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Tercera parte. Julio » Capítulo 39:// Fin del juego

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Capítulo 39:// Fin del juego

Reuters.com

Apagón global relacionado con grupos financieros en bancarrota. El FBI ha realizado docenas de acciones y ha hecho cientos de detenciones en prestigiosas empresas de correduría y bancos de inversiones con relación a los cortes de energía de anoche.

El último Hilo de Pete Sebeck lo condujo al Norte, hacia Houston, y luego al Este, hacia un antiguo puerto de contenedores en Morgan’s Point, Texas. El brillante hilo dorado se dirigió hacia unas enormes instalaciones de almacenamiento de contenedores que se extendían junto a un canal de transporte llamado Barbour’s Cut.

En días pasados el dólar había empezado a recuperarse lentamente de su mínimo histórico, sin duda en gran parte por la venganza de Sobol contra los plutócratas. Pero mientras Sebeck conducía su recién asignado Lincoln Town Car a través del enorme desierto industrial y el paisaje completamente sometido de Morgan’s Point, se preguntó si este sitio volvería a florecer alguna vez. Los días de cadenas de suministros de quince mil kilómetros podrían haber desaparecido para siempre.

Se volvió a mirar a Laney Price, sentado en el asiento delantero junto a él, engullendo empanadillas de pollo y sorbiendo un refresco. Sebeck se echó a reír y sacudió la cabeza.

—¿Qué?

—No tienes ningún sentido de la ironía, Laney. ¿Lo sabes?

—Ya te dije que tenía hambre.

—Bueno, supongo que te has ganado el derecho a comer basura.

Una voz femenina habló desde el asiento trasero.

—Déjalo en paz, sargento. Cada uno de nosotros lo celebra a su modo.

Philips se volvió hacia Jon Ross. Se miraron más tiempo de lo necesario.

Price hizo una mueca.

—¿Qué puñetas de nombre es «Iván Borovich», por cierto? Acababa de acostumbrarme a llamarte Jon.

—Llámame como quieras, Laney. De todas formas no te escucharé.

Philips se apoyó en Ross.

—Me gusta el nombre de Iván.

Price se rió y habló con acento ruso.

—Sí, estoy seguro de que a la NSA le gustará también Iván.

Philips se encogió de hombros.

—Defender al Gobierno de Estados Unidos contra una acción hostil debería merecer una tarjeta verde.

—No sé. He oído decir que los requerimientos son cada vez más duros.

Sebeck redujo la velocidad.

—Allá vamos…

—¿Hemos llegado ya?

—No, pero creo que vamos a quedarnos sin tierra muy pronto en esta península.

Recorrían ahora una amplia carretera de asfalto construida aparentemente para soportar un alto volumen de tráfico de camiones contenedores. El tráfico parecía muy reducido. Tenían la carretera casi entera para ellos solos, aunque una verdadera muralla de contenedores multicolores se extendía a su izquierda más allá de los carriles de la autopista.

Philips los estudió.

—¿A qué se debe esa fascinación del daemon por los contenedores?

Ross los miró también.

—Ayudaron a extender el virus de la cultura de consumo a todos los rincones del mundo. No es extraño que el daemon los considerara útiles.

Sebeck redujo de nuevo la velocidad cuando llegaron a una playa de estacionamiento para camiones, y saliendo de la autopista tomó una carretera perpendicular.

Price asintió.

—Un depósito de contenedores. Vas a abrir un contenedor que contiene algo. Algo que Sobol se envió a sí mismo. O…

—Price, por favor. No puedo oírme pensar a mí mismo.

—Entonces piensa más fuerte, tío.

Sebeck se internó en una carretera que sorprendió a todo el mundo. Mientras seguía el Hilo dorado por el estrecho carril, todos miraron a través del parabrisas.

Ross parecía aturdido.

—¿Un cementerio? ¿En medio de todo esto?

Ante ellos se alzaba un oxidado cartel de hierro que decía CEMENTERIO DE MORGAN’S POINT. El solar tenía aproximadamente casi una hectárea de extensión, y se hallaba al fondo de un largo camino de acceso que lo situaba en el centro de un enorme depósito de contenedores que estaba rodeado por tres partes, y casi por cuatro, por altos contenedores apilados. Sin embargo, el camino de acceso y el cementerio de más allá parecían verdes. Árboles y matorrales cubrían el terreno, y una verja de alambre de espino lo separaba del depósito.

Sebeck suspiró.

—Bueno, me conduce hasta aquí.

Se detuvo en un pequeño aparcamiento vacío. Todos bajaron del coche y miraron alrededor.

—Este lugar está claramente rodeado. —Philips contempló los contenedores que se alzaban alrededor.

Price señaló los nombres en las paredes del contenedor central. En grandes letras azules se veía la palabra «HORAE» pintada en el acero corrugado.

—Sargento. Tal como nos dijo Riley. —Se volvió hacia Philips—. Doctora, ¿verdad que has leído algo sobre mitología griega?

—Sí, bastante. En griego original.

—Demuéstranos que eres letalmente aburrida: ¿qué eran las Horas en la mitología griega?

Ella se encogió de hombros.

—Eran las tres diosas que controlaban el orden de la vida. Hijas de Temis. Su nombre significa «el momento correcto». Su primera mención es en la Ilíada, donde aparecen como guardianas de las puertas de las nubes.

Price hizo un gesto de asombro.

—Bueno, esto es bastante impresionante.

—¿Es un código?

Ross se detuvo junto a ella.

—O un acuerdo, tal vez. Como los cilindros de una cerradura.

—¿Quieres decir que hay que poner estos contenedores de una forma concreta para que abran algo?

Ross se encogió de hombros.

Sebeck echó a andar.

—No es ningún código. Es simbolismo. Y como ya sabemos, los mundos de Sobol están llenos de simbolismo.

Price lo siguió. Ross esperó a Philips, y pronto todos caminaron por una agrietada acera hacia una verja de hierro forjado. También estaba algo oxidada, pero la iconografía de la verja era inconfundible: tres guardianas empuñando largas lanzas acechaban en bajorrelieve a cada lado, envueltas en nubes de hierro. La puerta estaba cerrada.

Mientras Sebeck se acercaba a la verja, los avatares en el Espacio-D de tres altas formas femeninas con túnicas y yelmos emplumados se materializaron en las sombras, empuñando altas lanzas doradas.

Philips pareció aturdida al ver que los tres hombres del grupo retrocedían.

—¿Qué pasa?

Ross la cogió de la mano y señaló sus gafas HUD.

—Avatares femeninos. Las Horas, supongo.

Una de ellas habló con voz resonante.

—Sólo el que realiza la misión puede atravesar las puertas.

Price se encogió de hombros.

—Ningún problema.

Ross asintió.

—Supongo que te esperaremos aquí, sargento.

Sebeck miró a Price mientras esperaba con la mano en la puerta.

—¿Sabes, Laney? Creo que no habría conseguido llegar hasta aquí sin ti.

Price no se dio importancia.

—Bueno, espera a ver si es bueno o malo antes de darme las gracias.

Sebeck sacudió la cabeza y entró por la puerta, que se cerró tras él con un audible clic.

Mientras continuaba siguiendo el Hilo dorado por el camino del cementerio, advirtió que las tumbas estaban muy separadas entre sí. Parecía más bien un jardín a la sombra, aunque con pintorescos contenedores como telón de fondo.

Poco después el sendero lo condujo a otra aparición en el Espacio-D: un joven Matthew Sobol de aspecto sano, sentado en un banco de piedra bajo un árbol. Había un banco idéntico frente a él.

Mientras Sebeck se acercaba, el joven y sano Sobol lo saludó con un gesto de la cabeza.

—Inspector. Me alegra mucho que esté usted aquí.

Sebeck no pudo dejar de advertir lo vibrante y sano que parecía Sobol, con su pelo despeinado, pantalones anchos, camisa flamante y chaqueta. Era la mismísima imagen del hombre de éxito con toda la vida por delante.

—Por favor, acompáñeme. —El avatar señaló el asiento libre.

Sebeck apartó algunas hojas y tierra y se sentó.

—Puede que se esté preguntando por qué tengo un aspecto distinto a como estaré… o estuve… antes. —Se acomodó en el banco—. Es porque empecé aquí, por el final. Donde está usted ahora. No tengo ni idea de dónde es aquí o ahora en este momento, Pero sí supe que si empezaba por el final de la historia y retrocedía hasta el principio, el daemon no podría comenzar hasta que estuviera completada. Así que, en realidad, su principio es mi final, y mi final es su principio.

Sobol miró directamente a Sebeck a los ojos.

—Cuando me di cuenta en lo que se había convertido nuestro mundo, en cómo la humanidad se había transformado en engranajes de su propia máquina, decidí hacer algo terrible… quizás una de las cosas peores que se han hecho jamás. Explotar el automatismo de nuestro mundo para plantar la semilla de un nuevo sistema es algo intrépido e irresponsable. Pero no veía otro modo de que quisiéramos cambiar. O pudiéramos hacerlo.

»Pero ahora que los humanos han cumplido esta misión, y usted ha llegado a hablarme de su éxito, la pregunta que tengo que hacerle es la siguiente: ¿tuve razón o no, sargento? ¿Debería destruir al daemon? ¿Debería deshacer todo lo que he hecho? ¿Sí, o no?

Sebeck acusó la sorpresa. Se quedó sin habla.

—Usted mejor que nadie tiene que saberlo, sargento. ¿Debe ser eliminado el daemon? ¿Sí, o no? Esperaré su respuesta.

Sebeck inspiró profundamente y se volvió a mirar hacia la verja. No podía ver a nadie. Sólo estaban él y este genio loco muerto hacía tanto tiempo. Recordó todo su viaje, desde el momento en que recibió el caso del asesinato de Sobol hasta este mismo día. Pensó en su esposa perdida, Laura, y en su hijo, Chris. En sus colegas y amigos que habían muerto o para quienes él estaba ahora muerto. Recordó a toda la gente que había conocido y que construía nuevas vidas en la red oscura del daemon, y en toda la gente que había muerto durante su nacimiento… y por defenderlo. Una procesión de rostros. ¿Qué era la sociedad, después de todo, sino un grupo de personas que crea reglas? Al menos en la red oscura era un grupo grande de gentes quienes creaban las reglas y no uno pequeño.

Sobol había esperado pacientemente, pero cuando Sebeck volvió a mirarlo a los ojos, repitió su pregunta.

—¿Debería destruir al daemon, sargento?

Sebeck inspiró profundamente. Luego negó con la cabeza.

—No.

—Permítame confirmar su respuesta. ¿Debería destruir al daemon? ¿Sí o no?

—No.

Hubo un destello en la imagen, y Sobol pareció sombríamente aliviado. Miró de nuevo directamente a Sebeck.

—No sabe lo mucho que sueño en que éste sea el final. Hay tantas formas de que termine. Si está usted realmente ahí, sargento, buena suerte. Buena suerte para todos ustedes. Y no tengan miedo del cambio. Es lo único que puede salvarnos.

Sobol se levantó, se despidió con un gesto de la cabeza, y se dirigió hacia los jardines cercanos. En unos instantes se desvaneció en el aire.

Sebeck se quedó sentado en el jardín durante un rato, absorto, reflexionando en lo que acababa de suceder. Hasta que finalmente recibió una alerta en su pantalla HUD. Era de un apodo en la red que temió demasiado reconocer. Lo leyó una y otra vez: Chris_Sebeck.

Después de hacer acopio de fuerzas, abrió el mensaje y lo leyó lentamente…

Papá, te envié este mensaje para que se abra cuando estés preparado. Sé la verdad, y me muero de ganas de verte. Tu hijo, Chris.

Sebeck sintió que las lágrimas lo inundaban, surgiendo de un lugar que creía que no existía en su corazón. Tenía una familia. Era padre.

Volvía a casa…

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