Focus

Focus


Parte III: Leyendo a los demás » 9. La mujer que sabía demasiado

Página 14 de 35

9. La mujer que sabía demasiado

Su padre tenía un temperamento tan explosivo que, cuando era pequeña e ignoraba lo que podía hacerlo explotar, siempre estaba muy asustada. De este modo, Katrina, como la llamaremos, aprendió a ser hipervigilante, esforzándose en detectar los más pequeños indicios —como un ligero aumento del tono de voz o un leve descenso de las cejas que expresaba hostilidad— que indicaran que estaba a punto de sufrir otro ataque.

El radar emocional de Katrina fue perfeccionándose más todavía a medida que creció. Mientras se hallaba en la universidad, por ejemplo, su especial sensibilidad hacia el lenguaje corporal la llevó a darse cuenta de que una compañera de estudios estaba manteniendo una relación secreta con un profesor.

Sus cuerpos, según dijo, ejecutaban una danza sutil. «Se movían al unísono. Cuando ella se desplazaba hacia un lado, él también lo hacía. Y, apenas advertí la extraordinaria sincronía corporal que los unía, tuve el extraño presentimiento de que eran amantes».

Meses después, esa misma compañera le confirmó la veracidad de su sospecha y, «cuando el affaire concluyó —agregó—, sus cuerpos seguían todavía muy unidos».

«Cuando estoy con alguien —dice Katrina— soy muy consciente de una gran cantidad de información personal (cosas tales como el arqueo de una ceja o el movimiento de una mano) que habitualmente pasa desapercibida. La verdad es que resulta muy angustioso. Sé demasiadas cosas. Soy demasiado consciente».

Los sentidos de Katrina ponen de relieve cuestiones que los demás prefieren mantener ocultas y cuya revelación también puede volverse en su contra. «En cierta ocasión, llegué tarde a una reunión e hice esperar a todo el mundo. Y, aunque todos se mostraron verbalmente muy comprensivos y amistosos, el lenguaje de sus cuerpos decía algo completamente diferente. Su postura cerrada y su esquiva mirada ponían claramente de manifiesto lo enfadados que estaban. Me sentía muy triste y con un nudo en la garganta. No es de extrañar que ese encuentro no llegase muy lejos.

»Veo más cosas de las que debería, lo que acaba generándome muchos problemas —añadió—. Veo demasiadas cosas secretas y me ha costado mucho reconocer que no debo mencionarlo todo».

Después de encontrarse varias veces con el comentario de personas que le decían que estaba adentrándose en territorios demasiado personales, Katrina empezó a trabajar con un asesor ejecutivo. «El asesor insiste en la necesidad de que no preste atención a algunos datos emocionales. Y es que, cuando no dejo a un lado esa información que debería pasarme desapercibida, reacciono de un modo que lleva a la gente a creer que estoy continuamente enfadada. Tengo que ser, en este sentido, muy cuidadosa».

Personas como Katrina son socialmente muy sensibles, agudamente conectadas con señales emocionales mínimas y con un misterioso talento natural que les permite tener en cuenta indicios que, para la mayoría, pasan desapercibidos. Una leve dilatación pupilar, una elevación de las cejas o un cambio en la postura corporal es todo lo que necesitan para saber cómo se siente una persona.

Y si, como sucede en el caso de Katrina, la persona no sabe gestionar adecuadamente esa información, eso puede suponer un gran problema.

Adecuadamente utilizado, sin embargo, ese talento puede aumentar nuestra inteligencia social y hacernos saber cuándo un tema es delicado, el momento en que una persona prefiere estar sola o cuándo necesita una palabra de aliento.

Un ojo que sepa reconocer las pautas sutiles es muy beneficioso en muchos aspectos de la vida. En el caso de deportes como el squash y el tenis, por ejemplo, leves indicios posturales pueden permitirnos saber dónde lanzará la pelota nuestro adversario. Muchos grandes encestadores de baloncesto, como Hank Aaron, por ejemplo, visionan una y otra vez vídeos de los pívots del equipo al que están a punto de enfrentarse para descubrir, en el juego de sus adversarios, indicios que pueden resultarle de alguna utilidad.

Justine Cassell, directora del Institute of the Human-Computer Interaction de la Universidad Carnegie-Mellon, pone al servicio de la ciencia un tipo similar de adiestramiento en la empatía. «En nuestra familia —me dijo Cassell— jugábamos a observar a la gente». Esa tendencia infantil se vio perfeccionada cuando, ya en la universidad, pasó centenares de horas visionando vídeos y estudiando el movimiento de las manos de personas que trataban de describir una película de dibujos animados que acababan de ver.

Trabajaba con fragmentos de vídeo de 30 imágenes por segundo y anotaba los cambios en la forma y orientación de la mano, desplazamiento en el espacio y trayectoria del movimiento. Y, a fin de verificar su exactitud, revisaba sus notas para ver si podía reproducir exactamente el movimiento de la mano.

Cassell ha llevado recientemente a cabo un trabajo parecido con pequeños movimientos de los músculos faciales, como la mirada, el arqueo de las cejas, la inclinación de la cabeza, etcétera, puntuándolos y verificándolos segundo a segundo. A eso ha dedicado —y sigue dedicando— centenares de horas, en su laboratorio de Carnegie Mellon, con estudiantes universitarios.

«Los gestos siempre ocurren poco antes de la parte más enfatizada de lo que uno está diciendo —me confesó Cassell—. Una de las razones por las que algunos políticos parecen poco sinceros es que, pese a que han aprendido a realizar determinados gestos, no saben muy bien el momento en que deben realizarlos. De ahí se deriva, precisamente, la sensación de falsedad que transmiten cuando, en lugar de preceder a la palabra, esos gestos la suceden».

Es la temporización del gesto la que determina su significado. Fuera de tempo, una afirmación puede tener un impacto negativo, algo que Cassell ilustra del siguiente modo: «Si decimos, por ejemplo, “ella es una excelente candidata para ese trabajo”, arqueando las cejas mientras pronunciamos la palabra “excelente”, transmitimos un mensaje emocionalmente muy positivo. Pero si, después de pronunciar la palabra “excelente” hacemos un silencio y, mientras nuestra cabeza asiente, arqueamos una ceja, el mensaje debe ser interpretado en clave sarcástica y el significado emocional que transmitimos es el de que cuestionamos la idoneidad de esa persona».

La lectura de metamensajes transmitidos por canales no verbales se produce de manera instantánea, inconsciente y automática. «Es imposible no atribuir un significado a lo que alguien nos dice», afirma Cassell, a través de canales verbales, no verbales o ambos simultáneamente. Toda la información que nos llega de otra persona transmite de continuo mensajes inconscientes que nuestro sistema ascendente se ve obligado a interpretar.

Los participantes en cierto estudio recordaban haber «escuchado» algo que, en realidad, solo habían visto en gestos. Alguien que escuchó, por ejemplo, «Eran dos», afirmó haber oído, al ver la mano con los dedos índice y corazón levantados, «Fue toda una victoria»[115].

El trabajo de Cassell pone de relieve cuestiones que solo nos impactan durante unos microsegundos. Y, aunque nuestros circuitos automáticos ascendentes reciban el mensaje, a nuestros circuitos descendentes suele escapárseles.

El impacto de estos mensajes ocultos es muy poderoso. Hace mucho que la investigación descubrió que la probabilidad de que una pareja siga junta es menor si, durante un conflicto marital, uno de sus integrantes repite expresiones faciales fugaces de disgusto o desprecio[116]. Y si, dentro del campo de la psicoterapia, terapeuta y cliente se mueven en sincronía aumenta, por el contrario, la probabilidad de que la terapia resulte exitosa[117].

Mientras Cassell era profesora en el Media Lab del MIT, desarrolló una modalidad extraordinariamente detallada de análisis del modo en que nos expresamos elaborando un sistema que orienta a los profesionales de la animación en el arte de la conducta no verbal. El sistema —llamado BEAT— permite a los animadores mecanografiar un fragmento de diálogo y obtener automáticamente una secuencia animada con los movimientos de cabeza, ojos y postura adecuados, cuya calidad artística pueden acabar perfilando[118].

Para transmitir el «significado» exacto a través de la conducta, tono de voz y gestos de un actor virtual, es necesaria una comprensión descendente de los procesos ascendentes. Actualmente, Cassell está preparando animaciones que pueden servir, según dice, «de compañeros virtuales para que alumnos de una escuela elemental ejerciten habilidades sociales a fin de establecer un buen entendimiento al que luego apelar para facilitar el aprendizaje».

Mientras tomábamos un café en una de las pausas de un congreso, Cassell me explicó que, después de varios centenares de horas de análisis de los mensajes no verbales, su sensibilidad había mejorado mucho. «Cuando ahora estoy con alguien —me dijo— no puedo sino rastrear automáticamente este tipo de indicios», unas palabras que, debo confesar, me hicieron sentir un tanto avergonzado (más si cabe cuando me di cuenta de que, probablemente, ella también estaba percibiéndolo).

Ir a la siguiente página

Report Page