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Madrid. Hospital Universitario de La Paz.

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Madrid. Hospital Universitario de La Paz.

Perteguer abrió los ojos de pronto y se vio solo en la habitación de aquel hospital. Estaba muy asustado. Comprobó que podía mover piernas y brazos y miró en derredor suyo. Un par de tubos le conectaban a unas enormes máquinas. El hombro izquierdo le dolía terriblemente, aunque sospechaba que sin el efecto de los sedantes podría dolerle aún más. ¿Qué había pasado? Estaba forcejeando con un detenido y alguien le disparó por la espalda. ¿Y qué ocurrió después?

Un enfermero pasó por delante de la habitación unos minutos después y se detuvo unos segundos en la puerta. Accedió a la sala al comprobar a través del cristal que el paciente estaba consciente y le miraba.

—Buenos días. ¿Cómo se encuentra?

Perteguer tenía la boca pastosa. Le costó un poco dejar que la voz fluyese por su garganta para tomar forma entre sus labios.

—¿Y mi compañera? ¿Qué pasó…?

—Tranquilo, tranquilo… —El enfermero comprobó el estado de las máquinas y anotó algo en un cuaderno—… ¿Es usted el policía? ¿Cómo se llama?

Perteguer resopló impaciente.

—Rafael Perteguer. Y ahora respóndame. ¿Dónde está mi compañera?

—No resultó herida. Usted fue el único aquella noche. Puede estar muy contento, su novia no se ha separado de usted en todo este tiempo. ¿Sabe en que año estamos?

—En el 2002, espero… ¿Mi novia?

—Sí. Ahora está con sus primos en la cafetería. Una enfermera ha ido a avisarles. En unos minutos aparecerán por esa puerta. ¿Cuántos años lleva en la policía?

Perteguer estaba muy desconcertado. No paraba de mirar a su alrededor escudriñándolo todo como si fuera un animal enjaulado.

—Siete… Escuche… déjese el rollito psicólogo para luego. ¿Mi novia y mis primos?

—No se impaciente… —Meneó suavemente el catéter y dirigió una pequeña linterna hacia los ojos del policía—… ¿Puede decirme cuanto son seis y dos?

—Ocho…

—Perfecto. Ahora mismo vuelvo.

El enfermero salió de la habitación con una sonrisa en la cara y dejando de nuevo a Perteguer en aquella claustrofóbica soledad. La trabajada entrevista del enfermero había surtido efecto, y el cerebro de Perteguer empezaba a carburar. Podía recordar perfectamente aquella noche: el aeropuerto, la persecución en los coches de pista de Iberia, la encerrona en el laberinto…

De pronto se abrió la puerta violentamente. Tras ella apareció Patricia. La cara revelaba que estaba cansada pero alegre. Casi se lanzó sobre Perteguer.

—¡Rafa!

—¡Quieta! ¡Que me vas a desconectar de toda esta movida!

Patricia hizo caso omiso y se abrazó al cuello del policía. Lora y Marta sonreían desde la puerta.

—¡Pero si han venido mis primos! ¡Y mi novia aquí al lado! ¿Puede esperarse una felicidad mayor?

—Siempre tan simpático. —Patricia le besó la frente y se incorporó—. Veo que no te cambian ni a tiros… ¿Cómo estás?

—Pues no lo sé. ¿Cómo estoy?

Marta cogió el cuaderno y lo leyó unos instantes.

—Milagrosamente vivo. Pero ya has pasado lo peor, llevas dos días ingresado. Y te quedan unos cuantos más. —Marta y Lora se acercaron a la cama—. Paciencia…

—Necesito un cigarro.

—Olvídate.

—¡Vamos, Lora!

—Hemos dejado de fumar. ¿Quieres saber cómo acabó todo o prefieres descansar?

—Sentaos… sentaos y contadle al abuelo vuestras aventuras.

Los tres se sentaron en la cama de al lado de la de Perteguer. El primero en hablar fue Lora.

—Mouton ha confesado. En su piso había abandonado varios kilos de ese explosivo de diseño y ejemplares de la Divina Comedia reseñados y subrayados. En la de la «profa» una recopilación de amenazas y el sobre que Iris le envió con las primeras láminas. Hay pruebas suficientes, y el caso está cerrado.

—¿Y Fuster?

—Estaba aislado del mundo en Teruel. Le detuvieron y lo soltamos libre de cargos. Ha puesto una demanda a Mouton por injurias. «Pecata minuta» visto lo que le va a caer. Creo que van a solicitar terrorismo. Por cierto, la lista de viajeros del avión de Iberia era de reservas y nadie ocupó esos asientos. Ahí nos columpiamos un poquito. Y en cuanto a las pruebas de grafología, las cartas las escribió el propio Mouton, aunque el juez no ha querido aceptarlas. Parece que es un poco medieval. Pedro está muy preocupado por ti y te ha enviado una botella de ron.

—¿Dónde está?

—En Afganistán. No preguntes.

—Descuida, no iba a hacerlo.

El enfermero entró en la habitación seguido por un médico de aspecto tenebroso.

—Buenos días. —Su voz afable no casaba con su, a ojos de Perteguer, semblante de vampiro—. ¿Cómo se encuentra?

—Bien…

—Vamos a hacerle unas pruebas. —El médico hablaba con un marcado acento ruso, o algo parecido. En su bata se leía «Dr. Ivanov»—. Ruego a los visitantes abandonen la habitación… ya saben…

Lora y Marta se levantaron y caminaron hacia la puerta.

—Pues hasta luego, primo. Los tíos te mandan recuerdos.

—Vámonos, Lora. Deja al médico con nuestro «primo». ¿Vienes, abuela Patri?

El médico miró a todos con extrañeza y señaló a Patricia.

—¿Abuela? ¿No eres tú la novia?

Patricia sonrió asintiendo con la cabeza mientras pasaba un brazo por encima del hombro de Perteguer.

—Sí, sí… pero en la familia de «Rafita» me llaman «abuela». Es cariñoso ¿sabe? Oiga, ¿podría dejarme dos minutos con él? Le prometo que luego se lo devuelvo.

—Pero no me lo revolucione. Él está convaleciente y no es bueno molestarle.

El Dr. Ivanov abandonó la habitación seguido del enfermero, Marta y Lora, cerrando la puerta tras de sí.

Perteguer se medio incorporó en la cama.

—¿Y a que se debe todo este paripé?

—Es que si no nos inventábamos un parentesco nos reducían las visitas a la mitad.

—Vaya… pues gracias. ¿Has dormido aquí?

Perteguer señaló la cama donde estaba sentada Patricia.

—He vivido aquí tres días, chaval. Añoro mi casita, y mi cama…

—Gracias. Por todo, vamos… supongo que no ha sido muy divertido.

—Cuando llegó la ambulancia… bueno… tu corazón no latía. Le debes la vida al Samur.

—Y por lo visto a algunas personas más. —Perteguer trató de incorporarse un poco más pero el dolor del hombro se lo impidió—… maldita sea… Cuando salga de aquí, allá por el 2015…

Patricia sonrió y se sentó junto a Perteguer.

—Todavía te debo una cena.

—Cierto… Y bien: ¿Cómo llevas lo de ser mi novia? ¿Doy mucho trabajo?

—Las últimas 48 horas has sido un encanto. Pero no le veo mucho futuro.

—No me digas. Ahora que empezaba a acostumbrarme…

Perteguer clavó la mirada en los bonitos ojos verdes de Patricia. Esta sonrió y acercó sus labios a los del policía, que ya había iniciado una aproximación.

—Todo se andará…

El sol traspasaba casi sin proponérselo los delgados visillos blancos de la ventana. Fuera hacía calor, pero una ligera brisa hacía más llevaderos aquellos últimos días de agosto.

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