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Primera parte. Diciembre » Capítulo 1:// Capital oscuro

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InvestorNet.com

Beneficios en milisegundos. «El

comercio algorítmico de acciones es el futuro de las finanzas» según el titán de Wall Street

Anthony Hollis, cuyo

Grupo Tártaro emplea un sofisticado programa que responde a las condiciones del mercado, cambiando paridades a velocidad de sub-milisegundos. Debido a su extraordinaria rentabilidad, la forma de

comercio programático de

Hollis pasó del catorce por ciento de todo el volumen de rentabilidad en 2003 al setenta y tres por ciento de todo el volumen en 2009.

Sin embargo, los críticos argumentan que los

comercios de alta frecuencia (donde una sola acción puede comprarse y venderse múltiples veces en una hora) sólo aumenta la volatilidad del mercado

sin producir nada de valor.

Un hombre mayor surgió de la multitud y apuntó con un revólver a la cara de Anthony Hollis. Cuando el grueso dedo índice del trabajador apretaba el gatillo, Hollis se incorporó en la oscuridad, respirando con dificultad.

Miró el reloj de la mesilla de noche: las 3.13 de la madrugada. Inmóvil, escuchó su propia y rápida respiración.

Empezó a calmarse mientras contemplaba su dormitorio. Estaba iluminado solamente por el suave brillo de los monitores de pantalla plana montados en la pared del fondo, donde aparecían los precios de las acciones de las Bolsas de Nikkei, Shangai y Seúl. Los monitores no eran necesarios ya. Para él eran sólo un adorno.

Hollis inspiró profundamente una vez más y trató de desprenderse de la pesadilla. Estaba a punto de volver a acostarse cuando el inconfundible sonido de un arma de fuego en algún lugar de la noche llegó a sus oídos.

Se incorporó de nuevo.

El teléfono junto a su cama sonó. Cogió el auricular.

—Metzer, ¿qué ocurre?

La tranquila voz de Rudy Metzer, su director de seguridad, sonó al otro lado de la línea.

Tenemos un incidente junto a la verja de servicio. Está bajo control.

—¿Qué clase de maldito incidente? ¿Quién demonios está disparando?

En la cama junto a él, la última novia de Hollis lo miró, adormilada. Tenía tres veces menos su edad.

—¿Qué pasa?

Él la ignoró y trató de escuchar a Metzer.

Señor Hollis, como precaución, quiero que se dirija a su habitación de seguridad lo antes posible.

Señor, han cortado las líneas exteriores. Los teléfonos móviles y las radios están intervenidos. Por el momento estamos aislados. Necesito que se dirija con rapidez y calma a su habitación de seguridad. Le llamaré por la línea de tierra. ¿Me comprende?

Hollis digirió las palabras de Metzer y sintió verdadero temor.

—Sí. Sí, comprendo.

Devolvió el auricular a la horquilla y miró a la nada durante un instante. Las pantallas de la pared del fondo mostraban ahora sólo nieve.

—¿Qué pasa, Tony?

¿Secuestradores? ¿Asesinos? Dos meses antes, un trabajador jubilado de una fábrica de coches había intentado matarlo en Chicago. Los hombres de Metzer vieron al tipo cuando hizo un movimiento y lo inmovilizaron antes de que pudiera apretar el gatillo. Alguien que había perdido su fondo de pensiones y buscaba venganza. Los intrusos de esta noche parecían más serios.

—¡Tony!

Se volvió hacia ella.

—Relájate. Alguien ha intentado entrar.

Hollis se levantó de la cama y se puso las zapatillas y una bata.

—¿Adónde vas? ¡No quiero quedarme sola!

—No fastidies. Han pillado al tipo. Sólo necesito echar una meada.

Ignoró su mirada asustada y se dirigió al cuarto de baño principal.

Cerró la puerta tras él, encendió las luces, y recorrió el suelo de mármol italiano, dirigiéndose al armario empotrado. Abrió las puertas gemelas y entró en una habitación bastante grande llena de trajes H. Huntsman y Leonard Logsdail, y filas de zapatos Edward Green y Berluti.

Hollis evitó mirar su reflejo en los espejos circundantes mientras cerraba la puerta tras él. Sí, sintió un pellizco de resquemor, pero claro, en realidad no conocía a esa chica. No había hecho una investigación a fondo sobre ella todavía, y no estaba dispuesto a meterla en su habitación de seguridad. Podría ser una espía. La gente era capaz de cualquier cosa por dinero.

Se dirigió rápidamente a la pared del fondo y abrió la placa de un termostato digital montado allí. Reveló un teclado alfanumérico en el que marcó su código de seguridad: la cantidad exacta de su primera inversión. Una sección de la pared de madera se deslizó a un lado, descubriendo una habitación oculta cuyas luces se encendieron automáticamente. La puerta era de acero sólido, de casi seis pulgadas de grosor: las paredes de hormigón reforzado de su habitación de seguridad eran aún más gruesas. Un signo de los tiempos.

Entró y pulsó un botón rojo cerca de la puerta. La abertura se cerró y quedó asegurada con un sordo

boom. Una larga fila de monitores cobró vida en el otro extremo de la habitación sobre una consola de seguridad. Desde aquí Hollis podía contemplar la acción a través de docenas de cámaras de seguridad. También había una línea telefónica exclusiva de emergencia, una emisora de radio, y un teléfono interior. La habitación también tenía un sofá, un bar, un televisor de pantalla plana…, por no mencionar provisiones de emergencia y una estrecha puerta que conducía a un dormitorio espartano.

Tenía todo lo que necesitaba para esperar el rescate.

El teléfono interior sonó, y Hollis pulsó la tecla del altavoz mientras saltaba de monitor en monitor, tratando de encontrar las cámaras de la puerta de servicio.

—Dígame.

La voz de Metzer sonó por el altavoz.

¿Tiene tono en su línea de emergencia?

Cogió el teléfono de emergencia y se lo llevó al oído. Nada. Algún instinto cultural lo impulsó a golpear repetidamente la tecla de línea.

—Está muerto. Se supone que este cable iba enterrado. ¿Cómo han sabido por dónde discurría, Metzer?

Oyó hablar al fondo. Entonces Metzer regresó.

Hablaremos de eso más tarde. Ahora mismo me han desaparecido hombres, y los detectores de movimiento dan señales de alarma por toda la propiedad. Voy a retirar a todo el mundo dentro de un perímetro alrededor de la suite principal.

—¿Cómo ha atravesado esa gente las verjas?

Uno de los monitores de seguridad mostraba la entrada principal de la mansión, abierta de par en par.

No lo sé.

—¡

Su trabajo es saberlo! ¡Yo ni siquiera tendría que necesitar esta habitación, maldita sea! —refunfuñó durante un momento, y entonces añadió—: Envíe a alguien arriba a por Mary.

—¿

No está con usted?

—No puedo tenerla aquí dentro. Métanla en un armario o donde sea. Y busquen un modo de contactar con la policía. ¡No me importa si tiene que emplear señales de humo, joder!

Colgó y siguió revisando los monitores. Había gastado una fortuna en seguridad, y no conseguía mucho a cambio de su inversión. Iba a desmontar todo su equipo de seguridad cuando esto hubiera terminado… empezando por Metzer.

Mientras pasaba de una cámara a otra, los monitores mostraron diversas habitaciones en una docena de pantallas: el garaje para varios coches, el patio de la piscina, la habitación-

pub, el comedor, el camino de acceso…

Se detuvo en seco. En mitad del camino de acceso, uno de los hombres de seguridad uniformados de Metzer yacía en un charco de sangre, todavía con un subfusil en las manos. Le faltaba la cabeza.

—¡Mierda! —Cogió el teléfono interior y marcó la extensión de Metzer. Sonó varias veces y recibió el correo de voz. Pulsó el botón de llamada a la estación de radio pero no oyó más que estática—. ¡Mierda!

Entonces la energía se fue.

Aquí, dentro de la habitación de seguridad, las baterías de emergencia se pusieron en marcha instantáneamente, pero en los monitores de seguridad vio que la mayoría de las luces se apagaban por toda la mansión. Ahora sólo quedaban las luces interiores de emergencia. Fuera todo estaba negro.

Revisó las cámaras de vigilancia interiores. Allí. Vio dos guardias de seguridad en el vestíbulo, con Metzer, cerrando las ornamentadas puertas principales de la mansión de dos mil doscientos metros cuadrados. Metzer corría escaleras arriba, señalando y gritando para colocar a sus hombres en lo alto. Todos llevaban subfusiles MP-5. La primera planta iba a ser aparentemente su Álamo.

Justo entonces las puertas principales se abrieron con una explosión, enviando trozos del marco, madera y fragmentos de metal silenciosamente por todo el suelo de piedra pulida. Algo del tamaño de un hombre había atravesado las puertas a gran velocidad, llevándose por delante la gran mesa antigua que había dentro y estrellándose contra la pared del fondo. La habitación empezó a llenarse de humo.

La cámara mostró a los hombres de seguridad abriendo fuego desde la barandilla de la primera planta. Más sombras corrían ya atravesando la puerta. No pudo verlos bien con la poca luz y el humo. Se movían rápido: atravesaron la puerta y subieron las anchas escaleras. En unos momentos desaparecieron del encuadre. Buscó lleno de frustración una cámara adecuada para ver qué estaba pasando.

Pronto vio su propio dormitorio en un monitor: había hecho instalar una cámara de seguridad como precaución contra acusaciones de agresión sexual (uno nunca sabía qué visiones de violación podían soñar las jovencitas después del acto). No estaba en la rotación disponible para el equipo de seguridad, pero aquí pudo ver a Metzer agarrando a Mary por la muñeca y sacándola de la cama. Ella estaba desnuda y gritaba, pero el musculoso alemán no estaba dispuesto a soportar tonterías. En la imagen, Metzer gritó y señaló debajo de la cama, y le soltó la mano mientras reaccionaba hacia algo que había en el pasillo.

Entonces apuntó su arma hacia la puerta mientras Mary se arrastraba bajo la cama tras él, y un momento más tarde abrió fuego con cortas ráfagas. A través de las gruesas paredes de hormigón de la habitación de seguridad Hollis pudo oír el sordo golpeteo de los disparos en su dormitorio, a casi diez metros. Una llamarada de fuego brotó del arma de Metzer, iluminando la intensa expresión de su rostro, pero sólo durante unos momentos antes de que una forma oscura entrara corriendo en el encuadre y descargara sus cuchillas gemelas en un cegador golpe uno-dos que cortó a Metzer en tres secciones: cabeza, torso y piernas. Las cuchillas volvieron a entrecruzarse, inhumanamente rápidas, cortando los pedazos en pedazos. El cuerpo de Metzer se desmoronó como trozos de carne fileteada, manchando la habitación de sangre y vísceras.

Hollis miró horrorizado la pantalla.

La oscura silueta del atacante avanzó hacia la habitación, sacudiendo las cuchillas gemelas para limpiar el exceso de sangre, y manchando las paredes con una macabra muestra de arte moderno.

Lo que la cámara revelaba bajo las luces de emergencia era una máquina, a la vez familiar y extraña. Era una poderosa moto de carreras, pero no tenía piloto, sólo una serie de antenas y sensores. La moto entera estaba cubierta de cuchillas, que brillaban como aletas a ambos lados. Donde normalmente habrían estado los manillares, empuñaba espadas gemelas en el extremo de artilugios mecanizados. Toda la máquina estaba empapada de sangre, como si se hubiera abierto paso a través de todos los hombres de seguridad que tenía Hollis. Y cada centímetro del metal parecía marcado con símbolos y glifos, como si fuera una especie de reliquia religiosa de alta tecnología.

La máquina se alzó con ayuda de los soportes hidráulicos que había extendido. Después de limpiar sus cuchillas, las replegó tras su cubierta acribillada por agujeros de bala. Otras dos máquinas idénticas entraron tras ella en el dormitorio.

Hollis se desplomó en el sillón de su consola y contempló el monitor, sin comprender. Lo que estaba mirando no tenía sentido.

De los faros de las motos brotaron unos láser verdes que empezaron a girar. La escena adquirió el aspecto de un espectáculo de luces cuando los rayos se extendieron a través del humo del arma de Metzer y trazaron brillantes líneas en las paredes y muebles en sombras… buscando algo.

Sin aviso previo, una de las motos se abrió paso rugiendo a través de la puerta del cuarto de baño. Hollis pudo ver en el espejo cómo atravesaba las finas paredes del armario, que cedieron como si fueran de papel. Entonces pudo oír el latido apagado de un potente motor tras la puerta de su habitación de seguridad.

La moto sabía dónde estaba él.

Se volvió en la silla para enfrentarse a la sólida puerta de acero a tres metros de distancia. Esa puerta era lo único que se interponía entre él y una muerte horrible. El corazón le latía tan rápido que parecía que se le había subido por la garganta. Rebuscó en el cajón del escritorio y sacó una pistola Sig Sauer P220 Super Match. Metió una bala en la recámara y echó otro vistazo al monitor del dormitorio.

Las otras dos motos había volcado la cama con sus brazos de espada, descubriendo debajo a la desnuda e indefensa Mary. Yacía enroscada, gritando en silencio bajo los cegadores láser.

Oh, Dios. No

Pero ¿tal vez eso las aplacaría?

Las motos observaron a Mary mientras gritaba aterrorizada al ver los restos masacrados de Metzer esparcidos por el suelo a su alrededor. Hollis decidió que haría algo por la familia de Mary después de esto. Descubriría más cosas sobre ella. Los ayudaría todo lo que pudiera.

Pero las máquinas no la atacaron. En cambio, se quedaron mirándola mientras se ponía en pie y huía de la habitación.

Tal vez ella formara parte de esto después de todo

Pulsó las teclas de la consola, recuperando la imagen ante la puerta de su habitación de seguridad. Allí pudo ver una tercera máquina esperando. Parecía saber exactamente dónde estaba la puerta oculta. ¿Gracias a algún plano? No había ninguna duda de que quien estuviera detrás de esto tenía mucho poder. El acceso a sus comunicaciones y su red eléctrica no habría supuesto ningún problema para alguien capaz de hacer esto. Era su habitación de seguridad lo que lo había salvado, y no había ningún enlace automático para la puerta de acero. Una vez cerrada, sólo podía abrirse manualmente desde dentro.

De repente, el teléfono interno sonó en la consola a su lado. Hollis retrocedió. Miró de nuevo la pantalla. La máquina manchada de sangre esperaba impasible en el exterior, todavía plantada delante de la puerta secreta.

El teléfono sonó de nuevo, y Hollis tan sólo se lo quedó mirando. ¿Podría ser alguien de su equipo de seguridad? Pulsó la tecla del altavoz.

—¿Diga?

La línea permaneció un instante en silencio… pero entonces le llegó su propia voz, hablando rápido, como hablaba siempre en las llamadas de negocios…

Aunque los mercados de Estados Unidos se derrumben, ganaremos dinero. Todo lo que necesitamos es movimiento: que sea positivo o negativo no crea ninguna diferencia

Era ciertamente su voz. Alguien había grabado sus llamadas telefónicas. Otro fragmento se reprodujo de inmediato:

Lo que haga una compañía no cuenta para nada. El mercado es un problema matemático que resolvemos a través de la extracción de valores.

En alguna parte alguien había interceptado sus palabras. Pero ¿por qué?

Al contemplar la implacable máquina asesina de ahí fuera, no pudo imaginar que hubiera sido creada por activistas pro derechos humanos. Quien estaba detrás de esto era decididamente más peligroso.

Su voz risueña le llegó de nuevo a través del altavoz.

Hicimos que fuera legal. Nuestra gente votó a favor de la ley.

En el monitor de seguridad un tipo diferente de moto entró en la habitación del armario. Esta máquina no estaba cubierta de cuchillas sino de tubos y tanques de presión. Cuando entró, las otras máquinas le hicieron sitio. La recién llegada soltó unos soportes hidráulicos que plantó firmemente delante de la puerta de la habitación de seguridad. Entonces, en vez de brazos con cuchillas gemelas, extendió un único brazo de boquilla robótico, con mangueras conectadas a media docena de tanques de presión. Destelló una chispa, y entonces una llama al rojo blanco surgió de la boquilla, convirtiendo al instante el panel de madera delante de la puerta de la habitación de seguridad en una sólida muralla de llamas.

Contempló la máquina en la pantalla, paralizado de miedo. Sabía lo que era. En los noventa compró acciones de algunas fábricas de acero. Era un soplete de plasma. Alguien lo había montado en esta máquina terrorífica, y ahora se alzaba ante la puerta de su habitación de seguridad, arrasando la madera que rodeaba su búnker como si no fuera más que ceniza. Las docenas de trajes caros y zapatos de cuero y la alfombra del armario estaban ya envueltas en llamas mientras los veinticinco mil grados de la cabeza cortante de la máquina penetraban la puerta de acero como un cuchillo a través de la arcilla.

El sistema de aspersores entró en acción, rociando agua sobre la habitación exterior, pero la intensidad del fuego la vaporizó. La cámara de vigilancia mostró a las implacables máquinas firmes en su sitio, una cortando, las otras esperando, pero pronto incluso ésta empezó a fallar y a derretirse. La imagen se volvió granulosa y luego negra.

Hollis de pronto se quedó sordo por un estallido de presión y un chasquido que sonó tras él, cuando un chorro de plasma al rojo blanco atravesó la puerta de acero y empezó a marcar una línea derretida a lo largo de la longitud de la puerta. El sofá y el bar estallaron en llamas, y la cobertura de cristal del televisor de pantalla plana se hizo añicos: todo se dobló sobre sí mismo como una gran vela de cera. Chispas azules de acero fundido se esparcieron como canicas por el suelo de hormigón. Los aspersores de la habitación de seguridad estallaron y empezaron a soltar agua sin surtir efecto alguno.

Su propia voz grabada seguía hablándole por el auricular mientras él permanecía sentado en estado catatónico, empapado por el agua helada de los aspersores.

Las matemáticas puras nos liberan para crear beneficios ilimitados.

El soplete ya había terminado de cortar la puerta acorazada. En un momento una enorme sección de acero cayó hacia delante con un golpe que sacudió el suelo de hormigón. Los bordes de la puerta todavía brillaban al rojo vivo. Se volvió a mirar con la indiferencia de alguien que está bajo los efectos de la morfina.

Mientras empezaba a sentir el calor de las llamas de dentro y de fuera, a pesar de toda el agua que caía sobre él, la máquina asesina entró en la habitación de seguridad y desplegó ambas espadas con rápida precisión. La moto estaba manchada de sangre seca y carne calcinada. De su armazón metálico brotaba humo.

Se llevó la pistola a la cabeza mientras la máquina asesina avanzaba hacia él. Ésta alzó las cuchillas de la misma forma que le había visto hacer con Metzer.

No había escapatoria. Apretó el gatillo.

No sucedió nada. Tenía puesto el seguro.

Sus propias palabras fueron lo último que oyó mientras maniobraba torpemente para retirar el seguro del arma.

La belleza de todo esto es que no pueden permitirse dejarnos fracasar

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