France

France


Capítulo 16

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Capítulo 16

 

 

Yrre consiguió meterse en una grieta lo suficientemente grande para él. Y se encontró con el laberinto de caminos que conducían al profundo corazón de la montaña. Iba a ciegas y el calor era extenuante, pero caminó intentando no hacer demasiado ruido y regulando su temperatura corporal. La irritación estaba haciendo cada vez más efecto conforme avanzaba.

Dos malditas horas después seguía sin encontrar ni rastro de France, tal como estaban las cosas iba a necesitar ayuda. Sabía que su compañera no quería que él estuviera allí. France lo estaba dejando a un lado deliberadamente. Tal vez sería mejor volver a enfrentarse a Agor y sacarle la mierda a golpes.

Se presentó en el consejo de nuevo y cuando todos los líderes del clan de Alaska se reunieron, explicó la situación.

—Tenemos que movernos —expuso Neoh.

—No permitiré que esto os salpique, yo os he traído la guerra a casa y tengo que hacerme cargo de la situación, pero necesito ayuda —explicó apesadumbrado.

—Si France muere….

—Lo sé, tengo que terminar con esto.

—Dejaremos a algunos hombres para custodiar el consejo y saldremos en su búsqueda. Son cuatro los componentes de mi clan que están en peligro —decretó Alistair.

Viggo se acercó a Yrre y le puso una mano en el hombro.

—No puedes estar en dos sitios a la vez, creo que no tienes ese poder.

Yrre lo miró sorprendido por su tono amistoso.

—No, no puedo hacer eso.

—Entonces acaba con ese grano en el culo que tienes por primo y deja que nos ocupemos de encontrar a los nuestros.

Necesitaba encontrar a France, pero si no ponía remedio a la situación de su propio clan, Agor podía hacer que la montaña se viniera abajo.

—He podido poner algunos refuerzos mentales dentro de las grutas por las que he pasado, creo que en un primer intento de sabotaje por parte de Agor aguantarán, pero deberéis ser rápidos. Acudiré en vuestra ayuda en cuanto pueda.

—¿Y dices que Agor es el culpable? ¿Él pudo entrar aquí? —inquirió Alistair molesto.

—Tenemos algunos poderes curiosos, entre ellos, los de desentrañar las protecciones de otros clanes. Solo a mi primo se le ocurriría usarlas sin comenzar un conflicto. Pero tuvo ayuda, y esa parte está controlada.

—Espero que todo esto no sea una vil patraña, Yrre —amenazó Tahiél.

—Sé que no confiáis en mí, pero ser el compañero de France debería darme un poco de credibilidad.

—Ella no ha cerrado el vínculo…

—Lo sé —admitió ante Elián.

Algunos no eran líderes, pero parecían ser consejeros de Alistair, el joven jefe del clan.

—Pero también te diré que la conocemos, y es una hembra bastante obtusa —añadió Elm.

Obtusa, descarada, tozuda, alocada, temperamental y un largo etcétera que no era el momento de enumerar, pero también estaba enamorado de ella, y eso era inquebrantable.

Otto sonrió.

—Te deseo una larga vida a su lado.

Perfecto.

Recorrió con la mirada los rostros de los machos allí reunidos, y no tuvo la menor duda de que todos se compadecían de él.

Se restregó la cara con las manos y gruñó.

—Ella no puede morir, ni su hijo.

—Busca a tus hombres, hazlo cuanto antes.

Y entonces tuvo una idea. Podía alejar a Agor de Alaska de otra manera. Si las mujeres y niños quedaban protegidos aquí, él podía maniobrar mejor.

—Seré rápido. Os agradezco vuestra ayuda.

Después de pasar la información mentalmente a Viggo, de la ubicación de la montaña y de las posibles entradas a ella, se despidió de todos.

—Viggo, ¿podemos hablar en privado? —pidió al hijo de Storm y padre de Junior.

—Por supuesto.

Se apartaron un poco.

—En casa de France hay un lugar… digamos que es una habitación para jugar.

—Sí, lo sé.

Y esas palabras se clavaron en su alma, joder, era de suponer que Viggo conocería el lugar. Aun así…

—He tenido que ejecutar a dos componentes de mi clan, por traición. Deshazte de los cuerpos y trae a la mujer que he dejado con vida, aunque deberéis mantenerla vigilada.

—¿Son los traidores?

—Sí, gracias a ellos Agor ha podido encontrarnos. Pero tengo que tener unas palabras con ella antes de…

—Joder, está bien, lo haré —le cortó adivinando cómo terminaría esa hembra.

—Gracias.

Hizo una breve reverencia con la cabeza y fue en busca de sus hombres. No sin antes poner una protección en la mente de la compañera de Alexo para que llevara el duelo lo mejor posible. Ella no merecía morir por las acciones de su compañero de vida.

 

Media hora más tarde, Yrre y sus hombres estaban mirando con consternación lo que un día había sido su hogar: las casas estaban quemadas y los cadáveres sembraban el lugar.

—Maldito Agor.

—Mujeres y niños en su mayoría —dijo Aart con tristeza.

—Tenemos que acabar con él —añadió Fugol.

Sus hombres no tenían ningún problema en verbalizar lo que sentían. Él no, la tristeza no le dejaba hablar.

El olor a cuerpos quemados casi no le dejaba respirar, su primo se había vengado por fin y había traicionado la confianza de los que le habían seguido en sus ideales y esos enormes aires de grandeza. Estos pobres incautos habían creído cada una de sus palabras y ahora estaban muertos.

—Yrre…

—¡Qué!

Aart no dijo nada más, pero lo observó.

—No es tu culpa —expuso Sceadu.

—Sí, si lo es, no vi venir esto.

Sus hombres negaron con la cabeza.

—Cualquiera de nosotros hubiera actuado igual, maldita sea; había amenazado justamente con esto y tu decisión ha salvado vidas. Nadie hubiera adivinado que mataría a sus propios seguidores —argumentó Sceadu.

—No he podido salvarlos de la masacre…

—Ellos eligieron bando… —dijo Wulf.

Sus hombres, los que eran fieles a él, intentaban protegerlo de sus propias decisiones.

—No es excusa para mí —decretó.

—Echemos un vistazo, por si hay supervivientes —propuso Putman.

Caminaron por el centro del poblado, sus botas levantaban polvo y sus ojos no dejaban de recorrer la devastación.

—¿Estáis viendo lo mismo que yo? —preguntó de pronto Aart.

Todos siguieron la mirada de su hermano. En lo alto de la colina estaba la que había sido su casa.

Ni siquiera había caído en la cuenta de que su hogar se hubiera podido salvar del incendio.

—Es extraño —dijo ladeando la cabeza.

—Deberíamos ir a comprobar…

—Aart, echad un vistazo, revisad vuestros hogares y cuidado con las trampas. Yo me ocuparé de mi casa.

—Nuestras familias están a salvo, solo hemos perdido cosas materiales, eso tiene arreglo.

—Lo sé, aun así, hacedlo. Eran parte de nuestra raza, no merecían esto.

Fue una orden directa que todos tuvieron que acatar mientras él se encaminaba hacia la colina.

A solo veinte metros de distancia pudo sentir que había alguien ocupando su antes hogar, y se puso en guardia.

Deshizo la protección solo con el pensamiento y entró. Varias familias estaban acampadas en el salón, mujeres y niños en su mayoría. Eran poco más de veinticinco, y teniendo en cuenta que su poblado se componía de más de quinientas almas, estos eran pocos.

—¡Yrre!

Los observó detenidamente, no habían encendido la chimenea. Supuso que no querían llamar la atención de nadie si había humo saliendo por la chimenea exterior. Estaban cubiertos por mantas y pieles de oso, esto último era algo que le revolvía las entrañas.

—¿Estáis todos bien?

—Sí, gracias por haber venido… —dijo una joven hembra que no dejaba de temblar bajo una manta.

—No tan deprisa. Explicadme lo que ha pasado.

—Agor nos dijo que tenía que arreglar un asunto y se fue con sus hombres. Dos días más tarde volvieron algunos de ellos y prendieron fuego a nuestros hogares. Pudimos huir a tiempo.

—Sabíais perfectamente de qué asunto se trataba, ¿cierto?

—Fue a buscarte —admitió uno de los hombres.

—¿Y a ninguno de vosotros se os ocurrió que eso no podía ser bueno para nadie?

Ninguno abrió la boca, su presencia imponía, y él lo sabía.

—Te fuiste… —dijo otro por fin.

—Salvé a los que advirtieron esto como un verdadero peligro, y después de ver cómo está todo, no se equivocaron. Lo que tenga que solucionar con Agor no podía pasar en el poblado. Eso os lo expliqué, y preferisteis seguir a ese loco.

Otra vez se hizo el silencio, parecían estar bastante arrepentidos, pero él era el verdadero líder y no dejaría pasar que los mismos que le habían dado la espalda quedaran impunes.

—Las mujeres y los niños podéis quedaros.

Se oyeron varios jadeos.

—Vosotros vendréis conmigo.

Solo tuvo que levantar la mano para hacer que todos los hombres desaparecieran al instante.

Cuando los tuvo encerrados en las celdas subterráneas justo debajo de su casa, todos empezaron a protestar.

—¡No puedes alejarnos de nuestras familias, no sobreviviremos a esto!

—No va a haber ningún juicio, vais a estar aquí durante diez años. Podréis soportarlo.

—¡No te traicionamos! —gritó otro.

—Tampoco apoyasteis mi postura, que no era otra que la de preservar nuestras costumbres. —Habló de manera tan calmada que estaba seguro de que eso era lo que más temían.

Cada uno de ellos estaba en una celda, en total eran siete.

—Alguien se ocupará de alimentaros.

—¡No, Yrre!

—¡Espera!

Los gritos de esos presos quedaron en la distancia cuando volvió a aparecer en su casa.

—¿Por qué, Yrre? —preguntó una de las hembras.

—¿Dónde está? —inquirió obviando a Owa.

Todas las mujeres guardaron silencio.

—¡No lo preguntaré de nuevo! ¿Creéis que soy idiota? Agor no dejaría esto sin vigilancia. ¿Dónde está Derian?

Los ojos se agrandaron por la sorpresa.

—¡Hablad, o ateneos a las consecuencias!

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