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Segunda parte. Marzo » Capítulo 14:// El precio de China

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Capítulo 14:// El precio de China

Jon Ross estaba leyendo en su móvil un ejemplar digital de Izvestia mientras bebía un espresso. Se encontraba en la cafetería de su hotel en el Distrito Shekou de Shenzhen. Era media tarde, e iba vestido con un traje negro de mil rayas y cuatro botones, bien planchado, una corbata de seda celeste y una camisa pastel: todo hecho a medida en la cercana Hong Kong. Con sus elegantes gafas HUD parecía el típico hombre de negocios de éxito que se ponía al día con los asuntos de casa.

Ross prefería Shekou porque le permitía pasar desapercibido. Era un barrio agradable, popular entre los expatriados. Tenía el aire de una ciudad pequeña, pero estaba repleto de restaurantes y vida nocturna.

Aquí se hablaban docenas de idiomas en los bares y cafeterías, y él era tan sólo uno más de los rostros extranjeros entre muchos. Pero nada de eso importaba ahora, no para el único asunto por terminar que le quedaba en este viaje.

Apuró el resto de su espresso mientras dos chinos de traje arrugado se acercaban a su mesa. Por sus duras miradas y su aire de impunidad, supo de inmediato que eran policías, probablemente miembros de la Seguridad del Ministerio del Interior.

El primero asintió y habló en ruso.

—Camarada Morozov. Buenas tardes. —Sonrió, revelando sus dientes manchados.

Ross bajó el lector electrónico y respondió en ruso también.

—Buenas tardes. ¿A qué debo el placer, caballeros?

—Parece que hay un problema con sus documentos de viaje.

—¿Mis documentos de viaje?

El hombre asintió.

—No veo cómo es eso posible, pero… —Ross sacó su billetera de la chaqueta—. ¿Puedo resolverlo desde aquí?

—Intentar sobornar a un agente del Gobierno es un delito grave en China.

Intentarlo, tal vez. Pero ¿conseguirlo?

—Este no es un asunto para tomárselo a broma, señor Morozov. —De pronto, cambió al inglés—: ¿O debería decir señor Ross?

Ross permaneció tranquilo. Colocó el dinero sobre la mesa para pagar la cuenta y guardó la billetera. Pasó también al inglés.

—Su inglés y su ruso son excelentes.

—Gracias. Por favor, mencióneselo a mi comandante cuando lo vea. Ahora, si tiene la bondad de venir con nosotros…

—¿Puedo pedirles sus credenciales?

El hombre abrió su chaqueta para revelar una pistola en una sobaquera.

—Ésta es la que cuenta, ¿no?

El hombre le indicó a Ross que los siguiera.

Ross suspiró, recogió su móvil y la funda del portátil y obedeció.

Lo llevaron a un coche que esperaba fuera. Era una imitación sin identificación del Jeep Cherokee, lo que algunos expatriados de Estados Unidos habían dado en llamar «Cheeps» [pío, pío]. Le abrieron la puerta y Ross subió al vehículo. Advirtió que no había manijas por dentro, y una malla de alambre lo separaba del asiento delantero. Ahora era su prisionero.

Los agentes subieron a la parte delantera y se internaron en el denso tráfico sin dirigirse una palabra entre sí ni a él. El trayecto sólo duró unos pocos minutos antes de que se acercaran a la acera de un bloque de restaurantes caros. El lugar rebosaba de clientes y jóvenes profesionales.

Los hombres bajaron del coche y le abrieron la puerta; él salió a la acera y miró a su captor a los ojos.

—Estoy confundido. ¿Lo estoy sobornando o no?

El hombre tan sólo agarró a Ross por el brazo y junto con su compañero se dirigieron hacia un bar de copas construido con cristal y maderas escandinavas, y un logo minimalista tan estilizado que sería indescifrable para los chinos y los escandinavos por igual. El lugar estaba repleto de humo de tabaco y jóvenes ejecutivos, principalmente chinos, que se apartaron rápidamente para dejar paso a los torvos policías de paisano.

Pronto llegaron a un reservado al fondo del bar: el único rincón tranquilo. Las mesas a su alrededor estaban sospechosamente vacías. Allí, un joven chino con un traje elegante esperaba con una copa de martini fría en la mano. Sonrió al verle acercarse.

Ross no pudo dejar de devolverle la sonrisa. Era Shen Liang, un viejo amigo de los días de Portland, de finales de los noventa. Antes de que todo se fuera al infierno. Shen era un chico que acababa de salir de Stanford entonces, y apenas estaba familiarizado con la cultura estadounidense y occidental. Era una mente joven y brillante que había absorbido todo lo que las universidades chinas tenían que ofrecerle en aquel momento y estaba ansioso de aprender más.

Ross y Shen habían trabajado juntos en una compañía en la red llamada Stiletto Design: «Cortar el ruido» era su lema. Era la quintaesencia de tienda comercial en la red con altos techos, ladrillo visto, sillones Aeron, mesas de ping-pong, y opciones-bono que pronto no valdrían nada. Se estaban expandiendo como locos en aquellos días, diseñando soluciones mercantiles para bancos, compañías de seguros, y otras empresas web de pequeño activo. Hombres y mujeres jóvenes trabajaban día y noche: era un gran lugar para los solteros. El recuerdo, sólo una neblina de trabajo, alcohol y sexo.

Mientras Ross se sentaba, Shen extendió la mano y habló en perfecto inglés estadounidense.

—Jon Ames. O supongo que es Jon Ross, hoy en día. ¿Te has casado o algo parecido?

—Es complicado, Liang. Parece que te va bien.

Shen hizo un gesto a los policías de paisano y dijo algo en mandarín.

El oficial jefe asintió, y los dos hombres se marcharon.

Ross los vio partir, luego se volvió hacia Shen, que asentía.

—Me va bien. Ojalá pudiera decir lo mismo de ti.

Ross le dirigió una mirada burlona.

—Jon, tienes un montón de problemas.

—Entonces ¿esto no es una visita social?

Shen hizo una mueca y llamó con la mano a una hermosa joven con minifalda. Ella se acercó inmediatamente a la mesa, y le señaló a Ross.

—Tomaré un Stoli, solo y con una rodaja de limón, por favor.

—Por supuesto, señor.

La muchacha se marchó.

—Has pedido vodka ruso. Qué curioso. —Shen miró apreciativamente a Ross mientras encendía un pequeño puro—. Así que… —Retiró su encendedor de oro—. Después de todos estos años, descubro que tu nombre no es de verdad Jon Ames.

—Liang…

—Y que la Interpol te tiene marcado con una alerta roja global. Que eres el hombre más buscado por el FBI. Imagina mi sorpresa.

—Como decía, es complicado.

Éramos colegas, Jon. ¿Y ahora resulta que eres un ladrón de identidades y un timador?

—Bueno, tú tampoco me dijiste que eras un espía del Ministerio de Servicios Estatales en los viejos tiempos.

Shen le dirigió una mirada incrédula.

—¿Quién era espía? Costearon mi educación. Se suponía que tenía que volver siendo una eminencia. ¿Cómo puede ser eso espiar? No es que fingiera no ser chino.

—Me parece recordar que alguien no tenía planeado regresar a China. Creo recordar que alguien hablaba de una nueva empresa de vídeos en la red…

Shen alzó una mano y miró alrededor.

—Muy bien, muy bien. ¿Lo dejamos correr? Y, por cierto, fuiste mi testigo. Eso fue antes de YouTube. Tuve esa idea antes de YouTube.

—Entonces funcionábamos a pedales, Liang.

—Ese no es el tema. Ahí me equivoqué.

—Y, sin embargo, aquí estás, trabajando para el Gobierno.

Shen puso los ojos en blanco.

—No trabajo para el Gobierno, o al menos no trabajaba para el Gobierno hasta que algún gilipollas empezó a tontear con nuestras redes y me reactivaron. —Saludó—. Ahora soy el capitán Shen, muchas gracias.

—¿Una división del EPL[9] para la guerra cibernética? Eso parece alarmantemente conformista para el Shen Liang que yo conocí.

Shen asintió con expresión grave y dio un gran sorbo a su Martini.

—Sí, bueno, la cagué a lo grande en Estados Unidos, Jon. Tuve que regresar después de aquello, y me había desviado mucho de lo que esperaban de mí. Tuve que hacerme amigos poderosos rápido para salir de aquel lío. Tenía que ser una estrella.

—¿Y así es como acabaste en la Academia de Mando de Wuhan Communications?

Shen se detuvo a media calada y miró a Ross entornando los ojos. Se quitó el cigarrillo de los labios.

—¿Cómo demonios sabes eso?

—¿Y como acabaste trabajando para el Departamento General de Equipamiento, modificando circuitos integrados de routers occidentales?

Shen le tapó la boca a Ross.

—¿Quieres callarte? ¿Es que estás loco? ¿Cómo demonios sabes eso?

—Estamos llegando a una encrucijada, Liang.

—Esto no es 1999, Jon. La red ya no es un juguete. La tecnología en la red es ahora poder… poder del que domina el mundo. Esto es un asunto mortalmente serio. Deja de jugar.

—Nos lo pasamos bien entonces. ¿Recuerdas que todos pensábamos que la tecnología cambiaría el mundo?

—Bueno, no lo hizo. Nuestros padres tenían razón, Jon. Da miedo ver hasta qué punto la tenían. Nada cambia. Sólo los rostros.

—Lamento que pienses así. Creo recordar que tenías puestas grandes esperanzas en implantar una democracia en China.

Shen se lo quedó mirando mientras la camarera regresaba con la bebida de Ross. Ambos hombres permanecieron en silencio hasta que ella se marchó.

Entonces sacudió la cabeza y echó mano de un cenicero.

—No sé de qué estás hablando. Y, además, en China tenemos democracia. La gente vota con su dinero, igual que hacen en Estados Unidos.

—Pero si sólo habla el dinero, los que no lo tienen carecen de voz.

—Bueno, la gente más lista suele ganar dinero, así que no veo cuál es el problema.

—¿Qué pasa si alguien te quita el dinero?

Shen le dirigió una mirada de cansancio.

—Porque de eso es de lo que estamos hablando aquí, ¿no? —continuó Ross—. Alguien ha amenazado con confiscarte tu compañía si no cumples. ¿Es así como viven las personas libres, Liang? ¿Temiendo a los poderosos?

—La libertad está sobrevalorada. Puedes ser completamente libre y morirte de hambre en un iglú en la Antártida. Los negocios son lo que hace que la vida de la gente sea mejor, no la democracia. El mundo está lleno de democracias disfuncionales, paralizadas por idiotas con derecho a voto.

—Liang…

—Jon, ¿sabes que la banca mundial dijo que más de la mitad de los chinos vivían en la pobreza en 1980? ¿Sabes cuántos son ahora? ¿Te atreves a hacer una valoración? Es el cuatro por ciento, Jon. El cuatro. Eso lo ha logrado el desarrollo económico, no la democracia.

Ross asintió.

—Pero ese es el trato que ofrecen, ¿no? Traerán desarrollo económico a cambio de que no participéis en política… pero ese desarrollo económico es hueco y no tiene ninguna longevidad. ¿Has visto los mercados? Ya se están viniendo abajo. Créeme, cuando todo se acabe, te darás cuenta de que ellos tienen todo el poder y tú no cuentas. La prosperidad no es tal si pueden quitártela.

—¿Así que prefieres entonces a Estados Unidos? ¿Como si fueran prósperos? Nos deben más dinero del que hay en el planeta. Están acabados. ¿Por qué les ayudas?

Ross frunció el ceño. Tardó un momento en digerir la pregunta, tomando primero un sorbo de su bebida.

—¿Ayudarles? ¿De qué estás hablando?

—No te hagas el tonto conmigo. Sabes exactamente a qué me refiero.

Ross asintió.

—Bien, así que me has traído aquí porque tienes un problema. Un problema detrás del cual, según tú, están los estadounidenses.

Shen se lo quedó estudiando durante unos instantes.

—No me has preguntado cómo te encontré.

—No tengo que preguntarlo. Ya lo sé.

—¿Ah, sí? ¿Cómo lo sabes?

—Porque yo soy quien te dijo que estaba en China.

Shen vaciló, mirando sombríamente a Ross.

—Ahora te estás divirtiendo conmigo. Por eso odiaba jugar al póker contigo.

—No voy de farol, Liang.

—Sí, ¿de dónde obtuve entonces la información?

—Ese e-mail que recibiste de Jun Shan. Era yo.

Shen casi partió el cigarrillo por la mitad. Miró de nuevo a su alrededor y luego negó con la cabeza.

—Jon, no tienes ni idea de con quién estás tratando.

—El EPL te reactivó para averiguar por qué las puertas traseras de los circuitos integrados de los routers están empezando a fallar en Estados Unidos y en Europa. Tienen pánico, ¿verdad?

Shen aplastó su cigarrillo y apartó el cenicero.

—¿Qué coño está pasando? ¿Para quién trabajas? ¿Para Estados Unidos?

—No es lo que crees, Liang.

—¿Por qué quiere un ruso ayudar a los estadounidenses? Llevan décadas cagándose en Rusia. Son basura imperialista.

—¿Así que quieres reclutarme, camarada? ¿Es eso?

—Comunismo. Capitalismo. ¿A quién le importa una mierda? Mira, el imperialismo occidental ha fastidiado a China desde que los británicos empezaron a inundar el país con opio para abrir el mercado del té. Ahora que China vuelve a ocupar su lugar legítimo en el mundo, Estados Unidos y Gran Bretaña hacen todo lo posible para contenernos. Únete a nosotros, Jon. Puedo abrirte un montón de puertas… sobre todo para un hombre con tus talentos. Hay dinero ilimitado que ganar.

Ross dio un trago a su vodka.

—Es una oferta magnífica, Liang. Y la agradezco, pero voy a decirte lo que está pasando de verdad aquí. Y no te va a gustar.

Shen apartó su bebida.

—Maldición.

—¿Recuerdas por qué me busca la Interpol? ¿Por qué me persigue el FBI?

—Sí, porque eres la mente maestra detrás del bulo del daemon.

—Daemon no es un bulo, y no soy la mente maestra. Hay un organismo cibernético de fuente abierta llamado daemon que se está extendiendo por todo el globo. Ha creado una red social encriptada llamada la red oscura, basada en un juego de vídeo online. Millones de personas se están uniendo a esa red y la utilizan para reinventar la sociedad humana.

Shen suspiró y se echó hacia atrás en su asiento.

—¡Jon, maldita sea! Estoy intentando ayudarte.

—No bromeo, Liang. Soy un Pícaro de nivel 7 en la red, y tengo poderes y habilidades que me permiten…

—Estás más loco que una cabra. No puedo creerlo. Parece que no te importa. —Shen señaló las ventanas—. Les dije que yo me encargaría de esto. Les dije que se apartaran. Que podría convencerte, pero después de que te marches de aquí, Jon, te van a coger y te meterán en un lugar tan oscuro que no te volverá a ver nadie. Y ya no podré ayudarte. ¿Comprendes lo que te estoy diciendo? Van a hacerte desaparecer, Jon.

—Comprendo. Está bien.

—¿Cómo puede estar bien? Tienes que decirme lo que está pasando de verdad, Jon, o te lo arrancarán a golpes.

—Está bien porque tenía que venir a China. No podía aprender lo que necesitaba en ningún otro lugar más que en este país. Porque lo que pasa aquí, Liang, afecta a todo el mundo. Y lo que tu pueblo hizo fue derrotar a un sistema que podría haber sido utilizado para oprimir a miles de millones. Necesito que lo sepas. El pueblo chino quiere ser libre, Liang. Igual que todos los pueblos. Lo he visto. Igual que tú lo verás.

—Jon, no dejarán que te marches.

—No importa. Tengo esto. —Ross alzó un anillo de titanio con un cristal engastado en su superficie—. Es un anillo mágico, Liang. Muy poderoso.

Shen lo miró, sin habla, durante unos instantes.

—Oh, Dios mío. Te has vuelto loco de verdad.

Ross se puso el anillo en el dedo.

—Ahora tengo que irme. Pero recuerda, vine a verte porque quería decírtelo en persona. El daemon es real, y es más grande que todos nosotros… porque es todos nosotros. Así que tal vez la tecnología pueda cambiar el mundo, después de todo. Cuídate, amigo mío.

Con esas palabras, Ross se levantó y se marchó, viendo el rostro aturdido de Shen reflejado en un espejo cercano mientras lo hacía.

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