France

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Capítulo 11

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—Wica.

—¿Wica?

—Sí, quiero que quede claro tanto para ti como para ella que somos compañeros.

—Sí, ya pude comprobar cómo ibas a explicárselo.

—Hemos tenido una relación más o menos estable. Aunque nunca le prometí nada y he tenido a otras hembras durante toda mi vida sexual.

Demasiada información.

—¿Y ella sabía eso?

—Por lo visto, no.

—¿Sabes que algunas humanas son emocionalmente inestables?

—Sí, pero Wica es diferente.

—No, no lo es. Su reacción de hoy no ha hecho más que demostrarlo.

—No hablemos de reacciones, France.

Sí, por poco se la carga. Pero a ella nadie la llamaba loca, solo Aisha tenía permiso para eso.

Joder.

Se levantó de la cama y arrastró el edredón de plumas con ella. No lo hizo para tapar su desnudez, sino porque parecía una mujer más seria si no hablaba en pelotas.

—¿Sabías que teníamos un vínculo y aun así te la ibas a follar?

—Me estaba protegiendo a mí mismo también. No quería aceptar ese vínculo.

Tal vez debería ofenderse, pero la curiosidad pudo con ella.

—¿Puedes hacer eso?

—Puedo hacer muchas cosas, por si todavía no te has dado cuenta. Aunque debo confesar que solo puedo retrasarlo, no anularlo.

Resopló.

—¿Y por qué no quieres estar vinculado?

—Pregunta la que ha estado a punto de arrancarme la cabeza por eso.

Touché.

—Contesta, Yrre.

—¿No es obvio?

Puso los brazos en jarras al mismo tiempo que sostenía el edredón.

—¿No soy suficiente para ti?

—Mas bien lo contrario. Eres demasiado intensa.

¿Cómo coño se tenía que tomar eso?

Se limitó a mirarlo con expresión insolente.

—France, esto es tan nuevo para mí como para ti. Es una gran montaña para superar, y me gustaba mi libertad hasta ahora. Supongo que quería seguir con mi vida a pesar del vínculo que nos une. Pero, aparte de que eres difícil de ignorar, mi corazón y mi alma claman por su compañera. Aun así, lo he intentado todo, y me arrepiento, puesto que eres una mujer maravillosa.

Estaba intentando que la vinculación no se cerrara. Y ahora no sabía muy bien qué era lo que ella deseaba.

—Para tu información; yo sí puedo ignorarte completamente. Y que de alguna manera estés protegiendo a esa humana me hace complicado estar a tu lado.

Y con estas palabras sabía que lo estaba condenando. Ella tenía la sartén por el mango. Una hembra podía desechar a su compañero, pero no al revés. Ellos morían si no eran correspondidos, y en ese sentido la hembra tenía mucho poder. Aunque en la historia de su clan solo se había dado un caso y su difunta madre se lo había contado mil veces.

Pero la manera de actuar de Yrre la había cabreado.

—Puedes hacer eso —concedió.

Las tornas habían cambiado ahora.

—Puedo hacer muchas cosas —contestó repitiendo sus palabras.

Yrre se puso de pie y empezó a vestirse, lo podía hacer solo con la mente, pero podía sentir los engranajes del cerebro del macho trabajar a toda velocidad.

—¿Te vas?

—Me voy.

—¿Por qué?

Se pasó el jersey por la cabeza y la encaró.

—Porque los dos somos poderosos, cada uno a su manera, y esto no nos está llevando a ninguna parte. Nunca he suplicado nada a nadie y no lo haré. Supongo que ya te amaba antes de conocerte, pero no puedo obligarte a sentir lo mismo. Me acabas de rechazar y sabes lo que eso significa. Así que, como comprenderás, tengo muchas cosas que hacer antes de que mi cuerpo deje de funcionar.

Y con esas palabras desapareció.

—No, espera. —Pero sus palabras quedaron en el aire.

—Maldita sea —masculló a la nada.

Se metió en el baño y se dio una ducha caliente.

Tenía que cortar con todo, empezando por todo lo que sintió por Storm y que seguía en su recuerdo. Dejó pasar la oportunidad y verlo feliz debería ser suficiente. Él era su pasado; Yrre su presente. Y joder si no se había enamorado de ese hombre. Pero él había intentado que ese vínculo no existiese, que ella no fuera su compañera y que no fuera consciente de que esa posibilidad existía. Para terminar de solucionarlo, estaba usando a Wica para sobrellevarlo.

Se sentía malditamente rechazada. Y no importaba que él hubiera acudido a ella esta noche, ni que hubieran tenido sexo del bueno, ni que él hubiera desbloqueado el destino que los empujaba el uno hacia el otro.

No estaba preparada para esto, ella era la única mujer en su linaje y una líder. No se iba a lanzar a los pies de un macho después de que intentara esas artimañas para alejarla, aunque fuera temporalmente.

Ya no pudo dormir más y dejando su casa protegida con una cúpula mental se adentró en el bosque.

Hela caminaba a su lado mientras que el lobo de su hijo se había tumbado en la puerta de su gran cabaña, protegiendo también a Junior a pesar de ser solo un cachorro. Era imposible que algo le pudiera ocurrir, ella llegaría en una décima de segundo si alguien intentaba siquiera dar un paso en la entrada.

—Debo irme o notarán mi ausencia.

Dejó de acariciar la cabeza de su loba y se quedó completamente quieta.

La voz de una mujer le había llegado con el viento; débil y lejana. El oído humano no la hubiera captado. Inmediatamente comprobó que venía desde su derecha, posiblemente a un par de kilómetros de distancia. Se aseguró de ir de cara al viento y avanzó hacia esa dirección. Hela se mantenía cerca y no hacía ni un solo sonido. Cuando volvió a oír la voz supo dónde estaba y se desvaneció en pequeñas partículas para estar más cerca sin ser vista.

—Lárgate, hallaré la forma de contactar contigo.

Observó a la mujer, la tenía justo delante, aunque para ella, France era invisible. Era una de las mujeres de la cueva y pertenecía al clan de Yrre. El hombre se desvaneció al momento, su rostro sería difícil de olvidar. Lo vio solo un momento, pero fue suficiente.

Giró sobre sí misma y chocó contra un duro pecho.

«Mierda».

—Tal vez debería presentarme, soy Agor —dijo una profunda voz.

France miró su rostro y dio un paso atrás. Era alto y robusto, con el pelo muy largo y oscuro. Iba armado con una ballesta que descansaba sobre su pecho.

—¿Tan feo soy? —preguntó haciendo una mueca grotesca que pretendía ser una sonrisa.

—Joder, bastante, ¿dónde metiste la cara?

—No te andas por las ramas, eh.

—Nunca lo hago, prefiero el suelo firme.

El tipo puso cara de no entender nada.

Tenía parte de su rostro abrasado, una línea en diagonal, de unos dos dedos de ancho, abarcaba desde su ojo izquierdo, tapado con un parche, hasta la mejilla derecha. La nariz y medio labio superior, eran un montón de piel sobrepuesta, arrugada y brillante.

—Digamos que tuve un pequeño percance con una espada. Pero eso no importa ahora.

France dedujo que la espada debía contener plomo, el único material que los hacía vulnerables. No debía haber ningún sanador cerca cuando fue herido de esa manera, sino no tendría esa horrible cicatriz.

La miró de arriba abajo con el único ojo que le funcionaba, e incluso así pudo ver la lujuria que destilaba su mirada.

—¿Qué te trae por aquí, preciosa? ¿Sabías que es muy arriesgado para tu salud escuchar conversaciones ajenas? Y lo más interesante, ¿por qué hueles a Yrre? —Levantó la mano para que no contestara todavía—. Espera, no me lo digas, eres la compañera de mi primo.

—¿Tu primo?

—El mismo.

—Entonces, ¿tú eres el idiota que pretende liderar el clan de Yrre?

—¿Me acabas de llamar idiota?

—¿No he sido bastante clara?

Agor soltó una carcajada que reverberó en las montañas.

—Vaya, además de bonita te gusta el peligro.

—¿Qué peligro? ¿Tú? No me hagas reír —soltó echándose el pelo por encima del hombro.

Aunque estaba aparentando ser dueña de la situación, no lo podía perder de vista.

—No sabes quién soy ni lo que puedo hacer —dijo él con aplomo.

—Tampoco tú sabes a lo que te estás enfrentando.

—Oh, sí lo sé. Además, acabo de encontrar una moneda de cambio para que Yrre entre en razón.

La que soltó ahora la carcajada fue ella.

—Estás ocupando mis tierras, y no has sido invitado. Esa es razón más que suficiente para que además de tener esa horrible cara termines con tu polla colgando de tu oreja —ladeó la cabeza—. O lo que queda de ella.

El rostro de Agor adquirió una expresión dura.

—¿Te atreves a amenazarme, mujer?

—Oh, sí. Y también a llevar acabo la amenaza.

Se miraron el uno al otro calibrando sus poderes. France dedujo que no era tan poderoso como Yrre y lanzó la primera compulsión mental.

—¡Joder! ¡Atrapadla! —gritó Agor agarrándose la cabeza después de dejar caer la ballesta al suelo.

El muy cabrón había ocultado a sus hombres. Una red de plomo cayó sobre ella. No la quemaba ya que a ella no la afectaba, pero reducía poderosamente su actuación para poder escapar.

—No se quema —dijo un tipo a su espalda.

Giró sobre si misma lanzando fuego a su alrededor y oyó los gritos de los hombres.

—¡No os acerquéis! —exclamó Agor, pero parte de esos hombres ya ardían y aullaban de dolor.

De repente la malla voló por encima de ella. Levantó la cabeza para ver a Yrre quemándose las manos para liberarla.

—¡No! —gritó aterrada—. ¡Yrre, no me estaba quemando!

Yrre soltó la red en el suelo y ella corrió hacia él, que la miraba con el ceño fruncido. Agarró sus manos y las miró, las yemas de los dedos y parte de las palmas estaban en carne viva.

—No debiste hacer eso.

—Si tú mueres, yo muero —aseveró con la mirada tan fría y con tanto desdén, que le dieron ganas de salir corriendo.

—Ah, esa es una buena razón —comentó decepcionada.

—Apareció el caballero de brillante armadura, ahora un poco chamuscado —dijo Agor con sorna.

—Ponte detrás de mí —demandó Yrre mirándola.

—¿Qué? ¡No!

—Joder, France.

—La muñequita se las trae, vas a tener que recordarle quien lleva los pantalones —soltó Agor de nuevo.

France se giró, dándole la espalda a Yrre.

—Que te jodan, Agor —dijo Yrre con voz grave.

—Si no quieres morir esta noche, abandona mis tierras. Ahora —exigió ella.

Esa maldita mueca asquerosa volvió a adornar su cara.

—Podemos solucionar esto fuera de los límites —propuso Yrre—. No debiste venir.

—Te has llevado a una parte de mi clan…

De pronto Yrre estaba a solo dos centímetros de la nariz de Agor.

—He dicho que hablaremos fuera de estas tierras. Y no es tu clan, Agor, recuérdalo. —El tono que utilizó Yrre no daba lugar a réplica.

Agor no se amilanó. Y con su pecho golpeó el de Yrre, aunque este no retrocedió ni un milímetro.

—Perfecto, unos veinticinco kilómetros al este hay una cabaña, mañana a primera hora podremos hablar —aseveró Agor.

—Sé dónde está —dijo ella.

—Tú no vas a venir —soltaron los dos al unísono.

La carcajada que soltó los dejó atónitos. Ella no obedecía órdenes de nadie. Y también estaba el hecho irrefutable de que ella solía hacer lo contrario de lo que se le decía. Malditos hombres.

«Que os jodan».

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