Fortuna

Fortuna


III

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Ahora sí, todo sucedió con rapidez. El hombre y la mujer se trenzaron en un airado combate. El guerrero águila vociferaba quién sabe qué cosa y la muchacha algunas maldiciones y retos. Ella también sufrió una herida en un hombro, lo que no le impidió continuar en aquella lucha cuerpo a cuerpo en que se debatía su vida o lo que quedaba de ella. Escuchó gritos, pero no supo si eran de arenga o de regaño. Tal vez reclamaban su sometimiento. Fortuna se empeñaba en dar pelea. En ocasiones, el enfrentamiento era de pie. En otros momentos, se revolcaban por el suelo procurándose el mayor daño. La muchacha comenzaba a sufrir la peor parte. Tenía heridas en diversos lados, desde pequeñas cortadas hasta groseras magulladuras. Los brazos le dolían, no dejaba de resollar en busca del aire que empezaba a faltarle, pero ahí estaba, decidida a no darse por vencida.

Acaso fue la fatiga, acaso cierto reconocimiento de la proximidad de la derrota, pero sucumbió a un descuido. Al hacerlo, recibió un codazo en la quijada. Fue a dar al suelo, entre el lodo y la sangre, por completo aturdida.

La vista se le nubló. Intentó reincorporarse pero era inútil: las piernas no le respondían.

Alcanzó a ver cómo el guerrero águila se acercaba. Parecía un mal sueño pero era la realidad más terrible. Le pareció advertir en el rostro de su enemigo una sonrisa de triunfo, aunque tal vez sólo era su imaginación, que le hacía trampas. Lo vio aproximarse con una macana. Quiso reaccionar. Su espíritu le respondió, mas no su cuerpo. Supo llegada su hora. Aturdida y todo, pidió que el golpe fuera rápido y mortal. Le pareció, de nuevo, escuchar voces airadas. Se sentía desvanecer. Apenas distinguió cómo su enemigo levantaba su arma sobre su cabeza. He ahí el último y supremo instante, se dijo. No faltaría mucho para que descargara un soberano y contundente golpe sobre su cabeza. “Adiós, Fortuna”, se despidió. Cerró los ojos, pues ya era tarde para tener esperanzas.

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