Fotos

Fotos


Lisboa.

Página 18 de 33

L

i

s

b

o

a

.

—¿Dónde la llevas, Luis?

Patricia y Luis se dieron la vuelta y divisaron al final de la calle a Costa acompañado por otro hombre bastante corpulento. Había hablado en castellano. Luis se llevó disimuladamente la mano del revólver a la espalda mientras se movía despacio con Patricia hacia uno de las aceras de la calle.

—Solo dábamos un paseo, Costa…

—No sé por qué me da la impresión de que tratáis de darme esquinazo.

Luis retrocedió unos pasos tirando de Patricia sin dejar de mirar a Costa. Sujetaba nervioso su revólver oculto tras de sí.

—No, Costa. Sabes que no.

Costa y su sicario avanzaron unos pasos ante la atenta mirada de Luis y Patricia, que no habían parado de retroceder. Salvo ellos cuatro, la sala calle estaba desierta. De pronto, Luis sacó su revólver, y tras empujar a Patricia al interior de un portal, lo mantuvo en alto apuntando a Costa.

—¡Márchese, Costa!

El sicario de Costa sacó algo plateado del interior de su gabán y Luis disparó contra él, hiriéndole en el abdomen y haciéndole caer al suelo. El tiempo que tardó en hacerlo fue el mismo que empleó Costa para parapetarse tras unos cubos de basura y sacar su arma de la chaqueta.

—¡Luis! ¡Pagarás por esto, maldito traidor!

Unas sirenas sonaron en la lejanía. El estruendoso disparo había reverberado en la estrecha calle, y algunas ventanas comenzaban a iluminarse. Luis se pegó a la pared y dirigió una rápida mirada a Patricia.

—¡Márchate de aquí!

Patricia estaba paralizada dentro de un enorme portalón. Luis repitió la orden.

—¡Que te marches de aquí!

En ese mismo instante Luis sintió un agudo dolor en su pierna izquierda precedido por una ensordecedora detonación. Volvió la vista a los cubos y vio sobresalir la cabeza de Costa entre ellos. Las sirenas sonaban cada vez más cerca. Había mucha más luz en esa calle solitaria. Luis se llevó la mano al muslo herido mientras que con la otra levantaba su revólver firmemente apuntando hacia los cubos de basura. Su dedo apretó el gatillo y sonó una tercera detonación. Y una cuarta desde ellos. Y una quinta bala atravesó los cubos metálicos para acabar alojándose en el pecho de Costa, que se desplomó malherido sobre el húmedo asfalto de la calle. Las sirenas ya casi habían llegado al lugar. Luis había recibido otro balazo, esta vez en el hombro derecho. Soltó el arma y se dejó caer sobre sus rodillas. Patricia, que había salido del portal, lo sujetó de los brazos y trató de levantarle, pero él se negó.

—¡Márchate! ¡Vete de aquí!

Patricia negó con la cabeza y presionó con su pañuelo la herida del hombro. Luis sangraba demasiado y unas luces azules y rojas se reflejaban en el asfalto al fondo de la calle. Las sirenas habían dejado de sonar. Luis apartó a Patricia de su lado y le gritó una vez más.

—¡Que te largues! ¡La policía está tras esa esquina! ¡Has de marcharte ya!

Patricia se incorporó despacio sin dejar de mirar al portugués. Dejó que una imperceptible lágrima se escapara de su ojo izquierdo y tras recorrer su mejilla fue a alojarse en la comisura de sus labios.

—Estás malherido…

—No… esto se curará rápido… —El portugués esbozó media sonrisa—… en el hospital.

—¿Por qué has hecho todo esto por mí? ¿Qué harás ahora?

Luis se dejó caer sobre el asfalto.

—Entregarle la banda de Costa en bandeja. Ya tenía ganas de dejar este trabajo… Pero debes irte de una vez o la policía nos atrapará a los dos —apretó la mano de Patricia y se la besó—. ¡Suerte!

Patricia vaciló un instante, pero se dio la vuelta cuando vio aparecer a dos policías tras la esquina del final de la calle. Corrió durante unos minutos sin mirar atrás hasta que encontró un taxi.

Ir a la siguiente página

Report Page