Fotos

Fotos


San Lorenzo de El Escorial.

Página 28 de 33

S

a

n

L

o

r

e

n

z

o

d

e

E

l

E

s

c

o

r

i

a

l

.

Un todoterreno rojo «pick-up» se detuvo frente a las puertas del aserradero. De su interior salió el tercer leñador, gordo y barbudo como sus colegas, que accedió al cobertizo por una puerta lateral. Una vez dentro se dirigió a los otros dos, que seguían enfrascados en el trabajo con las máquinas fabrica-billetes.

—¿Dónde están?

El más calvo de los dos dejó de echar un líquido incoloro en una de las prensas y volvió la vista hacia su interlocutor.

—En la fosa, Juli. ¿Qué vamos a hacer con ellos?

—Si no sabían nada sobre nuestro negocio ya lo saben todo. —Ahora se dirigió al tercer leñador—. ¿Y tú, Paco, dónde encontraste al madero?

Paco lanzó la cartera de Perteguer a Julián. Cuando este la abrió relumbró bajo la luz la placa de inspector.

—Husmeando por la ventana. Es el mismo que vino buscando a la de VidaPlus.

—Pues ya la ha encontrado. Buendía viene mañana a por el dinero, acabo de hablar con él. No quiero que se entere de que había dos pájaros husmeando, así que o nos los cargamos o nos los cargamos… ¿Dónde tienes la escopeta, Mateo?

—Pero Juli, que es un madero… que seguro que saben que ha venido aquí… que la cagamos como nos pillen.

—¡No haberlo metido ahí dentro con la chica! ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Dejarlos marchar? ¡Trae la escopeta te digo antes de que te pegue un tiro a ti! ¡Y tú, Paco, ayúdame a llevar a esos dos a la camioneta!

—¿Pero dónde los vas a llevar?

—Al monte, dos tiros y al río.

Julián y Paco sacaron casi a rastras a Perteguer y a Patricia de una fosa excavada en roca bajo un muro del cobertizo. Tardaron en acostumbrar sus ojos a la luz. Julián, que parecía llevar el control de los otros dos, traía unas cuerdas en sus manos. A lo lejos apareció Mateo con un estuche de escopeta.

—Ahora os vamos a atar. Como os mováis os pegamos dos tiros aquí mismo. Eso va por el poli.

—Por mí no se preocupe… —Perteguer se llevó inconscientemente la mano a las costillas magulladas—… no estoy para bromas.

—Nunca está para bromas, es un hombre muy serio.

Patricia se había alejado unos pasos de Perteguer y ahora le miraba con sorna.

—Ella sí. —El policía vio que su pistola estaba encima de una de las máquinas, a escasos metros de allí. Uno de los leñadores debía haberla dejado mientras preparaba las cuerdas. El tercero, inexplicablemente aún no había sacado la escopeta de su estuche—. Esta chica es una caja de música…

—Mejor eso. —Patricia también había visto la pistola— que un psicótico aburrido.

—Puede ser. —Perteguer alargó los brazos para que Julián le echase las cuerdas en derredor—. Pero yo tengo muy claro lo que voy a hacer. ¿Y tú lo sabes?

—¡Callaos coño! —Julián comenzó a pasar los cabos entre las manos del policía. Patricia alargó también las suyas sin ofrecer resistencia—. ¡Que os matamos aquí mismo!

—Se lo que vas a hacer. Yo también lo haría en tu situación.

Perteguer agarró las cuerdas y tiró de ellas con todas sus fuerzas, arrastrando hacia sí a Julián y enroscándoselas en el cuello. Mateo sacó la escopeta del estuche y la cargó, apuntando a Perteguer.

—¡Suéltale!

Perteguer, que ahora estaba empleando al leñador como escudo humano, tiraba de las cuerdas con fuerza, y se iban enroscando en el cuello de Julián sin dejarle respirar. La cara empezaba a azularse.

—¡Que le sueltes o mato a la chica! —Giró el cañón en dirección a Patricia, pero no la encontró. Si vio a su colega Paco retorciéndose de dolor en el suelo con la mano en la entrepierna.

—Yo que tú no lo haría.

La voz de Patricia sonó muy firme a la espalda de Mateo, el de la escopeta. Aprovechando el desconcierto que había causado la maniobra de Perteguer para deshacerse de su captor en dos patadas —estratégicas y efectivas— había alcanzado la pistola del policía, y ahora apuntaba al leñador. Desplazó hacia atrás el percutor de la pistola.

—¡Que tires la escopeta o te reviento la cabeza!

Mateo no se resistió a la segunda orden de Patricia y arrojó la escopeta lejos de sí. Julián estaba aún más azul que antes. Perteguer aflojó las cuerdas y dejó que se desplomase en el suelo. Luego caminó despacio hasta la escopeta mientras Patricia seguía apuntando a los tres leñadores.

—Ahora vas a atar a tus dos compañeros. ¿Vale?

Mateo comenzó a atar a Julián y Perteguer hizo lo propio con Paco. Una vez se hubo asegurado de que las ataduras de los dos eran fuertes, ató a un poste al tercer leñador-fabricante de moneda.

—Como los indios, majete. —Perteguer se colgó la escopeta del hombro y cogió su paquete de tabaco y su teléfono de una mesa de madera sin barnizar. Encendió uno y lanzó el paquete a Patricia—. Toma, te lo has ganado.

—Gracias. ¿Qué tal tus costillas?

—Psé… —Encendió el teléfono y marcó dos teclas—. ¿Lora? ¿Dónde estáis?

La potente voz de Lora sonaba lejana y mezclada con mucho ruido.

—¡Perteguer! ¿Dónde estás tú?

—Hay un aserradero en la carretera del Escorial… Manda unos coches y un equipo de explosivos.

—Sí, sí… estoy encima…

—¿De qué hablas?

—Estoy en un helicóptero de la Guardia Civil. Ahora estoy viendo tu coche junto a un caballo enorme de madera. Bajamos. ¡Piloto! ¡Descienda y avise a los coches!

Perteguer se había retirado unos centímetros el móvil. Patricia lo miraba intrigada mientras consumía su cigarro.

—¿Con quién hablas?

Un estruendo enorme y mucho aire anticipó el aterrizaje del helicóptero junto al caballo de Troya. A los pocos segundos, unos todo-terreno de la Guardia Civil hacían acto de presencia. De su interior se bajaron media docena de agentes armados con escopetas. Eran del grupo de protección de la naturaleza. Lora saltó del interior del helicóptero pistola en mano y ajustándose el chaleco antibalas. Perteguer contemplaba la escena apoyado en la puerta del aserradero.

—¡Bienvenidos!

—¿Estás bien? Siento la tardanza, pero me costó mucho montar todo esto. ¡Si les pedí antiterroristas y me dejaron tres «Sepronas»!

—Con que lleven tricornio y pistola me valen. Tengo tres detenidos, una bomba y mogollón de dinero. Bueno… y una sorpresa.

Lora entró en el aserradero seguido de tres guardias.

—¡Patricia! —Abrazó a la chica y la levantó varios centímetros del suelo—. ¡Qué alegría de verte!

—¡Lora, chico! ¿Habías visto tanto dinero junto alguna vez?

Lora dejó a Patricia en el suelo y echó un vistazo a su alrededor. En efecto, era la mayor cantidad de dinero que nadie había visto en su vida. Fardos enteros de billetes de 500, 200, 100 euros, apilados como si fueran periódicos. Los tres guardias desataron y esposaron a los tres leñadores y los encerraron uno en cada coche. La camioneta de los Tedax de la Guardia Civil había llegado hacía solo unos instantes.

—¿Qué es todo esto, Rafa? —Marta había entrado en el aserradero a la par que los técnicos de explosivos. Por su cara no estaba muy contenta de seguir despierta a esas horas—. ¿No podía ser por la mañana?

Perteguer dio un leve golpe en el hombro a Marta a modo de saludo y se dirigió a los artificieros.

—Soy el inspector Perteguer de la Brigada Central de Homicidios. Hay un explosivo escondido en este edificio preparado para explotar dentro de —miró su reloj, que ya marcaba las cuatro y media de la madrugada— trece horas y media, a las 6 de la tarde de hoy. Ignoramos si el detonador es por temporizador o a distancia, aunque lo más probable es que sea de la primera clase.

El sargento de los Tedax, un hombre bajito y entrado en años, dio un trago a una botella de agua y se dirigió a Perteguer.

—¿Tipo de explosivo?

Perteguer buscó a Patricia entre las máquinas y los fardos de billetes.

—Ferri… ferr… ¡Patri! ¿Cómo se llama el explosivo?

Patricia hizo un gesto con la mano como pidiendo unos segundos y salió del aserradero acompañado por Lora. Medio minuto después volvía portando una caja de madera.

—Aquí tienen. No es seguro que sea el mismo explosivo, pero lo suele utilizar. En esa pegatina vienen todos los componentes.

Patricia dejó la caja sobre la mesa de madera y se alejó para hablar con Marta, que rellenaba de mala gana un informe junto a dos guardias civiles. El sargento de los artificieros arrancó la pegatina de la caja, y tras observarla detenidamente, la guardó en un bolsillo.

—Tendremos que sacar todo ese dinero de aquí, o corremos el riesgo de quedarnos sin pruebas. ¿Quién lleva el caso, usted?

—¡Yo!

Una voz potente y marcial sonó a la espalda de todos los presentes. Un guardia civil alto y moreno, acababa de entrar en el aserradero seguido de tres números más. Se dirigió a todos en voz alta aliñada con un gracioso acento andaluz.

—Capitán Pablo Lago de la Comandancia de El Escorial. He estado hablando con un inspector de los nacionales ahí fuera, y le explicado que esta parte del pueblo es de nuestra jurisdicción. Lo digo porque los detenidos y la moneda fraudulenta se quedan bajo guardia y custodia de mis hombres.

Perteguer arqueó las cejas y caminó con paso decidido hacia el capitán, que le sacaba casi una cabeza.

—Pero capitán. Esto es una operación dirigida desde Madrid.

—Yo he llamado a su comisario, un tal Velázquez, y luego con el juez de instrucción que viene para acá, y entre todos hemos quedado que de esto se encargue la Guardia.

—Pero eso es imposible. Llevamos meses con esto… ¿Ha llamado a Madrid?

—Mire, no vamos a complicarnos la vida a estas horas de la noche. Si algunos de ustedes lleva un rango superior me esfumo de aquí, pero no puedo delegar en ustedes porque ni llevan orden ni nada…

Patricia había estado observando todo en silencio junto a Lora y Marta.

—Oye Lora. ¿Qué graduación ha dicho que tiene?

—Capitán… Lo malo es que tiene razón. Si hubiera venido Velázquez…

Patricia cogió su bolso de la mesa y sacó una cartera.

—¡Capitán! Me temo que asumo la investigación. —Con cara de circunstancias, le tendió la cartera a Lago. Todos la observaban sorprendidos—. Agente del Ministerio del Interior.

—¿Le importaría que lo comprobase?

Patricia negó con la cabeza y el capitán Lago salió del aserradero con la cartera en sus manos. Al rato regresó con gesto apesadumbrado. Al devolver la cartera a Patri se llevó la mano a la gorra.

—Todo correcto, señora. Nos ponemos a sus órdenes. Lo siento por lo de antes pero ignoraba que usted…

—No se preocupe, capitán. Le explico: quiero que sus hombres lleven el caso de los falsificadores, así que de la orden de que saquen lo antes que puedan las máquinas y el papel-moneda falso y lo lleven a custodia. El problema que tenemos es el siguiente: Alguien ha puesto una bomba en el edificio; hay que encontrarla y desactivarla. Además dentro de unas horas vendrán tres hombres a recoger el dinero. En sus manos dejo todo el operativo. Retengan a los detenidos, pero necesitaré interrogarles en relación a otro caso, así que mándelos para Madrid mañana o pasado. ¿Comprendido?

—¡A sus órdenes, señora! ¿Comunico al juez que vamos a sacar las pruebas del edificio?

—Cuanto antes. Pida camiones para sacar todo esto de aquí. Necesitaremos acordonar la zona. Y los de explosivos. ¿Cómo va la cosa?

—Por ahora nada. Pero le pediría que saliesen de aquí cuanto antes. Si tienen que sacar algo sáquenlo, porque si hay una bomba tengo que vaciar todo esto en cinco minutos.

—¡Ya lo han oído! Saquen fuera los fardos de dinero, pero cuidado al mover las máquinas. ¡Recuerden que hay un explosivo!

Los guardias comenzaron a vaciar el cobertizo y a llenar los Nissan Patrol de billetes falsos. Perteguer fumaba un cigarrillo junto a Lora y Marta.

—Raf. ¿Tú sabías que Patri era Agente de Interior?

—No. A Emilio se le va. No lleva ni un mes en el CNI y le da carta blanca…

—¿Entonces también está por encima de nosotros?

—Y de Velázquez si le apetece. Con el rollito de la seguridad nacional se puede poner el mundo por montera.

Patricia, que no paraba de dar órdenes a diestro y siniestro, se detuvo un momento junto a ellos.

—Hola chicos. Necesito que me echéis una mano…

—A la orden de usía. —Perteguer apagó su cigarrillo pisándolo en el suelo—. ¿Qué se le ofrece?

—Tengo que volver a Madrid ya. Os dejo con los de explosivos. En cuanto tengáis algo llamadme a este número, ¿va? —Le tendió una tarjeta a Marta—. Y en cuanto acaben de interrogar a los leñadores, que los manden a vuestra comisaría. Emilio los quiere hoy mismo allí. Y tú, Perteguer.

—Vaya, vuelvo a ser Perteguer…

—O Rafa, me da lo mismo. Pásate mañana por las oficinas, que tenemos que hablar. He pedido una ambulancia para que te miren las costillas. Que te mejores…

Perteguer asintió resignado y pegó un codazo a Lora, que parecía reírse de algo. Patricia se dio media vuelta y caminó con decisión hacia la salida del aserradero. Unos minutos después vieron su coche volar rumbo a Madrid.

—¿Tenéis que hablar?

—Está muy contenta conmigo. Creo que le ha hecho mucha gracia que detuviera a Jose… Yo creo que hasta me va a dar unas vacaciones.

—¡Lo tenemos!

Un guardia de los Tedax había encontrado el explosivo. Estaba escondido tras una estantería de madera y pegado con cinta americana a cuatro latas de gasolina para mecheros. El detonador parecía ser con temporizador. Desalojaron el edificio y emplearon un robot para desactivarlo a distancia. A las seis y cuarto de la mañana el peligro había pasado, y por primera vez en casi tres meses, Dante no se había salido con la suya. Aproximadamente tres horas más tarde, el capitán Lago de la Guardia Civil detenía en las inmediaciones a tres hombres acusados de distribución de moneda falsa.

Ir a la siguiente página

Report Page