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Tercera parte. Julio » Capítulo 33:// Caída épica

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Central_news.com

Represalias de insurgentes contra

civiles. En un preocupante vuelco de la situación, los

terroristas de los estados del

Medio Oeste han empezado a quemar poblaciones enteras como venganza por la resistencia de las milicias ciudadanas. En declaraciones efectuadas bajo condición de respetar el anonimato, miembros del Ejecutivo declararon confiar en que la

ley marcial se

expandiera a los estados fronterizos para detener el avance de la lucha, y que las

fuerzas de seguridad privadas podían

aumentar su participación.

—Comandante, algo poderoso ha salido de la red oscura… algo que no podíamos haber previsto.

El Comandante caminaba a paso veloz hacia un jet privado Gulfstream V recientemente adquirido. Un puñado de oficiales militares privados lo seguía.

—Esto es un fallo de inteligencia colosal, coronel. Me dijeron que esas comunidades no tenían armas ni defensas importantes, y desarrollamos nuestra estrategia a partir de esa valoración. Ahora tengo un cliente que, en vez de enfrentarse a una población sometida después del ataque, puede encontrarse con una revuelta general.

—Ag, no tenían sistemas de armas significativas cuando se hizo esa valoración.

—Sobol era diabólicamente listo. Quizá demasiado listo. Ahora tendremos que volver y arrasar con bombas esas puñeteras poblaciones desde la estratosfera.

El Comandante sacudió la cabeza.

—Sobol no estaba detrás de esto.

—¿Qué quiere decir, Comandante? Pues claro que lo estaba, es el daemon.

El Comandante se detuvo al pie de las escalerillas del avión.

—Roy Merritt se ha convertido en un héroe popular para la comunidad de la red oscura. Por qué, quién coño lo sabe. Pero lo ha hecho, y ese «poderoso» avatar del sistema que ha salido hoy de la red oscura estaba basado en él.

—¿Cómo lo sabe, Comandante?

—Tengo mis métodos. Pero basta decir que la leyenda de Merritt, y el vídeo que lo demuestra, está extendiéndose esta noche por toda la red oscura.

El coronel se quedó sin habla.

—Que no quede ninguna duda, coronel: el daemon está evolucionando. Al parecer, Sobol proporcionó un mecanismo que permite que la población usuaria lo cambie. Y es ese mecanismo lo que va a ayudarnos a convertir al daemon para nuestros fines.

—Entonces, la pérdida de nuestras fuerzas es…

—Sigue siendo una cagada colosal. ¿Alguna noticia sobre el número de bajas?

—Hemos perdido todo un batallón, señor.

—¿Y su equipo?

El coronel tan sólo sacudió la cabeza.

—Maldición. Ahora vamos a tener que redibujar todo el programa de operaciones psicológicas. Y volver a grabar todos esos noticiarios… ¡Maldita sea!

—Que toda una fuerza de seguridad fuera aniquilada por esas supuestas bandas no va a ayudar a vender la idea de la privatización, señor.

—Ya veremos todo eso. Sólo necesitamos que la Operación Exorcista tenga éxito, o todo esto volverá para pasarnos factura.

Sebeck recuperó el sentido cuando lo arrastraban a través de un campo tirándole de los codos. Era de día, así que debía de haber estado inconsciente un buen rato. Se sentía aturdido, como si lo hubieran drogado. Tenía las manos atadas con correas de plástico a la espalda, y una cinta le cubría la boca. Sus gafas HUD habían desaparecido hacía tiempo. Y su casco blindado. El chisporroteo de los disparos de armas automáticas podía oírse a lo lejos, recalcado por los soldados que hablaban por radio.

—Tango. Delta, Zulú. Cinco, seis, tres. Permiso para extracción. Repito, permiso para extracción. Cambio.

Sebeck dobló el cuello para ver qué tenía detrás, pero era demasiado difícil. Mientras lo arrastraban, pasó ante una docena de soldados mercenarios que reían y hacían comentarios jocosos. La situación empezaba a quedar clara.

Su misión había terminado. Había fracasado. Los soldados lo llevaron hasta la parte trasera de una camioneta pick-up que esperaba, donde lo arrojaron a la plataforma de carga. Aterrizó de boca sobre el suelo de acero corrugado junto a un inconsciente Price. Nunca se había alegrado más de ver el grueso y enrojecido rostro de su amigo y su ancha nariz. Al menos seguía respirando.

El portón trasero se cerró de golpe, y la camioneta arrancó. Sebeck trató de apartar la cara de la áspera superficie de metal. Consiguió colocarse de costado y vio árboles que iban quedando atrás.

Poco después la camioneta recorría tan rápido una carretera que los soldados que tenía a cada lado tensaban los músculos para amortiguar el impacto de los baches. De vez en cuando abrían fuego contra blancos invisibles, pero por lo demás, él sólo escuchaba el rugido del motor.

Minutos después se desviaron de la carretera y pasaron a terreno más silencioso: hierba, tal vez. La camioneta se detuvo, y los soldados bajaron. Entonces lo agarraron por los tobillos y lo sacaron del vehículo, haciendo que su cara y su hombro golpearan el suelo primero. Lo arrastraron varios metros por la hierba, mientras se esforzaba por levantar la cabeza del barro. Finalmente, le soltaron los pies y tiraron de él de nuevo por los codos.

Al echar un vistazo alrededor, Sebeck advirtió que estos hombres no lo veían como un ser humano. Era como un trozo de carne. Un objetivo. Nada más.

Pudo oír a otro mercenario tras él hablando por radio. No comprendía por qué de pronto se comunicaban por radio. ¿Sería porque las emanaciones de banda ultraancha de la red oscura desmantelaban otras comunicaciones por radio? Probablemente lo estaba interpretando mal. O tal vez los pesos pesados de Defensa estaban empezando a intervenir. Alguien había inventado la banda ultraancha, después de todo, y él no creía que fuera Sobol.

Vio que había veinte o treinta soldados en el campo, todos vestidos de granjeros o de trabajadores, algunos con vendas en los brazos y piernas, reales o falsos. Eran una mezcla de razas. Lo que los unía era la misión. O su contrato.

Unos cuantos se le acercaron con lo que parecía ser el arnés de un paracaídas. Lo agarraron bruscamente y se lo pusieron en el torso. Mientras lo hacían, él pudo ver a otros dos hombres que desenrollaban un cable de acero de un carrete.

Uno de los soldados, un latino con el tatuaje de una lágrima bajo un ojo, lo agarró por la mandíbula.

—¡Vas a hacer un viaje, tío!

Soltó una carcajada y lo puso de espaldas contra el suelo para que pudiera ver lo que parecía un globo atmosférico que se elevaba, arrastrando consigo un cable de acero. Sebeck pudo ver otro globo alargado y transparente más arriba, ascendiendo con un cable debajo. Justo entonces vio a Laney Price alzarse y salir disparado hacia arriba.

¿Qué demonios?

Entonces un cable de acero se alzó en la hierba cercana, tensándose justo cuando el arnés de Sebeck lo hacía. De repente se vio lanzado hacia el cielo, ascendiendo rápidamente. Se retorció, viendo cómo el suelo iba quedando más abajo. En unos instantes estuvo a docenas de metros de altura y pudo ver el lejano pueblo de Greeley, todavía envuelto en columnas de humo negro. También pudo ver las granjas calcinadas que salpicaban el paisaje, una escena de devastación. El único signo de esperanza era el variado paisaje de hierba, cosechas y retoños en los huertos recién plantados.

Sin embargo, mientras seguía ascendiendo, alzándose decenas de metros en el aire, su visión se amplió, y captó la imagen superior que era el gran océano de maíz donde estaba plantada esta isla de variedad. El monocultivo de maíz se extendía de horizonte a horizonte, y ninguna de esas granjas estaban ardiendo.

Permaneció allí flotando, advirtiendo la inmensidad de su fracaso. Ni siquiera habían hecho una muesca en el antiguo sistema. Y se los estaba llevando por delante… para desaparecer para siempre.

Siguió elevándose, escuchando el chasquido del cable de acero contra la parte trasera de su arnés mientras oscilaba con el viento. Se preguntó por qué no tenía miedo de la altura. Entre sus pies podía ver los cientos de metros que lo separaban ya de la llanura. Había llegado al nivel de las nubes cercanas.

Entonces oyó el rugido de aparatos aéreos que se acercaban. Agitó el cuerpo como pudo para poder ver, y allí, a varios kilómetros de distancia, vio lo que parecía el morro de un avión de carga C-130 que cortaba el viento en ruta de colisión hacia él. Lo miró con asombrado silencio.

No me jodas

A medida que el avión se fue aproximando también vio lo que parecía una horquilla en forma de uve que surgía del morro del aparato y se extendía desde el fuselaje. Era una horquilla de recolección, y mientras seguía mirando, el C-130 se lanzó directamente hacia el globo. Sebeck dio un respingo cuando el aparato rugió sólo a diez metros por encima de él.

Al hacerlo, la horquilla de acero enganchó el globo, tirando instantáneamente del cable y acelerando su cuerpo con tanta violencia que volvió a perder el conocimiento.

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