Freedom®

Freedom®


Primera parte. Diciembre » Capítulo 8:// Érebo[6]

Página 11 de 49

Capítulo 8:// Érebo[6]

News.briefing.com

Los precios del grano se disparan con la reducción de las cosechas. Las concesiones anuales de subsidios a los granjeros de maíz y soja de Estados Unidos se desplomaron en algunas regiones de Iowa, Missouri, Kansas y Nebraska, poniendo por las nubes el futuro de los precios del grano. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos informó de una reducción sin precedentes por toda la nación del 6 al 7 por ciento de la tierra de cultivo de maíz y soja. Como la producción estadounidense representa un 42 por ciento del maíz mundial y un 34 por ciento de la soja, los analistas se preparan para la potencial escasez del ganado que se alimenta de ese grano, además de los aditivos alimenticios procesados derivados del maíz y la soja.

El Comandante contempló la carretera de Sheikh Zayed desde su sala de conferencias en el piso cincuenta y tres. Brillantes rascacielos flanqueaban la autopista de doce carriles de abajo, creando un cañón artificial rematado por los logotipos familiares de las multinacionales. No muy lejos podía ver Burj Dubai, el edificio más alto del mundo. Su gigantesca presencia ayudaba a recordar a todo el mundo que esta tierra no era un desierto de arena, sino una placa de Petri de la cultura de los negocios.

Dubai era el perfecto entorno comercial. Una pizarra en blanco, como debería ser en todas partes. Sin interferencias. Sin impuestos. Sin manifestantes. Había sido un puerto de contrabando durante siglos, introduciendo oro en India y sirviendo como conductor para todo tipo de material, desde esclavos a seda. Pero ahora las calas y arroyos de la costa se habían convertido en puertos de atraque para megayates y centros de ocio repletos de rusos quemados por el sol. Bloques de oficinas e infraestructuras del Primer Mundo habían sido trazados con tal ímpetu en los últimos diez años que los peatones que caminaran despacio se arriesgaban a ser pavimentados.

Al Comandante lo que más le gustaba de los Emiratos era que había orden. Todo el mundo aceptaba su papel. Los filipinos proporcionaban servicios, los indios y bangladesíes la mano de obra, y los expatriados de Estados Unidos, Europa, Japón y China hacían los negocios. Los habitantes de los Emiratos… bueno, todo el mundo necesitaba al menos uno, pero casi siempre se mantenían apartados.

La única autoridad real era el mercado, y eso cada vez se cumplía más en todo el mundo.

El Comandante devolvió su atención por un momento a la sala de reuniones y a los dos ejecutivos que hacían una presentación en PowerPoint. Estaban aquí para desglosar la realidad en cotas de referencia y complementos. Miró al agrónomo de su personal, que escuchaba embelesado sus explicaciones, tomando notas. Ése era su cometido.

Pero no era el cometido de la reunión. El Comandante se encontraba al fondo, en apariencia un burócrata de tercera fila. Sin embargo, estos jóvenes ejecutivos no tenían ni idea de que en realidad esta reunión era con él. Presentaban un problema que había que resolver, aunque no se dieran cuenta. Eran los mensajeros.

Su empresa conseguiría el contrato. Sería para un asesoramiento sobre infraestructuras de seguridad, o un análisis de riesgos de mercado, o algo parecido. Los servicios de inteligencia de Korr no se hacían publicidad, y no presentaban propuestas. Eran socios minoritarios de una empresa asesora de seguridad en el departamento de ingeniería de una constructora de una empresa subsidiaria de una inmobiliaria de un grupo financiero. No tenían logotipo ni aparecían en el directorio del lobby. La mayoría de sus empleados eran economistas, investigadores y matemáticos. Y muy pocos de ellos tenían idea de lo que estaban haciendo realmente aquí: conservar la economía global.

Los dos ejecutivos seguían hablando monótonamente de metodologías. Este tipo de jóvenes ejecutivos siempre parecían tan elegantes con sus trajes de Savile Row. Uno era un británico, blanco como la leche; el otro un paquistaní, también con acento inglés. Probablemente graduados en las mejores universidades. Una esposa y dos niños pequeños en casa… y ni idea de que había un vídeo de ambos en alguna parte mientras mantenían relaciones sexuales con muchachitas jóvenes (o con muchachitos) cuando fueron a hacer negocios a Panamá, o a Mali, o a Brasil, o donde fuera. Había que conseguir las imágenes mientras estaban en alza, antes de que sospecharan de que podría interesarle a alguien. Antes de que se volvieran poderosos. Estas dinastías reales llevaban décadas usando fotos comprometidas para reforzar la lealtad de unos con otros, con sus socios de negocios y con sus hijos. Había que casarlos, establecerlos como miembros respetables de la comunidad. Pagarles toneladas de dinero… pero consiguiendo siempre fotos de ellos con putas menores de edad. Cuanto más perversas, mejor. Podían producir enormes dividendos cuando presidieran un comité del Gobierno, o intentaran hacer pública una información que pudiera resultar lesiva. La ideología política no importaba. Ellos financiaban viajes a todo tren para los de izquierdas y los de derechas por igual. El Comandante le había echado el diente a una operación similar en Panamá, usando cocaína y prostitutas para generar la imaginería capaz de acabar con las carreras que hacían que el mundo girara. El photoshop había puesto fin al negocio haciendo que las fotografías carecieran de significado. La única manera de seguir ahora adelante era con vídeos de alta definición, y tarde o temprano los gráficos de ordenador acabarían con ellos también. Alguien tenía que encontrar una solución, o toda la industria del chantaje estaría condenada. Por suerte, el Comandante se había pasado hacía mucho a operaciones más serias.

Los ejecutivos evaluaban ahora los mercados de productos básicos, recalcando los puntos clave con sus punteros láser.

El Comandante pensó en su actual línea de trabajo, y en lo que lo había traído aquí. Hacía más de veinte años que había eliminado su primera vida. Dios, por cierto, no lo había castigado. De hecho, se quitó un problema de encima.

Todavía recordaba el olor acre de la habitación del hotel de La Paz. El ladrido de un motor de dos tiempos que pasaba de largo mientras él esperaba con un cuchillo ensangrentado en la mano. La joven sindicalista yacía en el suelo, mirándolo con sus grandes ojos mientras se agarraba con las dos manos la garganta borboteante. Nada se detuvo. Al universo no le importó. Bien podría haber estado cortando rebanadas de pan.

Y eso dio comienzo a su despertar, su comprensión de que el mundo occidental era un cuento para irse a dormir con el que consolar las tonterías humanas. La esclavitud existía en todas partes, incluso en Estados Unidos. Todos éramos esclavos de un modo u otro. La esclavitud era sólo control, y el control mantenía las cosas en funcionamiento de manera ordenada. Era lo que hacía posible el progreso.

Pero ahora el problema que había estado esperando que surgiera algún día apareció de repente en la pantalla. Un gráfico titulado «Disminución de las subvenciones agrícolas en Estados Unidos». Se volvió desde la ventana y atendió a la explicación del ejecutivo paquistaní.

—… en ciertos condados esperamos una caída del noventa por ciento… algo que no tiene precedentes en la historia de la agricultura estadounidense moderna. Los granjeros de esos condados han decidido básicamente en masa dejar de cultivar cosechas subvencionadas… aunque no haya ningún sistema de distribución disponible para otra cosa. Algo está provocando esto, y la causa se encuentra sorpresivamente en una base local que desafía las condiciones del mercado.

El Comandante lo vio. Nadie más tenía la perspectiva para hacer esto… y con tanta rapidez. Tenía que ser el daemon.

Habló desde el fondo de la sala.

—¿Por qué los granjeros renunciarían voluntariamente a las subvenciones? Con los precios en alza, ¿por qué no cultivar maíz o soja?

—Discúlpeme, ¿usted es…? —El paquistaní quedó sorprendido por la súbita pregunta de un personaje sin importancia al fondo de la sala.

El agrónomo del Comandante intervino.

—Sí, es una buena pregunta. ¿Por qué el mercado libre no corrige este desequilibrio?

El paquistaní se volvió hacia la primera fila.

—Uh, aún no hemos podido determinar la causa. Tendremos las cifras el próximo año.

El Comandante volvió a intervenir.

—Y tienen ustedes una confirmación sobre el terreno. ¿No será sólo un fallo en el sistema de datos?

—No, no es un fallo del sistema. Las empresas agrícolas y biotecnológicas tienen una amplísima red de investigadores privados, estudiosos y analistas por todo el Medio Oeste para potenciar sus patentes de semillas. Han documentado movimientos de población, flujos de capitales sin explicación, e inversiones de infraestructuras en tecnologías energéticas alternativas, equipos de alta tecnología, semillas naturales y…

—Imagino que esto no sólo se refiere a Estados Unidos.

Los dos ejecutivos se miraron el uno al otro con cierta desazón. El paquistaní asintió.

—Íbamos a tratar ese hecho más adelante en nuestra presentación. —Empezó a pasar interminables diagramas y viñetas—. También tenemos reducciones en exportaciones de cosechas como el algodón en Asia y Rusia. Los servicios de seguridad de varios países informan de que hay inquietudes laborales en los sectores agrícola e industrial. Aumenta el número de barcos contenedores amarrados por falta de carga.

Está destruyendo la cadena global de suministros.

Mientras contemplaba la pantalla, el Comandante podía verla como un ataque nuclear a gran escala. Pero un ataque que la persona media no advertiría… hasta que hubiera rebasado el punto de no retorno.

El muchacho británico continuó:

—Suponemos que si las cosechas de maíz y soja caen otro siete por ciento, el coste bruto de casi todos los productos procesados se disparará. Los trabajadores no cualificados de todo el mundo sufrirán escasez de alimentos, y aumentarán los disturbios sociales. La producción de las fábricas y el transporte podrían interrumpirse, con serios efectos colaterales para la economía mundial.

El Comandante tuvo que reconocer que Sobol era un hijo de puta listo. Se habían concentrado demasiado en la amenaza digital para verlo venir. Al cambiar físicamente la economía de la América rural, el daemon podría convertir en mierda su recolocación de inversiones. Ya no podrían esperar simplemente una contramedida digital contra el daemon. Sobol lo estaba forzando, y al Comandante no le gustaba que el enemigo dictara el tempo de la batalla. Tenían que actuar. Pero en silencio. Sin nada que pudiera ser detectado hasta llegar a las compañías infectadas por el daemon.

El Comandante se levantó y miró de nuevo por la ventana, contemplando las brillantes torres que flanqueaban la carretera Sheikh Zayed.

—El cambio es nuestro enemigo, caballeros. El cambio significa interrupción. La interrupción significa crisis. Y la crisis significa conflicto.

Para eso, después de todo, lo habían llamado a él. El conflicto era su especialidad.

Ir a la siguiente página

Report Page