France

France


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Diez años después.

 

—Ah, estás aquí. —La voz de Yrre llegó por su espalda.

Estaba de pie sobre el pico más alto que había en el territorio de las razas. Mirando la ciudad de Juneau a lo lejos y disfrutando del frío.

—Sí, estaba admirando el paisaje y a Loren.

Él la abrazó por la espalda y ella apoyó la cabeza en su hombro mientras Yrre besaba su cuello. Track, el lobo de su compañero, merodeaba cerca con Hela.

—¿Loren? —preguntó Yrre, envarándose de repente—. ¿Dónde está?

Su hija estaba dando saltos de un peñasco a otro, se alzaba a unos diez metros de altura y se dejaba caer. Las carcajadas de la niña retumbaban en el valle.

—¡France, es demasiado pequeña!

—Tiene nueve años, yo a su edad ya había recorrido toda Alaska.

Se apartó de ella y se asomó al borde.

—¡Loren! —gritó preocupado.

—¡Hola, papá! ¡Mira lo que hago! —se lanzó al vacío, pero aterrizó con maestría sobre una roca.

—Oh, joder —susurró.

—Cariño, está protegida, no puede pasarle nada.

Yrre la miró.

—Es una insensata, igual que su madre.

France se rio.

—Ya ves, te elegí como compañero —dijo dándole un empujón en el hombro que lo desplazó diez metros.

—¿Qué has dicho? —inquirió avanzando hacia ella.

Yrre seguía siendo tan atractivo como la primera vez que lo vio. Su gran altura y sus anchos hombros la hacían parecer pequeña, y ahora que lo miraba mientras caminaba despacio, con sus negros ojos clavados en ella, le recordaba a un depredador.

—Es la cosa más estúpida que he hecho en mi vida, y he hecho muchas —soltó riéndose.

—¿Te arrepientes?

—Yo no he dicho eso, amor mío. —Se carcajeo mientras él se acercaba más y más.

—Ah, ¿no?

—Solo necesito que me recuerdes más a menudo lo bueno que eres con esa maldita lengua.

La cogió por detrás de las rodillas y se la cargó al hombro.

—No hay problema, nena.

Aparecieron en la habitación del sótano de la casa que había sido de France y que ahora también le pertenecía a él. France estaba atada a una madera completamente desnuda. A una altura de unos dos metros.

—Ohhh eso se llama eficacia. —France miró hacia abajo, su compañero también estaba desnudo y lucía una sonrisa lobuna.

—Desde aquí te ves preciosa.

—Oh. ¡Haz algo!

La carcajada de Yrre no se hizo esperar. Se acercó a ella y su boca fue a parar directamente a su sexo.

—¡Sí!

Yrre sonrió mientras usaba la lengua con maestría, sabía lo que le gustaba a su compañera y oírla gemir lo estaba calentando más de lo que ya lo estaba. Utilizó los dedos sin separar la boca mientras con la otra mano alcanzaba sus pechos; llenos, exuberantes.

France gritó cuando alcanzó el orgasmo y él siguió lamiendo su centro lentamente hasta que se calmó.

Levitó en el aire y levantó sus piernas para que ella las apoyara en su cintura.

—¿Sigo siendo bueno? —preguntó desatándola.

—Te lo diré dentro de trescientos años. —Su voz sonó ronca.

Envolvió el masculino cuello con las manos y lo besó con furia. Abrazada a él el tiempo parecía detenerse. Como si solo ellos existieran sobre la faz de la Tierra.

—Te quiero, nena. Aunque me hagas sudar para obtener un cumplido.

Se rio contra sus labios.

—Los cumplidos están sobrevalorados.

—¿En serio? —preguntó entrando en ella.

—Ajá. —Cerró los ojos ante la invasión, la placentera invasión.

—Te necesitaré siempre, France.

Las manos de Yrre estaban ancladas en su trasero guiando los movimientos y profundizándolos cada vez más. Lo que hacía que el placer se construyera de nuevo.

—Córrete para mí.

Y lo hizo, se dejó llevar, voló muy alto y se dejó caer cuando él empezaba a apretar los dientes y a inclinar la cabeza hacía atrás. Besó su cuello y absorbió el aroma de Yrre, ese que siempre llevaba consigo y que la hacía estremecer.

No era muy dada a las muestras de cariño, pero él ya la conocía y lo aceptaba. También estaba el hecho de que si Yrre daba el primer paso ella lo seguía. Junior y Loren crecían sanos y fuertes, y toda la felicidad que sentía se la debía a él, que había demostrado ser un gran padre y mejor compañero. La adoraba y nunca lo ocultaba.

—Al final acabas acatando órdenes. —Sus palabras la sacaron de su mente de golpe.

—Solo en el sexo —contestó levantando una ceja.

—Sé de otras cosas que también te gusta acatar —dijo dando una sonora palmada en su culo.

—¡Ja! Y algunas que no sabes —se burló.

—Maldita hembra, eres una caja de sorpresas. Te quiero tanto que tengo miedo a perderte.

Su sonrisa se borró de golpe.

—Eso nunca, Yrre. Estoy aquí, no me iré a ninguna parte. Te quiero.

Terminaron abrazados sobre la cama de la habitación donde solían dar rienda suelta a su amor. Sus hijos no conocían su existencia, ni lo sabrían jamás. Hizo un barrido mental y supo que los dos estaban bien.

—Están bien. —Yrre sabía siempre cuando ella buscaba a sus hijos.

—Lo sé.

 

***

 

Aunque Alistair era el líder del clan de los hermanos, era ya tradición celebrar las fiestas navideñas en casa de Neoh. Las humanas se negaban a dejar esas costumbres y aunque ella no lo diría en voz alta, le había acabado gustando eso de reunirse todos en la misma mesa. Una mesa que cada vez era más grande.

—Bienvenidos —los saludó Ariadna cuando abrió la puerta.

—Hola, Ariadna —Yrre la besó en la mejilla y entraron. Loren iba dando saltitos en busca de Aaron, el hijo de Ylva y Alistair.

Entrecerró los ojos mirándolos.

—¡Eh! Debéis besaros debajo del muérdago —advirtió Ylva con sorna.

La niña, porque por muy adulta que fuera siempre sería «la niña», tocándole los ovarios no tenía rival. Puso los ojos en blanco y besó a Yrre.

—¿Contenta? —preguntó pasando por su lado.

—Te estás ablandando, tía France.

Algunos se rieron y ella la fulminó con la mirada.

—Dile a tu hijo que mantenga las manos quietas cuando esté cerca de Loren.

La carcajada de Alistair inundó el salón.

—Joder, France. Que tienen diez años.

—Yo solo te aviso, algún día querrás ser abuelo, ¿verdad?

En cuanto hacía alusión a dejar a machos capados las cosas se calmaban.

—Está bien, no sufras.

Pero la risa de Ylva seguía ahí, no temía por su hijo, Aaron. No la tomaba en serio, tal vez si algún día pillaba a Aaron a solas…

—Olvídalo, nena. Vamos a cenar.

La comida era deliciosa. Lo cierto era que cuando Ariadna, Lidia y Nora se unían en la cocina hacían verdaderos manjares.

Todos se iban pasando los abundantes platos de comida y parloteaban al mismo tiempo. La verdad era que habían llegado a formar una gran familia, aunque no de sangre. Pero como había visto infinidad de veces a lo largo de su vida, no siempre eran los lazos familiares los que triunfaban.

Cuando era casi medianoche salieron todos a la terraza, la casa de Neoh quedaba muy alta, por encima de los abetos y se veía la ciudad de Juneau en la lejanía totalmente iluminada.

—Mamá. —Junior apareció por un lateral de la casa y dando un salto subió a la terraza.

—¿De dónde sales?

—He ido a abrir la puerta, ha venido papá.

Viggo entró llevando de la mano a Lira, su compañera. Una hembra muy guapa, morena y exótica. Al padre de su hijo le había dado por viajar. Ella sabía que le había dolido que terminase uniéndose a Yrre, ya que tenía la esperanza de que ellos dos llegaran a algo más. Pero en uno de esos viajes aterrizó en Japón, y allí encontró un clan de su mismo linaje, y a su compañera de vida. Su verdadera compañera.

Se alegraba por él, era feliz y se reflejaba tanto en su mirada como en la de Lira.

Se repartieron botellas de vino espumoso y copas, después de los pertinentes saludos, y todos esperaron a que los fuegos artificiales, que se lanzaban desde la ciudad, ascendieran y surcaran el oscuro cielo.

Kaira, la chica que había ayudado a Storm en Noruega cuando este fue apresado, también acudió a casa de Neoh. Ahora era una mochilera que iba de ciudad en ciudad y parecía disfrutarlo. France y ella habían tenido una relación hacía años y guardaba un buen recuerdo.

Tollak, el primogénito de Storm, había dejado sus obligaciones de líder noruego para acudir con su compañera y sus hijos a la cena de fin de año. Storm, Viggo y él parecían tres copias exactas.

Miró a Storm y no dejó de admitir que se sentía bien verlo tan contento, rodeado de los suyos. Sus miradas se cruzaron, y él guiñó un ojo con complicidad, esa que siempre estaría allí.

Observó a Liliana, la única hembra que había sobrevivido en el clan de Storm tiempo atrás, ahora tenía compañero y dos hijos. Después de todo, su linaje no caería en el olvido.

El primer estallido se oyó en la distancia y todos aplaudieron, menos ella, que le seguía pareciendo una soberana idiotez lo que hacían esos humanos.

De repente, Loren, que estaba delante de la baranda de madera junto a Aaron levantó su manita y posicionó sus dedos como si mantuviera una pistola en la mano.

—¡Pum! —dijo moviendo el pulgar y fingiendo que había dado en el blanco.

Todos se quedaron mirando a Loren y unos segundos después estallaron en carcajadas.

—Desde luego, no se puede negar que es tu hija —dijo Storm.

—Esto es increíble —se carcajeó Elm.

—¿Qué pasa? —preguntó Yrre.

—Es una larga historia —contestó Susan ante el cachondeo general.

Ella miró a su hija fijamente.

—Algún día le enseñaré a hacerlo.

—Conmovedor —resopló Neoh.

Yrre, a pesar de no saber de qué estaban hablando, se rio ante el tono de Neoh. France se giró y lo abrazó, escondiendo el rostro en su cuello.

—Feliz año nuevo, cariño.

—Feliz año nuevo, nena.

Fin

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