo —la morena alzó la botella y brindó con él—. Pero nunca accedí a sus peticiones, por muy encantadores que eran.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Siempre lo quieren con otra mujer, y yo para eso me quedo con un hombre. Oh, Dios mío —abrió mucho los ojos, como si hubiese visto un fantasma—. ¡Esa es la fantasía de toda mujer!

—Lástima, porque entonces no podremos llegar a ningún acuerdo —chascó la lengua.

Allie, sintiendo una punzada de celos que la cabreó más, se levantó de un salto y fue a por la otra botella. La abrió con brusquedad y bebió tanto que cuando abrió los ojos de nuevo, todo se veía borroso. «¿Por qué me tiene que afectar tanto el cabrón este? Con lo feliz que era yo en FROZE hasta que él vino».

El suelo estaba tan frío que tuvo que ponerse los tacones de nuevo. Cuando giró, encontró que Kelly apenas podía enfocar al frente. A ella sí que se le había subido pronto el alcohol. A su lado, Ravn reía por algo que ella le había contado. Apretó los dientes, molesta. Tenía que tontear con ella sabiendo que tenía novio y que su ex prometida estaba allí en medio.

—Y bueno, Kelly, ¿cuánto tiempo lleváis juntos tú y Therus? —preguntó a posta, para recordarle a aquél Casanova que esa mujer tenía un compromiso con otra persona.

—Dos años —al hablar de él, el verde de sus ojos brilló con intensidad—. Nos conocimos el día de San Valentín, cuando le dieron calabazas. Llovía y yo le dejé mi paraguas. Dos días después estaba en la puerta de mi casa; había visto la dirección en la etiqueta del paraguas y decidió llevármelo. Desde entonces no nos hemos separado nunca.

«Vaya, qué romántico», pensó, desinflada como un globo. Su relación con Ravn había empezado de forma muy distinta, y así habían terminado.

—¿Eso aún ocurre en la vida real? —Ravn, interesado, se acomodó mejor en el sofá. Le dolía todo después de haber pasado horas en un calabozo frío y maloliente.

—Sí, claro. Pero no todos tienen tanta suerte. A veces el amor llega por otros medios menos ortodoxos o más oscuros. Dicen que esos son los mejores, cuando tienes que luchar hasta el final por él. «Tienes razón, son los que más valoras después de todo».

Bebió un trago y se alejó de ella al notar las miradas viperinas de Allie sobre él. No quería enfadarla más. Allie jamás se había puesto celosa, ya que nunca le había dado motivos, pero en ese momento, a pesar de su insistencia en que le odiaba y le daba asco, sabía que no era recomendable darle motivos para que le clavase un puñal cuando durmiera. Una mujer herida era mucho peor que un cáncer terminal.

—Ya está bien de hablar de amor en un paisaje tan hostil —tomó un paquete de comida y lo abrió. Dentro encontró más verduras, pero las comió de buen grado; eso era mejor que nada—. ¿Ponemos algo de música?

—Urg, yo creo que… necesito… acostarme un… poco —hipó Kelly, dejando la botella sobre el suelo—. Nunca he soportado bien el alcohol en grandes cantidades… Me da… sue…

Antes de terminar la frase ya se había quedado dormida.

Allie negó con la cabeza, riendo, y le pasó una de las mantas por encima para que no pasara frío, acomodándole la cabeza sobre el cojín. Dormida parecía aún más una princesa de cuento.

—Nos hemos quedado solos, entonces —Ravn se sentó encima de la mesa, comiendo y bebiendo como si nada—. Pobre, está hecha polvo.

—Y encima tú le das alcohol —le reprochó Allie.

—Eso le ha ayudado a dormir antes —encogió los hombros, restándole importancia.

—¿Lo hiciste a posta? —parpadeó, sorprendida—. ¿Cómo podías saberlo?

—No lo sabía —reconoció él—, solo esperé tener suerte. Tarde o temprano caería, y ha sido más pronto, así que mejor para ella.

—Nunca puedo fiarme de tus planes, Ravn —susurró ella—. Haces lo contrario a lo que espero.

—Forma parte de mi encanto —torció la boca en una media sonrisa—. ¿No lo crees así, Alyson?

—Deja de llamarme por mi nombre, me pones nerviosa —dijo, estremeciéndose.

Él se levantó y se caminó hasta ella. La miró fijamente, como hacía mucho tiempo que no la hacía, y le acarició la clavícula con el dedo índice. Ella suspiró, cerrando los ojos.

—No huyes de mí —murmuró, asombrado.

—¿Debería?

—Impusiste una norma —le recordó.

—Es verdad, y espero que la cumplas. Quita tu mano de mi cuerpo, Ravn.

—¿Y si no quiero?

—Te romperé la botella en la cabeza. Me da igual si te mueres —aseguró, clavando en él sus pupilas candentes—. Apártala.

Ravn obedeció sin rechistar. Ella le dio un trago a su botella y se alejó un paso de él.

—¿Dónde está esa música que has prometido?

—¿Te apetece bailar un poco, Allie?

—No. Solo intento que esto parezca más un bar que una casa donde podrían matarnos a todos y borrarnos de la faz de la Tierra —reconoció.

—Tus deseos son órdenes para mí, entonces —dijo, encendiendo el equipo de música que había en el salón. De pronto sonó una canción que reconocería en cualquier parte del mundo—. No puede ser —exclamó, riéndose a carcajadas—. ¿Oyes eso, princesa?

Allie asintió, contagiada por el recuerdo.

—Sube el volumen. Siempre me gustó esa maldita canción.

Y Ravn hizo lo que le pidió, ansioso por saber qué ocurriría a partir de ahí.

 9

Freyka lanzó el mechero al aire y lo cogió de nuevo, justo antes de que fuera a parar a la barra metálica. Miró de malos modos a la camarera, como si ella tuviera la culpa de sus desgracias. La chica, que era dos años más joven que ella y la conocía de sobra, le sonrió, ofreciéndole una copa.

—Tómala, te hará la noche más amena.

—Gracias —dijo a través de la espesa niebla de mal humor que la cubría—. Hacía tiempo que no pasaba por aquí.

—Dicen que has vuelto —comentó la mujer sin detenerse a pensar en si estaba metiéndose donde no la llamaban.

—Así es —asintió, dándole un sorbo a su copa, un Martini seco. Su favorito—. Parece ser que volvemos a lo de siempre, Helena.

—No lo digas como algo malo.

—Qué vas a decir tú, si eres una simple camarera —espetó, encendiendo la llama del Zippo—. Nunca sabrás lo que es ser prostituta.

—Tienes razón, no lo sabré nunca, pero sí sé de tristeza y rabia, Freyka —murmuró, sirviéndole otro Martini, intuyendo que esa noche necesitaría una botella para ella sola—. Y tú estás llena de ellas hoy.

Torció la boca en una media sonrisa, entre irónica y amarga.

Parte de su belleza irlandesa se borró de golpe. En el pasado le habían dicho que era muy guapa, y que gracias a eso llegaría a donde quisiera, que nadie se atrevería a negarle nada. Y ella los había creído, había confiado en lo de ser princesa sin tener sangre azul, en lo de encontrar miles de puertas abiertas. Pero la cruda realidad era que no existía tal belleza ni tal linaje honroso en ella; había nacido para ser puta, y algún día lo aceptaría.

—¿Tú crees?

—Vamos, no te pongas así —insistió Helena, estirando las manos para acariciarle las mejillas—. Estás guapísima. Noruega te ha sentado genial.

—Es extraño que nadie comente lo de mi ruptura con Ravn —comentó, girando en el taburete, apoyando la espalda sobre la barra y sujetando con fuerza la frágil copa de cristal—. O es poco evidente o estáis ciegos.

Helena se mordió el labio inferior. Animar a una persona que arrastra tantos demonios consigo era complicado, de eso tenía mucha práctica, siendo camarera en un club como ese había escuchado más casos parecidos, o incluso peores.

—Ravn se quedó en Noruega, tú estás aquí, no hay punto de comparación.

—Por supuesto que lo hay —insistió ella—. Estamos hablando de daño, de consecuencias y de la estupidez humana. De por qué estoy aquí de nuevo, como si no pudiese cambiar mi vida, optando por una copa gratis y dinero fácil.

Helena la miró con lástima.

—Entonces no bebas más, lárgate de aquí y no mires atrás.

Ella soltó una fría carcajada. No estaba borracha, ni mucho menos, pero cuando la vida apestaba tanto gustaba de reír un rato, aunque solo fuese por oír algo de sí misma que no sonara casi muerto.

—Qué ilusa eres, Helena. Ten cuidado cuando el jefe te hable de subir puestos aquí, no imaginarías dónde terminarías si aceptases.

Con la copa en la mano se levantó de un salto, con tan mala suerte que se mareó y la copa resbaló de sus dedos hasta el suelo, rompiéndose en pedazos. Llevándose una mano a la cabeza, intentó llegar a la barra y apoyarse en ella para no caer, ya que las piernas le temblaban tanto que no responderían por mucho más tiempo. Sin embargo, el mundo de alrededor giraba demasiado rápido para ella, y terminó cayendo al suelo, dándose un leve golpe en la cabeza. Gimió, asustada, notando las manos cálidas de Helena sobre ella y escuchando su voz en la lejanía. Aquello nada tenía que ver con dos Martini secos.

—Eh, Freyka —la llamó de nuevo la camarera, asustada—. ¿Qué te ocurre?

Otro par de manos, más grandes y menos cálidas, la atraparon y la levantaron del suelo con suma facilidad. Ella vio, a través de la niebla que cubría sus ojos, a Joe y su sonrisa tranquilizadora.

—Cálmate —pidió él—. Te llevo a buen recaudo.

Y ella, como una niña pequeña, le hizo caso y se quedó dormida, apoyando la cabeza sobre su ancho hombro y olisqueando su perfume, demasiado fuerte, que le revolvió el estómago.

* * * *

—Esto debe ser una broma —Ravn se quitó la chupa de cuero y la dejó sobre la mesa. Allie, al otro lado, bebía y movía las caderas con lentitud—. Deben haber querido animarnos un poco.

En la radio sonaba One way or another de Blondie, la misma canción que había escupido el tocadiscos del pub donde se vieron por primera vez, algo que nunca habían olvidado. La letra era pegadiza y la canción movida, típica de los años ochenta, donde la había bailado infinidad de gente.

—Esto es genial —rió ella, alzando la botella por encima de su cabeza—. Oh, dioses, había olvidado cómo sonaba.

Bailó con torpeza, claramente afectada por el alcohol ingerido. El líquido sonaba al chocar contra el cristal que lo aprisionaba y que ella balanceaba sin piedad al son de una canción ochentera hortera. Movió los pies, las caderas, los brazos, la cabeza. Ravn, también embriagado, se unió a la fiesta, incluso despojándose del cinturón de los pantalones para hacer círculos, imitando a los viejos caballeros del oeste.

Rieron mutuamente, como dos viejos amigos que nada tenían que temer. Allie se dejó arrastrar por el buen humor que esa canción producía en ella.

—Reconócelo, tú has bailado más de una vez esta canción —le dijo ella, mirándole.

—Por supuesto. Solían ponerla en la siderurgia en al que trabajé con diecinueve años.

—Así que ibas con ventaja esa noche ¿eh? Me mentiste para ganar la apuesta —bufó.

—No sé cómo no te diste cuenta antes —sonrió sin rastro de culpabilidad—. Solo quería tu número de teléfono, y lo conseguí. El método daba lo mismo.

—Eres un pequeño rastrero, Ravn —le golpeó en el hombro—. Te aprovechaste de mí.

—Tenía que hacerlo —dijo, encogiendo los hombros. Allie bufó de nuevo—. Ya no tiene sentido que me reproches nada, preciosa, pues eso pasó hace mucho tiempo.

—Y luego querías que la gente se fiara de ti. ¡Te conocen muy bien! —exclamó ella.

Él dio un sorbo a su botella, nada avergonzado por ello. Jugaba sucio cuando tenía que hacerlo y el premio a ganar era tan suculento como Allie. Que la gente cayera era culpa de ellos, no de él.

—¿Todavía te molesta haberme conocido, Allie? —se atrevió a preguntar.

—¿Tú qué crees? —se detuvo un momento, apartándose el flequillo de la frente húmeda—. Solo has sabido traerme problemas.

—Eso no es cierto. Tú solita te metes en unos cuantos —señaló la casa, aunque quería enfatizar a FROZE y su presencia allí—. Si yo no hubiese vuelto a aparecer, habrías muerto. Serías un cuerpo azul.

—¿Qué coño es un «cuerpo azul»?

Él suspiró, sentándose en el suelo, con la espalda apoyada en el mueble. Hacía tiempo que no hablaba de eso, exactamente desde el día anterior a su entrada a la isla. Su jefe, Imer, le había pedido exhaustivamente que cortara aquello de una vez, como si el destino de toda la gente de FROZE estuviera en sus manos. Y en las de Sander, antes de ser secuestro o asesinado.

Tragó saliva, un nudo apretándole el estómago. ¿Qué contar acerca de los cuerpos azules, si solo su nombre indicaba el asunto en sí?

—Son cadáveres, Allie —empezó, en voz baja—. Cadáveres que presentan una tonalidad azul horrible, como el color de las letras y el símbolo de esta ciudad. He visto tantos que ya he perdido la cuenta. Y todos, sin excepción, llevan un número en la nuca.

Allie se relajó un poco. Era evidente que él ya no representaba el papel de hombre fuerte o conquistador, sino el de policía, el que habitaba realmente dentro de su alma. Confusa, ocupó el sitio al lado, botella en mano, para profundizar en aquello que parecía hacer daño a ese hombre.

—Yo no tengo ningún número, Ravn. ¿Cómo sabéis que provienen de la ciudad?

—Llevo tres meses metido en esta investigación, Allie —gruñó, pasándose una mano por el pelo, gesto que solía hacer cuando estaba enfadado o nervioso—. Sé perfectamente que algo no va bien aquí dentro, empezando por los cadáveres y terminando por esta ciudad de locos que podría venirse abajo en el próximo terremoto marino.

—Nosotros saldremos antes, si eso te preocupa.

—¡Pero ese no es el problema! Se supone que tengo que encontrar pruebas, evidencias, ¿y dónde estoy? En la boca del lobo totalmente. De no haber sido por ti ahora mismo estaría bajo tierra, con la cabeza volada y un riñón menos.

—No exageres, yo no hice nada.

—Por supuesto que sí —giró la cabeza y la miró fijamente—. No sé quién es esa tal Painei, pero agradezco que tenga tanto en común contigo.

Allie contuvo el aliento. Oler el perfume de Ravn la aturdía, y tenerle tan cerca, con las defensas bajas, no era lo mejor que podía pasarle.

—Habrías encontrado la forma de escapar, como haces siempre —murmuró ella.

Él bajó la cabeza otra vez, derrotado. «No olvidará jamás lo que le hiciste, está claro».

—Tengo que salir de aquí con evidencias, y para eso, necesito entrar en la central.

—Lo haremos mañana.

—Estás loca.

—Claro que no —apostilló ella—. Lo tengo pensado, y es nuestra mejor opción.

—Quiero hablar primero con Mor.

—Oye, no quiero estar aquí abajo más tiempo —le advirtió, enfadada—. Ya he pasado por mucho en dos días, no quiero saber qué ocurrirá en un tercero.—Nada que deba preocuparte. Estoy aquí, soy tu superhéroe —proclamó, chulesco, alisándose la camiseta por la parte del pecho.

—Tú hace mucho que dejaste de ser superhéroe para convertirte en villano, Ravn —dijo.

—Los villanos son mucho mejores que los superhéroes, así que me doy por satisfecho. La gente buena hace cosas buenas, evita romper las normas, y como soy tu villano, puedo darme cierta clase de lujos.

Y, dicho aquello, pasó la mano por su nuca y la atrajo para besarla.

Al principio, Allie abrió mucho los ojos, sorprendida.

Sus labios permanecieron estáticos, hasta que Ravn, que no se rendiría jamás, empezó a abrírselos con los suyos, insistente, consiguiendo, por fin, su gran premio. Que ella se rindiera por completo a su beso se debía, en parte, al alcohol de su organismo. Pero a Ravn no le importó lo más mínimo. Deseaba aquello desde hacía demasiado tiempo.

Había soñado con sus labios tantas veces que no podía creer en su suerte de ese momento. El beso anterior solo había sido una burda estratagema por parte de ella, y aunque lo había disfrutado, no tenía nada que ver con ese, mucho más pasional y caliente.

La aplastó entre su cuerpo y el mueble, pasando la mano libre por si cintura. La suave tela de raso del corsé era increíble, pero prefería la de su piel. Ascendió con los dedos hasta la clavícula, y pasó el índice por ella, trazando su contorno. Allie resopló, apartándose de él. Sus irises zafiros brillaban con tanta calidez que Ravn no pudo evitar gemir. Esa era la Alyson que él quería y que no alcanzaría nunca más. La que alguna vez había tenido a su lado y no había valorado.

—No me beses —susurró ella, con el aliento entrecortado.

—¿Por qué no?

—Nuestra norma —atinó a decir.

—Olvídate de eso, princesa. Ahora lo que importa es que los dos deseamos esto —se acercó de nuevo para besarla, pero ella sacudió la cabeza, apartándole.

—Ravn, en serio —colocó una mano en su pecho para mantener las distancias—. Que estemos borrachos no significa nada, sigo deseando tenerte lejos.

—Tu corazón dice lo contrario. Lo escucho desde aquí, Allie —volvió a tocarle la clavícula, esta vez con la palma de la mano.

Allie también escuchaba los acelerados latidos de su corazón, que la traicionaba, una vez más, en presencia de él. «Maldito Ravn de las narices». Ella no quería rendirse a él, no otra vez, pero le tenía allí delante, mirándola fijamente, y todas sus defensas se venían abajo. ¿Cómo podía luchar contra eso? Resultaba imposible, al menos en ese momento, librar una batalla donde su corazón no levantase del cementerio donde Ravn lo había enterrado el día que la abandonó. Porque el amor que sentía por ese hombre no había desaparecido, solo estaba dormido, casi muerto.

La rabia y el rencor, el dolor, no le permitían pensar en otra cosa que no fuera hacerle sentir la misma clase de desesperación que la había hundido aquellos meses. Pero, ¿podría conseguirlo? Estaba allí sentada, pegada a él, oliendo su perfume y notando su aliento, y el mundo parecía recuperar un poco de su color. FROZE ya no era tan fría, y el hielo que había congelado su corazón ahora goteaba, caliente, contra lo que quedaba de su muro de piedra.

—No —insistió con voz débil—. Por favor.

Ravn, que se negaba a forzarla a hacer algo que no quería, asintió y se sentó de nuevo a su lado. Llevó la botella a su boca y bebió un largo trago. La garganta le ardió debido al líquido abrasador que le emborrachaba los sentidos y el corazón. El estómago le rugió de hambre, pero lo acalló con un nuevo trago. Cerró los ojos, acomodando la cabeza sobre el mueble, escuchando una melodía que no reconocía, pero que hablaba de la oscuridad que envuelve un corazón cuando el mundo entero le da la espalda.

Sí, algo así era lo que sentía; oscuridad y pesar porque esa mujer se negaba a dejarle demostrar que se arrepentía de lo que había hecho, del daño que le había infringido.

—El coche se me estropeó —comentó ella de pronto.

—¿Cómo dices? —la miró por el rabillo del ojo.

—La noche que nos conocimos, se me estropeó el coche, mi ex novio me había dejado por una Barbie rubia y me había despedido del trabajo pensando que esa era la mejor forma de subsanar mi estúpido error.

Soltó una temblorosa risa.

—Así que tú también me mentiste, no esperabas a ningún hombre.

—Ajá. Pensaba que de esa forma no te irías de la barra —admitió—. Quería conseguir tu teléfono, eras la clase de chico caliente que toda mujer quiere saborear al menos una vez en la vida.

—¿Y ya no lo soy? —quiso saber.

«Claro que sí, y lo sabes, maldito bastardo».

—No estoy en condiciones de responder a esa pregunta.

—¿Por qué?

—Estoy borracha.

—¿Acaso no dicen que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad? Venga, que se note —rió él.

—Que te jodan, Ravn —espetó ella—. No voy a subirte el ego, para eso ya tienes a tu puta.

Él puso los ojos en blanco, recordando a Freyka. Ni siquiera sabía dónde se encontraba en ese momento. «Irlanda? Sí, seguramente».

—Ya pagué suficiente por eso, Allie. ¿Hasta cuándo vas a odiarme?

—Hasta el fin de mis días.

—¿Y si el fin llegara mañana? ¿No te arrepentirías de haberlo abandonado todo? ¿Hum?

Allie se abstuvo de pegarle una bofetada.

—No me compres con suposiciones absurdas, soy más lista que eso —repuso, mirándose los tacones negros—. Siempre mendigando sexo, Ravn, no tienes remedio.

—¿Sabes?, no soy ningún mendigo sexual, solo quiero que me perdones.

—Pues así no lo vas a conseguir y lo sabes —le recordó con voz cantarina.

—¿Apuestas algo?

Ella curvó los labios en una media sonrisa.

—No. Eres un tramposo.

«Mujer intuitiva», pensó, chasqueando la lengua. Ni aun estando borracha bajaba las defensas. Debía ser la mujer con la fortaleza más pétrea de ese mundo, y le había tocado a él.

—Haces bien al no fiarte de mí, porque siempre haré lo que sea por tenerte —reconoció, dándole a la botella.

Ella reprimió un gemido de frustración. No aguantaría mucho más tiempo aquellas confesiones en voz baja si Ravn no se detenía en ese momento.

—Admites, pues, que nunca hay que fiarse de tu palabra —concluyó ella, esbozando una sonrisa que era muy parecida a la que engulle a un ganador de póker—. Jodes a todo el mundo.

—Todavía no me he animado con las orgías, pero todo podría darse.

—Tómalo en serio —bufó, rodando los ojos en sus órbitas—. Sabes bien lo que quiero decir.

—Cristalino. Pero permíteme apuntar una pequeña cosa: ahora mismo solo estoy excitado por ti. Kelly, ahí dormida, no podría ni com…

—Calla —rugió ella, para luego calmarse al escuchar los gemidos somnolientos de la morena, allá en el sofá—. No seas cerdo. Ella tiene pareja.

—Como si eso importara.

Allie apretó los puños, conteniendo la ira, porque si explotaba, ese hombre terminaría calcinado. Cogió la botella, que parecía ser su mejor amiga esa noche, y le dio otro largo trago, sintiéndose flotar de pronto. Intentó enfocar su alrededor, pero todo parecía haberse duplicado de pronto, y lo único que veía con claridad eran los ojos dorados de Ravn en medio de la oscuridad. Como dos faros que atraen a un barco perdido en una noche de tormenta.

—Pareces una luciérnaga —rió ella—. Siempre me gustó esa parte de ti.

Él sonrió por su comentario, sin poder evitarlo. De pronto se sintió como un perro al que su amo le rasca las orejas después de un largo castigo por morder sus zapatillas.

—A mí, tu amor por la vida.

Allie parpadeó, cogida por sorpresa. Ignoraba que, después de sus últimos actos, pudiese decirse que sentía aprecio por vivir y sentir.

—Explícate —le pidió en un susurro.

Ravn tardó en reaccionar. Metió la mano en los bolsillos de sus vaqueros y sacó lo que parecía un pañuelo; luego, Allie vio que se trataba de algo que creía perdido desde hacía tiempo.

—Esto te lo robé en aquella fiesta de disfraces a la que fuimos ¿recuerdas? —sonrió, dándole el parche negro—. Todavía conserva tu perfume.

Lo sujetó con manos temblorosas, emocionada. Había sido un regalo de su padre, cuando aún era muy niña, y desde entonces lo había conservado. Excepto cuando lo perdió en aquella maldita fiesta. Le había dolido saber aquello, pero en ese momento solo le importaba que lo tuviera de nuevo en su poder, y que Ravn lo había cuidado bien.

Feliz, colocó el parche sobre su cabeza, con ayuda de Ravn, ya que con la borrachera no atinaba a ponérselo bien. Cuando terminó le miró con una enorme sonrisa en los labios.

—¿Soy una pirata de nuevo, joven grumete? —preguntó, bromeando.

Él contuvo el aliento. Los rizos rubios le caían en cascada hasta el pecho y la espalda, muy voluminosos. El flequillo le tapaba la frente y parte del parche negro, colocado sobre su ojo izquierdo. Esbozaba una tierna sonrisa, como una niña que vuelve a reír después de mucho tiempo. La curvatura de sus labios era más simétrica que nunca, apetecibles, levemente enrojecidos por los besos compartidos. Y sus manos, de largos dedos y muy suaves, descansaban sobre su regazo, con la botella bien sujeta.

—Eres la pirata más hermosa de este mundo y cualquier otro, Allie. Ya deberías saberlo.

—¿Lo dices de verdad?

—¿Crees que miento? —murmuró.

—No lo sé…

Ravn suspiró, dejando caer los hombros. Miró la botella, a la que le quedaba poco ya, y pensó en ir a buscar algo más fuerte que aquello. Necesitaba algo duro esa noche.

—Quieres vivir con todas tus fuerzas, princesa. Amo eso de ti. A diferencia de mí, tú nunca has dejado que te pongan de rodillas, si sabes por dónde voy —la miró con una sonrisa sardónica vistiendo sus labios—. Yo fui un jodido cobarde, y al final conseguí un montón de mierda en mi vida. Todavía queda un poco en mis zapatos.

—Ravn… —empezó a decir ella, deteniéndose cuando él rió con frialdad.

—Freyka me ha abandonado porque paso más tiempo con mi trabajo que con ella. Dejé todo por esta ciudad, por esta investigación, y nada más poner un pie aquí pierdo a mi mejor amigo, que es como mi hermano, y te encuentro a ti, mi perdición. Acabo en el corazón de una isla perdida en mitad del mar, donde asesinan gente y ocurren cosas horribles e ilógicas, y cuando puedo hacer las cosas por las buenas, elijo inmiscuirme contigo, mendigando por un poco de tu atención. Me muero por besarte a cada momento, por tocarte y por hacerte el amor —pasó una mano por su pelo, claramente afectado por su sinceridad—, pero ni eso puedo, porque te dañaría otra vez. Mereces algo mejor que yo.

—Quizás soy una mala persona por decirte esto, pero realmente me alegro por lo de Freyka.

«Yo también, princesa, yo también», pensó. Sin embargo, dejó que hablara tranquilamente, expresando lo que sentía.

—Por lo demás, Ravnei, jódete. Te mereces todo eso no porque seas un cobarde, sino por dejar pasar lo mejor de tu vida como si pudieras darte el lujo —apretó ligeramente los dientes—. Nunca permites que las cosas buenas de tu vida se queden. Hablas de ti.

—No, Ravn. Hablo de todo. Te conozco lo suficientemente bien como para ver que eres incapaz de permitirte un resquicio de felicidad porque todavía vives anclado en el pasado.

Olvida a tus demonios ¿quieres? Porque me han alcanzado incluso a mí.

La voz se le quebró hacia el final. De pronto notó unas inmensas ganas de llorar. «Soy una estúpida y una débil mujer, demonios».

Él se apresuró a abrazarla con fuerza, frotándole la espalda con la mano y enterrando la cabeza sobre la curva de su cuello.

Allie permaneció inmóvil durante un minuto entero. Finalmente, pasó los brazos sobre su cuello, embriagándose con el olor cítrico que desprendía.

—¿Lloras? —preguntó él.

—No —su voz sonó increíblemente frágil.

—Hazlo si con eso te sientes mejor.

Ella se apartó de él y miró directamente a su alma a través de sus pupilas negras.

—El que debería llorar eres tú por una vez. No son mis demonios. Una vez te ofrecí matarlos, te juré que te protegería incluso cuando pensaras que todo estaba perdido. Ahora te toca pelear solo.

—No quiero enfrentarme a ellos solo, Alyson —reconoció, preguntándose si sonaba tan patético como creía—. Te necesito conmigo.

—No vas a volver a tenerme, Ravn —aseguró, levantándose de golpe del suelo, sacudiéndose los pantalones—. Ya no soy tuya.

Él no permitió que se alejara de nuevo. Esa era su oportunidad; si la perdía, todo terminaría.

La sujetó de la mano, con fuerza, y cuando ella giró para enfrentarle, él ya estaba de pie. Pasó una mano por su cintura, atrayéndola, y acercó su rostro al suyo con la firme intención de que escuchara claramente sus palabras.

—En eso te equivocas, Alyson. Sigues siendo mía mientras tu corazón siga bombeando sangre por mí. Sigues siendo mía mientras desees besarme. Sigues siendo mía mientras tu cuerpo pida a gritos que te haga el amor. Sigues siendo mía, pequeña, mientras sigas guardando una ínfima parte del amor que todavía sientes aquí —le tocó el pecho, a la altura de su corazón—. ¿Lo entiendes? Puedes odiarme, puedes tenerme asco, pero sigues siendo mía, y me quieres.

Cerró los ojos, inspirando hondo, tranquilizándose. Pasó las manos por sus hombros para apartarle lo suficiente. Su cuerpo respondía a su cercanía, a su calor y a su olor, y no lo soportaba. Ya no. O jugaba su última carta o perdía la partida.

—Solo tú puedes seguir viendo amor en una mujer que destruiste —dijo finalmente, abriendo los ojos y mirándole—. Vivir de ilusiones es absurdo.

Para su sorpresa, Ravn la soltó de golpe y se alejó de allí.

Cogió la botella, regresó a la mesa, y se acomodó allí a beber.

—Tienes razón —dijo pasado unos minutos—, solo yo veo imposibles en las personas.

* * * *

Freyka despertó un rato después. Recostada en la cama de la habitación VIP de su jefe, estaba empapada en sudor y desorientada. Frank, sentado a los pies de la cama, la miró con una sonrisa cálida y acogedora.

—Por fin —fue su saludo—. ¿Cómo te encuentras?

—Fatal.

—Es normal. Te desmayaste hace dos horas.

Se incorporó lentamente, frotándose la cabeza con una mano. Miró al hombre, avergonzada.

—Vaya vuelta más triunfal ¿uh?

—Dudo mucho que vayas a volver por aquí, Freyka. Alégrate.

Ella frunció el ceño.

—¿De qué hablas?

Ahora fue el turno de él para fruncir el ceño.

—¿No lo sabías? —preguntó—. Qué raro.

Freyka pensó que le ocurría algo malo, a juzgar por la actitud de Frank. Podría ser, dado que su mala suerte iba en aumento en los últimos días. Lo último que le faltaba era una enfermedad incurable o algo por el estilo, que echara por tierra lo único bueno que poseía.

—No me tengas en ascuas, Frank —dijo ella, indignada—. Cuéntamelo y punto.

—Estás embarazada. Enhorabuena.

Su reacción fue reírse, soltando enorme carcajadas que provocó un escalofrío en Frank. El hombre, asustado, se acercó a ella. Freyka, sin embargo, lo miró con verdadero asco.

—Estás mintiendo. Yo no puedo estar embarazada, y tú no podrías saberlo.

—Hice que mi médico privado te sacase sangre —señaló su brazo donde, efectivamente, había una pequeña marca de aguja—. Dudé un momento, no sabía si estabas enferma. Contratarte de nuevo con alguna enfermedad sería un suicidio para mi negocio —explicó—. Pero la sorpresa ha sido agradable; estás sana, y llevas un trozo de vida dentro de ti.

—¿Cómo te has atrevido? —susurró, llevándose las manos temblorosas hacia su barriga—. ¿Cómo demonios te has permitido el lujo de hacer esto?

—Es un negocio, Freyka, y como tal, cuido de mis intereses. A pesar de todo, preocúpate de tu nueva condición. Ser mamá es increíble.

—Es una jodida mierda —sollozó ella—. ¿No lo entiendes? Ravn y yo terminamos, estoy en Irlanda, y él a saber dónde, jamás saldrá bien. Tendré que… —solo de pensar en la idea de matar al bebé que crecía dentro de sí misma le arrancó un gritito—. Joder, joder, joder.

Él le tocó la cabeza, comprensivo. Freyka lo apartó de un empujón, pero él ni siquiera se molestó; la atrajo y la abrazó.

—No acostumbro a hacer esto y lo sabes, pero tú eres una gran amiga, Freyka. Si necesitas algo, sabes que puedes contar conmigo —aseguró.

—¿Tú vas a pagar todos los gastos, Francis? —bufó ella, con los brazos laxos sobre su regazo.

—Si me lo pides, sí —aseguró él, apartándose un poco para mirarla—. Si quieres que esté a tu lado, lo haré.

Parpadeó, asombrada. Eso no entraba en sus planes. Hubiese preferido cualquier otra respuesta a eso.

—¿Qué estás insinuando?

—Lo sabes perfectamente —sonrió él, con un deje de amargura—. Me interesas como mujer, Freyka. Desde el primer momento en que te vi. Y si me dejaras, te haría la persona más feliz de este mundo. O eso creo, tampoco he compartido mi vida como para saber qué clase de persona soy en el espacio vital de otro. Aún así, estoy aquí ahora. La corriente te ha devuelto a mí, y quiero pensar que es porque ha llegado mi oportunidad.

—Frank…

—No respondas nada ahora mismo —le pidió—. Tómalo con calma. Haz lo que creas que es mejor para ti y para ese bebé. Yo estoy dispuesto a correr con todos los gastos, a quererle y a educarle como si fuera mío. La decisión, en cambio, está de tu lado. Yo ya he tomado la mía.

Tragó saliva, anonadada. Jamás, en todos los años que llevaba allí, habría esperado esa clase de sentimientos en el hombre que estaba allí parado, mirándola como si fuera lo mejor del mundo. «No lo puedo creer, esto debe ser un sueño». Que alguien la quisiera como nunca la había querido nadie le hacía ver cuán jodido era el Destino. Le había llevado a la encrucijada más difícil de su vida, y no sabía hacia dónde dirigirse.

—Te daré algo de tiempo —aseguró él, yéndose hacia la puerta. En el último instante se detuvo y la miró por encima del hombro—. En la mesita que tienes al lado hay un sobre con dinero. Creo que bastará para los próximos dos meses. Cómprate una buena tarta y celébralo con tu hermana, quien, estoy seguro, se alegrará mucho. Tómalo como un regalo por la buena noticia. Nos vemos, Freykaje.

Y dicho aquello, se marchó. Freyka, que todavía no había asimilado del todo la noticia, se dejó caer de espaldas en la cama y comenzó a sollozar, entre contenta y asustada.

 10

Kado estaba muy nervioso. Lo que iba a hacer podía costarle la vida, como mínimo, porque conociendo a sus jefes y conociendo a Painei, se montaría una grande si se daban cuenta de ello. Solo una mujer como esa podía meterle en la boca del lobo y convencerle de que estaba bien. Painei tenía demasiada influencia en su vida para su bien.

Entró en la sala de la corriente eléctrica, que era enorme y abastecía a toda la isla, y cogió la linterna que llevaba para no chocarse ni perderse. Olía a cerrado, a polvo cubriéndolo todo.

Estornudó un par de veces mientras buscaba el interruptor principal de FROZE; solo tenía que apagar la torre central, el resto daba igual.

Llevaba el tiempo suficiente trabajando para la corporación como para darse cuenta que lo que iba a hacer se llamaba traición. Había jurado guardar el secreto aún con su vida, y sin embargo, escogía a Painei y su visión del mundo. Porque lo que sentía por ella era demasiado fuerte como para ignorarlo.

«Soy un débil, qué asco».

Se internó más en el lugar, buscando el interruptor, que no parecía estar a la vista. La corporación se encargaba bien de guardar su estúpida isla. Allí nadie podía destruir nada sin que llegara a losoídos de los superiores, sería una suerte que Painei lo consiguiese.

—Un jodido suicidio en toda regla —masculló, apartando unas cajas que había en el arco que conectaba una sala con otra. Era más pequeña, pero para su suerte, estaba la caja de metal donde los principales interruptores de FROZE se veían llamativos. Color rojo, con el nombre del edificio principal, su objetivo principal le llamaba. Kado pulsó el botón y escuchó un crujido.

La torre acababa de quedarse sin luz.

Regresó de nuevo a la puerta antes de que requiriesen su ayuda o fuesen a buscarle. Si alguien se daba cuenta de que salía de allí, estaría muerto. Realmente.

Subió de nuevo en el ascensor a la planta número seis. Odiaba quedarse por demasiado tiempo bajo tierra, le asfixiaba. A pesar de la cúpula que impedía los derrumbamientos, le causaba claustrofobia y terror saberse enterrado, sin que nadie de su familia supiese que estaba allí.

Pensar en ellos le revolvió el estómago. Hacía años que no sabía de ellos, ni si estaban bien o sus padres habían muerto. Era bastante triste, pero no quería incluirles en esa locura. Quien necesitaba dinero era él, y trabajar para la corporación FROZE le proporcionaba una gran cantidad al mes que podía emplear en su vida privada. Painei se desesperaba a veces.

Llegó a su planta, y nada más abrirse las puertas del ascensor, se topó con Painei. Ella sonrió, feliz de verle, y se abalanzó hacia él, besándole.

—¡Al fin! —susurró—. Pensé que te habías perdido —se burló de él.

Kado bufó, agarrándola de las caderas y aprisionándola contra la pared. Ella ronroneó, contenta y excitada.

—¿Aquí? —preguntó.

—¿Pensando en sexo, Pain? —él gruñó—. Un poco de seriedad, estamos en medio de una misión.

—Venga, todavía tenemos que esperar media hora. Y en ese tiempo podemos hacer muchas cosas.

—¿Quieres un orgasmo? —mordisqueó su labio inferior, introduciendo una de sus manos por la cinturilla del pantalón. Acarició su punto más sensible por encima de la ropa interior—. Puedo darte uno ahora mismo.

Ella jadeó, arqueando la espalda. Pero a pesar de que quería estar con él negó con la cabeza; acuciaban otras cosas en ese momento.

—Quizás después —dijo, con un tono que denotaba una promesa—. Vamos a la sala de cámaras.

—Irán allí a buscarme, y si te ven… —Kado chasqueó la lengua con disgusto cuando Painei le sacó la mano de sus pantalones.

—Confía en mí ¿quieres? En mitad de esta oscuridad no van a descubrirme. Ahora mismo soy una sombra, y solo tú puedes verme, Kado.

Esa mujer sabía tocar el corazón con unas sencillas palabras. Le encantaba, no se cansaba de ella. La miró a pesar de la oscuridad que les engullía, grabándose a fuego cada mota de color dorado que había en sus ojos azules. « Preciosa, sencillamente preciosa».

—Vayamos —urgió ella, escuchando que se acercaban pasos.

Tiró de Kado hasta la sala de cámaras y cerró la puerta. Fue hasta la mesa donde habían hecho el amor el día anterior, sentándose sobre ella. Kado, que se sentía preso de los nervios, sacó una cajetilla de cigarrillos de su chaqueta y encendió uno. La nicotina le calmó un poco.

—¿Por qué desapareces tan a menudo, Painei? —le preguntó de sopetón, soltando lo que le hubiese gustado decirle el día anterior, después de tantos meses comiéndose la cabeza por su ausencia.

Ella curvó los labios en una sonrisa enigmática que no supo interpretar. Painei y sus secretos.

—No soy una mujer libre —recordó en voz baja, balanceando los pies. Sus tacones de tachuelas apenas rozaban el suelo—. Ojalá pudiese escaparme tanto como deseo, pero mi querido marido no puede sospechar.

—Divórciate de él.

Painei rió, sacudiendo la cabeza.

—¿Crees que es tan fácil? Mi padre me desheredaría, Kado. Le quiere demasiado.

—Sí, todo lo que no le quieres tú —gruñó, metiendo la mano libre en el bolsillo del pantalón para no golpear la mesa. Le ponía histérico aquella situación en la que se encontraba. Si quería a esa mujer y ella le correspondía, ¿qué demonios hacía metiéndose su padre en ello? ¡Si todos sabían que Painei no quería a su marido!

Ella exhaló un largo suspiro. Kado y su interés en tenerla solo para él, como siempre. No comprendería nunca que su deber era detener los macabros planes de la corporación FROZE y contentar a su padre y a su marido mientras eso durara. Sería libre algún día, pero todavía quedaba para eso.

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