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Tercera parte. Julio » Capítulo 35:// Infiltración

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Capítulo 35:// Infiltración

Sólo en las praderas de Texas podría una casa de casi trescientos metros cuadrados ser considerada un bungalow. La vivienda de Natalie Philips estaba situada entre otros bungalows, todos al estilo sudoccidental: pequeños ranchos de ladrillo encalado con techos planos y un campanario de adorno. Era parte de una subdivisión de residencias corporativas situadas a poco más de un kilómetro de la casa principal, entre fuentes, jardines ornamentales y filas de álamos. Más allá del complejo, la pradera se extendía hasta el horizonte. Comunicaba sensación de paz. De verdadera soledad.

El interior del bungalow era de primera clase: tablones de roble, paredes de adobe y vigas cortadas a mano. Altos techos, gruesas alfombras y caras obras de arte de estilo sudoccidental adornando las paredes. Las instalaciones de ocio de cada bungalow eran una locura. Televisores de plasma de setenta pulgadas con sistemas de sonido estéreo envolvente, conectados con un impresionante catálogo de música y películas sacadas de algún servidor central… pero sin ningún acceso a la red. No había conexión telefónica con el exterior, sólo con el servicio de habitaciones interno. Había un bar bien surtido y una cocinita con microondas, además de un comedor desproporcionadamente grande que podía albergar con facilidad a una docena de personas. También una entrada separada para el servicio con una rampa para que entraran carritos de reparto, conectada con ocultos pasillos para los criados, que discurrían entre las casas detrás de setos y vallas, como si fueran los dobles modernos del rey Loco de Baviera, incapaces de soportar a los criados.

Philips estaba sentada sola ante la mesa del comedor, mirando un potente portátil conectado con la cara red del rancho. Un portátil que le habían dado y que estaba segura que estaba repleto de instrumentos para espiarla.

Aldous Johnston había mencionado a media docena de analistas criptográficos y programadores que trabajaban en la Operación Exorcista, pero ella no había visto a ninguno. Tan sólo estaba aquí, esperando. Aunque se suponía que se trataba de una emergencia, no le habían pedido que hiciera absolutamente nada. Había dejado una docena de mensajes en la secretaría administrativa de Johnston para averiguar cuándo podría encontrar una línea exterior para hablar con el subdirector Fulbright de la NSA (como habían dicho que haría), pero nadie se había vuelto a poner en contacto con ella. Todo lo que tenía era acceso total a la comida, la música, y a un enorme surtido de películas.

Con la democracia representativa a punto de ser subvertida, sentarse a ver la televisión no formaba parte de su lista de prioridades. Sin embargo, conectó las noticias para dar la impresión de que se comportaba con normalidad. La reciente experiencia le había demostrado que las pautas predecibles de conducta solían quitarle de encima a los moscones, y quería dar la impresión de que era digna de confianza.

Las noticias eran todas malas: malestar social en el Medio Oeste, el dólar había caído a mínimos históricos frente al euro y el yuan, y las Bolsas de todo el mundo eran increíblemente volátiles, subiendo y bajando. Caos.

Y el tema resonante de los noticiarios era inconfundible: no estamos a salvo, necesitamos seguridad.

Escuchó las noticias mientras permanecía sentada ante la mesa del comedor examinando el brazalete de plástico con identificación por radiofrecuencia (IDRF) sujeto a su muñeca. Lo alzó a la luz para intentar ver a través de la fina banda de plástico. Boynton había dicho que era resistente a la manipulación, y ella supuso que eso quería decir que tenía un cable de antena insertado que se cortaría si lo rompía. Todo el complejo del rancho estaba cubierto de lectores IDRF: había divisado hasta seis aquí en el bungalow. La súbita pérdida de la señal sin duda lanzaría la alarma para su número único de IDRF y haría que los de seguridad vinieran a investigar.

A menos que pudiera librarse de esta correa digital, no iba a poder escapar ni hacer nada más con lo que ellos sabían. Empezaba a quedarle claro que estaba bajo arresto domiciliario, al menos hasta que la Operación Exorcista se terminara. Pero entonces ya sería demasiado tarde. Se habrían apoderado del daemon y habrían solidificado su control.

Philips sabía que una placa IDRF era sólo un circuito conectado a una antena. Usaba la energía de una onda de radio para activar el circuito y transmitir su identidad única por una frecuencia específica. Así era como podía transmitir su localización a la seguridad de Rancho Cielo sin necesitar ninguna pila.

La norma ISO 15693 habitual para las tarjetas de proximidad IDRF y sistemas de pago móviles implicaba que este brazalete probablemente operaba a 13,57 megahercios, una frecuencia comercial.

Philips había asistido a conferencias donde grupos de hackers hicieron demostraciones con aparatos caseros capaces de recopilar y crear identidades falsas IDRF a voluntad. La cuestión era si ella podría construir algo similar con los materiales que tenía aquí en el bungalow. Si pudiera hacerles creer que estaba en casa cuando no lo estaba, podría fastidiarles sus planes.

La casa estaba repleta de aparatos electrónicos, pero no muchos eran inalámbricos. Había reunido unos cuantos en la mesa del comedor para examinar sus etiquetas de la FCC.[17]

Estaba el teléfono inalámbrico y su base, una unidad de 1,9 gigahercios DECT. No le servía de mucho. Igualmente, todos los mandos a distancia de los televisores y aparatos de música eran por infrarrojos, no por ondas de radio. Estaba el transmisor Wi-Fi de 2,4 GHz del portátil. Esto permitía un espectro más amplio aquí en el rancho, pero era inútil para actuar con 13,56 MHz. Naturalmente, también tenía la llave de su coche Acura TL, que según recordó funcionaba entre la gama de 300 a 400 MHz, aunque estaba unido al mismo llavero donde tenía su mando de pago IDRF para la gasolina, que había desmontado para descubrir un pequeño cabezal de plástico transparente que encerraba una bobina de alambre de cobre conectado a una pequeña placa de circuito. Era de la frecuencia adecuada, pero tenía un problema: su código aparecía impreso en los circuitos de fábrica. Imposible de cambiar… al menos teóricamente. Y no tenía ninguna herramienta especializada.

Philips miró las noticias por cable que emitían por la televisión. Ahora, además de las luchas en el Medio Oeste, una serie de importantes apagones en Internet habían empezado a «atenazar a la nación», o eso decían los noticieros. Se hablaba de sabotaje. De «terroristas» domésticos que volaban líneas de fibra óptica en puntos vulnerables. Las mismas cosas que hacían para la disensión se usaban para justificar e implantar las medidas draconianas. Y por todas partes había vídeos de fuerzas de seguridad privadas elegantemente uniformadas que corrían al rescate de pueblos asediados para restaurar el servicio. ¿Cómo era posible que pudieran hacer todo esto? ¿Sería posible que se salieran con la suya?

Suspiró exasperada, pero entonces se detuvo en seco. En la pared vio escrito un mensaje con un láser brillante de color rojo.

Hay micros en la habitación

La pala de mantequilla que planeaba usar como destornillador se le cayó al suelo de golpe. El mensaje brillante cambió para decir:

Abre la puerta de servicio y no hables

Philips se dio media vuelta.

Ahí, en la puerta trasera de servicio, había un hombre vestido con un traje de vuelo Nomex negro, armadura corporal y chaleco con bolsillos. Un pasamontañas cubría su cabeza y gafas de visión nocturna de aspecto avanzado le ocultaban los ojos. En sus manos enguantadas tenía un puntero láser con el que apuntaba a la pared del comedor.

Se recuperó de la sorpresa y se acercó a la puerta de servicio. Tras un momento de vacilación, la abrió.

El intruso pasó ante ella y cerró la puerta, llevándose un dedo enguantado a los labios.

Sacó un artilugio alargado de su chaleco y empezó a escanear las paredes, los apliques de la luz, y los muebles.

Mientras lo observaba, Philips escuchaba las noticias de fondo, que continuaban su letanía de desastres financieros y sociales. Subió el volumen.

Anji Anderson aparecía en la pantalla participando en un debate con otros expertos. Hablaba con autoridad para tratarse de alguien que hasta hacía pocos años había sido una periodista insulsa. «La gente no puede sin más echar la culpa a los demás de su situación. Tienen que apretarse los machos, pero parece que hay quien no quiere hacerlo. Quieren hacerse con las cosas de los demás basándose en lo que llaman —marcó las comillas en el aire— “justicia”».

El desconocido mientras tanto retiró con unas pinzas un pequeño micro de la lámpara del comedor. Lo alzó para que ella lo viera, y luego lo colocó en una de las casillas de una cajita metálica.

Continuó buscando micros mientras Philips lo seguía.

Tardó casi veinte minutos, pero cuando terminó, había localizado ocho micros en total, desde el bar al cuarto de baño y el dormitorio. El desconocido se sentó entonces en el banquillo al pie de la cama y se quitó la capucha y las gafas. Jon Ross suspiro aliviado y le sonrió.

—Aquí estamos.

—¡Jon! Dios mío…

Ella corrió a cogerle la cara con las manos. En la comisura de sus ojos se formó aquella leve arruga cuando sonreía y que ella echaba tanto de menos. Antes de tener tiempo para pensárselo, empezó a besarlo apasionadamente. Después de un momento, se retiró para mirarlo.

Él la miró a su vez, y luego la atrajo, la besó con más intensidad, más tiempo, y con una fuerza que casi la dejó sin aliento.

Por fin la soltó.

—Creí que te había perdido.

—¿Cómo demonios me has encontrado?

Él tiró de la cadena de plata que Philips llevaba al cuello, hasta mostrar el amuleto que había creado para ella.

Philips frunció el ceño.

—¿Me diste un aparato rastreador? Qué romántico…

—Es más bien un amuleto de protección.

—¿Protección de qué?

—De Loki… y de gente como él. No quería que sus máquinas te hicieran daño.

Ella estudió el amuleto y entonces se volvió hacia él. Señaló la cajita de metal de la mesa cercana.

—¿Estás seguro de que no pueden oírnos?

Ross asintió.

—Bóveda antimicros. Produce sonidos genéricos de la presencia humana: pasos, televisor encendido, cosas así. Les hará creer que los micros están todavía en su sitio.

—¿Cómo demonios has burlado la seguridad del rancho? Este lugar está rodeado por el mejor sistema de vigilancia que puede comprar el dinero.

—Sí, utilizan la última tecnología… un Sistema de Vigilancia para un Observador Unificado diseñado por Haverford Systems. Tecnología punta.

Ella pareció sorprendida.

—Digamos que tiene algunos defectos incorporados, cortesía del pueblo chino.

Ella se sentó a su lado.

—Me preocupaba no volver a verte. —Lo miró con expresión seria—. Pero ¿por qué corres un riesgo tan estúpido viniendo aquí?

—He venido a buscarte, Nate.

—¿Qué te ha hecho pensar que necesitaba que me rescataran? Aquí es donde necesito estar. Están a punto de lanzar la Operación Exorcista, y a menos que pueda detenerlos, tomarán el control del daemon.

Él reflexionó sobre sus palabras.

—La gente de Laboratorios Weyburn han ampliado el trabajo que tú y yo hicimos en el Edificio Veintinueve. Están empezando a introducirse en la red oscura del daemon. No sé cómo lo han hecho, pero empezaron a engañar a la gente y a crear objetos de la red oscura. Lo utilizaron para capturar a Pete Sebeck, y ahora está aquí en el rancho.

—¿Dónde te has enterado de eso?

—Me lo ha contado Pete Sebeck.

—¿Pete Sebeck está vivo?

—Sí, mira, es una larga historia, pero Sobol rescató a Sebeck de su ejecución y lo envió a una misión para justificar la libertad de la humanidad. El Comandante lo secuestró y lo trajo aquí. Está a punto de producirse un enfrentamiento serio, Nat, y necesito sacarte de este lugar.

—Yo no voy a ninguna parte.

—Loki Stormbringer viene de camino con un ejército de máquinas. Hay dos docenas de facciones de la red oscura que le siguen. Cuando el ejército de Loki se reúna, todo este sitio será una zona de guerra.

—¿El famoso Loki? —Philips se sentó en el brazo de un sofá cercano y sacudió la cabeza—. No puedo marcharme, Jon.

—¿Por qué no? Esto no es tu…

—Mira, no tienes ni idea de lo feliz que me hace verte, y no puedo decirte cuánto me conmueve que hayas arriesgado tu vida para rescatarme. Pero no puedo irme. Los plutócratas están planeando ejecutar algún tipo de ciberataque. Asaltar físicamente este rancho no los detendrá. Tengo que descubrir qué se cuece realmente y detenerlos. Por fortuna, tengo algunas pistas. —Le señaló un enorme fajo de documentos en una mesa cercana—. Me han dado documentación técnica sobre la Operación Exorcista… pero hay algo que no tiene sentido.

—¿Operación Exorcista?

—Sí. ¿Te acuerdas de la función de destrucción del daemon, el comando que destruye todos los datos de las corporaciones infectadas por él? Bueno, han encontrado un bloqueador.

—¿Cómo demonios han…?

—Descubrieron que si empleaban un hack de estilo formatstring podían inyectar un código ejecutable a través del parámetro de función de identidad. Eso pone a la función de destrucción en un bucle infinito de modo que no da ningún valor.

—Lo que significa que la orden de destrucción no será lanzada… y el daemon será inofensivo para ellos.

Philips asintió.

—¿Pueden inyectarlo en todas las redes infectadas por el daemon?

—El módulo Ragnorok es una web API. Pueden invocar la función desde cualquier parte.

—Dios santo…

—Podrían hacerlo con un script. Están usando la alta disponibilidad del propio daemon en su contra.

Ross señaló la pila de documentos técnicos etiquetados como «Top Secret».

—Pero dijiste que algo no encaja.

—Sí. Me he pasado las últimas cuarenta y ocho horas examinando todo esto, y parece demasiado fácil.

—¿Una artimaña?

Ella asintió.

—Jon, planean lanzar su ataque bloqueador desde miles de máquinas, y van a enviar fuerzas de choque policiales y paramilitares para apoderarse de miles de centros de datos por todo el mundo… y todo a la vez. Sería fácilmente la operación encubierta más grande de la historia de la humanidad, con muchísima diferencia, y no veo cómo una operación internacional de este calibre se podría mantener en secreto.

—¿Te refieres al daemon?

—Me refiero a cualquiera.

Ella cogió un puñado de documentos.

—¿Cómo voy a tragarme todo esto? No es creíble.

—Entonces la Operación Exorcista es una mentira.

—O no sabemos cuál es la Operación Exorcista real. Básicamente, me han puesto bajo arresto domiciliario para leer propaganda, de modo que cuando las cosas se vayan al infierno, pueda declarar ante algún subcomité del Congreso lo diligentemente que trabajaron Laboratorios Weyburn y Korr para derrotar al daemon.

Alzó las manos.

—Pero he visto ejércitos de soldados corporativos en el aeródromo. Va a suceder algo serio.

Ross hizo una mueca.

—Los feeds de noticias de la red oscura han advertido que fuerzas de seguridad privada se movilizan para defender instalaciones: torres de oficinas, estudios de televisión, infraestructuras de telecomunicaciones y empresas de servicios públicos. También urbanizaciones exclusivas.

Permanecieron en silencio unos momentos, reflexionando sobre lo que aquello significaba. El murmullo de las voces en la televisión llegaba desde el piso de abajo.

Ross la miró.

—¿Así que no puedo convencerte para que te marches?

—No sabes cuánto te aprecio, pero mi deber está aquí.

Él sonrió débilmente, respetando su decisión, y entonces se dirigió a la pantalla de plasma de cincuenta pulgadas montada en un soporte delante de la cama. Retiró el televisor de la pared haciendo girar su base.

—¿Qué haces?

Ross sacó un aparatito electrónico de uno de los bolsillos de su arnés y desenrolló un cable de conexión multimedia de alta definición, que utilizó para conectar el aparato al televisor.

—Estoy abriendo la puerta trasera del servicio de vigilancia a otros operativos de la red oscura para que puedan ayudarnos a echarle un ojo colectivamente a lo que pasa aquí en el rancho. Tendremos más posibilidades de descubrir algo importante con decenas de miles de personas buscando con nosotros. —Habló al Espacio-D—. Rakh, solicitando Hilo de alta prioridad: revisad todas las imágenes de las cámaras del Rancho Cielo en busca de pruebas que demuestren complicidad con los disturbios sociales. Publicad los hallazgos lo antes posible.

Unos momentos después, la pantalla mostró un reloj de arena con una etiqueta que decía: Número de respuestas. El número creció rápidamente alcanzando millares, ganando velocidad a cada segundo.

—De modo que… ¿trece mil personas están investigando el sistema de seguridad en busca de actividad sospechosa?

Él asintió.

—Este rancho está en un Hilo de máxima prioridad: nos preocupa a todos. Y no viene mal tener una buena puntuación de reputación cuando se solicita un equipo de búsqueda. —Miró la pantalla—. Ya son más de veinte mil.

Ella se quedó anonadada.

—Esto es sorprendente.

Observó con atención la pantalla.

Casi al momento, un artículo «sospechoso» apareció en la pantalla como un enlace. Simplemente decía: Noticiario — por dPooley.

—Han encontrado algo.

—Gracias, dPooley… —Ross cliqueó el enlace de vídeo y conectó con imágenes en directo de un estudio de televisión, equipado con pantallas verdes. El plató parecía tranquilo.

—Un estudio de televisión.

Ross cliqueó un mapa cenital de todas las cámaras de ese lugar, recuperando un modelo 3-D del edificio en el que se hallaba.

—Espera un momento. Tengo una idea.

Philips señaló el mapa.

—Mira, en el rancho tienen equipo vía satélite. Son unas instalaciones completas preparadas para transmitir.

Ross recuperó otra imagen: esta vez la de la sala de control del productor. Mostraba un puñado de grandes pantallas, además de una ventana que daba al estudio.

—¿Crees que estarán creando las noticias aquí en el rancho?

Philips negó con la cabeza.

—Esto es sólo un estudio, y las noticias se emiten veinticuatro horas cada día de la semana en una docena de canales a la vez. Esto tiene otro propósito.

—Retrocedamos en el tiempo.

—¿Podemos hacerlo?

—Sí. Una de las ventajas del sistema Observador es que detecta pautas recurrentes en el tiempo: gente acosando embajadas, ese tipo de cosas. Puede almacenar enormes cantidades de imágenes. Ahora… —Ross movió las manos, interactuando con controles invisibles—. Voy a retroceder hasta la última vez que hubo actividad en esta sala de control.

La imagen de la sala de control permaneció relativamente igual, aunque la luz cambió un poquito, indicando el paso del tiempo y las fluctuaciones del voltaje en las luces del techo. De repente la sala cobró vida, y aparecieron varias personas en la cabina de control. Ross redujo la velocidad y siguió rebobinando hasta que dieron una señal con la mano a una presentadora lejana sentada ante una pantalla verde. Puso entonces el vídeo en marcha.

De repente llegó la señal de audio y pudieron ver claramente la imagen ampliada por ordenador de la presentadora en la pantalla de la sala central de control.

Philips miró a Ross.

—¡Anji Anderson!

Él asintió.

—Así que…

—Entonces ella está aquí, en el rancho.

En pantalla, Anderson daba las noticias junto a un gráfico preocupante con la palabra «Ciberggedon»[18] con letras negritas y aterradoras. Iba por media frase:

—… responsable de este ataque sin precedentes a la civilización moderna. Parece que se ha producido una pérdida catastrófica de datos corporativos. Las Bolsas de Nueva York han cerrado, junto con la mayoría de las Bolsas mundiales. Una vez más, no sabemos si esto sucedió durante el apagón, antes del apagón, o justo antes. Pero si acaban ustedes de conectar con nosotros, al parecer ha habido un ciberataque de magnitud sin precedentes contra la red eléctrica mundial. La mayor parte de América del Norte, Europa y partes de Asia llevan las últimas setenta y dos horas sin energía.

Mostraron imágenes de saqueos e incendios en ciudades de todo el mundo. Algunas de las escenas habían sucedido de noche.

Estas imágenes muestran los saqueos y la violencia esporádica que se ha desencadenado por todo el mundo. El gobierno de Estados Unidos ha declarado la ley marcial… y se rumorea que quizá los terroristas domésticos del Medio Oeste de Estados Unidos estén detrás del ataque. En general, el cómputo de muertes puede alcanzar decenas de miles. Nadie sabe si los perpetradores han sido detenidos o están todavía libres. Todo lo que se sabe es que los datos de miles de compañías públicas han sido destruidos con lo que podría haber sido un ataque con un arma de impulsos electromagnéticos, coordinado para causar el máximo daño a las economías occidentales. Las fuerzas de seguridad han tomado instalaciones clave y lanzan en estos momentos misiones humanitarias. Sin duda, éste es el mayor impacto que el mundo conoce desde el 11-S, y creo que no me equivoco al decirlo. Recemos para que alguien pueda poner fin a

Ross pulsó el botón de STOP. Envió entonces el vídeo a la red oscura, etiquetado como máxima prioridad. Luego Philips y él se quedaron mirando a la nada en silencio durante unos instantes, ella cubriéndose horrorizada la boca con una mano.

Philips habló primero.

—Van a invocar deliberadamente la función de destrucción contra todo el mundo. Y en medio del caos tomarán el control.

Se llevó las manos a la cabeza.

—Todavía podemos hacer algo, Natalie. La gente ahora lo sabe.

Ella se levantó y atravesó las puertas cristaleras para salir al jardín a tomar un poco de aire fresco. Había un patio delante del dormitorio situado en la primera planta, que daba a un césped que comunicaba con la casa principal en la distancia. Estaba iluminado como Cabo Cañaveral. Se podía oír música barroca que llegaba suavemente desde la mansión, las Cuatro Estaciones de Vivaldi, y Philips pudo ver las sombras de los invitados a la fiesta moviéndose por las terrazas entre luces ornamentales.

Ross la siguió al exterior, y ambos se apoyaron en la balaustrada.

—El equipo de Laboratorios Weyburn se está preparando para apoderarse de lo que queda del daemon —dijo ella casualmente—. Van a usarlo como medio para controlar a la gente… igual que hizo Sobol. Sólo que esta vez será para su propio beneficio.

—Nat…

—Aunque detengamos su plan, seguirán tomando el control del daemon.

La música de fondo no encajaba con lo ominoso de la situación.

Ross miró la fiesta lejana.

—El baile de los plutócratas.

Ella asintió.

—Celebrando la victoria.

Philips se volvió para mirar a Ross a su lado, que le puso una mano en el hombro.

Sacudió la cabeza.

—Yo se lo entregué, Jon. Craqueamos el código de Sobol, y se lo di a los plutócratas. La misma API que utilizarán como arma contra el mundo. ¿Cuántas generaciones serán reducidas a la esclavitud por mi culpa?

—No podías saberlo.

—Se supone que tenía que ser capaz de encontrar el verdadero mensaje entre el ruido, Jon. Ése era mi don.

—Tenías fe en la democracia, Natalie. No hay nada malo en eso.

Las lágrimas empezaron a rodar por el rostro de ella.

—Pero tú no. Tú fuiste el listo. Nunca tuviste fe en nadie más que en ti mismo.

Él hizo una mueca.

—Sabes que eso no es verdad. —Ross se apoyó contra la pared de piedra, de espaldas a la lejana fiesta. La miró.

Ella sacudió la cabeza.

—Todo parece tan claro ahora. Intrusión de las corporaciones en las instituciones públicas. Dominio de la cultura y los medios de comunicación por parte de las corporaciones. Sucedió a plena vista, mientras aplaudíamos su éxito porque nos iba bien. Como si fuéramos nosotros.

—Pero ahora millones de personas saben la verdad. En un par de horas habremos movilizado a gente suficiente para detenerlos. Todavía podemos derrotarlos, Nat.

Ella se rió tristemente.

—¿Cómo, Jon? Ellos lo poseen todo. No son un estúpido programa informático. No se los puede piratear. Y el daemon sí que puede ser pirateado.

Ella se sintió avergonzada al imaginar las gigantescas redes sociales, financieras y comerciales lanzadas contra ellos. Sus oponentes eran tan numerosos. Tan poderosos.

—No podemos derrotarlos.

Permanecieron en silencio durante unos instantes, mientras la música proporcionaba un contrapunto.

Él suspiró.

—Siempre quisiste saber mi verdadero nombre.

Ella lo miró sorprendida.

—Si quieres saber mi nombre, te lo diré…

—Jon, yo…

—Me llamo Iván Borovich. Mi padre era Aleksey Borovich. Murió el cuatro de octubre de 1993, después de que Boris Yeltsin disolviera nuestra legislatura democráticamente elegida. Mi padre fue a defenderla, pero murió cuando los tanques bombardearon la Casa Blanca rusa y los soldados de Yeltsin entraron al asalto. Los medios de comunicación occidentales llamaron a mi padre un «resistente comunista». Pero dio su vida por la democracia. No por sí mismo, sino por mí, por mis hermanos y hermanas. Y por sus compatriotas.

Philips se acercó a él mientras hablaba.

—Jon…

—Puede que nos derroten, Natalie, pero mientras haya otra generación, siempre habrá esperanza.

Ella lo besó tiernamente, olvidando por un momento su angustia y sus dudas.

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