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Tercera parte. Julio » Capítulo 31:// Exterminio

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Capítulo 31:// Exterminio

Central_news.com

Contratistas militares privados para restaurar el orden en el Medio Oeste. Los asediados residentes de seis estados del Medio Oeste aplaudieron la llegada de fuerzas privadas de seguridad el sábado. William Caersky, de Patterson, Kansas, considera que la caballería llegaba justo a tiempo: «Ha sido una pesadilla. Con la comida y los precios del combustible por las nubes, las bandas armadas han dominado las calles durante días. El Gobierno no hizo nada. Gracias a Dios por estos tipos…».

Henry Fossen dejó de limpiar el cañón de un fusil cuando oyó el gemido de las sirenas taladrar la noche. Se levantó y miró la hora: las 3.42 de la madrugada.

Dejó el cañón sobre un paño en la mesa de la cocina y subió corriendo las escaleras traseras, gritando:

—¡Lynn! ¡Jenna! ¡Tenemos que irnos! ¡Rápido, rápido, rápido!

Mientras recorría el pasillo superior, Jenna ya salía de su dormitorio, vestida y agarrando una mochila. Parecía nerviosa.

—Van a atacar, papá.

—¿Quién lo dice?

—Lo acabo de leer en el feed de alerta del pueblo. Hay soldados de camino ahora mismo. —Sacudió la cabeza, sin comprender—. ¿Cómo puede estar sucediendo esto?

Lynn, la esposa de Fossen, apareció en la puerta con una maleta también. Él puso las manos sobre sus hombros.

—Tenemos que irnos, cariño. Tengo mis cosas abajo. ¡Vámonos!

Las guió a través de la cocina, donde recogió el paño que contenía las piezas del rifle M1 Garand de la guerra de Corea que había estado limpiando, el rifle que le había regalado su padre. También recogió una lata sellada de munición de siete milímetros y medio que databa de 1958.

—¡Vamos, por la puerta!

Mientras su esposa y su hija salían por el vestíbulo trasero, Fossen echó un último vistazo a la casa familiar, apagó las luces y se reunió con ellas en el camino de acceso cerca del garaje. Todavía estaba oscuro ahí fuera, pero cuando Fossen y su familia subieron a la camioneta, pudieron oír el tableteo lejano de disparos de ametralladora.

Lynn se cubrió la boca.

—Que Dios nos ayude… —Miró a su hija.

Jenna los miró a ambos, y sacudió lentamente la cabeza.

—No pretendía que sucediera esto… —Empezó a llorar—. Lo siento tanto. No pretendía que esto…

—Jenna, ni siquiera hablemos de ello.

Las dos subieron a la camioneta y Fossen pronto estuvo recorriendo el largo camino de grava.

—Jenna, necesito que me des alguna idea de dónde está esa gente. ¿Hay informes que los sitúen entre nosotros y Greeley?

Ella se secó las lágrimas y empezó a cliquear en el Espacio-D mientras su padre conducía a toda velocidad por la carretera.

—Si nos movemos rápido, no tendremos problemas. Vienen por el este y por el sur… —Hizo una pausa—. Pero también informan que hay otras fuerzas que vienen del norte y el oeste.

—Sí, vale, pero ¿podremos llegar al pueblo?

—Sí.

Fossen las miró a las dos.

—Todo saldrá bien. Llegaremos a los refugios de la escuela primaria, tal como planeamos. Todo saldrá bien.

Al contemplar la carretera, pudo ver las luces de Greeley a sólo unos pocos kilómetros por delante. Se oyó un estruendo en la distancia, y de pronto las luces se apagaron.

Al oír las sirenas de alarmas antitornado, Ross se irguió en la cama de su motel y buscó sus gafas HUD en la mesilla de noche. Trató de encender las luces, pero no funcionaban. Una mirada al despertador digital confirmó que no había electricidad.

Se acabó la energía local.

Se puso su traje de vuelo negro Nomex y su cinturón informatizado mientras el sistema lo conectaba. Las sirenas remitían ahora, y pudo ver cientos de identificativos de la red oscura más allá de las paredes, y oyó la voz de Floyd_2, un exoficial del Ejército que la red oscura había escogido automáticamente como comandante de defensa civil, basándose en sus puntuaciones y sus habilidades. Su voz llegó por el canal de comunicación público cuando ya estaba hablando:

—… todo el mundo a los refugios antitornado. Los drones de seguridad muestran helicópteros y una fuerza ligera armada que convergen hacia Greeley desde los cuatro puntos cardinales. Por favor, que todo el mundo vaya a los refugios de la escuela. Los exmilitares y cazadores ya tienen su misión. Sólo contamos con unos pocos minutos. Voy a proyectar la situación de los helicópteros en el estrato seis, y también quiero todos los objetos enemigos localizados en ese estrato.

Cuatro brillantes marcadores rojos aparecieron hacia el este, identificados como Hilo 1, 2 y 3.

Floyd_2 hizo una pausa.

Que todo el mundo se dirija con rapidez pero con calma hacia los refugios de la escuela. Pueden ver las imágenes de videovigilancia superpuestas en el estrato cinco. Parece que esta gente está fuertemente armada. Hemos solicitado infraestructura de defensa y equipo, pero parece que hay un montón de poblaciones de la red oscura que están siendo atacadas esta noche. Así que creo que por el momento estamos solos. Tendremos que cuidar unos de otros por ahora.

Ross pudo oír en el exterior las voces de la gente que se movía en la oscuridad. Las voces susurrantes de los padres. Las voces agudas y preocupadas de los niños.

Entonces el grito urgente de Floyd_2 sonó por el canal.

¡Ya vienen!

Una explosión abrió un agujero en el aire cercano. Su onda expansiva golpeó la fachada del motel como un objeto sólido, destrozando una de las ventanas y sacudiendo el edificio entero. Ross se tiró al suelo y se cubrió rápidamente con las mantas de la cama mientras seguían cayendo cristales. Una capa de polvo antes invisible había salido de todas partes y flotaba en la habitación como una nube asfixiante. Hubo otra explosión algo más lejana que le hizo advertir que tenía los oídos embotados. Los perros aullaban y las alarmas de los coches se habían disparado en todo el pueblo.

La segunda explosión fue seguida por los estampidos de disparos lejanos en una dirección indeterminada. Posiblemente en todas direcciones. Ross se asomó a los bordes destrozados de la ventana. Pudo ver parpadeantes luces anaranjadas y sombras al otro lado de la calle. Llamas. Pero el cielo entre las llamas parecía teñido con su propio brillo. Posiblemente el amanecer… o llamas más lejanas.

Ross escuchó los disparos en la oscuridad de su habitación, y entre ellos pudo oír a gente gritando. Y ahora el sonido de helicópteros. No el profundo y resonante ritmo de los Bell Rangers que recordaba del Edificio Veintinueve. No, estos helicópteros tenían un tono agudo que pronto fue seguido por el sentido de algo al rasgarse. Luego más gritos.

Pudo ver los globos de texto de docenas de operativos cercanos correr más allá de las paredes. Obviamente se encaminaban hacia la escuela. Pudo oír sus voces por encima del canal de comunicaciones público de la red oscura también, y una serie de líneas irregulares adornaba cada texto mientras hablaban. Era como un juego surreal en primera persona.

[Cola de castor]: Tres helicópteros vienen del este. ¡Usan miniametralladoras!

[Yardil]: ¡Gracias por la jodida noticia, Darrol!

[Floyd_2]: ¡Corta la charla inútil, Yardil!

[Knockwurst]: Varios ASV cruzan los campos. Este y oeste. A un kilómetro.

[Needleman]: Estoy en la zona oeste. ¿Qué es un ASV?

[Knockwurst]: M1117. Carro blindado. Plataforma de tiro.

[Needleman]: Mierda, me vuelvo a B-doce.

[Vorpal]: Francotiradores en las barricadas de la treinta y ocho. Norte y sur. ¡Tenemos bajas!

[Cola de castor]: Que los rezagados corran a los refugios. Tenemos francotiradores en las zonas este y sur. Están tomando posiciones en los coches abandonados del extrarradio de la ciudad.

[Vorpal]: ¡Sabía que tendríamos que haber quitado de ahí esos malditos cacharros!

Nada de todo aquello tenía buena pinta. Antes de que Ross terminara de vestirse del todo llamaron a la puerta de la habitación. A través de la pared pudo ver un globo de texto que decía OohRah. Era el sheriff Dave Westfield, miembro reciente y Alguacil de segundo nivel. También había sido marine en su juventud.

—¡Rakh! ¿Estás bien?

Ross recogió sus cosas y abrió la puerta.

—Sí, estoy bien.

OohRah empuñaba un rifle M16.

—El feed dice que nos han alcanzado con misiles Hellfire. Es hora de llegar a la escuela.

Ross pudo ver que el edificio al otro lado de la calle estaba envuelto en llamas. Era un taller, uno de los laboratorios de fabricación locales. Una familia vivía en el primer piso. Ahora ya no había primer piso, sólo la planta baja con las ventanas y las puertas escupiendo llamas.

El sonido de un helicóptero se acercaba.

OohRah entró en la habitación de Ross.

—El feed dice que los misiles los lanza un Cessna 208 Gran Caravan gris que quedó fuera de servicio en un aeródromo militar al norte de St. Louis.

Oyeron de nuevo el sonido atronador. Entonces el helicóptero pasó a poca altura.

Ross se asomó a la puerta del motel y miró hacia el cielo.

Un leve atisbo de amanecer asomaba por el este, y un helicóptero AH6 Little Bird sobrevolaba la calle principal, sus miniametralladoras gemelas centelleando. Las balas trazadoras brotaban de ellas como láseres naranjas. Ross pudo ver las balas recubiertas de fósforo rebotar en una lluvia de chispas en el cielo previo al alba más al oeste, más allá del Salón de la Legión Americana. Sonaron más gritos y disparos cuando un segundo helicóptero pasó lanzando cohetes.

—¡Joder! —Volvió a escudarse en la habitación del motel—. No llevan marcas.

—Vimos las fotos de esas terminales de trenes. Pero creo que no nos las tomamos en serio.

Los cohetes explotaron en una serie de estallidos ensordecedores. Los siguió una gran cantidad de disparos en la zona occidental del pueblo. Parecía que un par de centenares de personas estaban enzarzadas en un intenso tiroteo, una extraña mezcla de armas de pequeño y gran calibre que chasqueaban como una piña verde en una hoguera. Los sonidos de mujeres y niños gritando entre los refugiados y las sombras de docenas de personas que pasaban corriendo ante la puerta abierta del motel proporcionaban la sensación de pánico creciente.

OohRah corrió a la puerta y gritó:

—¡Salid de la calle! ¡Salid de la calle! ¡Entrad aquí!

Permitió el paso a una docena de personas, hombres, mujeres y niños: gente de todas las edades. Llevaban mochilas y maletas.

Una mujer no dejaba de gritarle a Ross:

—¿Qué está pasando? ¿Qué está pasando?

Esta gente no eran operativos de la red oscura, así que parecían no tener ni idea de lo que estaba ocurriendo.

OohRah agarró a la mujer por los hombros.

—Contrólate. Vamos a llevarte a un refugio.

Uno de los refugiados la volvió a internar en el grupo, donde rápidamente se echó a llorar.

—Llevemos a esta gente a la escuela.

Ross estaba ya ocupado repasando un puñado de cámaras callejeras con imágenes HUD. La mayoría de las cámaras públicas del pueblo seguían funcionando. Mostraban una serie de edificios ardiendo y cuerpos, o partes de cuerpos, en las calles. La gente se apresuraba en retirar a los heridos. Otros disparaban hacia el extrarradio del pueblo, donde Ross sabía que debían estar los atacantes.

—Parece que el camino de la escuela sigue despejado. Toma…

Le deslizó la capa preparada con la visión de la cámara a OohRah.

—Gracias. Al menos todavía tenemos la energía de la red.

Ross asintió.

—Han alcanzado el banco, pero ahí tienen transmisores de banda ultra-ancha y células de combustible en la cámara. Es de hormigón bastante grueso.

OohRah se había asomado ya a la puerta e indicaba a la gente que lo siguieran.

—¡Vamos, amigos! ¡Seguidme!

Una docena de personas asustadas corrieron tras él. Ross lo hizo el último, y corrió bajo el porche siguiendo la línea de puertas de las habitaciones del motel. Algunas de las puertas estaban abiertas, pero no vio a nadie dentro. Otro helicóptero pasó sorprendentemente bajo y rápido, arrasando con sus ametralladoras la calle. Los casquillos vacíos llovían en una tintineante cascada de latón que rebotaba en todas direcciones.

Ross miró los globos de texto que tenía delante. Podía ver montones de nombres que no reconocía, y oía las voces frenéticas por las líneas de comunicación.

[Barkeley_A]: ¡Tenemos heridos! No tenemos nada para detener a esos carros blindados.

[Creasy]: Jack, unas dos docenas de hombres a pie vienen por el campo de Courtney.

[Alce Macho]: ¿Cerca del depósito de propano?

[Creasy]: Diez-cuatro.[16]

Ross extendió una mano y redujo el volumen de la charla cercana que no iba dirigida a él. OohRah llevó a los civiles por un callejón tras la calle principal. Estaba repleto de contenedores de basura, palés y coches abandonados por los precios de la gasolina. Mientras cruzaban hasta la siguiente manzana, vieron un coche ardiendo en mitad de la calle principal. El costado y los guardabarros estaban cubiertos de agujeros de bala o metralla. La silueta de una persona ocupaba todavía el asiento delantero, envuelta en llamas. Alguien con el indicativo DoctorSocks pasó de largo ante el fuego, y luego se perdió en la noche.

Otra enorme explosión sacudió el aire del amanecer, y Ross se volvió para ver lo que sospechaba que era el depósito de propano alzándose en una bola de fuego a un par de cientos de metros de altura. Restos de madera y metal giraban en el aire trazando un amplio arco. Se protegió tras el edificio más cercano.

—¡Adelante!

El sheriff los hizo cruzar la calle hasta la entrada de granito y ladrillo de la Escuela Media Eisenhower. Por fortuna, los escalones que conducían a la puerta del sótano estaban protegidos por sacos terreros y lejos del acecho de los helicópteros.

Ross se detuvo en la entrada y dejó pasar a los otros. Se acercó a los granjeros con rifles de asalto que vigilaban los cielos.

Uno de los otros voluntarios, un fornido operativo de treinta y tantos años apodado Bracero que llevaba puesto un sombrero de Semillas Halperin, señaló a Ross y cogió de una mesa junto a la puerta un rifle AR-15 con mira telescópica.

—¿Sabes usar esto?

—Soy mejor con un AK.

—¿Un AK?

Ross se encogió de hombros.

—Ejército ruso.

Eso provocó carcajadas entre los lejanos disparos.

—Bueno, que me aspen. Nunca creí que entregaría un rifle a un ruso para que pegara tiros por la ciudad.

El tipo rebuscó entre la pila de armas y volvió con un ajado AK-47. También trajo una bolsa donde metió varios cargadores de treinta balas.

—No podemos permitir que lleguen a esta escuela.

Ross contempló los helicópteros que se cruzaban en el cielo a lo lejos y comprendió que esto era sólo el principio.

En la oscuridad, Sebeck y Price, desde el abrigo de la ribera de un arroyo, observaban una casa de labranza abandonada y ruinosa. El nuevo Hilo conducía directamente a un granero desvencijado que había detrás. Todo el lugar estaba repleto de hierbajos y maleza.

El sonido de las ranas y grillos llenaba el aire, pero en la distancia podían oír fuertes explosiones y el sonido zumbante de las miniametralladoras de los helicópteros.

Price se volvió a mirar por encima del hombro cómo el horizonte destellaba y parpadeaba.

—Los están masacrando allí atrás, sargento. Más vale que eso que tenemos que encontrar merezca la pena.

Sebeck asintió. Le sorprendía haber podido superar el bloqueo, pero claro, el poder que tenía el Hilo podía haber creado un camino… de algún modo. Había visto al daemon hacer cosas más extrañas.

—Quédate aquí.

—De acuerdo.

Sebeck dejó atrás el arroyo y empezó a moverse entre la alta hierba, con la pistola electrónica preparada. Seguía escrutando la oscuridad por si había problemas, pero consiguió recorrer los sesenta o setenta metros hasta la puerta del granero sin incidentes.

El brillante Hilo atravesaba las puertas gemelas. Sebeck miró hacia abajo y advirtió huellas frescas de neumáticos en el barro. Asintió para sí. Lo que tenía que encontrar, fuera lo que fuese, estaba al parecer dentro, y había llegado hacía poco.

Abrió un poco la puerta derecha del granero. El sigilo quedó descartado porque los goznes chirriaron. Echó un vistazo y advirtió una furgoneta oscura último modelo con matrícula nueva. El Hilo atravesaba sus puertas traseras cerradas.

Escrutó el interior del granero y no vio nada más que viejos establos, un banco de trabajo, y montones de equipo oxidado por todas partes. A través de los agujeros del techo pudo ver las estrellas.

Entró y se dirigió a las brillantes puertas traseras de la furgoneta. No se oía nada dentro. Sostuvo la pistola en una mano, se hizo a un lado y probó con la manija. La puerta se abrió con un chasquido. La abrió del todo lentamente y se asomó, con la pistola preparada.

—Eres tú.

—¿Yo?

Sebeck contempló a un hombre extrañamente vestido sentado en una silla plegable dentro de la furgoneta. Gafas de sol de espejo y un pasamontañas ocultaban su rostro, y llevaba un atuendo de camuflaje con rodilleras y chaleco protector. Ante él tenía lo que parecía un panel transparente de vídeo o una pantalla de cristal, a través de la cual miraba a Sebeck. Producía el efecto de tener delante unas enormes gafas. El Hilo conducía directamente a la punta de una varita que tenía en la mano derecha enguantada. Un globo de texto cercano lo identificaba como PangSoi, un Tejedor de primer nivel con una valoración de dos puntos sobre una base de tres.

Sebeck no supo cómo reaccionar.

—¿Qué demonios se supone que eres?

—Soy PangSoi.

—Eso ya lo veo. —Sebeck guardó la pistola en su funda y abrió su visor—. Pero ¿por qué demonios me conduce el Hilo hasta ti? ¿Y hace que me marche mientras atacan a toda esa gente?

—Es difícil de decir.

—No eres un operativo de alto nivel ni de alta reputación… Eres un tejedor, por el amor de Dios. ¿Y qué es ese panel?

PangSoi lo miró, mientras Sebeck se volvía a un lado y a otro.

—¿Por qué estás haciendo esto?

Sebeck advirtió que había cables que iban desde el panel a una gran caja envuelta en tela negra. Estaba junto a la silla de PangSoi como si fuera una mesita auxiliar, y dentro ronroneaba una especie de pequeño motor.

—Tenemos que darnos prisa.

—¿Qué demonios…? —Sebeck retiró la tela que cubría la caja y se encontró cara a cara con la cabeza cortada de una joven asiática con gafas HUD, atornillada a un marco de metal. Sus ojos muertos miraban hacia delante, los párpados echados hacia atrás. De las gafas HUD salían unos cables y tubos que conectaban con su cuello. Una pequeña bomba borboteaba.

—Oh, Dios mío…

De repente, lo que parecía un equipo entero de fútbol lo agarró por detrás. Sintió unas ásperas manos enguantadas agarrarle la cara, pero al quedar apretado contra la furgoneta no llegó a caer.

—¡Hijo de puta!

Presionó el visor abierto de su casco contra la puerta de la furgoneta para cerrarlo, y el peso de varias personas lo empujó hacia atrás, hasta que cayó al suelo cubierto de barro. Varios cuerpos fuertes se le echaron encima, gritando:

—¡Agarradlo! ¡Sujetadlo!

Sebeck pronunció la clave para electrificar la superficie de su armadura. La maraña de hombres se apartó aullando mientras él rodaba libre y se ponía en pie.

Ahora pudo ver que se enfrentaba a media docena de comandos ataviados con equipo táctico completo. Algunos llevaban rifles con balas de goma y pistolas Tásers. Claramente, no se esperaban su Armadura de Guerrero, un regalo de una de las facciones que apoyaba su misión.

Los miró a través del visor de espejo.

—Podría decir que no quería haceros daño, amigos, pero estaría mintiendo…

Se volvió y saltó hacia la parte trasera de la furgoneta, más allá de la cabeza cortada de la joven de la caja. Los soldados lo persiguieron. Sebeck agarró al espectral PangSoi y desenvainó su pistola electrónica.

—Era prácticamente una niña, enfermo hijo de…

Disparó una breve andanada al pecho del hombre y lo vio caer.

Price.

Sebeck vio de pronto cómo arrastraban a Price por la puerta del granero, apuntándole con una pistola a la cabeza.

—¡Detective Sebeck! ¡Lo mataremos si no suelta el arma y sale con las manos en alto! —El hombre tenía un leve acento asiático, pero como los demás, su rostro estaba cubierto.

Sebeck abrió a patadas las dos puertas traseras de la furgoneta para poder ver bien la situación.

Price parecía muy sucio de barro y muy irritado.

—Laney, son mercenarios enviados a capturarnos. No nos matarán. Los dos somos demasiado importantes para ellos.

—Oh, por el amor de Dios, sargento…

—De algún modo han descubierto una manera de alterar el Hilo de mi misión. No, hay algo gordo en marcha.

—Advirtió una fila de varias garrafas de gasolina de cincuenta litros en la furgoneta—. Supongo que siendo la gasolina tan cara y tan difícil de encontrar, lo habéis planeado con antelación. Muy listos.

El hombre de la pistola apretó con el arma la sien de Price.

—¡No haga nada que no pueda deshacer, sargento!

Sebeck cogió una bengala de magnesio de su cinturón.

—¿Va a decirle a su comandante que mató a un prisionero insustituible porque me cargué su furgoneta? —Encendió la bengala—. No lo creo.

Dejó caer la bengala sobre las garrafas de gasolina y saltó de la furgoneta mientras todos corrían para salvar sus vidas.

Sebeck había salido ya por las puertas cuando la gasolina estalló y llenó todo el granero de una bola de fuego que iluminó la noche, destruyendo la furgoneta y su contenido infernal.

En el momento en que salió del granero se encontró con varias docenas de comandos que le salieron al paso desde varias direcciones simultáneamente y trataron de derribarlo. Vació su pistola disparándoles, hirió a varios, pero lo alcanzaron por el costado y lo derribaron al suelo. Alguien le pisó la mano, sujetándola contra el barro, y entonces dos hombres lo apuntaron con armas que parecían extintores de incendios, rociando sus brazos y piernas de gruesa espuma blanca.

—¿Por qué no usaste la espuma para empezar, gilipollas? —gritó uno de ellos.

—¡Es imposible de limpiar!

El blanco material baboso se convirtió rápidamente en una dura roca, atrapando a Sebeck en su interior. Entonces se arrodillaron a su alrededor y le quitaron el casco.

—Hijos de puta, voy a…

Algo lo golpeó en la nuca, y perdió el conocimiento.

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