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Primera parte. Diciembre » Capítulo 6:// Punto de encuentro

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Posts más valorados en la red oscura: +95.383 ↑

El tema no es si la economía global morirá o no. Se está muriendo. El aumento de la población y la deuda, combinados con la reducción de fuentes de agua y combustibles fósiles, hacen insostenible el actual sistema. La única cuestión es si la sociedad civil sobrevivirá a la transición. ¿Podemos usar la red oscura para conservar la democracia representativa, o buscaremos cómo protegernos de los hombres fuertes y brutales a medida que el antiguo orden empiece a caer?

Catherine_7**** / 3.393 - Periodista de nivel 17

—Son catorce con treinta y nueve.

Pete Sebeck frunció el ceño.

—No es correcto.

Se enfrentaba a un adolescente larguirucho en una franquicia de mala muerte, uno de los innumerables reclutas del mundo de los pequeños establecimientos. El chico miró la pantalla de su ordenador y se encogió de hombros.

—Es lo que es, señor. Catorce con treinta y nueve.

Sebeck se apoyó en el mostrador.

—Chico, he pedido el combinado número dos y el combinado número nueve. ¿Cuánto suma eso?

El cajero miró la pantalla de su ordenador.

—Catorce con treinta y nueve.

—Deja de mirar la pantalla y piensa durante un segundo. —Sebeck señaló el menú colgado en la pared—. ¿Cómo puede un combinado número dos, que vale tres noventa y nueve, y un combinado número nueve, que son cinco noventa y nueve, sumar catorce con treinta y nueve?

—Señor, yo le digo lo que es. Si no los quiere los dos…

—Pues claro que quiero los dos, pero no te vas a librar de mí hasta que hagas bien la suma.

—No intento librarme de usted, sólo le digo que son catorce con treinta y nueve.

Giró la pantalla para que Sebeck pudiera verla.

—No importa lo que… Mira, te has equivocado de tecla o alguna otra cosa.

—Se olvida usted de los impuestos, señor.

—No, no me olvido de los impuestos. Los impuestos están indicados

aquí. —Señaló—. Escucha, quiero que utilices tu propio cerebro durante un segundo y pienses en esto. Olvida la máquina.

—Pero…

—¿Cuánto es tres noventa y nueve más cinco noventa y nueve?

El chico empezó a mirar de nuevo la pantalla.

—¡Escúchame! No mires la pantalla. Esto es fácil. Redondea: cuatro pavos más seis pavos son diez pavos. Y luego resta dos céntimos: eso hacen nueve noventa y ocho, ¿no?

—Se olvida usted de los impuestos.

—Chico, ¿cuál es el cinco por ciento de diez pavos?

—Señor…

—Hazlo por mí.

—Yo no…

—¡Hazlo! ¡Hazlo, maldición! —Su grito resonó en los azulejos del restaurante.

Los clientes dejaron de hablar de pronto y empezaron a mirar lo que parecía ser un altercado.

—¿Cuál es el cinco por ciento de diez pavos?

El chico empezó a marcar algo en la máquina.

—Tendrá que venir el encargado a resolver esto.

—Chico, ¿quieres que las máquinas lo hagan todo por ti? ¿De verdad que quieres eso?

Un encargado asistente calvo y musculoso salió por la puerta de la cocina. Su placa indicaba que se llamaba «Howard».

—¿Hay algún problema?

—Sí, Howard, el chico se ha equivocado en el precio, e intento que haga la suma.

—¿Qué ha pedido usted?

—He pedido un número dos y un número nueve.

El encargado miró la pantalla.

—Muy bien, son catorce con treinta y nueve.

Howard tuvo suerte de que Sebeck ya no llevara una pistola Táser.

Sebeck regresó al coche con una bolsa y dos bebidas. Laney Prince estaba todavía repostando en la inmensa área de descanso de la interestatal. Había al menos veinte isletas con surtidores a su alrededor, brillantemente iluminadas. El tráfico silbaba en la cercana autopista.

Price estaba usando una rasqueta de goma para quitar los insectos del parabrisas del Chrysler 300 que el daemon les había asignado el día antes. Pareció advertir la expresión en el rostro de Sebeck.

—¿Qué pasa?

—La humanidad está condenada, eso es lo que pasa.

Sebeck arrojó la comida al interior del coche y se encargó de seguir repostando.

—Es algo que Sobol sabía, ¿no?

—¿El qué?

—Que la gente hará todo lo que le diga una pantalla de ordenador. Juro por Dios que uno podría dirigir el próximo Holocausto desde la puñetera caja registradora de un restaurante de comida rápida. —Hizo la pantomima de apuntar con una pistola—. Dice que debería matarte ahora.

—Veo que has tenido otra experiencia insatisfactoria como cliente.

—Hay ocasiones en que echo de menos la placa, Laney. Te juro que la echo de menos.

—¿Para qué, para poder intimidar a los adolescentes y que se caguen encima? Además, lo que tienes ahora es algo mejor: un icono de misión. Ahora eres como un caballero andante.

—Sube al coche.

Sebeck casi se pasó de largo en la desviación. Se dirigían al oeste por la Interestatal 40 a una hora de Albuquerque cuando su nuevo Hilo viró bruscamente hacia una rampa de salida que indicaba RUTA DE SERVICIO INDIA 22. Sebeck estaba dando un sorbo a una botella de agua cuando llegó el giro, y tuvo que dar un volantazo con una mano desde el carril rápido al de salida, cruzando la línea blanca continua justo antes de un mojón de hormigón.

Miró la figura dormida de Laney Price, que se agitó un poco pero luego continuó durmiendo. Entonces siguió la brillante línea azul superpuesta sobre la realidad tras un puente que cruzaba la carretera para desembocar en un área de descanso donde camiones y coches se reunían en torno a gasolineras, tiendas y los siempre presentes establecimientos de comida rápida.

Allí, en el centro de un aparcamiento, su nuevo Hilo terminaba en una retorcida aura de luz azul, esta vez sobre un ser humano: una mujer que estaba de pie junto a una furgoneta blanca. La furgoneta se encontraba aparcada delante de un establecimiento Conoco.

No era exactamente el destino que Sebeck había imaginado, aunque no es que tuviera alguna idea clara de qué esperar. Aparcó el Chrysler de cara en una fila de coches frente a la mujer y la observó a través del parabrisas salpicado de nuevos insectos.

Era una india delgada, de unos cincuenta años, con el pelo largo y gris trenzado. Llevaba pantalones vaqueros, botas de cowboy y una camisa parda con un logotipo en el bolsillo del pecho. También llevaba unas elegantes gafas HUD, a través de las cuales lo estaba mirando directamente. Parecía la dueña de una galería de arte de Santa Fe. Su globo de identificación del Espacio-D la marcaba como

Riley, chamán de nivel 14. El nivel de reputación de Riley era de cinco estrellas sobre cinco en un factor base de 903; lo cual, si Sebeck había comprendido bien las peroratas de Price durante semanas, significaba que había sido valorada por más de novecientos operativos de la red oscura con los que había interactuado, con una media de cinco sobre cinco. Al parecer, estaba muy bien considerada… aunque él no supiera acerca de qué.

Apagó el motor y miró la forma dormida de Price en el asiento del copiloto. Quitó las llaves del contacto y abrió con sigilo la puerta del conductor. No le apetecía que su guardián asignado por el daemon le acompañara en esta conversación, así que dejó las llaves en el asiento y cerró con cuidado la puerta del coche, comprobando luego que Price siguiera dormido.

Luego cruzó el aparcamiento para dirigirse a Riley, que lo miró con curiosidad, ya que dejaba atrás a su acompañante. Estaba nublado y hacía bastante frío. Sebeck se cerró la chaqueta mientras se acercaba a ella. Otros viajeros iban y venían a su alrededor.

Tomó nota de la furgoneta junto a la que estaba la mujer. Era nueva y llevaba un logotipo de «Centro Turístico y Balneario Meseta Encantada», el mismo que lucía en el bolsillo de su camisa.

Cuando llegó junto a ella, el Hilo desapareció y sonó un suave pitido, dejando sólo el aura de la suave luz azul del Espacio-D girando lentamente sobre su cabeza.

Sebeck no estaba seguro de qué pensar. Habló sin emoción.

—Se supone que tengo que buscar la Puerta de la Nube. ¿Hay algo que pueda usted decirme?

Ella extendió la mano.

—¿Por qué no empezamos por saludarnos?

Sebeck inspiró profundamente y estrechó la mano un instante.

—Hola. Usted es Riley.

—Chamán de la facción de Dos Ríos. Y usted es el Sin Nombre.

—Sí, eso lo describe más o menos. Espero que tenga algunas respuestas para mí.

—¿Qué tipo de respuestas?

—¿Cómo puedo completar mi misión? ¿Cómo le justifico la libertad de la humanidad al daemon?

Ella frunció el ceño.

—Eso no está visible para mí.

Él se frotó los ojos, lleno de frustración.

—¿Por qué tengo que deambular por medio mundo para completar esta maldita misión?

—Es el viaje del héroe.

Él la miró entornando los ojos.

—No lo olvide: Sobol era un diseñador de juegos

online. En el arquetipo, el héroe o la heroína deben deambular perdidos en la espesura para encontrar el conocimiento necesario para su misión. Quizás eso sea lo que le sucede a usted.

—¿Y se supone que tengo que ser el héroe?

—Es su vida. Debería ser su héroe. Si le sirve de consuelo, yo también soy la heroína de la mía.

—Riley, ¿por qué me ha traído el Hilo hasta usted?

—¿Por qué a

, exactamente? No lo sé. Sospecho que tiene que ver con mis habilidades y mi proximidad a usted cuando se alcanzó algún umbral del sistema.

Sebeck asintió para sí.

—Ayer hablé con Matthew Sobol. Me dio este Hilo después de nuestro encuentro.

—Y ayer un avatar se me apareció a mí en un estrato profundo. Era como un ángel. Una mujer hermosa de pelo cobrizo y piel de alabastro, bañada de luz. Dijo que usted vendría.

Sebeck se pasó las manos por su cabeza afeitada. Pensó en Cheryl Lanthrop, la mujer que lo había traicionado.

Pelo cobrizo y piel blanca. Ella trabajaba para Sobol, y lo había pagado con su vida.

—Esto es una locura.

—El avatar me dijo que su misión la había ordenado el Emperador Loco y que necesitaba

grokear la interfaz chamánica.

Él se sintió perdido.

La mujer asintió, comprendiendo.

—Lo expresaré en términos de profano: tiene usted que comprender completamente la red oscura y todos sus poderes para tener alguna esperanza de lograr el éxito de su misión.

—Poderes.

—Datos mágicos, visión.

—¿Usted es de verdad una chamán?

Ella sonrió.

—Sé lo que está pensando. No existe la magia, y los espíritus inquietos son cuentos de viejas. Sin embargo…

Sebeck alzó la mano.

—Sí. Entendido.

—Bien. Yo elijo mi profesión en la red oscura, y es la de chamán. Gobierna mi árbol de habilidades y mi nivel de avances. ¿Le queda más claro?

Él asintió.

—Veo que está usted en el primer nivel de Luchador. Lo que hace aún más sorprendente que haya sido

geaseado por el Emperador Loco para completar esta misión.

—¿

Geaseado? ¿Qué significa geaseado?

—Es gaélico antiguo. Significa un encantamiento que obliga a completar una tarea. Es un hechizo increíblemente poderoso… muy, muy por encima de mi nivel.

—¿Puedo zafarme de él?

—No si aceptó la misión. El único que puede cancelarla es quien se la encomendó: el Emperador Loco.

Sebeck recordó haber estado sentado en el despacho de una funeraria, hablando con una grabación tridimensional interactiva de Sobol. El avatar le había preguntado:

¿Acepta la tarea de encontrar justificación para la libertad de la humanidad? ¿Sí o no? Era un monstruo de reconocimiento de voz fuera de control, y Sebeck se sintió obligado a aceptar, aunque sólo fuera para ganar tiempo. Aunque sólo fuera para proteger a su familia.

—No tuve más remedio.

—Tal vez. Pero cuidado: debe elegir sus palabras con mucho tiento en la red oscura. Las palabras tienen poder en esta nueva era. No son sólo sonidos. Mientras que los pueblos antiguos creían en dioses y demonios que escuchaban sus peticiones y maldiciones, en esta era nos oyen entidades inmortales. Llámelas

bots o espíritus: ya no hay ninguna diferencia. Nos rodean, y a través de ellos las formas-palabras se convierten en un código desbloqueado que puede disparar una bendición o una maldición. La humanidad creó sistemas cuyas interacciones no podemos comprender del todo, y los espíritus que hemos conjurado han escapado de ellas y caminan por la Tierra… o la cuadrícula GPS, como prefiera. El mundo espiritual se superpone ahora al real, y nuestras vidas nunca serán iguales.

Sebeck no supo qué decir. Un par de años antes la habría llamado loca, pero la mujer tenía razón: espíritus o

bots, era sólo semántica.

—¿Y qué sucederá si me niego a continuar?

—Si se desvía del camino, el daemon le obligará a regresar a él. Lo más preocupante ahora es cómo puede completar su misión manteniéndose en el primer nivel.

—¿No puedo ascender de nivel?

—La red oscura está dispuesta como el mundo del juego de Sobol. Sólo se puede ascender de nivel completando tareas… o misiones. Sin embargo, el hechizo

Geas le impide que emprenda otra misión hasta que complete ésta. Estará atrapado en el primer nivel hasta que consiga su objetivo. Y tiene por delante un objetivo muy importante.

Riley no parecía demasiado optimista. Comprobó su reloj.

—Tenemos que ponernos en marcha. Más vale que despierte a su factor.

—¿Factor?

Ella señaló a Price, dormido en el coche.

—Chunky Monkey.

—¿Adónde vamos?

Ella palmeó el logo del «Centro Turístico y Balneario Meseta Encantada» en el costado de la furgoneta.

—Usted estará con nosotros hasta que pueda certificar la interfaz chamánica.

El miró hacia el coche y se encogió de hombros.

—Estoy listo.

—¿Va a dejar a su factor atrás?

—Es un espía plantado por Sobol.

Ella extendió la mano para manipular objetos invisibles del mismo modo que Sebeck había visto hacer a Price muchas veces. Unos instantes después la mujer sacudió la cabeza.

—No veo que esté informando a nadie. Aunque el Emperador Loco le ha encargado manejar la logística de su misión. Al contrario que usted, puede renunciar a su tarea en cualquier momento y ser sustituido. —Bajó las manos—. Pero tampoco le ha dado a usted notas altas por su cooperación.

—Déjelo.

Ella tan sólo miró a Sebeck.

—¿Y sus cosas?

—Pueden sustituirse. Unas cuantas mudas de ropa, artículos de aseo.

—Si eso es lo que quiere…

Riley condujo la furgoneta hacia los bosques del sur, dejando atrás matorrales de creosota y el ocasional pino piñonero. Se dirigían hacia las lejanas mesetas de roca marrón, salpicadas por las sombras de las nubes. Sebeck se alegraba de que el Hilo ya no flotara ante él. Su visión, por primera vez desde hacía tiempo, no tenía impedimentos. Lo único que le recordaba su misión cuando miraba a Riley, era ver la sutil área que brillaba sobre su globo de texto: ella era su objetivo actual.

Concentró su atención en lo que veía a través de la ventanilla. Una sorprendente cantidad de hierba crecía en los llanos en esta época del año. Precioso.

Sebeck sintió que Riley lo estudiaba, pero durante varios minutos continuaron su viaje en silencio. Ella habló por fin.

—Sé quién es usted.

Sebeck no respondió.

—Es ese detective… el sargento Pete Sebeck, el que fue implicado por el fraude daemon.

Sebeck asintió.

—Lo condenaron a muerte.

Sebeck asintió de nuevo sombríamente.

—Si se cree las noticias.

—Ha perdido mucho. Su carrera. Su reputación. No imagino que esté aquí voluntariamente.

—No.

—¿Conoció a Matthew Sobol? ¿Por eso le encomendó esta misión?

—Sobol fue mi principal sospechoso en un caso de asesinato. Desde el momento en que mi nombre apareció en las noticias, estuve en el punto de mira del daemon. Sobol me implicó con un programa informático.

—¿Cómo sobrevivió a la ejecución?

Sebeck se encogió de hombros.

—Pregúntelo a Price. Fue él quien me revivió en la funeraria.

—¿Se refiere a Chunky Monkey, el operativo que se ha quedado en el área de descanso?

Sebeck tan sólo le dirigió una mirada.

—Se llama Laney Price. Otro marginado a quien el daemon encontró en alguna parte. —Miró de nuevo a Riley—. Dicho sin ánimo de ofender.

—No me ofende.

Sebeck decidió cambiar de tema.

—¿Esta tierra es de su tribu?

—No. Ahora mismo estamos atravesando la reserva acoma. Yo soy una india laguna. Llegaremos a tierras laguna en unos quince minutos. La nación navajo está al norte de nosotros, es mucho más grande, y los zunis están al oeste.

Sebeck miró por la ventanilla las mesetas y la hierba verde clara que se agitaba con la brisa.

—Es un país precioso. Siempre pensé que Nuevo México era sólo arena y rocas.

—Nuestra tribu recibe su nombre de la palabra española «laguna». El acceso al agua es lo que atrajo a los europeos. —Señaló a lo lejos una línea de roca parda en el horizonte—. El pueblo acoma de esa meseta se estableció por primera vez en el año 1100 antes de Cristo. Es la comunidad que desde hace más tiempo ocupa un sitio sin solución de continuidad en América del Norte.

Sebeck se quedó verdaderamente sorprendido.

—¿Así que no cayeron junto con la civilización anasazi?

—¿Le interesa la historia de los anasazi?

—Apareció hace poco en una conversación.

—Bueno, los anacoma surgieron en parte del colapso de la sociedad chacoan. Algunos de los supervivientes se asentaron aquí.

»Acoma fue atacada por los españoles a finales del siglo quince. Emplearon cañones y perros de presa para abrirse paso por las escaleras de piedra hasta la meseta. Mataron a todos menos a doscientas cincuenta personas de los dos mil quinientos habitantes, y le cortaron un pie a todos los supervivientes varones. Los niños fueron entregados a las misiones católicas, pero la mayoría acabaron vendidos como esclavos. Los españoles usaron entonces el pueblo como base para conquistar el resto de la región.

Sebeck no supo qué decir.

—Eso fue dos siglos antes de que las colonias británicas del Este declararan su independencia. Llevamos aquí mucho tiempo.

—Y ahora es usted una jefe de sección de la red oscura. ¿Es alguna especie de militante?

Ella se echó a reír.

—¿Quiere decir un grupo marginal violento? No, sargento. Somos constructores.

Se detuvo y marcó de nuevo objetos invisibles en un estrato oculto del Espacio-D.

—De hecho, verá parte de nuestra obra por el camino.

Estuvo a punto de decir algo, pero al parecer se lo pensó mejor.

—¿Qué?

—Si se está preguntando si guardo rencor a los españoles, o al Gobierno estadounidense, no es así. Sentir odio hacia gente muerta hace tanto tiempo es un desperdicio de tu propia vida. Hoy, si alguien nos hace daño, hacemos lo que hace todo el mundo: les mandamos a nuestros abogados. —Riley fijó su mirada en Sebeck—. Los laguna valoramos enormemente la educación. Es nuestra vara y cayado, como solía decir mi padre.

—¿Cómo acabó implicada en la red oscura una mujer de su edad?

—¿Una mujer

de mi edad? —Se echó a reír—. No lo adorne, sargento.

—Sólo me preguntaba cómo…

—El juego de fantasía

online de Sobol.

La Puerta.

Él se la quedó mirando.

—De acuerdo, ¿qué hace una mujer de cincuenta y dos años participando en juegos

online? Me resultaron interesantes. La idea de enfundarme un cuerpo como si fuera un traje…, había algo en eso que parecía atrayente. Poder sobrepasar nuestras diferencias físicas y tratar unos con otros como seres humanos. Sin ninguna idea preconcebida sobre raza o sexo.

—Y ahí es donde la encontró el daemon.

—Yo hice la búsqueda, pero no fue el daemon lo que encontré. Fue la red oscura. La red inalámbrica encriptada que creó Sobol. Sólo más tarde descubrí cuánta sangre había derramado Sobol para establecer esa red. Y, sin embargo, no puedo dejar de preguntarme si, de igual manera que el mal a veces surge de las buenas intenciones, en ocasiones no puede surgir el bien del mal. Es una idea desagradable, pero la historia humana me hace dudar.

Sebeck apretó los dientes.

—Puede que yo esté siguiendo esta misión, pero eso no significa que esté de acuerdo con Sobol. La acepté porque no tenía más remedio, y me preocupaba que, a menos que lo hiciera, esclavizara a la humanidad. Matthew Sobol mató a amigos míos. Policías y agente federales… gente con familia.

Ella alzó una mano.

—No defiendo a Sobol, sargento. Estoy diciendo que Sobol estuvo dispuesto a ser nuestro villano para forzar el cambio necesario. Para que nosotros no tuviéramos que hacerlo.

—Los megalómanos siempre justifican sus acciones diciendo lo necesarias que son.

Ella lo miró de reojo. Tras un instante, dijo:

—¿Se siente culpable por lo que sus antepasados le hicieron a los indios?

Sebeck se sorprendió.

—Ya sabe, por el genocidio perpetrado contra los pueblos nativos americanos por el Gobierno estadounidense y los colonos.

—Eso no es lo mismo que hizo Sobol.

—¿Por qué?

—Porque el robo de tierras tribales sucedió hace ciento cincuenta años. Las cosas eran distintas entonces.

—¿Estatuto de limitaciones, entonces? —Ella se concentró en la carretera y luego se volvió levemente para mirarlo—. Sólo estoy recalcando un argumento. Probablemente no se siente culpable porque no fue usted quien lo hizo. No siente ningún rechazo hacia los pueblos nativos ni tiene prejuicios contra ellos.

—Sí, exactamente.

—Pero claro, tampoco vamos a recuperar la tierra, ¿no? —Una leve sonrisa arrugó su cara.

Sebeck se cruzó de brazos.

—No podría hacerse aunque quisiéramos. Eran tiempos distintos, Riley.

—No somos tan distintos de nuestros antepasados, sargento. Y aunque la tierra de la que Matthew Sobol se apoderó es virtual, redes informáticas, no creo que nadie vaya a devolverla tampoco.

Sebeck permaneció sentado en silencio unos instantes, contemplando la carretera.

—Él puede obligarme a continuar con esta misión, pero nunca aceptaré lo que ha hecho.

—No pierda el tiempo enfadándose con los muertos. Nunca le darán ninguna satisfacción. El castigo que Sobol se merecía ya lo ha recibido…, o no, y nada que pueda usted hacer logrará cambiarlo. Ahora sólo queda el sistema que dejó, y nos ha dado el control a todos nosotros.

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