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Tercera parte. Julio » Capítulo 25:// Operación encubierta

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Hank Fossen estaba acostado, en la oscuridad, escuchando la suave respiración de su esposa Lynn, a su lado, y el tictac del reloj del salón. Se preguntó dónde estaría su hijo, Dennis, en este momento exacto. ¿En algún puesto de observación en lo alto de alguna montaña? ¿Escoltando algún convoy? No tenían noticias suyas desde hacía casi un mes, lo que solía significar que lo habían enviado a algún remoto puesto de observación.

¿Qué diría su hijo de todos los cambios efectuados en la granja? ¿Y en el pueblo? Dennis nunca había mostrado ni el menor interés en permanecer cerca de casa. Pero ¿quién podía reprochárselo? Fossen había inculcado en sus hijos desde muy temprana edad que fueran a la universidad y consiguieran buenos trabajos. El día que su hijo se sentó junto a él y le explicó que iba a enrolarse en el ejército para que no tuvieran que pedir un préstamo para su educación… bueno, sintió a la vez vergüenza y orgullo. Vergüenza porque su hijo tuviera que tomar esa decisión, orgullo porque lo había hecho.

Fossen rezó por la seguridad de su hijo: aunque no era un hombre religioso, solía hacerlo en ciertas ocasiones.

Los perros empezaron a ladrar en el exterior. Él conocía la pauta. Si era un mapache, una mofeta o una zarigüeya, los cazarían muy rápidos. Los perros vagabundos eran otra cosa, pero los suyos estaban encerrados. Estarían a salvo.

Los ladridos, sin embargo, no remitieron.

Fossen se sentó en la cama. Todas las luces exteriores estaban apagadas. Y las de detección de movimiento no se habían encendido tampoco.

Qué extraño. Pero los perros se estaban volviendo locos. Sin duda los estudiantes y los trabajadores contratados de la casita prefabricada tendrían que haber oído tanto alboroto. Echó a un lado la ropa de cama y escuchó con más atención. Había movimiento abajo. Las tablas de la escalera crujieron.

¿Era Jenna?

Los perros no se volverían locos.

La adrenalina fluyó por su corriente sanguínea como agua caliente, y se levantó de la cama. Tanteó debajo y sacó la escopeta Remington de cañones recortados.

El ladrido de los perros cesó de repente. Silencio.

Entonces oyó un grito de terror en el pasillo.

¡Papá!

Acababa de levantarse con la escopeta en las manos cuando la puerta del dormitorio cedió de una patada y una cegadora luz blanca penetró en sus ojos. Sintió algo duro y romo golpearlo en el estómago y se dobló por la mitad. No pudo insuflar aire en sus pulmones.

Oyó gritar a su esposa mientras le arrancaban la escopeta de las manos. Entró gente en tromba en la habitación, gritando en algún idioma extranjero.

La pamant! La pamant!

Acum! Fa-o, acum!

Todavía sorbiendo aire para respirar y cegado por las luces, Fossen oyó sonidos de forcejeo y cristales rotos. Entonces unas manos poderosas lo arrojaron al suelo.

Paramilitares. La palabra se repitió una y otra vez en su mente.

Le habían dicho que Greeley había desarrollado un sistema de alarma. Pero, claro, no estaba conectado a la red oscura mientras dormía. No conocía a nadie que lo hiciera.

Oyó más gritos en la casa. Y finalmente encontró fuerzas para hablar.

—¡Jenna! ¡Lynn!

Las poderosas manos le colocaron los brazos a la espalda y sintió que ataban con fuerza sus muñecas con una cinta de plástico. Acababa de empezar a recuperar la respiración cuando alguien le tapó la boca con cinta adhesiva y le colocó una capucha sobre la cabeza.

Oyó gritos y chillidos apagados. Lo alzaron dolorosamente por los brazos y lo sacaron a rastras de la habitación. Sintió que bajaba las escaleras y cruzaba el salón, y de repente notó el aire nocturno en los brazos y las piernas. Sólo llevaba puestos los calzoncillos y una camiseta interior. Era una cálida noche de verano.

Podía oír gritos y gemidos, y de repente le quitaron la capucha de la cabeza. Lo que vio lo dejó atónito.

Docenas de hombres armados hasta los dientes, con máscaras negras de esquí, vaqueros y camisas informales los rodeaban bajo la luz de la luna. Llevaban fusiles de asalto AK-47 cruzados en el pecho y chalecos protectores sobre la ropa, junto con chalecos con cargadores de repuesto. Gafas de visión nocturna cubrían sus ojos.

Habían reunido a sus cautivos en el patio tras la granja, y Fossen pudo ver a su esposa y a su hija, además de a tres trabajadores y los cuatro estudiantes en ropa interior o en pijama, arrodillados, atados y amordazados en el suelo. Sólo él estaba de pie entre todos los hombres. Tras ellos pudo ver las formas inmóviles de sus perros,

Blackjack,

Regaliz y

Hurley, tendidos en su corral. Muertos.

Un hombre alto y fornido, enmascarado, se plantó ante él, con el arma apoyada en el hueco del brazo. Habló con una voz cargada de acento.

—Señor Fossen. Tiene una granja preciosa. —Extendió la mano y, riendo, agarró a Jenna por los pelos—. Y una hija preciosa.

Los otros hombres se echaron a reír.

Él se esforzó por hablar, para suplicarles que dejaran en paz a su familia y se lo llevaran sólo a él. Pero la cinta adhesiva que le tapaba la boca se lo impidió. Luchó con todas sus fuerzas contra sus ataduras.

El Hombretón le agarró la cara. Señaló a uno de sus compatriotas, quien lanzó el extremo de una cuerda hasta una de las gruesas ramas del roble del patio. En el otro extremo había un nudo corredizo.

Otro hombre alzó una cámara digital a la luz de la luna, para grabar la acción.

Su esposa dejó escapar un grito enmudecido a través de la mordaza de cinta adhesiva que le cubría la boca, y él continuó debatiéndose contra sus ataduras y los brazos que lo sujetaban con fuerza. Le pusieron el nudo corredizo al cuello, y de nuevo oyó a los demás intentando gritar a pesar de las mordazas. Fossen pudo ver la angustia de su esposa mientras los hombres que tenía detrás le alzaban la cara, la golpeaban y señalaban en dirección a su marido, gritando:

Uite! Uite!

Otros hombres intentaban arrancarle a su hija el pijama mientras se debatía. Sujetaron con fuerza la cuerda en torno a su mandíbula, y de nuevo el Hombretón se plantó ante su rostro, riendo a través de la máscara, sus gafas de visión nocturna como los ojos de un insecto en la oscuridad.

Entonces un sonido inesperado llegó de algún lugar en la noche: los gritos furiosos de cientos de hombres que se acercaban a través de los campos, el tableteo de las armas y del equipo mientras se acercaban subrayaba sus gritos de furia. El Hombretón hizo varios gestos con la mano y sus hombres se desplegaron, ocultándose detrás de los vehículos, los árboles y las paredes. Todos observaron la oscuridad con sus gafas de visión nocturna, susurrando…

A se vedea ceva?

Nu, sefule.

Nimic.

La enorme multitud se acercaba entre los campos oscuros. Fossen estaba de puntillas, la cuerda tensa alrededor del cuello. No se atrevió a volverse a mirar.

El Hombretón señaló bruscamente, y su banda de saqueadores huyó hacia la noche, desapareciendo en dirección contraria a la multitud que se acercaba. No dispararon, esperando al parecer poder escabullirse sin ser vistos. Y dejando atrás a sus víctimas.

Fossen ya no pudo continuar manteniendo su precario equilibrio. Cayó hacia un lado y se sintió enormemente aliviado cuando la cuerda, que ya no sujetaba nadie, simplemente se desenrrolló mientras él se desplomaba sobre el suelo.

Trató de ver a la multitud que se acercaba y que ya casi los había alcanzado. Pero de pronto se hizo un silencio absoluto. Él rodó para buscar a su esposa y a su hija, y pudo ver una forma oscura vestida de negro de la cabeza a los pies arrodillada sobre ellas, cortando rápidamente sus ataduras. Su rescatador le tendió un cuchillo a uno de los estudiantes, y luego se acercó a él, desenvainando otro cuchillo.

Fossen pudo ver ahora al hombre con claridad. Llevaba una especie de armadura corporal negra y ajustada con capucha, y lo que parecían ser unas gafas avanzadas de visión nocturna sobre el rostro. Las armas y el equipo iban aseguradas en fundas integradas en el traje.

El hombre le hizo darse la vuelta y le arrancó la cinta adhesiva de la boca. Dolió.

—¿Estás herido?

—No. Gracias a Dios que habéis llegado a tiempo.

Fossen pudo ver a su esposa y a su hija abrazándose, llorando. Los estudiantes y trabajadores de la granja se abrazaban también, aliviados.

El hombre le cortó las ligaduras y luego se quitó la capucha y las gafas.

—¡Jon! —Fossen sonrió y le agarró el brazo—. No sé cómo darte las gracias.

—No podemos quedarnos aquí, Hank. La gente del pueblo viene de camino, pero el escuadrón de la muerte podría regresar.

Fossen miró alrededor en busca de la gran multitud que había oído unos momentos antes, pero no vio a nadie.

—Creí que estaban aquí ya.

—Lo estarán pronto.

—Pero si acabo de

oírlos.

Jon señaló un aparato fijado en su antebrazo.

—Proyector hipersónico de sonidos. Creé la impresión de que se acercaba una multitud. —Alzó la cabeza—. Deberíamos buscar dónde ocultarnos.

—¡Santo Dios! ¿Estás tú solo?

De repente oyeron el fuego de las armas automáticas chisporroteando a lo lejos en los campos. Los estudiantes y obreros corrieron a ponerse a cubierto junto con la esposa y la hija de Fossen.

Jon volvió a ponerse las gafas de visión nocturna y asintió para sí.

—Cubríos los ojos, amigos…

—¿Qué…? ¿Por qué?

En respuesta, los campos se llenaron de aturdidores estallidos de luz y explosiones que ponían los pelos de punta y parecían estar rasgando la realidad.

Fossen se volvió y se cubrió los oídos.

—Dios mío, ¿qué es eso?

—Ataque sensorial. Puede que sientas algo de náuseas. La armadura de batalla está sincronizada para anular los efectos.

Jon ayudó a Fossen a ponerse en pie.

Los disparos habían cesado.

—Entonces, ¿estamos a salvo?

Jon señaló hacia la oscuridad.

—Ahora tenemos amigos cerca. Veo sus indicativos aproximándose.

—¡Hank!

Fossen se volvió y vio a su viejo amigo, el sheriff Dave Westfield, que iba al mando de una docena de ciudadanos armados de Greeley; todos llevaban gafas HUD. Salieron corriendo de la oscuridad.

—Dios, me alegro de veros, chicos.

Bajaron las armas al llegar.

—Bueno, no nos des las gracias a nosotros. Dáselas a Jon. Él es quien detectó a esos hijos de puta y lanzó la alarma.

Fossen miró a su esposa y a su hija, y luego de nuevo a Jon.

—No sé cómo pagártelo.

—La cena estuvo muy bien.

—Mira…

La multitud se volvió a mirar a un grupo de luchadores de la red oscura que surgía de la noche y corría en la dirección por donde habían huido los paramilitares. Los luchadores iban dirigidos por un soldado de la red oscura con un chaleco corporal completo y casco cerrado. Llevaba una pistola electrónica en una mano, y guiaba a un prisionero de aspecto aturdido con la otra. Fossen supo, nada más verlo, que se trataba de el Hombretón, el que había intentado ahorcarlo.

La gente del pueblo aplaudió y vitoreó cuando el grupo salió de la oscuridad. Jon se quitó de nuevo las gafas de visión nocturna.

El soldado acorazado entregó su prisionero a la custodia del sheriff. Entonces se quedó de pie asintiendo mientras contemplaba a Jon. Retorció el casco para quitárselo, revelando un rostro vagamente familiar y una cabeza rapada. Sonrió y se rió con ganas mientras envolvía a Jon en un abrazo y le daba palmadas en la espalda.

—¡No puedo creerlo! ¡Jon Ross!

—Ha pasado mucho tiempo, Pete. Me alegro de que sigas vivo.

Intercambiaron miradas de cansancio.

—Lo mismo digo.

—¿Cómo va tu misión?

—Es difícil decirlo.

Se volvió y gritó:

—¡Price!

—Sí, sargento —respondió una voz en la oscuridad.

—Asegúrate de que le hacen a este prisionero un escáner cerebral. Averigüemos quién lo ha enviado.

Mientras Fossen, el sheriff y los demás se quedaban mirando, Jon y el soldado calvo echaron a andar.

—Tenemos que hablar de un montón de cosas, Jon…

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