France

France


Capítulo 22

Página 23 de 27

C

a

p

í

t

u

l

o

2

2

 

 

France conducía el todoterreno con cuidado, había nieve y hielo en la carretera. Normalmente no lo usaba, pero desmaterializar a su hijo era demasiado. Con seis años ni lo intentaría, no hasta que fuera adulto.

En la radio sonaba Do I Wanna Know? de Arctic Monkeys.

—¡Mamá! —gritó Junior por encima de la música, a pesar de no llevar un volumen alto.

—¿Por qué gritas, Junior? —preguntó mirando por el retrovisor.

Iba sentado en una sillita de esas que evitaban que los pequeños se estamparan en caso de accidente. Ella nunca permitiría que algo así le ocurriera a Junior. Tenía poderes, no era una simple e inútil humana.

Le gustaba recordárselo continuamente, se regodeaba en ello. Su raza era superior; ella era superior.

—Tú les gritas a todos —soltó el pequeño sacándola de sus divagaciones.

—Touché. —Puso los ojos en blanco.

—¡¿Qué?!

—Nada, pronto llegaremos, cariño.

Acababan de dejar atrás el ferry y aún quedaban unas horas de camino.

—¿A dónde?

—Quiero que conozcas un lugar muy bonito. El lugar en donde nací.

—¿Cuándo naciste, mami?

Miró su regordeta cara. Pronto empezaría el colegio de nuevo, y su hijo no podía ir diciendo por ahí que su madre tenía más de mil años.

—Tengo treinta y dos años —mintió para desviar el tema del año de su nacimiento.

—¿Es una broma? —preguntó Junior inocentemente.

—No.

—El abuelo dijo que tenías cuarenta y cinco.

—¡Niño!

Maldito cabrón hijo de puta. Iba a darle una paliza a Storm en cuanto lo viera.

De repente, la infantil risa de Junior inundó el habitáculo.

—Vaya, ¿ahora te ríes?

—El abuelo también me dijo que si te enfadabas es que era verdad.

Definitivamente, Storm necesitaba morir.

—No le hagas caso, cielo —sonrió dulcemente—. Desde que lleva pañal ya no se acuerda de la edad que tenemos.

Junior abrió los ojos como platos.

—El abuelo Storm, ¿se hace pis encima?

—Sí, cariño, eso les pasa a veces a las personas mayores. Pero si se lo dices, se enfadará.

Observó la reacción de su hijo, el niño miraba el paisaje pensativo.

—Como tú.

Apretó los dientes.

—Sí, se enfadará como yo. —Intentó no gruñir.

De pronto, Junior aplaudió, haciendo que Hela y Thor, que iban uno a cada lado de su pequeño, dieran un respingo.

—Yo ya no llevo pañales porque soy mayor.

—Exacto.

—¿Por qué no ha venido papá? —preguntó frunciendo el ceño, como si acabara de recordar que Viggo no estaba allí.

Porque se estaba tirando a dos italianas, aunque tampoco lo había invitado a este viaje. Pero, tal como dictaban las leyes, había ido a informarle de que se iba y el lugar exacto. Alistair pondría el grito en el cielo y ordenaría su búsqueda si no sabían nada de ella y de su hijo.

—Está ocupado.

—Ah.

El tipo de música que ahora sonaba iba a un ritmo más lento y su hijo empezó a cerrar los ojos. Ella se centró en la carretera mientras pensaba en Yrre. El tío había intentado por todos los medios sacársela de encima, había confiado en una humana que ni siquiera valoraba su vida, y había antepuesto el placer de matar a su primo a su reciente vínculo. Así que ella también había cortado por lo sano.

Ellos no podían elegir, cuando encontraban a su compañera se veían abocados a esa relación. Pero ella sí podía hacerlo y si él no quería ese vínculo no iba a ser France quien lo obligase.

Era su problema.

Pero entonces la carretera empezó a desdoblarse. ¿Qué coño? ¿Estaba llorando? Maldita sea. Era su conciencia la que lloraba, sabía que Yrre, hombre tozudo donde los haya, se estaba marchitando, no se había dignado a aparecer por Alaska. No había ido a disculparse. Pero sus almas tiraban una de la otra.

Mierda.

Cuando llegaron a la cabaña que había alquilado, sacó al pequeño aún dormido y entró, era pequeña pero acogedora. Después encendió la chimenea. Y se recostó en el pequeño sofá que había enfrente del fuego.

Despertó poco antes del amanecer.

Hoy se había vestido con unos vaqueros, un jersey de lana marrón oscuro de cuello vuelto y botas de montaña. Quería pasar desapercibida, iba con su hijo y no necesitaba llamar la atención de nadie.

—¿Vamos? —preguntó a su hijo.

—Sí —contestó peleándose con su anorak de plumón.

Lo ayudó y salieron hacia el camino. Caminaron un buen rato hasta llegar al río.

—Mamá, ¿cómo se llama este sitio?

—Delta Junction.

—Ah.

Cuando ella nació aquí, este lugar ni siquiera tenía nombre, era un gran río rodeado de abetos enormes y frondosos que no dejaban ver el horizonte. Más tarde, sus padres se mudaron a Juneau, pactaron con otro clan y tuvieron trabajo. Intentaba recordar sus rostros, pero era imposible. Cuando ellos murieron ella era solo una cría, no había fotos ni nada para poder recordar. Todo había desaparecido en la revuelta.

—Es bonito.

—Sí, lo es —respondió a su pequeño.

No hacía demasiado frío y algunos pescadores estaban pescando en las heladas aguas.

—Mira que pez más grande.

—Es un salmón.

—Baila.

«Se está muriendo» hubiera debido responder, pero Aisha siempre le decía que ante su pequeño debía suavizar esos arranques suyos de sinceridad.

—Sí, baila —contestó sintiéndose idiota.

Su pequeño corría avanzando unos metros y después volvía para señalar algo que había llamado su atención: un barco de recreo, un ave enorme, un camión. Cualquier cosa despertaba la curiosidad de su hijo. Y los lobos iban detrás de él.

—¡Abuelo! ¡Abuela!

¿Qué?

—Junior, no creo que te oigan, están lejos. En Juneau.

—Mira, mamá, allí.

Siguió la dirección de su dedito y efectivamente, Storm y Susan avanzaban hacia ellos cogidos de la mano. Había creído que su hijo estaba jugando o algo así.

—¿Qué hacen aquí? ¿Es que no puede una chica irse de vacaciones con su hijo?

—¡Mamá! Yo estoy contento de que hayan venido.

Ellos estaban aún a unos cien metros de distancia. Susan no podía oírlos, pero la sonrisa de suficiencia de Storm le dijo claramente que él sí.

«No te cabrees, solo hablaremos un momento y nos iremos, estamos de paso», aclaró Storm en su mente.

«¿De paso? Y una mierda».

—Hola —saludó Susan.

Junior se tiró a sus brazos.

—Hola enano. —Storm revolvió el pelo de su nieto que estaba en los brazos de su abuela.

—Viggo nos dijo dónde estabas —dijo a modo de disculpa al ver que ella no abría la boca.

—Vuestro hijo es un bocazas, le dije que no se lo soltara a nadie.

—Siempre le he sacado las cosas, ¿Qué te hace pensar que ahora no podría?

—¿En serio? Pues los tiene negros ya.

—¡France! —exclamó Susan sin poder contener una carcajada.

Miró a Junior, pero este estaba señalando una hamburguesería.

—Tengo hambre, mamá.

Storm cogió al pequeño y lo sentó en sus hombros.

—Vamos, os invito.

Todos empezaron a caminar menos ella. Joder, ¿cómo había llegado a esto? Tres días, solo quería tres días con su hijo. No era tan complicado, solo debían dejarla en paz.

—France, vamos —Susan se puso a su lado.

—Está bien, no tardéis en largaros —susurró para que Junior no la oyera.

—Chica, que impaciente. —La miró de reojo—. Te sientan bien los vaqueros, creo que es la primera vez que te veo vestida con ropa informal.

—Ajá.

Se sentaron en una de las mesas y pidieron sendas hamburguesas, su hijo tragaba como un camionero ruso. Después comieron postre y Junior pidió ir al parque infantil que había al otro lado del cristal. Podía vigilarlo desde donde estaba, aun así, le pidió que no se alejara.

Miró a los abuelos de su hijo que estaban frente a ella.

—¿Por qué habéis venido?

Storm y Susan se miraron.

—Cuanto misterio… —En su voz se reflejaba lo que la aburría la situación.

Susan sonrió.

—Hace tiempo que queremos decirte algo, darte las gracias por lo que hiciste.

Storm había cerrado la mente, así que no pilló ni un atisbo de lo que quería decir Susan. Ella buscó la mirada cómplice de su compañero y puso una mano sobre las de ella, que estaban una apoyada sobre la otra en la mesa.

—¿Darme las gracias?

—Soy humana —dijo Susan bajando la voz e inclinándose sobre la mesa.

—Vaya, ¿y cuándo lo has descubierto? Debería darte el pésame —contestó imitando su voz tenue.

—France, esto va en serio —dijo Storm.

—Vale, sigue. —Agitó la mano mientras echaba un vistazo a su hijo que acababa de bajar por un tobogán.

—Se suponía que no podía tener hijos con Storm, sin embargo, los tuve.

Se envaró en su silla.

—Eso es una buena noticia, ¿no? Deberías agradecer a los cielos…

—Basta, France. Algún día, tarde o temprano, lo iba a descubrir.

No contestó.

—Las chicas nunca han dejado de preguntar cómo había sido posible. Lidia, Nora y Ariadna, no se lo explicaban. Hasta que una dijo que tal vez yo tenía genes de vuestra raza. Y ahí terminaron las preguntas.

—Buena explicación —dijo sin ninguna inflexión en su voz.

—Lo hiciste tú —decretó Storm.

Lo miró con ojos acerados.

—Tú hiciste que Susan y yo pudiéramos tener descendencia. No te vamos a preguntar por qué, tus razones tendrás…

—Por Viggo —cortó Susan—. Soy mujer, soy humana, pero no soy idiota, France.

Mierda.

Apoyó las manos en la mesa para levantarse.

—No, no te vayas. No te estoy acusando de nada. Con el tiempo he logrado entenderlo; cuando comprendí que sentías algo por Storm.

Storm miró a su compañera con la frente arrugada.

—No me habías dicho nada.

—No. No hacía falta que esto te lo dijera a ti. Siéntate de nuevo por favor.

—Ya no siento nada por Storm —contestó solo para que se quedara tranquila, ella no era muy dada a dar explicaciones.

—Lo sé, el corazón de una mujer puede albergar muchos secretos. Por eso sé que estás enamorada de Yrre.

—Oh, eso sí que no. —Volvió a levantarse.

—Estate quieta —Storm cogió sus manos—. Tú hiciste esto por ti no por nosotros, pero siempre estaremos agradecidos, por eso hemos hecho algo a cambio.

No quería saberlo.

—Me voy con mi hijo a la cabaña, ya habéis soltado lo que queríais soltar.

Storm levantó una mano e hizo una señal con los dedos para que alguien que debía estar detrás de ella se acercase.

Se giró y vio a Yrre entrar en el local en toda su envergadura. Era más alto que el resto de la gente que lo rodeaba y aunque lo notaba algo más débil y su forma de caminar no era tan sólida como antes, destilaba confianza y seguridad. Todas las cabezas del local se giraron para admirarlo, sobre todo las mujeres. Aunque debía reconocer que también lo habían hecho con Storm.

—Sois unos cabrones —dijo ante las sonrisas petulantes de sus amigos, cuando los miró de nuevo.

—Que te vaya bien, cielo —dijo Susan levantándose.

—Nos llevamos a Junior durante unas horas —informó Storm.

Ir a la siguiente página

Report Page