Fotos

Fotos


Madrid, Parque del Retiro

Página 4 de 32

Madrid, Parque del Retiro

—Pues yo creo que este año el Madrid no va a hacer nada…

Dos barrenderos charlaban mientras fumaban un cigarrillo apoyados en la barandilla del estanque del Retiro. Acababa de amanecer, y el sol se filtraba por entre las ramas de los árboles para acabar entrando en las tranquilas aguas del lago artificial.

—¿Cómo que no va a hacer nada? ¿Y quién va a hacerlo? ¿El Barça? ¿El Depor?

—El Atlético.

—¿El Atleti? Sí, descender otra vez. —El barrendero más anciano clavó de pronto su mirada en el centro del lago—. Oye, ¿qué es eso? ¡Mira!

Señaló hacia el estanque. Algo había emergido de las aguas. Parecía una de las barcas, dada la vuelta. Un par de bultos emergieron junto a ella.

—¿Es una barca?

—Una barca y… aquello parecen cuerpos… ¡Llama a los Municipales!

Minutos después una patrulla de la Policía Municipal confirmaba el suceso: Tres cadáveres en avanzado estado de descomposición habían emergido desde lo más profundo del estanque. Lora y Marta, de la brigada de Homicidios, aparecieron en lugar al cuarto de hora. El pelirrojo fue el primero en hablar con los encargados de alquilar los botes.

—¿Y dice que ese bote lleva desaparecido desde el pasado día 5?

El encargado asintió y mostró un papel a los agentes.

—Y así lo denunciamos… pero no es algo que se tome en serio…

—¿Y no sabían que podía haber gente usándola? ¿Nadie vio hundirse el bote?

—Este parque es anárquico. La gente coge los botes y los abandona en la orilla de enfrente, detrás de los árboles… o vienen por la noche, saltan la verja y agarran las barcas completamente borrachos. Aquí nadie vio nada. Cuando cerramos como cada noche nos dimos cuenta de que faltaba uno de los botes.

Marta, que había estado sacando fotos de los cadáveres y del estanque, preguntó al encargado.

—Pero es muy difícil ahogarse aquí…

—Láncese en el centro completamente borracha, a ver cuanto dura…

—La autopsia nos dirá si habían tomado algo… aunque los cadáveres no han aparecido agarrotados… ¿Te das cuenta, Lora? Es como si no hubieran nadado…

—Deben llevar días allí. Míralos, están descompuestos. El agua los puede haber relajado…

—Eso es lo que más me escama —añadió el encargado— que lleven ahí días. Tendrían que haber reflotado mucho antes, ahí abajo no hay nada.

Señaló al estanque con gesto contrariado y le pegó un sorbo a su café. Marta y Lora se alejaron unos metros.

—¿Qué piensas de todo esto?

Lora sacó un paquete de cigarrillos y ofreció uno a su compañera.

—No sé… tiene pinta de ser accidente. Cuando les hagan la autopsia y los identifiquen podremos tirar algo del ovillo, pero me temo que huele a caso cerrado…

Perteguer apareció tras los coches patrulla con un café de máquina hirviendo en las manos.

—Mira a este… ¡A buenas horas!

—Hola, familia… ¿Tres muertos?

Lora asintió con la cabeza y dio una calada a su cigarrillo. Perteguer continuó hablando.

—El caso lo vais a llevar vosotros. Yo tengo otra movida, pero me gustaría que me mantuvierais informado…

—Pues creo que tiene poca enjundia… ¿De qué va lo tuyo?

—Ayudar a un colega… a Vélaz le ha sentado como una patada en el culo… Pero me vais a ver casi todos los días… Por cierto, Marta. ¿Podrías mirarme homicidios triples y accidentes de tres o más víctimas mortales en Madrid en los últimos seis meses?

—Sí, cómo no… ¿Algo más?

—Bueno… todo lo que se sepa sobre la aseguradora «VidaPlus». Llama al juzgado para que nos manden un dossier de sus diez últimos siniestros…

—De tres o más víctimas mortales, ¿verdad?

—Exacto, gracias Martita. ¿Sacasteis fotos?

—Esta tarde las tienes en tu mesa… ¿Todo va bien, Raf? Te veo preocupado…

—Sí, bueno… creo que voy a necesitaros algún día que otro.

—Pues aquí nos tienes…

Perteguer caminó despacio hacia su coche y sacó su teléfono móvil. Marcó el mismo número que las diez ocasiones anteriores y la misma voz enlatada de una operadora le respondió de nuevo, que el número solicitado estaba apagado, o fuera de cobertura en ese momento.

—Pat… —musitó—… ¿dónde te has metido esta vez?

Patricia era una mujer muy entretenida desde un punto de vista novelístico. Perteguer realmente sabía muy poco de aquella morena de ojos verdes desde aquel día que apareció frente a una librería de Cascorro, bajo una lluvia gélida y tras una cámara de fotos. Primero le dijo que era periodista. Luego resultó ser detective. Muy buena profesional pero incómodamente impredecible. Quizá demasiado independiente. ¿Cómo la habría convencido Emilio para trabajar «con placa», si ella disfrutaba escribiéndose su propio guión? La relación de Perteguer con Patricia en realidad no había dejado de ser del todo profesional, salvo dos citas demasiado aburridas gracias a él y un plantón gracias a ella. Conato de romance, podría decirse, bien sofocado por la actividad laboral de ambos. No se gustaban pero tampoco se disgustaban, por lo que su relación consistió en una serie de encuentros y desencuentros espaciados en el tiempo.

Digiriendo todavía un sentimiento incómodo, Perteguer arrancó el coche, y en la radio sonó de improviso los últimos compases del «Ave María» de Bisbal. Arrancó y dejó atrás el Parque del Retiro.

Perteguer pasó los dos días siguientes en los laboratorios que VidaPlus tenía en Alcobendas. Los peritos no habían logrado hallar nada fuera de lo común en los accidentes:

En la esfera del Casino, el propio peso había fracturado el soporte, haciéndola caer del mismo y rodar hasta que los tres cuerpos que se llevó por delante la frenaron. El ingeniero que la diseñó y fabricó insistía en que solo un sabotaje podía provocar la rotura de las sujeciones.

—… Aunque un simple cambio de temperatura puede agrietarlas. Mi conciencia está tranquila, Inspector…

En cuanto a la gasolinera todo fue más complicado. Los bomberos habían llegado a la conclusión de que fue la acumulación de combustible la que propició el desastre, y que cualquier chispa podía haber prendido la gasolina. Las salidas de vapores y el depósito estaban en perfectas condiciones, así que se concluyó que todo fue debido a un trágico imprevisto.

El ascensor había caído por un motivo similar a la esfera. Las sujeciones fallaron, y los sistemas de frenado nada pudieron hacer, ya que se descolgaron de la cabina; La empresa fabricante del ascensor, en cuya fábrica se había «colado». Patricia cuando fue detenida, ofreció planos, técnicos, materiales y tecnología suficiente en el juzgado como para ser absuelta. El ascensor estaba en perfectas condiciones cuando sufrió el accidente. La conclusión fue rotura espontánea del enganche.

Así pues, ningún informe, ni de la investigación criminal, ni de la privada, pudo hallar restos de explosivo, ni un mal cable serrado, o arrancado, en ninguno de los tres accidentes; la responsabilidad civil de los mismos debía ser sufragada por lo tanto por la aseguradora, que de manera casual, era la misma de los tres, lo cual la ponía en una situación realmente comprometida como para no preocuparse…

Perteguer acudió a ver a Pedro Puig, criptógrafo del CNI, la mañana del 12 de agosto.

—¡El impostor de Rafita! ¿Qué se ha perdido por aquí?

Pedro Puig se levantó de su sillón hinchable cuando vio a Perteguer entrar por la puerta de su despacho. Puig era un hombre excéntrico e inteligente, de cabeza redonda, algo chaparro y robusto. Solía llevar chillonas camisas floreadas y pantalones de surf recortados por encima de los tobillos, tan peludos como su rostro. Afortunadamente, se recortaba la barba a menudo dándola formas de sinuosas serpientes que reptaban por sus redondos mofletes; de no hacerlo era bastante probable que en el plazo de una semana, su rostro se pareciera al de un simpático oso panda. Dirigía una división de Criptografía y Comunicación Cifrada desde que, hace algo más de un año, fue readmitido en el Servicio de Inteligencia. Lo cierto es que, pese a su excelente currículum, la disciplina no entraba en su rutina diaria.

—Aloha, Pedro. ¿Ocupado?

—Nunca demasiado, siempre suficiente… ¿Qué me traes?

—Acertijos. —Perteguer lanzó un dossier sobre la mesa del despacho—. A ver qué sacas de aquí.

Pedro abrió la carpeta y se encontró con tres frases:

—¿Qué diablos es esto…?

Cuando Perteguer amplió las fotos que Emilio le había entregado, encontró algo que inexplicablemente habían pasado por alto. Las arrugas que aparecían en la frente del rostro de aquel espectro, no eran arrugas, sino frases: máximas en castellano que solo eran legibles a trasluz. El caso comenzaba a adquirir, si no lo había hecho desde el principio, un cariz tétrico y pavoroso. En realidad ya no sabía qué debía hacer salvo encontrar a Patricia con vida. El resto de los sucesos se le antojaban lúgubres y demasiado esotéricos para ser investigados con los pies en la tierra. No se buscaba a un enemigo real y físico. Ni siquiera se buscaba un enemigo, sino una explicación lógica. En un principio solo importaba Patri, pero la aparición de aquellas macabras frases complicaba las cosas y desviaba la atención de la investigación: Parecían ser sombrías premoniciones, o cuanto menos amenazas imposibles de detener o paralizar.

A la primera foto, la del Casino, le correspondía esta frase: «Y almas vi por ejércitos clamando de dos contrarias partes muy resueltas, de pecho a fuerza pesos volteando. Con furia se encontraban, y atrás vueltas al tremendo rebote cada una. ¿Por qué aprietas? —gritaba— o, ¿por qué sueltas?».

En la segunda foto, la de la gasolinera calcinada, se leía: «Hijo, por detenerse un nada toda alma de esta grey, después cien años, inmóvil bajo el fuego es azotada».

En la tercera y última foto, la del ascensor que se desplomó matando a sus tres ocupantes, aparecía esta tétrica máxima: «Pues como no se alzó la vista al cielo, fija siempre del mundo en la inmundicia, la pena aquí nos clava contra el suelo».

—¡Estás jodidamente loco, Rafa! —Pedro tiró las fotos y las frases sobre su mesa—. ¿A qué viene este juego?

Perteguer encendió nervioso un cigarrillo y se dejó caer sobre una silla.

—Ya sé que parece una broma, Pedro, pero esto es lo que hay… En cada foto aparece una frase relacionada con el accidente, con cada accidente, como queriendo dar una explicación de lo sucedido…

—Y en verso, casi… ¡Joder! ¿Y de dónde sale esa cara? ¿Dónde se han revelado estas fotos?

—Aquí, Pedro… aquí…

Pedro frunció el ceño y cogió una de las fotos.

—¿En «La Casa»? ¿Trabajas para el CNI? ¿De qué va todo esto?

—En realidad busco a Patricia, ella investigaba todo esto. Ella si trabaja para vosotros.

—¿Patricia la de…? ¿Nuestra Patricia?

Perteguer asintió y se pasó la mano por la cara.

—Bien. —Pedro tomó asiento—… va a haber que tomarte en serio… déjame el dossier y en cuanto saque algo en claro te lo mando a comisaría. ¿Vale?

Aquella tarde Perteguer visitó el Casino. Todavía estaba cerrado, no por el accidente ni por las obras que acarreó; el Casino se abrió dos días después como si nada hubiera pasado; Era demasiado pronto.

Ninguna de las cámaras de seguridad del edificio apuntaban al lugar donde había estado situada la esfera.

—¿Ninguna cámara vigilaba la base de la esfera?

El jefe de seguridad del Casino negó con la cabeza y realizó un último rastreo en el mosaico de pantallas de televisión que ocupaba una pared de la sala de vigilancia.

—Nada, Inspector. Si a acaso la 23 —Señaló un televisor—. Cubría la entrada, pero solo cogía un lado de la esfera. Como la esfera no estaba cerca de nada… sino a los pies de la escalera de servicio… nadie le dio importancia.

—O sea que cualquiera podía acercarse a la base y las sujeciones.

—Sí… pero los peritos dijeron que…

—De acuerdo, muchas gracias…

En la sede de la «Banca de Ámsterdam» en España encontró el mismo problema: La sala de control de los ascensores no estaba vigilada de ninguna de las maneras posibles; de hecho se podía acceder libremente desde la planta 25, la del aire acondicionado y del equipo eléctrico.

—¿Pero esa planta no está restringida?

El guarda de seguridad que le guiaba por el edificio se rascó la cabeza antes de contestar.

—Sí… pero como es obligatorio que tenga una salida a la escalera de incendios… en realidad puede entrar cualquiera…

—¿Está vigilada la escalera de incendios?

—Solo en el tramo que da a la calle. Si alguien entra por la puerta principal y pasa el control, puede acceder sin ser visto a la escalera de incendios desde cualquier planta.

Todavía no había ni una sola noticia del paradero de Patricia. La mañana siguiente decidió ir a investigar en el edificio donde trabajaba.

La sede de «VidaPlus» estaba en un moderno edificio frente al parque Juan Carlos I, en los recintos feriales de Madrid. Era un imponente edificio futurista completamente recubierto por ventanas de cristales tintados. Perteguer dejó su Seat Córdoba amarillo en el aparcamiento y accedió al interior por la entrada principal. En el mostrador de la entrada, dos vigilantes jurados controlaban el acceso. Perteguer mostró su identificación.

—Perteguer, brigada de homicidios. Tengo una cita con el señor Mouton.

—Pase y coja ese ascensor. Planta cuarta. Si va armado tendrá que firmar este recibo.

Perteguer firmó el impreso que le tendió el vigilante y subió por el ascensor hasta la cuarta planta.

Carlos Mouton era un hombre alto, muy alto y delgado, con un sorprendente flequillo corto y engominado. Dirigía el departamento de investigación de siniestros. Él había contratado a Patricia para llevar los casos más comprometidos. Estaba nervioso y muy cabreado cuando recibió a Perteguer; VidaPlus también aseguraba las barcas del estanque del Retiro.

—Buenos días. —Mouton le tendió su enorme mano a Perteguer—. Supongo que viene por lo del caso de las barcas del Retiro. Siéntese.

Perteguer tomó asiento. Se encontraban en un enorme despacho con un gigantesco ventanal que daba al parque. Mouton cerró la puerta y se sentó frente al policía.

—¿Quiere tomar algo?

—No gracias, un vaso de agua, si eso…

Mouton pidió por un interfono un vaso de agua y otro de whisky con hielo. Segundos después apareció una imponente secretaria rubia y de piernas interminables con los dos vasos.

—Gracias, Sonia. —Mouton acabó de un trago con el whisky—. Bueno, señor…

—Perteguer.

—… Señor Perteguer, como comprenderá, mi empresa se haya en una situación realmente grave. Tres accidentes de relieve mediático, con múltiples víctimas mortales y familiares que indemnizar. Ese no es nuestro único problema. Tantos accidentes asustan a nuestros clientes; el rumor de aseguradora-gafe no es nada bueno en este mercado tan competitivo…

—Eh, eh, eh, pare… ¿Tengo cara de accionista? —Dio un trago a su vaso de agua—. ¿Me permitiría hacerle unas preguntas o he venido para asistir a un discurso?

—Por supuesto. —Mouton endureció el gesto y el tono—. Pero no ayuda mucho tener a la policía todo el día deambulando por aquí, ¿sabe?

—Me limito a hacer mi trabajo. ¿Qué sabe de Patricia García?

—Va usted al grano… Trabajaba para nosotros.

—¿Trabajaba?

—Lleva tiempo sin aparecer, no responde a nuestras llamadas y ha dejado colgadas tres investigaciones. ¿No cree que son detalles muy definitivos?

—¿Quién se ocupa ahora de esos casos?

—La sección de investigación en pleno… es nuestro principal problema…

—Esa sección la dirige usted. ¿Me equivoco?

—Exacto.

—Bien. Necesito toda la información que Patricia recopiló para ustedes.

Mouton se incorporó de su sillón y se ajustó el nudo de la corbata.

—Usted no puede hacer eso, agente.

—Inspector, soy inspector, y lo segundo es que, podemos colaborar por las buenas, o puedo presentarme mañana con una orden. ¿Qué le parece?

—¿Me está amenazando? No sabe con quién…

Perteguer saltó de su silla y agarró por las solapas a Mouton, haciendo que su sillón cayera al suelo.

—¡Ahora le estoy amenazando, capullo! ¡Tengo que encontrar a esa mujer! ¡Cómo por su maldita culpa le pase algo, yo le enseñaré con quien coño está usted hablando! ¿Entendido?

Perteguer soltó a Mouton, que cayó al suelo. La puerta del despacho se abrió y tras ella apareció el angelical rostro de Sonia, con sus brillantes ojos azules. Se asustó al ver la escena.

—¿Señor Mouton? ¿Está todo bien?

Mouton se incorporó rápidamente y tras colocarse la chaqueta correctamente miró a Sonia con gesto tranquilo.

—Sí, Sonia. Hazme un favor. Acompaña al señor Perteguer al archivo de Investigación de siniestros. ¿Quieres? Pero antes tráeme otro whisky.

—Sí… sí señor Mouton…

Perteguer caminó tras la voluptuosa Sonia hasta la sala de archivos.

—Aquí están todos los informes de los últimos cinco años. ¿Necesita alguna cosa más?

—No, gracias, creo que me apañaré yo solo.

Sonia le dedicó la mejor de sus sonrisas y se dio la vuelta para salir por la puerta. Antes de hacerlo, se dio la vuelta y preguntó en voz baja a Perteguer.

—¿Está buscando a Patricia?

—¿Qué sabes de ella?

—Que no se dónde está. ¿Es amigo suyo?

—Algo parecido. ¿Le importaría que quedásemos más tarde? Me gustaría hacerle unas preguntas sobre ella.

—A las tres salgo a almorzar. Si quiere acompañarme.

—A las tres en punto en recepción, si quiere, claro. A usted no voy a obligarla…

—Pero yo a usted sí. No se retrase.

Y le guiñó un ojo antes de cerrar la puerta tras de sí.

De los archivos pudo obtener más bien poco. Direcciones y números de teléfono de los implicados y peritajes sobre los accidentes llevados a cabo por VidaPlus y otras empresas independientes. En todos ellos los expertos coincidían en lo fortuito de los siniestros, lo que obligaba a la aseguradora a hacerse cargo de las indemnizaciones. No eran buenas noticias para la empresa. Las segundas inspecciones atrojaban las mismas conclusiones.

En cuanto al desarrollo de las investigaciones de Patricia, parecían detenerse en el accidente del ascensor, además había conseguido relacionar los accidentes con los 13 fatídicos días de intervalo entre los mismos y la exactitud de la hora: las seis y seis minutos de la tarde. No aparecía referencia alguna sobre las caras, aunque Emilio le había dicho que ella fue quien las descubrió. Todos aquellos papeles no eran suficientes. Necesitaba los apuntes que habría tomado Patricia. ¿Los llevaría consigo? De no ser así tendrían que estar en su despacho o en su casa.

—Sonia. ¿Patricia tenía despacho?

—Tenía una mesa en este mismo departamento, justo detrás suyo…

A la espalda de Perteguer había una mesa de despacho vacía y un mueble con cajones.

—… Pero creo que la vaciaron…

—¿Y sus notas? Quien siga con la investigación tendrá que seguir sus pasos… ¿Tenía ordenador?

—Todo lo relacionado con los casos, incluido el disco duro de su ordenador pasaron al archivo del señor Mouton. Él lleva ahora personalmente su caso.

—Mierda…

—… Y yo soy su secretaria. Por cierto, son las tres. Me bajo a comer, señor Perteguer.

Sonia volvió a guiñarle un ojo y se dirigió al ascensor. Perteguer abrió un par de cajones antes de bajar con ella. Estaban vacíos.

En aquel autoservicio hacía un calor agobiante, y un olor a fritanga se expandía por todo el local como una atmósfera irrespirable. Sonia y Perteguer eligieron una mesa al fondo del restaurante.

—¿Y qué hacen los de la limpieza con los objetos personales?

—Los empaquetan en cajas y los llevan al almacén con el nombre en un lateral…

Sonia pegó un pequeño mordisco a su sándwich vegetal. Cuando hubo tragado prosiguió:

—… Si hay suerte, o les apetece, a veces lo mandan a casa del exempleado por correo; pero los despedidos no gozan de ese privilegio.

Algo despertó en la mente de Perteguer al escuchar esa frase.

—¿Despiden a la gente muy a menudo en esta empresa?

—Después de todo esto es probable que rueden cabezas, mi jefe incluido.

—¿Y antes de entrar Patri en la empresa?

—¿Antes de los tres accidentes que investigáis? No… alguno habrá, pero no demasiados…

—¿Podrías facilitarme esa información? Solo de agentes de seguros y directivos.

—Sí, claro, aunque Patri ya exploró esa vía… el peor enemigo es el de casa.

—Y una relación de las principales demandas judiciales que VidaPlus ha ganado contra sus propios clientes…

—Eso está hecho. Mañana los tienes… —Sonia se inclinó sobre la mesa, como para hablar de algo más confidencial—. Oye… ¿Y por qué buscáis a Patri?

—Porque ha desaparecido.

—Antes has dicho que era «algo parecido» a tu amiga.

—Es una forma de hablar. Nos conocimos hace tiempo… fue algo así como una relación corta, pero intensa…

—¿Relación sentimental?

—No, laboral. De todas formas hace mucho que no la veo. ¿Cuándo supiste e ella por última vez?

—Hace como una semana. Me llamó a la oficina para que le buscase una dirección.

—¿Cuál?

—La de un laboratorio de fotografía. Está en Móstoles. Si subes luego conmigo te la puedo dar.

—Subiré y trataré de buscar también la caja con sus cosas… ¿Erais amigas?

—Me caía bien. Era un poco reservada, a veces no sabías si iba o venía…

—Ya. —Perteguer esbozó media sonrisa—. La conozco…

—Pero vamos. Era maja… de tomar el café y echar unas risas…

Terminaron de comer y volvieron al despacho.

—Aquí está la dirección.

—Gracias. Toma mi tarjeta. Si consigues lo que busco llámame, ¿va?

—Está hecho. El almacén está en la planta sótano. No creo que te pongan problemas.

Perteguer encontró una caja de cartón con el nombre escrito en un lateral. Firmó en un albarán y le permitieron sacarla del edificio. Sabían que no había nada comprometido en la caja, porque de no ser así, la caja directamente no existiría. La abrió en el coche: Una foto de sus padres, un mechero, unas llaves de casa, un busca-personas desconectado y una agenda de teléfonos.

—¡Anda! Todavía tiene el mío…

Sonó su teléfono móvil. Era Emilio Santalla.

—Hola Rafa. Novedades respecto a Patricia. Rastreamos las operaciones realizadas con su tarjeta de crédito. Realizó una extracción en un cajero automático de Badajoz el día 10 por valor de 300 euros, y otra de igual cantidad el día 11.

—¿Badajoz? ¿Era ella seguro?

—Hemos pedido la cinta del vídeo de seguridad y lo estamos comprobando; pero ahí no acaba todo… El día 14, es decir, hoy, ha realizado a las 11 de la mañana un pago con tarjeta de 75 euros en un hotel de Lisboa. Sigue viva, parece…

—O le han robado la tarjeta…

—Hemos pedido a la Policía portuguesa una confirmación. Parece ser que mañana sabremos si estuvo allí o no…

—Me voy a acercar a su casa esta noche, a ver si hay suerte… ahora pasaré por comisaría…

Ir a la siguiente página

Report Page