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Segunda parte. Marzo » Capítulo 15:// Inversión política

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Capítulo 15:// Inversión política

—Doctora Philips, ya ha visto las noticias. La economía se tambalea. Conseguir un contrato garantizado durante cinco años con reajustes ligados al coste de la vida aseguraría su futuro. Y podría seguir trabajando dentro del aparato nacional de inteligencia. Un montón de colegas suyos han dado ya el salto.

Natalie Philips miró a los dos atildados reclutadores de Laboratorios Weyburn que estaban sentados al otro lado de la mesa. Se hallaban en la cafetería de la agencia. Habían pasado meses desde el incidente en el funeral de Merritt, y ella había sido reintegrada en la división de criptografía de la NSA, aunque sin autoridad para tomar decisiones.

—Están perdiendo el tiempo, caballeros. Y no me gusta que me hagan este tipo de encerronas.

—Mire, el sector público es un gran lugar para los segundones, pero alguien con su prodigioso intelecto podría tener un brillante futuro. —El hombre se inclinó hacia delante—. Podría terminar su proyecto actual…

El segundo ejecutivo terminó la frase por él:

—Pero con un salario sustancialmente más alto.

—Y con bonificaciones.

Philips no traicionó ninguna emoción.

—Pero estaría trabajando para los Laboratorios Weyburn. Hay conflictos de intereses potenciales que no creo que ayuden a la misión.

—La seguridad nacional es el objetivo de todos, doctora.

—Hubo una época en que así lo creía.

Ellos se miraron el uno al otro, fingiendo haber sido heridos en sus sentimientos.

—Laboratorios Weyburn tiene una relación larga y fructífera con el Gobierno de Estados Unidos. Nuestro actual presidente fue general de cuatro estrellas.

Ella asintió mientras picoteaba su ensalada.

—Tal vez, pero no voy a dejar la NSA.

—¿Y de verdad cree que su carrera aquí puede progresar después de ese fiasco con la Fuerza de Asalto Daemon?

Ella lo miró con rencor.

Al parecer, advirtiendo que las cosas iban cuesta abajo, el otro reclutador intervino de nuevo y habló amablemente.

—No es usted la única persona brillante que trabaja en el daemon. Hay grandes cosas en marcha, doctora. Cosas que ni siquiera usted conoce.

—No deberíamos discutir de esto aquí.

Él se inclinó hacia adelante aún más.

—A partir de su trabajo hemos empezado a obtener acceso a la red oscura.

Ella dejó de comer.

—Esto es información de alto secreto, por supuesto.

Philips los miró a ambos con atención.

—¿Quién está a cargo de esto?

—Únase al equipo de Laboratorios Weyburn y lo descubrirá…

En ese momento un oficial de seguridad uniformado de la Central se acercó a la mesa.

—¿Doctora Philips?

—¿Sí?

—Tiene que venir conmigo, señora. El subdirector Fulbright la necesita en el Centro de Operaciones lo antes posible.

Philips dirigió una última mirada a los reclutadores, y luego se levantó con su bandeja.

El agente de seguridad se la recogió.

—Yo me encargo de esto, señora. Por favor, diríjase al vehículo del CSS[10] que espera en la acera.

—Caballeros, si me disculpan.

—Piense en lo que le hemos dicho, doctora.

El Centro de Operaciones era una organización digital tenuemente iluminada de personal militar que atendía hileras de ordenadores. Estaban allí para ordenar y priorizar las diversas fuentes de datos en bruto de Estados Unidos, pero hoy se encontraba repleto de oficiales de alto rango del Departamento de Defensa y hombres con trajes a medida maravillosamente confeccionados. Miraron a Philips y susurraron entre sí mientras dos oficiales de las fuerzas aéreas la conducían a una sala de reuniones cercana donde cerraron inmediatamente la puerta tras ella.

Dentro de la sala de reuniones en semipenumbra, más oficiales militares y ejecutivos bien trajeados contemplaban una gran pantalla de vídeo que mostraba lo que parecían ser imágenes en directo de una ciudad extranjera. Algún lugar de China, a juzgar por los carteles de las calles.

En el momento en que Philips entró, el subdirector Chris Fulbright la agarró por el codo y la escoltó hacia el centro de la sala. Normalmente reservado y de habla queda, se mostraba agitado y nervioso. Estaba sucediendo algo serio. Y si la llamaban aquí, eso sólo podía significar que el daemon estaba implicado.

—Parece que Jon Ross ha vuelto a salir a la luz.

Una oleada de sorpresa la invadió… y luego se sintió preocupada.

—¿Dónde?

—Shenzhen, China.

¿China?

Estuvo a punto de preguntar cómo había conseguido llegar hasta allí, pero era, naturalmente, una pregunta estúpida. Jon Ross era un hacker y un ladrón de identidades. Podía ser quien quisiera. Y si había que creer a Loki, ahora también era un operativo del daemon. Así que tan sólo asintió con la cabeza.

—Un centro industrial de envergadura mundial.

—Eso encaja entonces. Nuestro servicio de inteligencia nos comunica que el daemon está cada vez más implicado en la cadena industrial de suministros de alto nivel en Asia, y que los chinos saben que ahí hay una fuerza nueva con influencia en el país. Parece que aún no saben de qué se trata. Suponen que tiene que ver con el Falun Gong, o con algunos grupos políticos de la oposición.

—¿Quién encontró a Jon? —Philips se preparó para la respuesta.

—La unidad de guerra cibernética del EPL. Alguien contactó con el general Zhang Zi Min, jefe del MSE, el Ministerio de Seguridad del Estado. Ahora mismo tienen en marcha una operación para capturarlo…

Fulbright señaló la pantalla central, que seguía mostrando, mientras él hablaba, las imágenes temblorosas de unos soldados de operaciones especiales armados hasta los dientes a la espera en las esquinas de los edificios. Un helicóptero, volando a baja altura, pasó momentáneamente por el encuadre, ocultando la visión.

—Nos enteramos al interceptar mensajes no encriptados. No necesito recordarle que, aparte de usted, nadie sabe más sobre la arquitectura del daemon que Jon Ross. Si los chinos lo capturan…

—El módulo Ragnorok. Podrían utilizar el daemon contra nosotros.

Fulbright asintió.

—No creemos que los chinos hayan detectado, ni mucho menos decodificado, la señal por el Internet Protocol que el daemon está emitiendo. Al menos todavía no. Pero capturar a Ross podría darles acceso a ambas cosas. En particular, la función de Destrucción. Eso proporcionaría a los chinos la capacidad de destruir datos corporativos individuales a placer… y a partir de ahí, quién sabe adónde iría ese conocimiento. Si la noticia se filtra, podría causar pánico global en las Bolsas.

—Pero los chinos también invierten con Estados Unidos; ellos no…

—El general Zhang es impredecible. Creemos que sus hombres fueron responsables de las puertas traseras ilícitas en los routers corporativos. Parece que el daemon las está cerrando, y eso hace que Zhang esté cada vez más desesperado por hallar algo que justifique su existencia.

—¿Qué necesitan que haga yo?

Fulbright señaló a varios hombres bien trajeados que ya la miraban desde su puesto entre los generales.

—Estos hombres quieren que identifique usted a Ross en medio de esa multitud. Antes de que los chinos lo alcancen.

Philips contempló la sala, advirtiendo de pronto cuánta gente presente llevaba placa de visitante.

—Natalie, por favor… —Fulbright señaló hacia la pantalla.

Ella miró la imagen de vídeo, que ahora se centraba en los clientes de un bar de copas. Parecía la perspectiva de un francotirador desde un tejado lejano.

—Van a matarlo.

Fulbright la agarró por el hombro.

—Eso no lo sabemos. Sólo tiene que identificarlo entre la multitud, doctora.

—¿Quiénes son esos hombres? —Philips miró a los contratistas que incluso ahora la seguían observando.

—Doctora, nos han dado una orden sencilla. Tenemos que proporcionar información.

—¿A quién?

—Natalie, Jon Ross escapó de nuestra custodia y huyó a una potencia extranjera. Es un serio peligro para la seguridad nacional.

—Pero…

—Esto no es un debate. Trabajó usted con él durante meses. Puede que haya cambiado su aspecto desde entonces, pero usted tiene buen ojo para los detalles. Ayúdenos a identificarlo entre esa multitud.

Philips sintió que su pulso se aceleraba mientras contemplaba la pantalla. No había manera de que ella pudiera hacer lo que le pedían. Y, sin embargo, lo que el director Fulbright decía era cierto. Ross poseía información que los chinos querrían desesperadamente, información que muy probablemente los llevaría a torturarlo para conseguirla. Podrían incluso matarlo en el proceso. Pero si ella se lo señalaba a esos hombres, entonces ¿qué? Trató de no mostrar ninguna expresión mientras su mente seguía rechazando los fríos hechos.

La pantalla pasó en visión panorámica sobre los rostros occidentales y asiáticos que reían en el bar de copas.

—Doctora, ¿lo ve?

No, no podía hacerlo.

—Yo…

Un operario ante su pantalla llamó de pronto.

—Los chinos están actuando, señor.

—Llegamos demasiado tarde.

Docenas de policías de paisano empuñando armas entraron por la puerta principal del bar, creando un caos en el interior. La cámara se sacudió, luego hizo un poco de zoom.

—Sí, han entrado.

Uno de los hombres bien trajeados habló en voz alta.

—Puede que todavía tengamos una posibilidad cuando lo saquen.

Fulbright dirigió una mirada a Philips. Ella estaba contemplando la pantalla. Aturdida.

—Si lo perdemos, quizá podamos localizar a qué prisión lo llevan.

Philips estaba familiarizada con esas matemáticas: «cálculo cruel», lo había llamado Fulbright. Por primera vez en su vida, le dieron asco las matemáticas.

—Usaremos un equipo secreto para encargarnos.

—Tenemos que asegurarnos de que no le perdemos la pista durante el traslado…

En la pantalla de control alguien volvió a hablar.

—Está pasando algo, señor.

Todos miraron hacia la pantalla para ver a los policías de paisano que volvían a salir a la calle, mirando frenéticamente por todas partes. Alguien hablaba por radio.

—Parece que todavía no lo tienen.

—Sólo han salido la mitad.

—¿Tal vez haya habido un tiroteo?

—¿Tenemos confirmación de que Ross estaba en el edificio?

—Sí, señor. Dos informadores lo confirmaron.

La imagen de vídeo mostró una docena de hombres que corrían frenéticamente desde cada lado del edificio donde estaba el bar.

Llegaron dos furgonetas negras más, y los pelotones tácticos bajaron de ella con sus negros chalecos antibalas, cascos y gafas balísticas. Empuñaban armas automáticas y se desplegaban por las calles, gritando a la gente que se echara al suelo. Toda la zona comercial estaba siendo cerrada.

—Santo Cielo, no lo tienen.

—Debe de haber cien hombres sobre el terreno.

—Ya lo encontrarán.

—Tienen dos millones de cámaras de vigilancia conectadas en red en esa ciudad. Créanme, lo encontrarán.

—Sí, pero nuestro equipo no estará listo para sacarlo.

Fulbright se volvió hacia Philips.

—Gracias por venir, Natalie. Ya le haré saber si volvemos a necesitarla.

Ella estaba contemplando todavía la pantalla.

—Sí, señor.

En las imágenes, los soldados chinos seguían hablando frenéticamente por radio.

Philips salió de la sala de reuniones, y luego del Centro de Operaciones 1. Recorrió el atestado pasillo y se metió en el lavabo de señoras. Comprobó los excusados para ver si dentro había alguien más.

Estaba sola.

Entró en el excusado que estaba más al fondo, y luego cerró la puerta con el pestillo. Se sentó y se llevó las manos a la cabeza. Y entonces se echó a llorar, con las manos todavía temblando. Mientras sentía las lágrimas correrle en silencio por la cara, advirtió lo profundamente que se había enamorado de Jon Ross.

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