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Segunda parte. Marzo » Capítulo 19:// Encrucijada

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Capítulo 19:// Encrucijada

Natalie Philips entró en su condominio sujetando la compra, el correo y las llaves. Cerró la puerta empujando con el hombro y silenció el pitido de su sistema de seguridad pulsando el código para desactivarlo.

Colgó la chaqueta en el armario del salón y llevó la compra a la cocina. Una luz parpadeante en la base del teléfono inalámbrico le indicó que había un mensaje.

Después de guardar la compra, se sirvió un vaso de agua mineral y cortó una lima en cuatro secciones. Exprimió los cuatro trozos en el vaso. Luego fregó la tabla de cortar, limpió el cuchillo y tomó un sorbo de su bebida. Cogió entonces el teléfono inalámbrico y se sentó en la mesa de la cocina junto a una pila de correspondencia.

Un mensaje. Pulsó una tecla para escucharlo. Sonó la voz de su madre, invitándola a quedarse en su casa el fin de semana. Sus primos habían venido de Tampa. Lo borró y colgó. Estuvo a punto de marcar la llamada rápida del móvil de su madre, pero esperó un momento. Dejó el teléfono encima del ordenado montón de cartas. Lo centró. Lo enderezó.

Había pasado la mayor parte de los ocho últimos años en un laboratorio de alto secreto donde no podía recibir llamadas personales. En ese tiempo había aleccionado a sus padres para que no le telefonearan durante el día. Se pasaba largas horas investigando y apenas tenía tiempo libre. Y ahora, su propia madre no tenía el número de su móvil. Sintió un aguijonazo de culpa por todo aquel tiempo irremediablemente perdido. ¿Y qué si todo se había hecho pedazos de todas formas?

Nunca podría haberle contado nada de esto, ni a ella ni a nadie. No podía hablar de su trabajo descifrando códigos. De que había estado a punto de morir a manos del daemon. De las oscuras entidades que tiraban de los hilos de su Gobierno.

Sorbió de nuevo su bebida y se preguntó qué implicaba eso respecto a Sobol. ¿Seguía siendo el daemon el problema? Bueno, ahora era uno de los muchos problemas en liza. Pero ¿matar a gente de forma automática volvía peor a Sobol? Ella sabía perfectamente bien que matar era necesario a veces. ¿O no lo sabía? ¿Cómo se sabía de verdad lo que era necesario y lo que no lo era? ¿Y si era «necesario» desde el punto de vista en que cualquier cosa era justificable para que todo siguiera bajo control? ¿En qué se diferenciaba de lo que estaban haciendo aquellos elementos de la industria privada?

¿Y si Fulbright estaba equivocado? ¿Y si su cálculo cruel era sólo una excusa? Cuando ella aceptó ser criptógrafa, no había contado con los dilemas morales. Sólo quería hacer bellas matemáticas. Tal vez Fulbright tampoco sabía lo que él estaba haciendo.

Sonrió al recordar sus días como interina. Todo había sido sencillo entonces. Estaba convencida de que revolucionaría el mundo de la descodificación. Recordaba haber desdeñado las tres reglas doradas de Morris sobre la seguridad informática:

No tengas ordenador;

no lo conectes;

y no uses ninguno.

La sutileza de las tres reglas se le habían escapado en ese momento. No pretendían una rendición. Era una meditación sobre el riesgo frente al beneficio. ¿Daban más estos sistemas de lo que nos quitaban? Era una admisión de que nunca estaremos del todo seguros. Debemos en efecto esforzarnos por sobrevivir. Entonces tal vez Sobol tenía razón…

Sabía que tenía que volver a la lucha. Sin embargo, cada vez estaba más claro que había más de dos bandos en la guerra. Tal vez todas las guerras eran así.

Decidió no llamar todavía a su madre. No quería parecer tensa, pues siempre lo notaba. En cambio, sacó el correo de debajo del teléfono y hojeó el montón.

Doscientos cincuenta gramos de correo basura acompañados de una factura telefónica, un estadillo de cuentas y un boletín de la asociación de antiguos alumnos de la Universidad de Stanford. Decidió no abrir su estadillo de cuentas. Su fondo de inversiones había perdido más de la mitad de su valor en el colapso de los mercados inmobiliarios y otros hacía algún tiempo y nunca se había recuperado. Ahora la inflación y el acecho de los caos bancarios amenazaban con hundirlos de nuevo. Y el dólar caía rápidamente frente al euro y el yuan.

Era casi imposible saber si esto había sido causado por el daemon, por el miedo al daemon, o si no tenía absolutamente nada que ver con el daemon. Había demasiadas grandes instituciones financieras que se habían vuelto insolventes, pero que eran tan importantes para la economía global centralizada que no podía permitirse que fracasaran. Y, sin embargo, la economía estadounidense no parecía tener mucho impulso en nada. Las compañías por Internet habían fracasado justo cuando ella dejó la universidad, y más tarde los mercados inmobiliarios se habían hundido. Ahora la industria principal de Estados Unidos parecía que era mover papeles en círculos. Básicamente, ella llevaba sobreviviendo los últimos ocho años, a pesar del hecho de que había perdido un montón de dinero. Había comprado este condominio de tres dormitorios y dos cuartos de baño cerca de Washington, y ahora, cuatro años y cuarenta y ocho letras más tarde, valía un poco menos que cuando lo compró. Las deducciones compensaban los intereses, pero contando también las mejoras y las instalaciones, calculaba que estaba a la par. Es decir, si el mercado aguantaba. En esta zona, cerca del sector de Defensa e Inteligencia, debería estar bien, pero se preguntaba qué iban a hacer la mayoría de los estadounidenses de clase media.

Por primera vez empezaba a comprender el atractivo que el daemon debía representar para una amplia gama de personas. Era una oportunidad para empezar de nuevo. Los operativos de daemon habían dicho que proporcionaba atención médica. Jubilación. Ayudaba a pagar las deudas. No era extraño. Era esencialmente un impuesto a las corporaciones, un impuesto que los abogados de las corporaciones no podían esquivar trasladando sus sedes a las Bermudas.

Philips se levantó y repasó los catálogos y la publicidad antes de tirarlos a la papelera. Ropa, utensilios de menaje, rebajas de grandes almacenes, todo fue al archivo circular. Un anuncio de un juego online, a la papelera. Un anuncio de un medicamento para animales…

Espera un momento.

Se detuvo un instante y recuperó el anuncio del juego online. Y lo miró. Oh, Dios mío

Buscó a tientas la silla de la cocina y se sentó, sintiendo que su pulso se aceleraba. El anuncio era una postal troquelada, en cuatro colores, de gran tamaño, que ofrecía «cien horas de prueba gratis» para el gran juego de fantasía en paralelo online de CyberStorm, La Puerta.

Y Jon Ross la miraba desde la portada.

Sin duda alguna era él: una versión de gráficos de ordenador que mostraba a Ross como un personaje lúdico de pícaro.

Dejó la tarjeta en la mesa de la cocina y recordó la primera vez que Ross concertó un encuentro clandestino con ella. Fue en el mundo de juego online de Sobol, y él había diseñado su propio avatar para que se pareciera a ella: la geometría facial es un código que la mente humana está excepcionalmente dotada para descifrar. Ross había empleado el truco para colarse en el sistema de filtro automático de su grupo. Para encontrarla antes de que ella lo encontrara a él. Ahora, en la tarjeta que tenía delante, el avatar animado del ladrón con la armadura de cuero medieval tenía el rostro de Jon Ross. Desde que habían estado a punto de asesinarlo en China, ella había querido volver a ver su rostro. Para saber que estaba vivo.

Examinó con atención la postal. La compañía de Sobol, CyberStorm, había entrado en bancarrota hacía años, pero el enorme juego online creado por ella, había pasado a una de las subsidiarias de un gran conglomerado multimedia. Le dio la vuelta a la tarjeta y vio un código impreso para conectar con el juego e iniciar la suscripción de prueba. Había también una dirección física de CyberStorm Entertainment en letra pequeña al pie: una dirección de aquí, Columbia, en Maryland.

Se sintió aún más eufórica. Pero… él seguía todavía en China. No podía estar aquí. ¿No?

Dejó caer la tarjeta en la papelera, tras haber memorizado cuanto necesitaba. Lo único que hizo falta fue una mirada. La acompañó rápidamente del folleto de un supermercado. Luego alzó el pie y dejó que la tapa de plástico se cerrara.

Era un edificio de oficinas de hormigón, de dos plantas, vulgar, rodeado de bosques por tres de sus lados. Detrás había un pequeño aparcamiento, pero no muchos coches.

Philips echó un vistazo alrededor, pero no vio a nadie observándola. Entró en el vestíbulo, que no estaba cerrado con llave, sabiendo que la dirección de la postal situaba a CyberStorm en la Suite G, aunque no había ninguna Suite G en el directorio del vestíbulo. Sólo empresas de contabilidad e ingeniería de tráfico, pero ninguna compañía de juegos.

Subió las escaleras y recorrió el pasillo que olía a humedad. No se encontró con nadie. Finalmente, se halló delante de una puerta de madera chapada que indicaba SUITE G. En la pared, a la derecha, había una cerradura electrónica de diez teclas. Tras echar una mirada más para asegurarse de que no la seguían, marcó el código que recordaba de la postal.

La puerta se abrió con un zumbido. Agarró el pomo y entró.

Mientras la puerta se cerraba tras ella, Philips miró a izquierda y derecha para ver lo que parecía una oficina vacía. Había una zona de recepción, pero sin muebles, a excepción de una mesa plegable colocada en el centro de los casi trescientos metros cuadrados de espacio. Encima de la mesa había un ordenador y un monitor de pantalla plana de veinte pulgadas que ya estaba encendido. Mostraba la pantalla de conexión al célebre juego de fantasía online de Matthew Sobol, La Puerta. Una silla y unos cascos la estaban esperando.

Ella tan sólo sonrió. Típico de Ross

Se sentó en la silla. Hacía tiempo que no se conectaba a La Puerta, pero todavía sabía cómo manejar la interfaz. Se puso los cascos y marcó el código de suscripción «de prueba».

La pantalla mostró un mensaje de «Espere, por favor» mientras el juego se cargaba. Era una máquina potente, porque pronto un sorprendente panorama virtual se extendió ante ella en toda su gloria de 3-D.

Desde un punto de vista personal, su avatar se hallaba en el borde de una terraza que se asomaba a una enorme cueva. Parecía tener unos seiscientos metros de altura, y se extendía a lo largo de kilómetros en todas direcciones. Un material luminiscente recubría las paredes de la cueva, proyectando un suave brillo en el aire. Una ciudad resplandeciente se extendía a lo largo del suelo de la caverna bajo ella, dividida por un río. Varias cascadas descendían del techo como si fueran velos. La mayoría de ellas desaparecían en una nube de bruma sobre una tierra boscosa en el extrarradio de la ciudad; otras caían por los lados de la cueva. El sonido del agua era un agradable ruido blanco. Mientras examinaba el otro lado de la enorme caverna, pudo ver casitas emplazadas en la pared, como si fueran balcones. También pudo oír música y risas en la distancia, y vio a otros avatares de jugadores-personajes en movimiento; los textos identificativos flotaban sobre sus cabezas.

Era precioso. Pasó varios instantes tan sólo mirando.

Entonces oyó a alguien hablar en su casco:

Os ruego mil perdones, mi señora.

Philips volvió su avatar y vio lo que parecía ser un personaje no-jugador, o PNJ, una especie de sirviente con librea. Sabía que era un bot, un simple programa de inteligencia artificial que podía responder de forma limitada, o al que se le podía programar para que realizara acciones. Lo notaba porque no tenía ningún globo de texto sobre la cabeza.

El avatar hizo una reverencia y se quitó el sombrero emplumado.

Mi señora, el amo Rakh se alegrará mucho cuando se entere de que habéis llegado sana y salva. ¿Puedo pediros que os quedéis aquí mientras lo traigo?

Philips sabía qué hacer. Podía cliquear con la derecha en el sirviente y seleccionar de una lista de opciones para responder, o… Decidió hablar directamente al micro.

—Sí.

Sabía que el reconocimiento de voz de Sobol era bastante bueno.

EL PNJ asintió y sonrió:

Excelente, mi señora. No creo que el amo tarde mucho.

Con estas palabras se marchó apresuradamente, tras volverse a colocar el sombrero en la cabeza.

Eso concedió a Philips un poco de tiempo para explorar la terraza. Parecía el jardín de una mansión de varias plantas construida en la cara de la roca. Fuentes, estatuas y plantas decorativas llenaban la zona. Tuvo que admitir que la interpretación en 3-D estaba bien hecha. Había motivos para que el motor de juegos de Sobol fuera popular.

Se acercó a la fuente que representaba algo parecido a Poseidón guiando un carruaje tirado por caballos de mar. Se asomó a lo que sabía era agua simulada con partículas, y vio su propio reflejo mirándola. Su avatar había sido moldeado para que se pareciera a su verdadero yo. Estaba contemplando su propia imagen.

En la oficina en el mundo real, Philips sonrió. Su personaje llevaba un hermoso vestido que parecía de seda con un chal de brocado. También llevaba un brillante collar de joyas, uno de esos que nunca se atrevería a llevar en el mundo real, pero supuso que aquí en la tierra de la fantasía ningún habitante indígena sería explotado por el comercio de diamantes.

Espero que no te importe el atuendo. No sabía qué ponerte.

Philips alzó la cabeza y vio al avatar de Ross que aparecía en el anuncio de la tarjeta. Llevaba una armadura de cuero y una espada al costado: el Pícaro próspero. Ella sonrió en el mundo real, feliz de verlo, aunque sólo fuera un modelo 3-D.

—Señor Ross.

Se acercaron el uno al otro y permanecieron cara a cara, a corta distancia.

Me has tenido muy preocupado, Nat.

—Estoy bien, Jon. —Ella se volvió a mirar la enorme caverna tras las terrazas—. ¿Qué es este lugar?

¿Te gusta?

—Es precioso.

Pertenece al reino de Avelar. Se llama la Cueva de los Dioses Olvidados. Fue construido con los restos de una ciudad hundida. El musgo fosforescente hace que esta cueva sea habitable después de miles de años de erosión glacial.

—Guau.

—¿Cómo que «guau»? Lo que acabo de decir es una completa chorrada. No es más que un puñado de texturas de mapas de bits en torno a un modelo 3-D.

—Oh, no lo estropees.

Él se echó a reír.

Resulta sorprendente cómo el cerebro sigue la corriente. Estamos dispuestos a engañarnos a nosotros mismos.

—Recibí tu tarjeta. ¿Qué mejor forma de contactar con una taquígrafa?

Me alegra que te gustara.

—Una cosa.

¿Qué?

—Podría haberla enviado cualquiera.

Ah… así que

—Demuéstrame que eres tú. Demuéstrame que recuerdas lo último que me dijiste.

El avatar de Ross se acercó, justo hasta su cara.

Te dije que cada día mi primer y mi último pensamiento eran para ti.

En el mundo real, Philips casi se sintió abrumada por la emoción. Él le había dicho esas palabras en medio de la destrucción del Edificio Veintinueve. Ella yacía ciega en un embarcadero mientras llegaban los bomberos. Nadie más podría haber repetido esas palabras. De hecho, había momentos en que pensaba que nunca volvería a oírlas.

El avatar de Ross retrocedió un paso.

¿Y cómo sé yo que tú eres tú?

Philips se quedó absolutamente confusa. Naturalmente, él tenía razón.

Lo sé. Dime qué hice cuando te dije esas palabras.

Ella lo había pensado miles de veces desde entonces.

—Me acariciaste la mejilla con la mano. Y aunque yo no podía verte…

Ella pudo oír la sonrisa en su voz.

Dios, Natalie. Te he echado tanto de menos. Me alegro de que estés a salvo.

Más que nada, ella quiso abrazarlo, y fue ahora más consciente que nunca de que eso no era la realidad.

Has tomado precauciones para que no te siguieran, espero.

—Jon, si me están siguiendo, no lo hacen físicamente, y he dejado mi teléfono móvil en casa.

Sus avatares caminaron en silencio por la terraza durante unos momentos.

¿Cómo van tus ojos, Nat?

—Se están recuperando. Llevaré lentes correctoras durante el resto de mi vida, pero no hay ningún daño grave.

Espero que sepas por qué me marché.

—Claro que lo sé. No te dieron otra opción. Y no quiero que me digas dónde estás ahora. Me contento con oír tu voz. Con poder… verte. —Se rió tontamente—. Más o menos.

Sí. Es como si fuéramos miembros de una corporación. —Agitó los brazos—. ¿Quieres ver un truco?

Ella sonrió en la oficina del mundo real.

—Claro.

Él alzó las manos y una brillante luz surgió hacia delante como un feroz misil para surcar el aire sobre la ciudad. Acabó estallando como si fueran fuegos artificiales, produciendo una explosión.

—¡Ja! No parece muy útil.

Bueno, una bola de fuego es más útil, pero no es muy impresionante.

—¿Qué vamos a hacer, Jon?

Él se volvió de nuevo para mirarla.

Únete a mí, Natalie. Únete a la red oscura.

Ella sintió que su corazón se desbocaba de nuevo, pero sacudió la cabeza en la vida real.

—Jon, sabes que no puedo hacer eso. Hice un juramento.

Defender a Estados Unidos de enemigos extranjeros y domésticos… sí. Y nada en la red oscura contradice eso. La batalla de Sobol es contra el poder ilegítimo. No es enemigo del gobierno democrático. Lo he visto desde dentro.

—Pero Jon, el Comandante y su gente planean tomar el control del daemon. No podrán hacerlo si yo lo destruyo. Estabas de acuerdo conmigo en eso.

Entonces vamos a impedirles que tomen el control.

—¿Y si lo hacemos? ¿Nos enfrentamos luego a Loki? ¿O a cien Lokis?

Ross guardó silencio durante un instante.

La gente también está trabajando para contrarrestar el abuso de poder de la red oscura.

—El daemon es un experimento demasiado grande, Jon. Hay miles de millones de vidas en juego. Juguetear con la organización de la sociedad humana… nunca termina bien.

Ven aquí, quiero que veas algo.

—Jon…

Ven aquí.

La condujo hasta lo que parecía una estatua increíble de un musculoso guerrero ante una gran puerta abombada, tallada en la superficie del acantilado. Monstruosas garras y apéndices intentaban salir por los bordes de la puerta, pero el guerrero solitario esperaba, espada en mano, empuñando con la otra un escudo, el rostro lleno de determinación. La estatua tendría unos quince metros de altura.

Entonces Philips reconoció el rostro. Era Roy Merritt.

—Dios mío, ¿qué es esto?

Esta ciudad es el centro de la facción de la Orden de Merritt, Natalie. Hay facciones enteras basadas en sus ideales: ideales sembrados por toda una vida de buenas acciones. Lee las actas públicas de facciones como los Incursores Meritorios o los Caballeros del Fuego.

—Es magnífico que lo admiren, pero no veo cómo esto cambia nada.

La mayoría de la gente es buena, Natalie. Eso es verdad en todo el mundo. Y respondieron a la decencia humana que vieron en Roy.

Ella contempló la estatua.

Estoy cansado de enterrar a gente a la que aprecio. No quiero perderte. Significas demasiado para mí.

Ella tuvo más ganas que nunca de abrazarlo: si hubiera sido en la vida real, tal vez habría vacilado.

El avatar de Ross se acercó de nuevo.

Por favor, deja la NSA. Ven conmigo.

—No puedo, Jon. Tenemos que destruir al daemon… antes de que se convierta en una fuerza para la tiranía.

Pero hay tiranía en el mundo ahora, Nat. No puedes decirme que no lo ves. La humanidad sirve ya a un sistema. Un sistema que no reconoce los Gobiernos que creamos. Que no respeta nuestras leyes ni nuestros valores. Lo protegen gente como el Comandante, que son tan brutales como Loki… o tal vez más. Ese sistema está condenando la civilización en una absurda búsqueda de crecimiento. —Hubo una pausa—. La red oscura es lo único que he visto que puede romper la tenaza de ese sistema sobre la humanidad. Por eso me uní a ella.

—Jon, ¿por qué le mentiste a Roy sobre la muerte de tu padre?

Natalie. ¿Qué?

—El golpe comunista no fue en 1991. Fue en 1992. No parece algo que se pueda olvidar. No puedes esperar que te crea si mientes. ¿Eres ruso siquiera?

Hubo un momento de silencio mientras el avatar de Ross la miraba. El medio del juego hacía imposible que ella supiera qué estaba pensando él en ese instante, y lamentó haber dicho lo que había dicho.

Un momento después él habló con voz triste:

La esencia de mi historia era verdad, Nat. Cambié algunos detalles para proteger a la gente que amo. Tienes que comprender. Sabía que harían pasar a Roy por el polígrafo. Revelé la verdad acerca de mí, pero no los hechos.

—No puedes hablarme de ti mismo, pero me pides que traicione todo aquello en lo que creo. Podrían condenarme a cuarenta años de prisión sólo por haber venido aquí hoy.

Entonces ¿por qué has venido?

Ella miró la pantalla pero no dijo nada.

El avatar de Ross recorrió la terraza durante unos momentos. Se volvió hacia ella.

Los juegos de Sobol siempre proporcionan un punto de inflexión: una encrucijada donde eliges tu destino. Estaba convencido de que su daemon sería igual… y lo es. Todos tenemos una opción, Nat. Sólo hay que tomarla.

Permanecieron en silencio durante unos instantes.

—Lo siento, Jon. He tomado mi decisión.

Ella lo oyó suspirar. Su avatar se acercó a un pedestal bajo de mármol. La parte superior brillaba con un aura azul, lo que implicaba energía mágica. El avatar de Ross sostenía un amuleto en la mano.

Si no volvemos a vernos jamás, por favor, recuerda que yo te amaba.

Colocó el amuleto en la brillante superficie del pedestal, donde desapareció en un cegador destello de luz.

—Jon…

En ese momento ella fue expulsada súbitamente del juego y se encontró mirando los iconos de un ordenador de sobremesa.

En el mundo real de la oficina, Philips oyó que una máquina cobraba vida en la habitación del fondo, zumbando y ronroneando.

Se volvió a mirar tras el monitor y vio un cable que se extendía. Se levantó y lo siguió; corría por el suelo hasta lo que parecía ser un cuarto para servidores. Pero en vez de servidores vio una máquina del tamaño de un frigorífico. Se agachó y pudo ver a través de una ventana oscura cómo brillaba la cabeza móvil de un láser. Recorría una especie de material metálico, moviéndose rápidamente. Mientras lo observaba, le quedó claro que la máquina estaba creando el pequeño amuleto que el avatar de Ross tenía en la mano.

Momentos más tarde, la máquina se detuvo, y la cabeza impresora también. La puerta delantera se abrió y el componente apareció ante ella.

Philips recogió torpemente el amuleto. Todavía quemaba; estaba hecho de un metal color plata. También tenía un lazo que ella podría enganchar a una cadena. Era pequeño, tal vez del tamaño de la cara de un reloj de mujer, y tenía grabadas las sencillas palabras «Te quiero».

Lo apretó con fuerza en la mano y se preguntó si había tomado la decisión correcta.

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