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Tercera parte. Julio » Capítulo 24:// Desierto verde

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Capítulo 24:// Desierto verde

Washington.com/politics

El director de la NSA ha sido destituido por escándalo de sobornos. En otro caso más de corrupción gubernamental, el teniente general Mark Richards fue obligado a dimitir esta mañana tras haber sido acusado de aceptar lujosos regalos y dádivas a cambio de aprobar lucrativos contratos de inteligencia, contratos que beneficiaron a empresas tecnológicas extranjeras. Hasta ahora ha declinado hacer comentarios, y su abogado ha invocado el secreto de sumario…

Jon Ross se movía entre la multitud que se había congregado en un comedor de beneficencia. Recientes refugiados de clase media de aspecto sombrío avanzaban hacia las colas. Pudo ver los indicativos aislados del Espacio-D de los miembros de la red oscura que mantenían el orden.

—¡Formen cuatro filas! ¡Cuatro filas, por favor!

Ross se subió al parachoques de un coche abandonado y contempló una enorme ciudad de tiendas, acumuladas como sarro en la confluencia de dos carreteras interestatales en las afueras de Des Moines, Iowa. Era una ciudad mixta de tiendas, coches y caravanas. Calculó que habría mil campamentos improvisados. Se oía música, el zumbido de las voces, los perros ladrando y los gritos de los niños que jugaban en ese laberinto de humanidad. El olor acre de la gente que cocinaba en hogueras hechas con revistas y periódicos llenaba el aire.

Buscó un camino entre la multitud y advirtió una corriente de gente que se movía por un carril improvisado. Se encaminó hacia allí, abriéndose paso entre la masa de personas. Al pasar, captó gran parte de una conversación en la cola del comedor de beneficencia.

—¿Adónde ibais?

—Intentábamos llegar a Ohio (mi hermana vive en Colombus), pero los hijos de puta privatizaron la autopista. Los peajes son una locura.

—No podíamos permitirnos la gasolina. He estado intentando cambiar mi camión por una motocicleta. ¿Conoces a alguien que tenga una?

—No, lo siento…

Ross llegó al camino y contempló los campamentos de los individuos de paso: recién llegados al mundo de los sin techo. Gente con coches Infiniti y Lexus. Los muebles amontonados en la parte trasera de caras furgonetas cuatro por cuatro. Unas cuantas personas incluso tenían los salones emplazados con el sofá y las sillas a juego bajo sus toldos. Otros usaban el típico material de cámping de las excursiones de pesca. Y había otros sentados, con aspecto aturdido y perdido, en caravanas y tráilers. Un huracán económico había pasado por las vidas de esta gente, y todavía se hallaban en estado de shock.

Entonces vio un negocio floreciente que surgía de las cenizas de la cultura del consumo. Varios hombres bien armados estaban de pie encima del container de un camión mientras los encargados trataban con los refugiados en la puerta abierta. Un cartel en el costado decía: COMPRAMOS RELOJES Y JOYAS. Ross los había visto en todos los campamentos de refugiados, buscavidas que recuperaban artículos de lujo para venderlos a su vez a los mercados asiáticos, donde estaba el dinero de verdad. Artículos caros que sólo valían el peso de su transporte.

Mientras tanto, el material más grande (los televisores de pantalla de plasma y los muebles) se amontonaban y se vendían baratos para ser despojados de sus metales, sus telas y sus maderas. Ya había basura acumulada formando montañas, algunas de las cuales estaban ardiendo.

Ross llegó por fin a una clínica de la red oscura. Un puñado de indicadores flotaba allí en el Espacio-D. Hizo una rápida búsqueda y de repente su objetivo destelló: un Horticultor de nivel 2 llamado Hank_19.

En unos momentos, se acercó a un hombre cuarentón, ajado pero de apariencia robusta, que llevaba puesta una gorra de béisbol, vaqueros y una camiseta de trabajo. Estaba bajando cajas de la parte trasera de una vieja camioneta que tenía treinta años y las pasaba a los trabajadores de la clínica.

Ross saludó, y Hank_19 le devolvió el saludo.

—¿Seguís camino de Greeley?

—Sí, en cuanto dejemos estos suministros.

—Agradecería que me llevarais. La escasez de combustible dificulta mucho los viajes.

Ross se unió al grupo que descargaba las cajas y en unos minutos vaciaron la camioneta. Hank_19 se secó la frente y saltó al suelo.

—Joder, qué calor. —Extendió su mano callosa—. Henry Fossen. Llámame Hank.

Ross le estrechó la mano.

—Ya veo que no utilizas los apodos de la red oscura.

—Mi padre me puso este nombre, y pienso usarlo. Seleccioné el apodo «Hank», pero otros dieciocho Hanks ya habían llegado primero. ¿Tienes un nombre real?

—Jon.

—Muy bien, Jon sin-apellido. —Miró el globo identificador de Ross—. Supongo que un Pícaro de nivel 12 tiene que guardar secretos. ¿Qué demonios está haciendo un «Pícaro» en la red oscura, de todas formas? —Cerró el portón trasero de la camioneta—. Yo creía que los pícaros eran mala gente.

Ross se echó a reír.

—En la red oscura son más bien exploradores. Nos infiltramos en los sistemas e instalaciones, y detectamos amenazas a la red. Nos movemos sin que nos vean, ese tipo de cosas.

—Oh, reconocimiento.

—Podríamos decir que sí.

—Mi chico está en un regimiento de reconocimiento en ultramar.

—Espero que vuelva a casa sano y salvo.

—Yo también. Y que resolvamos este caos económico antes. —Miró de nuevo el indicador de Ross—. Bueno, tienes cuatro estrellas y media de reputación sobre una base de tres mil… lo que significa que debes estar haciendo algo bien. Sube.

Fossen silbó a dos hombres más jóvenes que llevaban rifles AR-15 con mira telescópica. Ambos llevaban chalecos integrales tácticos: luchadores de nivel 4 con apodos que parecían escandinavos. Habían estado entretenidos charlando con una enfermera joven en el puesto de socorro. Asintieron con la cabeza a Fossen, vinieron corriendo y saltaron a la parte trasera de la camioneta.

Ross subió a la cabina con Fossen, y pronto serpentearon con la vieja Ford por entre el campamento de refugiados.

Entonces señaló la camioneta.

—¿Biodiésel?

—No. Éter de dimetilo. Dividen el agua en Greeley con electricidad de turbinas eléctricas y añaden hidrógeno a algo para crear hidrocarburos. Es un combustible diésel bastante bueno. Sigo sin comprenderlo. No tenía ni idea de que esta sustancia existiera hasta hace unos pocos meses.

—Y los guardias… ¿esperáis problemas?

Fossen negó con la cabeza.

—No. El consejo ciudadano exige escoltas armadas en la ciudad. Tenemos un montón de gente desesperada ahí fuera. Pero hay un puesto de reclutamiento de la red oscura a la derecha. Esperemos que la gente se haya aclarado en los próximos meses.

Ross vio una serie de caravanas que parecían bibliotecas móviles. Había docenas de globos de texto a su alrededor. Filas de civiles esperaban para ser entrevistados por el bot reclutador automático del daemon, que era conocido como La Voz. Él había pasado por un proceso similar, pero no con tanta gente.

—Esto es sólo la primera oleada, creo. Mucha más gente va a renunciar a la antigua economía.

—¿Eso crees? —Fossen condujo lentamente la camioneta entre la multitud, y la gente le dejó pasar. Los saludó amablemente con la cabeza—. Quiero decir, ¿cómo hemos dejado que pasara esto en este país?

—No ha sido ningún accidente. Lo he visto antes en otros países. Todo es cuestión de control. Los poderosos asustan a la gente para someterla.

Fossen asintió.

—He tenido alguna experiencia con eso. Pero no a esta escala.

—Esto no es nada. El verdadero shock viene de camino. Créeme.

Fossen señaló el campamento de refugiados a través de la ventanilla.

—¿Esto no es el verdadero shock?

—No. Será mucho, mucho peor. Ellos intentarán traumatizar psicológicamente al público para que acepte un nuevo orden social.

—¿Y sabes eso por…?

—Experiencia personal.

Fossen alzó las cejas.

—Ya veo que vas a ser muy divertido durante el viaje.

Después de unos minutos, Fossen logró dejar atrás la multitud. A medida que la vieja Ford ganaba velocidad, la cabina se volvió mucho más ruidosa, sobre todo con las ventanillas abiertas, y durante un rato no dijeron nada.

Por fin, Fossen se volvió hacia su pasajero y gritó:

—¿Y qué es lo que trae a Greeley a un Pícaro?

—Estoy buscando a alguien.

—¿Tiene problemas?

Ross negó con la cabeza.

—No. Me enteré hace unos cuantos días que un viejo amigo a quien creía muerto está vivo.

—Eso es una buena noticia. ¿Sabe que vienes?

—Se mueve de un lado a otro. Es difícil contactar con él.

—Tal vez haya oído hablar de él. ¿Cómo se llama?

—El Sin Nombre.

—¿Ése es su nombre? ¿«Sin Nombre»?

—Puede que lo conozcas mejor por su nombre verdadero: detective Pete Sebeck.

Fossen tan sólo frunció el ceño.

—¿El tipo del engaño daemon? ¿No está muerto?

—¿No has visto el feed de noticias sobre su misión?

—No leo muchos feeds de noticias. No tengo demasiado tiempo últimamente. ¿Cómo sabes que está en Greeley?

—He visto informes de fiar que dicen que está en la zona.

—Eso para mí es nuevo, pero como te decía, no leo mucho los feeds. —Fossen parecía estar reflexionando sobre algo—. No soy ningún experto, pero ¿no puedes buscar sus coordenadas si sabes su apodo?

—Sigue manteniéndolas sin listar… sospecho que por toda la prensa que ha estado recibiendo. Un montón de gente sigue su misión.

—Así que está en una misión… ¿como en un viaje heroico y todo eso?

—Dicen que está buscando algo llamado la Puerta de la Nube. Un portal que puede abrir un nivel superior de la red oscura.

—Bueno, pues que tenga suerte.

—Al parecer también ha estado apareciendo en lugares donde han estado operando unidades paramilitares, ayudando a desarrollar un sistema de alerta móvil antidisturbios.

—En fin, a nosotros no nos ha pasado nada de eso. Ha sido en Nebraska y Kansas principalmente.

Ross miró el paisaje y las filas de casas abandonadas con carteles de SE VENDE en las aceras.

—¿Siguen cerrando casas por aquí?

—No, creo que la gente las abandona sin más. Se van a buscar trabajo o ayuda social. Conducir ya no es una opción para la mayoría, y en este lugar no queda nada de lo que vivir.

—¿Se traga alguien la historia de que «los ilegales se han vuelto salvajes»?

—No lo sé. Creo que la gente habría visto a las bandas armadas si realmente existieran.

—Oh, existen. Pero no son lo que dicen los medios de comunicación.

—¿Qué son?

—Unidades paramilitares. Escuadrones de la muerte.

Fossen le dirigió una mirada.

—Creo que también los habríamos visto.

—No si se mueven de noche y en helicóptero.

—¿En helicóptero?

Ross asintió.

—Vuelan bajo y rápido. Se lanzan en equipos, avanzan a pie, luego son recogidos en helicóptero también. Han ahorcado a gente. Quemado casas. En las noticias de la tele al día siguiente suele oírse cómo la violencia de las bandas está detrás. Los senadores piden la ley marcial. Y puestos de control en las carreteras.

—¿Cómo sabes todo esto?

—Llevo varios meses siguiendo sus movimientos.

Fossen miró a Ross de reojo.

—¿Me estás tomando el pelo?

Ross señaló el globo de texto de Fossen.

—Te has unido a la red oscura hace poco.

—Sí. Mi hija me convenció. Es extraordinaria.

—¿Tienes una granja?

—Quinta generación… supongo que ahora soy «horticultor». Mi hija ha hecho un montón de cambios positivos en nuestro trabajo. Tendrías que venir a verlo.

—Me gustaría.

—Jenna está ascendiendo rápido en el holón de Greeley. Ahora dirige dos proyectos: una iniciativa por la biodiversidad y un programa educativo.

—Debes de sentirte orgulloso.

—Estoy orgulloso de mis dos hijos. La vida vuelve a tener sentido para nosotros. Sólo espero poder conseguir que otra gente se sume a la nueva economía a tiempo.

Fossen dirigió la vieja camioneta hacia una carretera comarcal y pronto se internaron en un auténtico océano de mazorcas verdes de maíz que se extendía hasta el horizonte sin solución de continuidad. Esta carretera provocaba que la vieja camioneta hiciera aún más ruido, así que Ross se puso a ver pasar el paisaje.

De vez en cuando dejaban atrás pequeños poblados. Ross pudo distinguirlos a lo lejos no por las torres de sus iglesias, sino por los elevadores locales de grano, invariablemente una fila de tubos de hormigón de treinta a cuarenta y cinco metros de altura, alzándose como silos de misiles al final de la calle mayor.

Entre las poblaciones dejaron atrás también varias casas labranza abandonadas, en muy mal estado, en la pradera. Las ruinas de tablas y cartón estaban ahogadas por los matorrales y se desplomaban sobre sí mismas.

Ross gritó por encima del rugido del motor.

—Eso no parece reciente. ¿Por qué todas las casas están vacías?

Fossen se inclinó para acercarse.

—Lleva décadas sucediendo. Las granjas tienen que ser grandes o abandonar el negocio. Fuerzas de mercado. La población de este condado se ha reducido en un tercio en los últimos quince años o así. Pero ahora vuelve.

Redujo la velocidad de la camioneta, y esta vez pasaron a un camino de grava que era recto como una flecha. Ahora viajaban más lento, y era mucho más fácil charlar.

—Los campos parecen sanos.

Fossen se encogió de hombros.

—Esas plantas tienen tanto que ver con la agricultura como un levantador de pesas lleno de esteroides con la buena forma física. ¿Ves eso?

Señaló los diminutos carteles de plástico esparcidos cada diez metros en los perímetros de los campos cerca de la carretera. Los carteles se perdían en la distancia y todos tenían la imagen de una hoja verde con una gota de rocío cayendo de la punta. Las palabras HALPERIN ORGANIX-MITROVEN 336 estaban escritas en letra negrita bajo el logotipo. Los carteles parecían alegres, sanos e invitadores.

—Todas son clones diseñadas para maximizar la producción de grano. De hecho, el noventa y ocho por ciento de las cosechas cultivadas hace un siglo están ahora extintas.

»Esto es sólo un desierto grande. Te morirías de hambre aquí. El maíz es incomible: es sólo almidón. Hay que procesarlo en un estómago industrial, con ácidos y productos químicos, para descomponerlo en aditivos alimenticios. Estamos hasta las cejas de maíz aquí en Iowa y ni siquiera podemos alimentarnos.

—Supongo que ése es el plan.

Fossen asintió.

—Así es, maldita sea. Las grandes empresas fastidiaban ya a los granjeros en 1890, y mi bisabuelo no lo consintió tampoco entonces. Hubo una revuelta. Puede que no te lo creas, pero siempre fueron los granjeros quienes la liaron parda en este país. Trabajaban para sí mismos, eran autosuficientes, y no estaban dispuestos a admitir pamplinas por parte de nadie. Pero entonces algún hijo de puta listo descubrió cómo hacer que las cosechas fueran incomibles. Mi familia lleva cuarenta años dedicada a la agricultura industrial y todo lo que produce es deudas, contaminación y escasez de agua. Arruina la tierra y a la gente que hay en ella.

Ross señaló con la cabeza los campos uniformes que veía a través de la ventanilla.

—¿Crees que los otros granjeros cambiarán?

—No tendrán más remedio. La gasolina ahora está… ¿a cuánto, a casi cuatro dólares el litro? La agricultura industrial y la cadena de suministros global se basan en el combustible fósil. —Fue contando con los dedos—. Gas natural en los fertilizantes, pesticidas basados en el petróleo, combustible para los tractores, más combustible para el transporte a los procesadores de comida, combustible para procesar las cosechas y convertirlas en aditivos, luego convertirlas en productos, y después transportar dichos productos por todo el país o por todo el mundo para su consumo… dos mil kilómetros de media.

—¿Qué te hizo cambiar por fin?

Fossen vaciló un momento y luego se echó a reír.

—Cuando empecé a reflexionar sobre por qué la agricultura no tenía ya ningún sentido. Básicamente usábamos gasolina y agua de acuíferos para impulsar temporalmente la capacidad de riqueza de la tierra, todo por el crecimiento económico exigido por los inversores de Wall Street. Es un sistema loco que sólo tiene sentido cuando le encasquetas todos los gastos a los contribuyentes en forma de subvenciones a las cosechas que generan negocio agrícola, y de gastos de defensa para asegurar los combustibles fósiles. Prácticamente le hemos estado pagando a las corporaciones para que tomen el control del suministro de alimentos y nos dicten los términos bajo los que vivimos.

Continuaron por el camino de grava, levantando tras ellos una nube de polvo blanco. La carretera se curvaba hacia una suave elevación en el horizonte. La rebasaron, y se produjo un impresionante cambio de escenario.

Ahora, los campos a cada lado eran un entramado de cosechas y verjas, junto con filas de retoños, la ocasional cooperativa de pollos, y unas cuantas vacas pastando en un prado. Era, de hecho, la primera pradera amplia que Ross veía en muchos kilómetros.

Poco después Hank redujo la velocidad de la camioneta y se detuvo en un cruce con una carretera asfaltada. Señaló a la derecha.

—Greeley está por ahí, a medio kilómetro.

Ross pudo ver un cartel junto a la carretera. Decía BIENVENIDOS A GREELEY con chapas del Rotary Club y Kiwanis Club apernadas debajo. Por encima, flotando en el Espacio-D, brillaba un cartel virtual que rezaba: la primera comunidad de la red oscura de Iowa. Ross sabía que significaba que todos los funcionarios y empleos públicos de la población se basaban en la red oscura. A juzgar por las extensas obras de construcción que veía esparcidas por el terreno, puede que también fuera la más avanzada.

—Nuestra casa está unos cuantos kilómetros más allá. ¿Te interesa dar una vuelta, o te llevo directamente a Greeley?

Ross indicó la carretera con un gesto de la cabeza.

—Me encantaría dar una vuelta.

Hank asintió; cruzó la carretera y se internó en el camino de grava que había más allá. Después de unos pocos minutos, Ross vio graneros, cobertizos, una casa de labranza tradicional, y otra prefabricada de aspecto flamante entre algunos árboles frente a ellos. También había un par de contenedores, y unas cuantas turbinas modernas que giraban con la brisa un poco más allá.

Fossen señaló el panorama.

—Esto es nuestro.

Entró en el largo camino de acceso de la granja. Había un ornado objeto del Espacio-D en forma de cornucopia repleta de verduras y frutas flotando sobre la entrada. Tenía el indicativo Granja Fossen.

Perros con globos de texto del Espacio-D que flotaban encima de ellos echaron a correr, ladrando para saludar a la camioneta. Dos de ellos, Blackjack y Regaliz, eran labradores negros y el tercero era un golden retriever llamado Hurley.

Ross sonrió.

—Qué buena idea.

—Bueno, siempre se están metiendo en problemas. De esta forma sabemos dónde están.

Detuvo la camioneta cerca del granero, y los Luchadores de la parte trasera saltaron rápidamente a tierra.

Ross echó un vistazo alrededor mientras una mujer saludaba desde el porche de la granja encalada de blanco. Era una mujer recia de unos cuarenta a cincuenta años con ropas de trabajo y sombrero de paja. No tenía indicativo ni gafas HUD.

—¿Todo bien en la clínica?

Hank asintió.

—Cada vez hay más gente. —Se quitó su sombrero y señaló a Ross—. Lynn, Jon. Jon, te presento a mi esposa, Lynn.

—Oh. —Ella extendió la mano—. Encantada de conocerle, Jon.

—Lo mismo digo.

—Voy a llevar a Jon a Greeley, pero he pensado en enseñarle todo esto.

—Bueno, no lo mates de aburrimiento. Ya sabes cómo te pones. Háganoslo saber si necesita algo, Jon.

—Gracias, señora… Yo… ¿es usted miembro de la red oscura también?

—No es lo mío. No me va todo ese galimatías de las redes sociales.

Fossen señaló un grupo de media docena de personas que no se hallaba muy lejos: hombres y mujeres de diversas edades y etnias en la linde de un gran huerto. Todos tenían indicativos del Espacio-D flotando y atendían a la charla de una joven.

Fossen saludó.

—Ésa es mi hija, Jenna.

La joven le devolvió el saludo.

—Bonita chica. ¿Quiénes son los otros?

—Mi hija les está enseñándo hibridación y genética a algunos de los novatos. Parte de su trabajo civil.

La señora Fossen frunció el ceño.

—No me gusta que los llames así, Hank. Son estudiantes.

—Mi esposa da clases en la escuela secundaria de Greeley. —Fossen señaló con el pulgar—. Ven, déjame mostrarte el gran proyecto en el que estamos trabajando.

Se acercaron a una cerca, seguidos por los perros, que meneaban las colas.

Ross acarició a Hurley en la cabeza mientras miraba alrededor.

Había unas cuantas personas más trabajando en los campos, y todos tenían indicativos del Espacio-D.

—Todo esto es muy bonito.

—Sí, gracias a Jenna y los otros estudiantes está despegando. Somos una de las granjas más sostenibles del condado. Lo cual no es decir mucho.

Fossen lo condujo hasta la cerca y contempló varias hectáreas de cereales y otras plantas que se agitaban con la brisa.

—Usamos una mezcla de restos vegetales y animales para volver a fertilizar el terreno. Aquí hemos plantado judías con trigo y un poco de mostaza para equilibrar el nitrógeno sin recurrir a productos químicos. —Fossen se arrodilló y cogió un puñado de tierra y la dejó escurrir entre sus dedos—. Llevamos cultivando esta tierra cinco generaciones. Tengo que reparar el daño que le hice. Hemos recurrido a fertilizantes artificiales durante mucho tiempo. Tardará unos cuantos años en volver a donde debería estar, pero se conseguirá.

Se levantó y señaló las vacas a lo lejos.

—Criamos a los animales con hierba, no con grano. Tenemos una buena mezcla de hierbas de la pradera. Crece de forma natural aquí, así que convierte la energía solar en carne… no son necesarios combustibles fósiles. Y rotamos los animales por el terreno. Las gallinas siguen a las vacas a los pastos, picotean las larvas de los bichos de su estiércol, y se comen los insectos y los gusanos de la tierra pisoteada que deja el ganado. Los excrementos de las gallinas, a su vez, hacen que el terreno sea fértil para las cosechas. Todo forma un sistema integrado y sostenible.

Ross se apoyó en la cerca y asintió:

—Parece más una granja que las demás.

Fossen señaló los límites de la propiedad.

—Tengo dos aerogeneradores de diez kilovatios y unas cuantas baterías inerciales para almacenar electricidad. Todas las demás granjas de la red oscura de este holón trabajan igual. Energía regional e independencia alimentaria. Recurrimos a Greeley para los productos fabricados básicos: circuitos impresos, equipo de precisión micromanufacturado, herramientas, programación. Ellos, a su vez, recurren a nosotros, junto con las otras granjas, para conseguir alimentos y materias primas. Es una relación simbiótica. Nos necesitamos mutuamente.

Ross sintió la brisa y contempló la soleada y bulliciosa granja.

—Estoy tan metido en esta batalla que a veces me olvido de cuál es el objetivo final.

Fossen asintió.

—Sé lo que quieres decir. —Echaron a andar de vuelta hacia la casa—. ¿Vas a alojarte en Greeley?

—Sí, tengo una habitación en un motel del pueblo.

Fossen le dio una palmada en la espalda.

—Bueno, demonios, ¿cuándo fue la última vez que tomaste una buena comida casera?

Ross hizo una mueca.

—Probablemente hace quince años.

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