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Tercera parte. Julio » Capítulo 26:// Política de privacidad

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A mucha gente en la red oscura no le gustan los escaneos cerebrales fMRI. Aunque son administrados por un operador remoto en un formato a doble ciego, a menudo oigo quejas sobre invasión de intimidad. El tema es si los ciudadanos de una democracia tienen derecho a mentir en asuntos de importancia material. La intimidad individual debe ser sopesada frente al efecto corrosivo de las mentiras en el discurso público.

Handel_B**** / 173 - Técnico fMRI de nivel 9

Aunque habían pasado veintiún años desde que Stanislav Ibanescu dejó de llevar el uniforme de la Securitate, nunca había dejado de ganarse la vida como soldado. Por todo el mundo, la guerra era un negocio creciente, y sabía que nunca se quedaría sin empleo como sus hermanos. Esa misma tarde había pensado que nadie en casa habría creído que estaba invadiendo Estados Unidos. Todo había sido un sueño hecho realidad.

Pero eso fue tres horas antes y un largo trayecto por oscuras carreteras hacia un cautiverio desconocido. Quién era esta gente que lo retenía era un misterio, pero desde luego no parecían un grupo desharrapado de terroristas.

Reflexionó sobre lo que había ocurrido esa noche. La operación había salido a la perfección, y estaban a punto de eliminar al objetivo y marcharse. Pero un equipo los había atacado de contragolpe, surgidos de ninguna parte. Los vigías no habían informado de nada. De hecho, Ibanescu no había visto a más de media docena de sus hombres desde que habían sido capturados.

¿Pertenecían al ejército estadounidense? ¿Eran unidades de operaciones especiales? Se suponía que tendrían rienda suelta en esta zona. Eso era lo que les había dicho su contacto, pero debía ser una encerrona. Ahora sabía que la mitad de sus hombres estaban muertos o heridos, y que la otra mitad habían sido separados y enviados a Dios sabía dónde. Ahora las tornas habían cambiado, y hombres que parecían guerreros salidos de una convención de ciencia-ficción, con armaduras de plástico y cascos de visor plateado lo conducían por un pasillo blanco resplandeciente de luz. Ibanescu estaba amarrado a una camilla, incluso su cabeza había sido completamente inmovilizada, y sabía que lo que le esperaba era la tortura. Iban a zambullirlo en agua, como había oído que hacían los estadounidenses. Sólo esperaba que fuera un equipo profesional, con el que pudiera funcionar la lógica. Un equipo que no hiciera esto por diversión. Entonces podría despejar este error. Porque eso era lo que debía ser. Tal vez era una unidad local, una unidad que no había sido informada. Una cosa era segura: esto iba a costarle caro. En cualquier caso, no podía ser peor que lo que había recibido a manos de los chechenos.

Los dos soldados acorazados condujeron a Ibanescu hasta una extraña cámara llena con lo que parecía equipo de reconocimiento médico (una especie de TAC o IRM) frío y eficiente. Y aunque no veía nada alrededor que pudiera ser utilizado para torturarlo, no pensaba que tardarían mucho en hacerlo.

Por fortuna, no vio ningún lugar donde pudieran sumergirlo sin mojar un equipo carísimo.

Los guardias alzaron la camilla que sujetaba a su prisionero hasta una plataforma bajo el equipo de reconocimiento y luego conectaron la mesa al equipo.

Allá vamos.

De repente empezó a deslizarse siguiendo el zumbido de motores eléctricos, internándose en la máquina de reconocimiento. ¿Iban a buscar quizás heridas internas? Eso parecía extraño.

La camilla se detuvo con una sacudida, e Ibanescu pronto oyó el revelador sonido de la maquinaria de la resonancia magnética martilleando, trinando y pitando durante uno o dos minutos. Había pasado por esto antes en Suiza, después de herirse la cabeza mientras esquiaba.

Al tiempo que el escáner continuaba, una tranquilizadora voz femenina, hablando en inglés, llegó a sus oídos. Como sabía algo de inglés, pudo descifrarla.

¿Comprende lo que digo?

Era una voz sintética que sonaba rara. Ibanescu decidió fingir que no comprendía y siguió mirando el interior de la máquina escaneadora.

Sí. Me comprende.

Era un farol. Estaba seguro.

¿Es el inglés su lengua materna? —Una pausa—.

No. No lo es. Averigüemos cuál es su lengua materna.

Esto era extraño. Decididamente, sonaba como una voz artificial. Como algo que pudiera oírse en una tarjeta de crédito o un servicio al cliente de una línea aérea. Muy extraño. Se preguntó si sería una especie de sistema de interrogatorio automático.

Déjalo en manos de los americanos.

La tranquilizadora voz femenina habló en una docena de idiomas distintos, esperando cinco o seis segundos entre cada uno. Ibanescu no comprendió ninguno, aunque le pareció poder detectar el francés y el alemán. También el checo. Por fin llegó al rumano…

¿Es el rumano su lengua materna?

Y una mierda iba a contestar. Se quedó allí como una estatua.

La voz femenina respondió de manera distinta esta vez.

Sí. Es usted rumano, ¿verdad?

Ibanescu frunció el ceño.

¿Cómo demonios…?

El resto de las palabras le llegaron en rumano, con una voz sintética levemente acentuada.

Esta máquina es un escáner de resonancia magnética funcional. Monitoriza la actividad sanguínea de su cerebro para identificar pautas de engaño, reconocimiento y emociones como el miedo o la ira. No podrá evadir mis preguntas. Así que por favor relájese y disfrute de su interrogatorio.

Ibanescu tan sólo miró a la máquina que le rodeaba.

Por favor, diga su nombre completo y lugar de nacimiento.

¿Lo decían en serio? No estaba dispuesto a decirles nada. Permaneció allí tendido en silencio.

Parece que es incapaz o no está dispuesto a responder.

De repente un mapa del mundo se proyectó en el techo de la cámara de escaneo. Parecía un programa cartográfico de la red, con el globo girando lentamente en el espacio. El mapa se concentró en Rumanía cuando el globo dejó de girar.

¿Dónde nació usted?

Preguntar de nuevo no iba a servir de nada. Sin embargo, le pareció reconfortante ver el mapa de su patria. Era un mapa físico detallado, que mostraba montañas y lagos. Pudo ver un puntito en él de su ciudad natal de Pites,ti, al noroeste de Bucarest.

Antes de que pudiera reaccionar, la imagen del mapa se centró en Pites,ti.

Mierda. ¿Estaba el sistema siguiendo sus ojos? ¿Sentía que se concentraba en Pites,ti? ¡Qué idiota era al caer en una cosa así! El mapa ofrecía ahora una visión vía satélite que llenaba la pantalla de Pites,ti. Ibanescu cerró los ojos.

Es usted de Pites,ti, ¿verdad?

Hubo una pausa durante la cual Ibanescu cerró con fuerza los ojos.

Sí, lo es. Aquí es donde nació, ¿no? ¿Tiene todavía familia aquí? —Otra pausa—.

Sí, la tiene.

Estaba empezando a volverse loco. ¿Cómo descubría esas cosas esta máquina infernal? Obviamente, leía su actividad neural o algo por el estilo. Esto era una pesadilla.

Tengo acceso a archivos desde esta… nación Estado. Vamos a descubrir quién es usted. ¿Empieza su apellido por la… A?

Ibanescu comprendió que cerrar otra vez los ojos no iba a servir de nada. Los volvió a abrir y miró la detallada vista aérea de su ciudad natal. Esto era una locura. Lo estaba procesando una máquina que absorbía la información a través de sus oídos.

¿Empieza su apellido por la be? ¿Ce? ¿De? ¿E?

Y así sucesivamente.

Ibanescu se quedó mirando lleno de aturdido asombro hasta que la máquina llegó a la «I» y entonces se detuvo.

¿I? —repitió. Pausa—.

Bien. Ahora veamos la segunda letra. ¿Es la A? ¿la Be? —Otra pausa—.

¿Be? Bien. Ahora la tercera letra

Y así continuó con implacable precisión hasta que le sacó a Ibanescu su nombre de la cabeza. Finalmente dijo con un curioso acento de máquina:

Señor Ibanescu, ¿cuál es su nombre de pila legal?

Una serie de nombres corrió lentamente por el techo ante él, pero él ya no trató de cerrar los ojos. ¿Qué sentido tenía? Sabía que simplemente le iría diciendo las letras, cosa que era aún más terrible.

En efecto, cuando la lista llegó a la «ese» y se centró en «Stanislav», la pantalla se detuvo en su avance. «Stanislav» apareció marcado en negrita.

Stanislav Ibanescu. ¿Es este su nombre legal?

Supo que habría una pausa, seguido por el inevitable:

Sí. Éste es su nombre legal. ¿Es usted Stanislav Ibanescu de Trivale bloque 25A?

Ahora sí que cerró los ojos. Esta máquina lo había identificado completamente en cuestión de diez minutos. Ahora sabía quién era su familia, su historia, todo. Qué pesadilla tecnológica era. Entonces pensó

: si hubiéramos tenido esta tecnología en la Securitate, nunca habríamos perdido el poder. Quienquiera que fuese el que hacía esto, era alguien de quien quería formar parte. Esta gente eran

ganadores.

Justo cuando pensaba que Estados Unidos estaba acabado

Ahora contempló su foto de identificación oficial, su currículum y su historial militar. Mostraba que ahora mismo era empleado de Alexandru International Solutions. Sus más recientes declaraciones de impuestos las había hecho su patrono, y este sistema parecía tener acceso a todo eso.

¿Lo envió aquí su actual patrono… Alexandru International Solutions? —Hubo una pausa—.

Sí, así es. —Otra pausa—.

¿Las responsabilidades de su trabajo incluían perpetrar acciones violentas contra civiles desarmados? —Otra pausa—.

Sí, así es. —Otra pausa más—.

Los recursos financieros de… Alexandru International Solutions… acaban de ser borrados.

Ibanescu trató de agitar la cabeza incrédulo, pero ni siquiera pudo conseguir eso con el cepo que le sujetaba la cabeza.

Ahora vamos a determinar su red social. ¿Cuál es el medio principal que usa para contactar con sus jefes? ¿El e-mail? —Una pausa—.

No. ¿El teléfono? —Otra pausa—.

Sí. El teléfono. ¿Cuál es el primer dígito del número de teléfono de su contacto? ¿Es el uno… el dos…?

Ibanescu suspiró profundamente. Su carrera, si no su vida, estaba acabada. Miró firmemente hacia adelante.

—Me gustaría negociar. ¿Sí? ¿Es esta la palabra? ¿

Negociar?

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