Fotos

Fotos


Móstoles. (Madrid)

Página 23 de 32

Móstoles. (Madrid)

Ya había anochecido. Las farolas del polígono se habían encendido en hileras irregulares que serpenteaban hacia el horizonte, y los trabajadores de las fábricas y talleres caminaban hacia sus coches o hacia la estación de cercanías. Sin embargo, en la calle del laboratorio de fotografía de Iris no había un alma salvo Lora y de Mingo en el interior de un vetusto Renault 5 salpicado por infinidad de abollones. Marta encendió un cigarrillo.

—Marta, que he dejado de fumar…

—Pero yo no.

Lora cogió un cigarrillo de la cajetilla de Fortuna Light que descansaba en el salpicadero y rebuscó un mechero entre las cintas de música amontonadas en la guantera. Por los altavoces sonaba, desde hacía varios minutos y por cuarta vez consecutiva, la balada «Please don’t go».

—Pero me incitas a fumar…

—¡Y a mí a escuchar esa maldita canción una y otra vez! ¿Es que no hay más cintas? Por Dios que llegue ya el relevo porque…

El brazo de Lora señaló algo a través del parabrisas y Marta calló.

—Mira…

Iluminada por una farola a medio centenar de metros, una figura caminaba hacia ellos. Antes de llegar a la bocacalle que cortaba transversalmente la avenida por la que se acercaba, dobló a la izquierda y se internó en un descampado anexo al laboratorio de fotografía.

—Voy a echar un vistazo.

Lora abrió la puerta del coche portando en la mano el arma que había sacado de una mochila.

—¿Voy contigo?

—Comprueba la puerta de entrada. Llévate el walkie.

Los dos policías salieron del coche y tomaron sendas diferentes. Lora había cogido una linterna y alumbraba el irregular firme del descampado. Se llevó el trasmisor a la cara.

—¿Marta?

—Dime.

—No le veo por aquí. Voy a acercarme a la parte de atrás del laboratorio.

—La puerta está cerrada.

—Espérame allí.

Lora vislumbró a unos veinte metros una figura agazapada junto a la pared posterior del edificio.

—Le veo.

—Voy por el otro lado…

Amartilló su arma y apuntó con ella y su linterna al bulto, que permaneció inmóvil unos segundos.

—¡Policía! Levántese despacio con…

No le dio tiempo a acabar la frase; fuera quien fuese el que aguardaba agazapado, rodó por el suelo y sacó de algún bolsillo lo que parecía ser un arma. Lora se arrojó al suelo y escuchó un disparo. Resultó ser un arma, después de todo; el policía repelió la agresión empleando el mismo método y rodó hacia su izquierda, aprovechando una oquedad del terreno como trinchera improvisada.

—¡Lora! ¿Estás bien?

—¡Cúbrete! ¡Sospechoso armado!

El agresor gateó por entre unos matorrales y disparó otra vez. Algo voló por los aires. Un cristal del laboratorio estalló violentamente.

—¡Zeta 23 para Central! Sospechoso armado en Avenida Libertadores 32 de Móstoles. Envíen refuerzos.

—Recibido, zeta-23; mantengan la calma.

El rugido de una motocicleta al otro lado del edificio solapó la respuesta de la operadora. Lora se incorporó apuntando al frente y corrió agachado hasta la pared.

—¡Creo que va para ti, Marta!

El sospechoso había desaparecido de su campo visual. Caminó despacio pegado a la pared hasta doblar la esquina. Había dejado la linterna en el agujero.

—¡Le veo, Lora! ¡En la fachada principal!

El policía corrió hasta la puerta de entrada y dobló de nuevo la esquina apuntando con su arma al frente.

—¡Alto o disparo!

Un joven de unos 20 años se arrojó al suelo sin dudarlo un instante.

—¡Las manos! ¡Muéstrame las manos!

El joven obedeció sin decir palabra y Lora se arrojó sobre él para esposarle. A los pocos segundos Marta apareció fatigada, pistola en mano, por la esquina opuesta.

—¿Le tienes? ¿Es él seguro?

—No encuentro la pistola… ¿Dónde la has tirado? ¿Eh? —Lora zarandeó en el suelo al detenido—. ¿Dónde?

De improviso las puertas del laboratorio se abrieron de par en par. Marta apuntó la pistola en su dirección. Del interior del edificio salió Iris con gesto crispado.

—¿Qué diablos es esto? ¿Quién ha roto ese cristal?

—¿Qué hacías ahí dentro? —Marta bajó el arma—. ¿Está también tu padre?

—Mi padre está en casa… —De pronto se sobresaltó al ver al detenido en el suelo—. … ¿Quién es…?

—Iris… —El detenido gritó con la boca aplastada contra la tierra—. ¡Iris!

—¡Juan! —La chica corrió hacia Lora y su presa—. ¡Quítenle las manos de encima!

—¿Le conoces?

Marta trató de sujetar a Iris de un brazo pero esta se zafó de un manotazo.

—¡Es mi novio! ¡Había quedado con él!

—¡Tu novio ha disparado a mi compañero!

—¡Eso es mentira, Iris! ¡Diles que me suelten!

—¡Soltadlo!

—Lo siento pero está detenido, Iris…

El rugido de la motocicleta se escuchó de nuevo al otro lado de la casa, sobresaltando a los cuatro.

—¡Mi moto! —Juan se revolvió en el suelo bajo el peso de Lora—. ¡Que me roban la moto!

Marta desenfundó de nuevo la pistola y corrió hacia la esquina del edificio. Instantes después una moto de campo escapaba por el lado opuesto a toda velocidad. De nada sirvieron los disparos de advertencia; la moto se perdió en el horizonte al desconectar su conductor las luces. Por la misma calle, pero en la otra dirección, se vislumbraban a lo lejos las luces de un coche de policía. Y cuando todo parecía indicar que nada podía ir a peor, el laboratorio estalló en mil pedazos, convirtiendo el edificio en una inmensa hoguera.

* * *

Perteguer encendió un cigarrillo más y se sentó en la gigantesca mesa de juntas. Estaba muy agotado. Llevaba las mangas de la camisa remangada y desabrochados los tres primeros botones. Dio un trago a una botella de agua.

—Por lo menos no ha habido heridos…

Lora y Marta, que estaban sentados frente a Emilio y él, encendieron casi simultáneamente sendos cigarrillos. La sala parecía ahora tener un microclima de niebla londinense propio.

—Se nos escapó tontamente y detuvimos al pobre chico…

—Mira Lora, gracias a vosotros Iris está con vida. No os reconcomáis.

Emilio se quitó la chaqueta y la dejó sobre la mesa.

—¿No pudieron reconocer al sujeto?

—Complexión delgada.

—¿Hombre o mujer?

—Hombre o mujer.

—¿Y el chaval?

—Por lo visto Iris había quedado con él en el laboratorio; llevan casi un año y está limpio. El sujeto le robó la moto.

—¿Y por qué quedaron en el laboratorio y no en su casa?

—¡Joder, Emilio! —Perteguer ahogó una carcajada—. ¿Tú por qué crees?

—No obstante. —Marta intervino zanjando el asunto— el atentar de noche parece más una advertencia que una intención clara de matar…

—O no ha querido correr riesgos. Aún así, Dante sabe que Iris se ha ido de la lengua. Emilio. —Perteguer se dirigió a su colega—. Necesito que Iris y su padre desaparezcan de Madrid una temporada.

—Esta misma noche te los instalo… ¿Dónde vas ahora?

—A casa. Necesito una ducha y dormir un par de horas. Mañana me pasaré por la oficina de Pedro a ver que saben del anónimo… Marta, Lora, tomaos dos días de mi parte.

—Ya es 17 —Lora miró su reloj; marcaba la una y veinte de la noche—. ¿A Dante le quedan 40 horas y tú nos das 48?

—Como queráis. Os necesito. Emilio…

—Mañana los pongo al día. Ahora es mejor que todos descansemos un rato…

Ir a la siguiente página

Report Page