Freelance

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CAPÍTULO 1

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CAPÍTULO 1

Instrucciones para no odiar los lunes

 

 

 

 

 

 

 

Where does the answer lie?/Living from day to day/If it’s something we can’t buy/There must be another way.

 

The Police

 

¿No te gustaría ir a trabajar ocho, nueve horas seguidas en cualquier cosa y a la noche estar tan pero tan cansada que no puedas ni pensar y solo te quede cerebro para ver tele y dormirte? La pregunta es real, me la hizo una amiga hace más de diez años cuando hablábamos de la posibilidad de entrar a un trabajo equis. Yo la miré con incredulidad. Lo decía en serio. No es mi intención juzgar a nadie, cada persona elige en mayor o menor medida qué hacer con su tiempo y con su vida y de qué manera prefiere freírse las neuronas. (Entiendo además que mucha gente deba tomar un empleo cualquiera por necesidad y lo respeto. Sin embargo, este libro se trata de explorar opciones que nos hagan más felices). Cuando lo dijo y me imaginé la situación (levantarme para ir cada mañana a ese lugar, pasar el día entero allí) me corrió un escalofrío por la espalda. Y, luego, una sensación de culpa e inadecuación. ¿Hay algo mal conmigo? ¿Soy una inadaptada? ¿Debería desear eso? ¿Es lo que tengo que querer, lo que quiere –supuestamente– todo el mundo?

Todavía hay un manto de sospecha ante quiénes se rebelan a ganarse la vida de un modo alternativo. “Me siento inmaduro”, confesó hace poco Piolo, un escritor y comediante que decidió años atrás convertirse en freelancer. Pese a ser más feliz y exitoso como es –tiene un libro publicado, hace shows de improvisación y stand up bilingües, además de escribir en varios medios nacionales– siente todavía la presión de los que dicen que si no vas a una oficina y recibes un cheque siempre el mismo día cada quincena, no es trabajo. Con su gato encima y su perro chismeando a un costado (una de las razones por las que más le gusta trabajar por su cuenta es poder estar con ellos) me contó que en su último trabajo de planta permaneció sólo una semana y decidió renunciar, ya que su entorno se dedicaba más a la “grilla” que a las tareas en sí. Cuando trabajaba en nómina, cuenta Piolo, “gastaba hora y media de ida y la hora y media de vuelta para ir a la oficina. Eso más el encierro, esa sensación de estar atrapado, los cubículos, tanta gente tan cerca, me empezó a generar mucha ansiedad. Entonces intenté generar otro tipo de vida, era muy difícil pero al final lo logré”.

¿Qué sienten de verdad en secreto aquellas personas que van a trabajar a una oficina cada día? El asunto es muy complejo y las variables son muchas más que las que contemplan si el empleo es un teletrabajo o es insitu o si alguien pertenece a una empresa o solo colabora con ella, pero veremos que estos son factores clave. Y ya que estamos antes que nada preguntemos ¿Qué tanta de la gente que trabaja es feliz?

 

Uno de cada cinco

La encuestadora Gallup realizó una investigación en 150 países, con una muestra representativa del 98 por ciento de la población mundial. Ante la pregunta ¿le gusta lo que hace cada día? Sólo una de cada cinco personas respondió que sí. El estudio contempló cinco aspectos del bienestar: social, físico, financiero, comunitario y laboral. Este último es, según los expertos, el más importante de los cinco: sucede que a la hora de medir el bienestar, no es posible poner lo que hacemos cada día durante tantas horas “fuera” de la vida en general como si tener un horario determinado no afectara el resto de las horas vividas. No se abre un paréntesis cuántico que borra lo que sientes desde que entras a trabajar a las 9 y se cierra a las 5, cuando sales. ¿Hay ventanas? Cuenta. ¿Hay luz artificial? Cuenta. ¿Estás dedicándote a ser lo que siempre quisiste o nada más lo haces por la lana? Sea lo que sea, cuenta. ¿Estás dos-tres horas al día atascado en un tráfico imposible o aplastada como una sardina en el metro? Cuenta. ¿Haces “horas nalga”? Cuenta, y hasta puede ser perjudicial para la salud.

Sabina, gerente de innovación de una empresa editorial cuenta sus sensaciones y reflexiones:

“Paso de 8 a 5 sentada frente a un monitor tratando de justificar cada hora que pasa y no digo que no tenga nada que hacer, pero el trabajo efectivo se reduce a tres o cuatro horas como mucho, porque hago un trabajo creativo, el resto de las actividades son mera burocracia para matar el tiempo. Miro por la ventana y pienso en la plata extra que podría hacer en esas cuatro horas restantes si fuera  freelance. También podría invertirlas en leer un libro o sencillamente podría salir y tomar el sol o hacer el ejercicio que tanta falta me hace.

Un amigo cercano, afirma que somos pobres  antes de cumplir los 40 porque le vendemos todo nuestro tiempo productivo a un empleador por un sueldo fijo y eso nos impide desarrollar otras actividades y crecer económicamente hablando. Cuando lo escucho desde lo más profundo de mi alma se revela una idea: vendemos barata nuestra felicidad, primero porque si te quedas muchos años te acostumbras a cuidar una silla más que a disfrutar tu trabajo y segundo porque un horario estricto te impide hacer lo que más te gusta. Vendes tu tiempo al precio que te pagan no al que realmente vale. Esta es la cruda verdad: la seguridad de un cheque quincenal sale muy cara.

Reconocer esto —aunque suene a justificante— me quita la culpa por escribir mi novela en horas de oficina, pero sobre todo, me dan unas ganas locas, tremendas, de plantar mi renuncia y ser libre otra vez.”

 

(Update: a la fecha de publicación de este libro, Sabina ya trabaja por su cuenta <3)

 

 

 

La media de la vida profesional es de 30 años. (72 mil días laborables), el 43 por ciento de tu vida.

 

FLUIR O NO FLUIR, THAT´S THE QUESTION

 

 

Se ha demostrado que las personas a quienes su ocupación habitual no “llena” lo suficiente son más propensas a sufrir depresiones y síntomas de angustia. El psicólogo Mihaly Csikszentmihaly, reconocido pionero en la psicología positiva (aquella que se enfoca en el estudio científico de las fortalezas ni no las debilidades humanas) denominó “flow” (flujo) a la experiencia en que la que la dedicación intensa a una actividad cautiva la atención y hace que el tiempo se detenga. Para su exhaustiva investigación, el doctor Mihaly entrevistó 20 mil individuos de diferentes profesiones alrededor del mundo. Por regla general, las personas se sentían más felices durante una actividad absorbente que cuando dedicaban las tardes o los fines de semana a no hacer nada. De acuerdo a las investigaciones de la neuropsicóloga Nilli Lavié, profesora de Psicología y Ciencias del Cerebro de la Universidad de Londres, Inglaterra, para que el “flow” funcione la tarea no debe ser “ni demasiado fácil ni demasiado difícil”. Esto es porque cuando decae la atención –si la tarea está por debajo de nuestras posibilidades– disminuyen también sustancias felices generadas por los neurotransmisores, como la dopamina. Cuando la ocupación, en cambio, nos supera, produce frustración y sensación de desvalimiento.

El cuerpo en el cubículo

 

 

In an artificial world, only extremists live naturally.

 

Paul Graham

 

En La fórmula de la felicidad el biofísico Stefan Klein explica que los controles de los pensamientos, intenciones y sentimientos se hallan conectados en el cerebro y es más fácil que se instalen los pensamientos negros cuando la mente está ociosa (1): la estrategia de Sabina de ocupar su tiempo libre en la escritura de su novela era algo saludable. Un estudio comparó (monitoreando sus estados de ánimo, su ritmo cardíaco y sus niveles de cortisol durante sus horas de oficina) a un grupo de empleados que estaban muy involucrados en su tarea con otros que no lo estaban. Aquellos que se involucraban activamente en lo que hacían estaban más contentos e interesados, mientras que los que no, experimentaban niveles mayores de estrés y solo mostraban buen humor cuando se acercaba la hora de irse. (2)

Más datos apuntan contra las costumbres oficinescas e indican que sería el momento de dictaminar el fin de las jornadas de ocho horas. Las investigaciones muestran que trabajar esa cantidad de tiempo en continuo disminuye la productividad y afecta la salud. El sistema que propone usar un tercio del día para trabajar se creó durante la revolución industrial (fue Henry Ford el primero en implementarlo en sus fábricas) pero ya está probado que no es el ideal para el desempeño laboral (un sondeo reciente señaló, por ejemplo, que Holanda, Alemania y Bélgica con jornadas laborales más cortas, presentan mayor productividad por hora trabajada que el resto de los países). Las nuevas sociedades creativas se benefician menos aún con la costumbre del “9 a 5” ya que el cerebro solo puede estar enfocado y atento a lo largo de 90-120 minutos, luego necesita descansos de unos 20 o 30 para volver a empezar. Una jornada laboral de ocho horas (y más si le sumamos el tiempo que demoramos en llegar a la oficina y volver a casa) restringe el tiempo que las personas pueden dedicar a actividades necesarias para la salud física, emocional y mental. Permanecer cuarenta horas semanales sentados en un cubículo (y solo salir para comer) expone a los empleados al estrés, al sedentarismo y habitualmente a la mala alimentación, deja poco tiempo y energía para el ejercicio y roba horas de sueño, lo que, a su vez, incide en más estrés. Según una investigación del Colegio Universitario de Londres, trabajar más de 8 horas puede elevar tres veces el riesgo de depresión. (3)

 

 

¿QUÉ VES DESDE LA OFICINA?

 

 

Estudios de neuroarquitectura –ciencia que evalúa y respalda las conexiones entre las características de un ambiente y como éstas inciden en los procesos cerebrales, el ritmo cardíaco, la respuesta hormonal, la presión sanguínea y el sistema inmune de las personas–documentan el impacto de que existan vistas agradables desde una oficina, y qué sucede cuando, en cambio, los empleados están rodeados de cemento. Una investigación realizada en Wellington, Nueva Zelanda, con trabajadores del National Institute of Water and Atmospheric Research (NIWA) de esa ciudad, concluyó que existe una relación positiva entre las vistas naturales del sector en el que trabajen y el bienestar de los empleados. Según el estudio, quienes tenían vista al océano alegaban una mejor percepción de su salud y un mejor humor, que los que tenían sus escritorios junto a ventanas con una vista urbana. Los colores que ofrecían las vistas –como azules y verdes– así como la luz natural del sol, eran las variables críticas, dijeron los científicos.

Otras investigaciones han sugerido que ambientes poco estimulantes grises y despojados sin luz natural, como los cubículos, donde se realizan actividades repetitivas sin posibilidad de juego o creación, incluso podrían detener por completo el nacimiento de nuevas neuronas (lo que se conoce como neuroplasticidad).

Klein también asegura en su investigación que la posibilidad de tomar decisiones y elegir asuntos cotidianos –incluso cosas mínimas como comidas o fechas y horarios para realizar responsabilidades– hace a las personas más felices, saludables y longevas. Decidir cuándo trabajar –el momento en el que se realizará la tarea– también es clave. Hace un año el Journal of Health and Social Behavior publicó otro estudio de la Universidad de Minnesota que mostró que el trabajo flexible promueve una mejor salud. Los investigadores encuestaron más de 600 empleados antes y después de la implementación de la iniciativa Results Only Work Environment (ROWE). Aquellos trabajadores que podrían cambiar lugar y horario en sus tareas sin consultarlo con un jefe mostraron una mejor calidad y cantidad (52 minutos más) de sueño, mayores niveles de energía y sensación de salud en general y menores niveles de estrés. Además reportaron una reducción del conflicto vida o trabajo. (4)

El hecho de tener que obedecer a un jefe también impacta en el bienestar integral del empleado: depender de otros, sin poder hacer elecciones sobre nuestras vidas, es una de las cosas que más estresa y hace infelices a las personas. Y hay quienes dicen que esto está relacionado con cuestiones biológicas y evolutivas.

 

Leones salvajes, leones enjaulados

Tener un jefe no es recomendable para una óptima salud mental sugiere Paul Graham, gurú del emprendimiento y las nuevas tecnologías –doctor en Ciencias de la Computación en Harvard y creador de más de 450 start-ups– en su ensayo You weren´t meant to have a boss. Según él, después de trabajar con unos 200 emprendedores que se habían lanzado a fundar una empresa por su cuenta, notó una gran diferencia entre ellos y los que hacían el mismo trabajo, pero para grandes corporaciones. Graham aclara que no es que los fundadores de empresas start-ups sean exactamente más felices: “ellos son más felices en el sentido en que tu cuerpo es más feliz corriendo una carrera que sentado en el sofá comiendo donas” –explica. El científico hace un paralelismo entre los leones que vio en su hábitat natural en sus viajes por África con los que observó en el zoológico: “Los leones salvajes parecían estar diez veces más vivos. Eran como animales diferentes. Sospecho que trabajar para uno mismo sienta mejor a los humanos de la misma manera que vivir en la selva sienta mejor a un predador de amplio rango como un león. La vida en el zoo es más fácil, pero no es para lo que estamos diseñados”. (5) ¿Nos daña la “facilidad” de una oficina? Más versiones lo aseguran. En 2002 la National Recreation and Park Asocciation publicó un artículo con título algo alarmante: Boring Jobs Kill (Los trabajos aburridos matan) en el que menciona un estudio de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Texas (6) que indicó que los trabajadores que tenían empleos poco demandantes con poco control sobre el trabajo presentaban un riesgo 35 por ciento mayor de morir en un período de 10 años, que aquellos que tenían la oportunidad de tomar decisiones en trabajos desafiantes. (Sí, claro, hay excepciones. No, claro, no pienso que vaya a caerte un rayo fulminante o una desventura fatal tipo Final Destination por estar un tiempo en un cubículo).

Para Graham, el quid de la cuestión tiene que ver con la estructura de las corporaciones, grupos tan grandes como los que forman las empresas son antinaturales (de acuerdo a parámetros evolutivos) y cuanto más gente hay “por encima” de un empleado (jefes, subjefes, gerentes y “lics” varios) menos libertad –creativa, de decisión– se tiene.

Otras investigaciones en esta línea comparten estas premisas. Robert Sapolsky, una eminencia científica, profesor de biología y neurología en la Universidad de Stanford en California, autor de ¿Por qué las cebras no tienen úlcera?, estudió babuinos (que de acuerdo a él son un buen modelo para investigar este asunto), e indicó que cuanto más bajo se está en el nivel social, más estresado e infeliz se encuentra un individuo y peor es su salud. En la oficina, al revés de lo que se suele creer, quien más se estresa no es quién está en el puesto más alto, si no los subordinados. Según Sapolsky, lo más estresante es tener mucha responsabilidad y poca autonomía. (7) Incluso un pequeño aumento en la capacidad de autodeterminación puede aportar una satisfacción muy grande. Las investigaciones con humanos coinciden. Entre más de 10 mil funcionarios británicos se demostró que cuanto más abajo está alguien en una jerarquía laboral peor es su salud (8). Los expertos concluyeron que estos resultados no se debían a la falta de dinero o acceso a doctores y medicina, sino que era crucial la impotencia y la ausencia de la capacidad de decidir en diferentes asuntos o el momento del descanso (9).

Al pedir vacaciones, 39% de los trabajadores mexicanos ve en riesgo su puesto de trabajo. (OCC Mundial)

Las nuevas generaciones, los llamados “Millenials” o generación Y, nacidos entre 1982 y 2001, parecen haberse percatado de esto y asumen el hecho de trabajar por su cuenta como un beneficio que acompaña de manera natural las nuevas tecnologías. La encuesta The Millennial Survey New Attitudes Towards Finding Jobs and Working in Today’s Market, –realizada por la empresa de mercado freelance Elance̶ indicó que la actitud sobre el hecho de conseguir empleo ha cambiado notablemente. Una amplia mayoría, el 83 por ciento consideró positivo y una estrategia para su carrera ser freelance contra un 27 por ciento que prefirió el trabajo fulltime en oficina. (10)

Otra encuesta en 2000 empleados estadounidenses observó que quienes tenían la opción de trabajar desde su casa mostraron mayor satisfacción que quienes no poseían esa chance. El 80 por ciento declaró una mejora en su calidad de vida. El 69 por ciento de los participantes monitoreados dijeron ser más productivos y el 75, que finalizaban sus tareas de modo más veloz. (11)

 

Los lunes por la mañana (entre las 6 y el mediodía) existe un 40% más de probabilidades de sufrir un infarto respecto al resto de las horas y los días de la semana y el riesgo de morir por ello es el 29% más alto. Según datos recogidos en los últimos 30 años se cree que es el aumento en los índices de cortisol, la hormona del estrés, el que propicia la estadística.

El “chiste” de manejar los propios tiempos, acomodar los objetivos según las prioridades y aprender a ser un artista de la flexibilidad, es, justamente, lograr calidad de vida. Pero ¿qué es, aquí y ahora, vivir con calidad?

 

Calidad de vida, ese malentendido

 

“In proportion as he simplifies his life, the laws of the universe appears less complex, and solitude will not be solitude, not poverty poverty, nor weakness weakness”.

 

H. D. Thoreau

 

Arianna Huffington, cofundadora de la web del Huffington Post y una de las mujeres más influyentes en los medios actuales dio un discurso muy comentado en el Smith College, en el que invitó a los graduados a redefinir el éxito, incluir el bienestar como valor vital y a conectarse con su propia sabiduría y capacidad de asombro tanto como se conectan con sus dispositivos y redes sociales: “Se los suplico: no compren la definición de éxito que hace la sociedad. Porque no funciona para todos. No está funcionando para las mujeres, no está funcionando para los hombres, no está funcionando para los osos polares (…). Solo está funcionando de verdad para aquellos que fabrican fármacos para el estrés, la diabetes, las enfermedades cardíacas, la falta de sueño y la presión arterial alta”.

Es posible estar en la cresta de la ola de los negocios, pero no vivir con calidad. Según la Organización Mundial de la Salud, la calidad de vida es: “la percepción que un individuo tiene de su lugar en la existencia, en el contexto de la cultura y del sistema de valores en los que vive y en relación con sus objetivos, sus expectativas, sus normas, sus inquietudes. Se trata de un concepto muy amplio que está influido de modo complejo por la salud física del sujeto, su estado psicológico, su nivel de independencia, sus relaciones sociales, así como su relación con los elementos esenciales de su entorno”.

53% de los trabajadores mexicanos toma vacaciones en fechas determinadas por la empresa o el jefe

 

No hay que confundir la calidad de vida con el nivel de vida. La primera es subjetiva y aparece cuando la necesidades básicas ya quedaron satisfechas, el segundo, en cambio, es aquel que tiene una traducción cuantitativa o monetaria como la renta per cápita, el nivel educativo o las condiciones de vivienda. De alguna manera, la calidad de vida implica como nos sentimos y solo nosotros podemos juzgarlo. Por más que tengamos un auto flamante y caro si tenemos que ir cada mañana a un trabajo que odiamos no tenemos “calidad” aunque tengamos “nivel”. Si no podemos comer saludable, hacer ejercicio, respirar aire puro, tener tiempo para los intereses reales o para familia, amigos u “otros significativos”, la calidad de vida disminuye. Para tenerla, necesitamos considerar un todo en el que cada cosa que hacemos con el tiempo, los recursos, las posibilidades, el alrededor, las relaciones, está interconectado, se influye, se potencia o se dificulta. ¿Necesitamos trabajar más y tener determinados objetos para aumentar y/o facilitar nuestra calidad de vida? Estudios y estadísticas indican que no necesariamente. En The Politics of Happiness: What Government Can Learn from the New Research on Well-Being, Derek Bok, ex director de la Universidad de Harvard indica que aunque en los últimos 35 años el ingreso per cápita en Estados Unidos creció un 60 por ciento, los hogares promedio son 50 por ciento más grandes, el número de autos aumentó a 120 millones, y la proporción de familias que poseen computadoras personales creció de 0 a 80 por ciento de la población, el porcentaje de americanos que se describen a sí mismos como felices o “algo felices” se mantuvo constante desde 1950. (12)

Con datos como este entre manos muchas personas alrededor del mundo han decidido cambiarse a un estilo de vida más sencillo: la simplicidad voluntaria (simple living en inglés), el minimalismo, la frugalidad o el downshifting, como se llama a cambiar a propósito de ritmo de trabajo para disfrutar más de la vida. En Estados Unidos la propuesta tiene numerosos seguidores que escriben libros y guías, construyen pequeñas casas sobre ruedas, dan cursos, y por supuesto, trabajan por cuenta propia. (Algunas bases claves para la vida simple a pocas páginas de aquí).

Downshifters: el arte de desacelerar

 

“Instead of wondering when your next vacation is, maybe

you should set up a life you don’t need to escape from.”

 

Seth Godin

 

Hace aproximadamente una década John J. Drake, un directivo de empresa, popularizó el término con su best seller Vivir más, trabajar menos. En el libro Drake sugiere desenmascarar las necesidades falsas y solo trabajar para cubrir las verdaderas, al mismo tiempo que se cuida la salud física y mental, las relaciones, y se guarda tiempo para actividades creativas y de valor para uno mismo y el entorno. De acuerdo a sus premisas de nada sirven las posesiones materiales sin tiempo libre para gozarlas, ni el éxito si los individuos siempre están agotados y estresados. Por esto, como una de las posibilidades, propone reducir la jornada laboral o tener trabajos temporales. Más recientemente investigadores del Simplicity Institute, una organización sin fines de lucro que pretende difundir alternativas para una sociedad consumista en exceso, condujeron una encuesta acerca del movimiento de simplicidad voluntaria en 2011 y analizaron datos de participantes multinacionales, a quienes les preguntaron las razones detrás de la decisión de vivir con menos objetos. 87 por ciento de los encuestados dijeron ser más felices por el hecho de haber reducido sus compromisos laborales, deudas, y posesiones. Los entrevistados dijeron haber tomado esas decisiones para pasar más tiempo con familia y amigos, ser voluntarios y perseguir metas creativas personales. (13)

En esta línea está el caso de Judith, quien, como Sabina, sintió inquietud y ansias de un cambio de vida mientras trabajaba en la oficina.

 

“Cuando supe que estaba embarazada pensé que probablemente me entraría la cosquilla de criar a ese niño y no dejarlo en una guardería. Me llené de miedo y angustia por lo económico, así que de momento seguí trabajando, de 9 a 2:30 y de 4 a 8, sólo iba a casa a dormir un poco, darle pecho a mi bebé y comer a toda velocidad. Una noche llegué a casa y mi niño, como de costumbre, ya estaba dormido, la niñera me llamó aparte y me dijo “te tengo una sorpresa”. Sacó su teléfono celular y me enseñó los primeros pasos de mi hijo en video. Se me salieron las lágrimas. Me imaginé criando virtualmente a mi hijo, viéndolo crecer desde una pantalla.

Renuncié al periódico en el que estuve por más de 12 años trabajando y comencé a trabajar medio tiempo. Después de un año de hacer una revista medio tiempo decidí que quería estar en casa.

Además de comenzar a ser freelance, decidí salirme de la gran ciudad de México, a pesar de las críticas y burlas de familiares, compañeros de trabajo y amigos, que no soportaban la idea, al parecer, que una editora con mi experiencia se fuera a “refundir” a un pueblo con su niño. Recibí frases que ahora me parecen de lo más graciosas:

— Te portas como adolescente.

— En este momento deberías ser una directora editorial y no andarte de hippie.

— ¿Qué futuro tendrás ahí?

— No eres buen ejemplo para tu hijo.

— ¿Por qué no quieres trabajar?

Pensaban que al hacerme freelance dejaría de trabajar y ahora es cuando más trabajo he tenido en mi vida y más productiva he sido.

Mi calidad de vida mejoró a tal grado que hoy me siento más joven que hace 8 o 10 años. Incluso me veo más joven y me lo han dicho. Comencé a hacer ejercicio, a tener una vida más sencilla, más divertida, más espiritual. Volví a escribir, comencé a publicar mis libros y hasta un premio de literatura me gané.

Poder estar cerca de mi hijo y criarlo es mejor que cualquier puesto de grandes alturas. Vivimos en un sitio muy hermoso, no tenemos miedo de secuestros ni vivimos enfermos de contaminación. Nos damos nuestros lujitos de vez en cuando y cada día veo lo bien que le hace a él que yo lo recoja en la escuela, lo lleve a comer, me ponga a ver películas con él o leamos juntos.

Desde que soy freelance: me bajé de los tacones, dejé de usar traje sastre negro, dejé de alaciarme el pelo, dejé de maquillarme tanto, dejé de comer en la calle, comencé a hacer yoga, a andar en bicicleta. Después de 6 años de ser freelance sigo despertando a veces al amanecer y voy al baño o por agua y siempre pienso: “bendito sea que no debo entrar a una oficina a checar” y a veces pienso en la gente que hace casi toda su vida en una oficina, en una empresa, y pienso que por qué uno debe darle su vida a un empleador.”

La flexibilidad freelance puede ser entonces una herramienta inteligente para acomodar las áreas de la vida de acuerdo a las propias necesidades subjetivas: ¿Es importante para nosotros salir a correr? ¿Cocinar? ¿Cenar con la pareja? ¿Estar con nuestros hijos? ¿Leer mucho? ¿Probar cosas nuevas? Al manejar los horarios y el espacio de trabajo todo esto y más es posible. Está claro que el hecho de trabajar en una oficina no es estrictamente excluyente para realizar las actividades mencionadas. Sin embargo, es obvio que freelancear las facilita en la amplia mayoría de los casos.

¿Trabajaremos todos por nuestra cuenta en el futuro? Probablemente. (Los fundamentos de esta afirmación están más adelante en el libro). En los últimos meses, de forma espontánea, dos de los ahora llamados coolhunters o analistas de tendencias, entrevistados por motivos ajenos a este libro, me aseguraron lo mismo: “Cada vez más gente quiere ser freelance”. “Es porque quieren ser más felices”, explicó uno de ellos. Ahora ¿cómo escapar del cubículo y las rutinas insalubres pero a la vez hacer una buena carrera y un modo de sustento? O ¿Cómo a ser freelance desde cero? ¿Conviene serlo apenas uno sale de la universidad? ¿Cuáles son los pasos a seguir? ¿Cuáles son los errores a evitar? Y ¿cómo vencer el miedo a la incertidumbre? Veamos.

 

 

 

-bonus track-

Freelance,

¿se nace o se hace?

Todo muy interesante, podrá decir alguien, pero, ¿será la modalidad freelance realmente para mí? ¿Tengo “lo necesario”? ¿Qué cualidades y conductas tendrá que tener un freelancer para ser exitoso como tal? ¿Cualquier tipo de persona puede volverse uno? ¿Habrá que tener alguna personalidad especial?

Bueno, tal vez sí. Algunas personas tienen una concepción de la vida y del tiempo más “alternativa” y se les hace natural que sus horas sean un continuum sin separaciones entre vivir, ganar dinero, divertirse, esforzarse, etcétera. Algunos expertos dicen que ciertas cualidades personales son deseables en un freelance: ser arriesgado (que lo desconocido no te paralice), ser capaz de automotivarse, (que no sea necesario el “látigo” del jefe vigilando desde la oficina de la esquina, y que una mala experiencia, un mal cliente o un contratiempo o muchos no te haga instantáneamente tirar la toalla). Otro punto es que te guste tu propia compañía (Hay quienes no les gusta estar solos, se aburren o son muy sociables y realmente se retroalimentan con la interacción continua). Otros son (somos) algo misántropos, solitarios o introvertidos y preferimos enfocarnos en silencio en nuestras actividades. Un factor muy difundido sobre las condiciones para trabajar por tu cuenta es que quién quiera encarar el asunto debe ser muy organizado. Difiero. Por supuesto que es un comportamiento deseable. Tener las asignaciones, los clientes, los pagos, las cuentas, los papeles, etcétera bajo control, ordenado de modo eficiente es algo que ayuda a trabajar mejor y no estresarse, pero conozco gente que de ningún modo posee estos dones (además de yo misma) y sin embargo ha sobrevivido y/o se ha hecho un lugar en su área. Es verdad que para ser freelance no hay que tenerle miedo al trabajo duro, los vaivenes de la sobreabundancia de encargos o su escasez, la soledad y es más que recomendable tener dinero ahorrado, algún punto de apoyo (una red a quién recurrir en caso de emergencias o una red construida para tal caso, de lo que hablaremos en las páginas que siguen). Ser flexible, tener una habilidad que el mercado demande –o mucha–, saber negociar y no desear hacerte el hara kiri con un espárrago a la plancha cada vez que se demore un pago. Pero sobre todo, más allá de todo, hay que querer. Si realmente se desea trabajar de este modo todo lo necesario puede aprenderse. No importa si uno “nació” y se acomodó fácil a una vida estructurada con horarios y cubículos de oficina. O si siempre le dijeron que así se construía una carrera, o un sustento decente. Si en algún momento se decide, se puede cambiar, desarrollar. Conocí a Alma Bárbara, por ejemplo, una mujer que trabajó casi 25 años en oficinas corporativas, y un día casi rondando los 50 decidió que se había hartado de usar traje sastre, se calzó un jean, unos tenis y estudió coaching. Ahora entrena para cumplir sus metas a profesionales, ejecutivos y equipos. Aunque fue un reto que la gente la reconociera en otro rol y volver a empezar, Alma Bárbara asegura sentirse muy plena al haber probado hacer actividades que antes no se imaginaba “La mayor ganancia es que cada día te renuevas, adquieres más experiencia y agradeces por haber arriesgado y haber salido de tu zona de confort.”

Ninguna decisión debería considerarse algo estático e irreversible, todo está sujeto a cambios, no vamos a desear siempre lo mismo ni saber siempre lo mismo, ni tener siempre las mismas oportunidades e ideas.

La pregunta clave si alguien va a lanzarse al freelanceo no es entonces ¿serviré para eso?, sino:

¿Quiero hacerlo?

 

 

 

GUERREROS LIBRELANZAS

 

El término freelance o “lanza libre” fue utilizado por primera vez(o al menos por primera vez desde que se tiene constancia) por Sir Walter Scott para su novela Ivanhoe. Se usó para nombrar a un soldado mercenario (mercenario suele tener una connotación negativa, se les dice así a aquellos que no tienen una lealtad conocida sino que cambian de filas según mejor les paguen…). Una guerrera ética freelance de la ficción de estos tiempos sería por ejemplo Lady Brienne de Thart en Games of Thrones (del libro Song of Ice and Fire). Lady Brienne no defiende a quién mejor le pague sino a quién le dicte su corazón. Es honesta y fuerte y libre y puede, porque es muy buena en lo suyo.

 

 

 

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