Focus

Focus


Parte I: La anatomía de la atención » 4. El valor de una mente a la deriva

Página 9 de 48

4

.

E

l

v

a

l

o

r

d

e

u

n

a

m

e

n

t

e

a

l

a

d

e

r

i

v

a

Demos ahora un paso atrás y revisemos lo que, hasta el momento, hemos dicho. Hay, en todo ello, un sesgo implícito, según el cual la atención focalizada y dirigida hacia objetivos es más valiosa que la atención abierta y espontánea. Pero la creencia de que la atención debe hallarse al servicio de la solución de problemas o del logro de objetivos soslaya la fertilidad de una mente moviéndose a su propio aire.

Lo cierto es que cada forma de atención tiene sus aplicaciones. El mismo hecho de que cerca de la mitad de nuestros pensamientos sean ensoñaciones espontáneas sugiere la ventaja evolutiva que puede haber supuesto una mente abandonada a sus propios impulsos[50]. No estaría mal revisar, pues, nuestras creencias al respecto y admitir la posibilidad de que «una mente errante» no solo puede

alejarnos de lo que nos importa, sino

acercarnos también a lo que nos interesa[51].

La investigación cerebral realizada sobre la mente errante nos enfrenta a la curiosa paradoja de que resulta imposible instruir a alguien para que tenga un pensamiento espontáneo, es decir, para que haga que su mente divague[52]. Si queremos cazar pensamientos errantes en su estado salvaje, deberemos buscarlos en su hábitat natural. Una estrategia de investigación, habitualmente utilizada en este sentido, consiste en preguntar, en algún momento elegido al azar, a una persona cuyo cerebro permanece conectado a un escáner, lo que está pensando. Este proceso de rastreo nos proporciona una cata de los contenidos de la mente, en cuyas redes quedan atrapadas gran cantidad de divagaciones.

El impulso interior que nos lleva a alejarnos del esfuerzo concentrado es tan intenso que los científicos cognitivos han acabado considerando la mente errante como la modalidad «por defecto» del cerebro, el sistema que opera siempre que no nos hallamos sumidos en ninguna tarea mental. Las investigaciones de imagen cerebral realizadas han identificado, cuando nuestra mente se aleja de la tarea que estamos realizando, una activación de los circuitos correspondientes, que se hallan en la región medial de la corteza prefrontal.

El escáner cerebral nos revela una sorpresa.

Dos grandes regiones cerebrales se hallan activas mientras la mente divaga, una de ellas tiene que ver con la franja medial que, desde hace mucho tiempo, se sabe que está asociada a la mente a la deriva[53], mientras que la otra (el sistema ejecutivo de la corteza prefrontal) se había considerado crucial para mantenernos concentrados en una determinada tarea. Ambas regiones, no obstante, se ven activadas cuando nuestra mente divaga.

Esta situación resulta un tanto confusa. Después de todo, la mente errante se apropia, por su misma naturaleza, del foco de la tarea que estemos llevando a cabo restringiendo, especialmente en situaciones, desde lo cognitivo, exigentes, nuestro rendimiento. Esta es una situación desconcertante que los investigadores han resuelto provisionalmente sugiriendo que la razón por la cual la mente errante obstaculiza el desempeño puede deberse al hecho de que dedica el sistema ejecutivo a menesteres ajenos a lo que, en ese momento, importa.

Y esta situación nos lleva de nuevo a los lugares

hacia los que la mente suele, en tales casos, encaminarse, que son nuestras preocupaciones y asuntos personales sin resolver o las cuestiones que estamos tratando de desentrañar (algo que veremos con más detenimiento en el próximo capítulo). Por eso, por más que la mente errante influya en el foco de atención inmediato de la tarea que estemos llevando a cabo, no deja de hallarse también al servicio de la solución de problemas que afectan a nuestra vida.

Una mente a la deriva libera muchos jugos creativos. Cuando nuestra mente divaga mejora nuestra capacidad en cuestiones que dependen del destello de la intuición, desde ingeniosos juegos de palabras hasta invenciones y pensamientos originales. De hecho, las personas muy diestras en tareas mentales que exigen control cognitivo y poseedoras de una boyante memoria operativa, que les permite resolver complejos problemas matemáticos, pueden tener problemas, si no saben desconectar de su atención concentrada, con las intuiciones creativas[54].

Entre las funciones positivas de la mente errante se hallan, además de proporcionar un refrescante descanso a los circuitos destinados a una concentración más intensa, la generación de escenarios futuros, la reflexión sobre uno mismo, la navegación a través de las complejidades del mundo social, la incubación de ideas creativas, la flexibilidad de la concentración, la ponderación de lo que estamos aprendiendo, la organización de nuestros recuerdos o la simple reflexión sobre nuestra vida[55].

Un breve momento de reflexión me ha permitido añadir un par de funciones más: recordar las cosas que tenemos que hacer para no vernos arrastrados por la corriente de la mente, y entretenernos; y estoy seguro de que, si el lector permite que su mente divague, no tardará en descubrir varias funciones más.

La arquitectura de Serendip

Hay un cuento persa que nos habla de tres príncipes de Serendip, «cuya inteligencia y sagacidad les llevaba a descubrir siempre cosas que no estaban buscando»[56]. Pero así es como suele operar naturalmente la creatividad.

«Las nuevas ideas no pueden aflorar si no cuentan, por así decirlo, con permiso para ello —me dijo Marc Benioff, director general de SalesForce—. Cuando era vicepresidente de Oracle, fui a Hawai un mes a relajarme, lo que me abrió a nuevas ideas, perspectivas y direcciones».

En ese espacio abierto, Benioff se dio cuenta de los posibles usos de la computación en la nube, una experiencia que lo llevó a abandonar Oracle, alquilar un apartamento y poner en marcha SalesForce para difundir lo que, en aquel tiempo, era un concepto radicalmente nuevo. Esos fueron los orígenes de SalesForce, una empresa pionera que acabó convirtiéndose en la punta de lanza de una industria que hoy en día mueve miles de millones de dólares.

La conciencia abierta constituye una especie de trampolín mental para el avance creativo y la comprensión inesperada. En la conciencia abierta no hay abogado del diablo, crítico ni juicio alguno, sino tan solo una receptividad permeable a todo lo que aflora en la mente.

Pero, una vez que hemos experimentado una gran intuición creativa, tenemos que contemplar la presa concentrándonos en el modo de aplicarla. La serendipia nos abre a nuevas posibilidades que, para llegar a utilizar adecuadamente, debemos luego perfeccionar.

Rara vez la vida nos presenta sus retos creativos en forma de rompecabezas bien formulados. A menudo tenemos que empezar reconociendo la necesidad de encontrar una solución creativa. Y es que la suerte, como dijo Louis Pasteur, favorece a la mente preparada. La ensoñación cotidiana incuba el descubrimiento creativo.

Un modelo clásico de los estadios de la creatividad señala la existencia de tres modalidades de atención diferentes: la orientación (en la que buscamos y nos sumergimos en todo tipo de datos), la atención selectiva a los retos creativos concretos, y la conciencia abierta (en la que nos entregamos a la asociación libre hasta dar con la solución).

La investigación realizada al respecto también ha puesto de relieve, justo antes de la emergencia de una intuición creativa, una activación de los sistemas cerebrales implicados en la mente errante (inusualmente activos, por cierto, en quienes padecen un trastorno de déficit de atención [TDA]). Comparados con quienes no lo padecen, los adultos con TDA presentan una elevada tasa de pensamiento original y mayores logros creativos[57]. El empresario Richard Branson, fundador, entre otras empresas, del imperio construido en torno a Virgin Air, se ha presentado a sí mismo como modelo de niño exitoso con TDA.

Los Centers for Disease Control and Prevention [Centros para el Control y Prevención de Enfermedades] afirman que casi el 10% de los niños padecen TDAH [una modalidad de TDA combinada con hiperactividad]. En el caso de los adultos, la hiperactividad acaba desvaneciéndose, quedando solo el TDA, un problema que afecta a cerca del 4% de los adultos[58]. Enfrentados a una tarea creativa (como encontrar nuevos usos para un ladrillo, por ejemplo), el trabajo de quienes padecen TDA es mejor, pese a sus distracciones, o, mejor dicho, gracias a ellas.

Y quizás tengamos, de todo esto, algo que aprender. En un experimento en el que los voluntarios debían enfrentarse a la tarea de encontrar nuevos usos, las respuestas de aquellos cuya mente había estado divagando fueron un 40% más originales que las de quienes habían permanecido concentrados. Y cuando se pidió a personas de reconocido talento creativo (como artistas o inventores, por ejemplo) que, descartando la información irrelevante, se centrasen en una tarea concreta, se descubrió que sus mentes pasaban más tiempo que las de los demás en la modalidad de funcionamiento abierto, un rasgo que pudo haber influido muy poderosamente en su faceta creativa[59].

En nuestros momentos creativos menos frenéticos, poco antes de la emergencia de una intuición creativa, el cerebro descansa sobre un foco abierto y relajado, que se caracteriza por la presencia de ondas alfa. Esto señala un estado de ensoñación cotidiana. Dado que el cerebro almacena, en los circuitos de amplio alcance, diferentes tipos de información, una modalidad de conciencia abierta y errante aumenta la probabilidad de asociaciones y combinaciones nuevas que nos abran la puerta a una serendipia.

Los raperos inmersos en su peculiar variedad asociativa de estilo libre, que les permite improvisar letras en el momento, presentan una intensificación de la actividad, entre otros, de los circuitos asociados a la mente errante, lo que posibilita el establecimiento de nuevas conexiones entre redes neuronales muy alejadas[60]. En tan espacioso ámbito mental es más probable advertir la emergencia de nuevas asociaciones, la sensación de ¡Ajá! que jalona una intuición creativa o una buena rima.

En un mundo complejo como el nuestro y en el que cada persona tiene acceso a la misma información, la formulación de preguntas inteligentes y el establecimiento de relaciones nuevas posibilitan la emergencia de potencialidades desaprovechadas y de nuevos valores. La intuición creativa implica la articulación nueva y útil de elementos anteriormente desgajados.

Imagine ahora que ante sí tiene una manzana. Vea la pátina de colores que adorna su piel, escuche su crujido al morderla y la posterior explosión de olores, sabores y texturas. Tómese el tiempo necesario para experimentar esa manzana virtual.

Es muy probable que, cuando ese momento imaginario aflore en su mente, su cerebro genere un pico gamma. Ese es un fenómeno bien conocido por los neurocientíficos cognitivos, que suele presentarse durante las intuiciones creativas y durar milisegundos.

Quizás fuese exagerado ver las ondas gamma como el secreto de la creatividad. Pero el

lugar en que se produce el pico gamma durante una intuición creativa parece muy significativo, porque se trata de una región asociada a los sueños, las metáforas, la lógica del arte, el mito y la poesía. Todas ellas operan en el lenguaje del inconsciente, un dominio en el que todo es posible. El método freudiano de la asociación libre, en el que uno muestra sin censura todo lo que discurre por su mente, abre la puerta a esta modalidad de la conciencia abierta.

Son muchas las ideas, recuerdos y asociaciones que esperan ser realizadas. Pero la probabilidad de que la idea correcta conecte con el recuerdo correcto en el contexto correcto —y que todo ello suceda bajo el foco de la atención— se reduce drásticamente cuando estamos demasiado concentrados o demasiado distraídos para advertir su emergencia.

Pero hay que tener en cuenta también lo que se almacena en el cerebro de los demás. Durante cerca de un año, los astrónomos Arno Penzias y Robert Wilson escrutaron, con un equipo nuevo y más poderoso, la inmensidad del universo. La masa de datos recopilados resultó tan desbordante que, en un intento de simplificación, empezaron descartando lo que consideraron «ruido» provocado por deficiencias en el instrumental empleado.

Pero, un buen día, tropezaron con un físico nuclear que les ayudó a entender que lo que, hasta entonces, habían considerado «ruido» era, en realidad, un eco débil del Big Bang, un descubrimiento por el que, finalmente, les fue concedido el premio Nobel.

El aislamiento creativo

«La mente creativa es un don sagrado y la mente racional un sirviente fiel —dijo, en cierta ocasión, Albert Einstein—. Por ello resulta muy curioso que hayamos creado una sociedad que, olvidando el don, haya acabado honrando al sirviente»[61].

Para muchos de nosotros es un lujo contar, durante el día, con un tiempo propio en el que podamos tumbarnos y reflexionar. Esos son, por lo que respecta a la creatividad, algunos de los momentos más valiosos de nuestra jornada.

Pero, si queremos que esas asociaciones rindan un fruto provechoso, necesitamos contar con algo más, el clima apropiado. Necesitamos dedicar un tiempo también a la conciencia abierta.

El bombardeo continuo de correos electrónicos, escritos y facturas —la «catástrofe completa» de la vida— nos arroja a un estado cerebral antitético al foco abierto en el que prosperan los hallazgos fortuitos. El tumulto de nuestras distracciones cotidianas y la lista de cosas por hacer acaban sepultando la innovación, mientras que la apertura de nuestro foco, por el contrario, la hace florecer. Esa es la razón por la cual los anales de los descubrimientos están repletos de relatos de intuiciones brillantes en medio de un paseo, un baño o un largo periodo de vacaciones. El tiempo libre posibilita el florecimiento del espíritu creativo, mientras que las agendas demasiado estrictas, por el contrario, lo sofocan.

Consideremos el caso del difunto Peter Schweitzer, uno de los fundadores del moderno campo de la evaluación criptográfica, la encriptación de códigos que, pese a parecer absurdos al ojo no entrenado, protegen todo tipo de secretos, desde los registros del gobierno hasta el pin de nuestra tarjeta de crédito[62]. La especialidad de Schweitzer consiste en romper los códigos con un test de encriptación fácil de usar que nos informa de nuestra vulnerabilidad ante algún

hacker malvado que se adentre en nuestro sistema y nos despoje de nuestros secretos.

Este desafío supone generar un amplio conjunto de nuevas posibles soluciones a un problema extraordinariamente complejo y probar luego cada una de esas soluciones ateniéndose a un número metódico de pasos.

Pero el laboratorio en el que Schweitzer lleva a cabo esta intensa tarea no es una sala aislada sin ventanas y acústicamente aislada. Lo más habitual es que Schweitzer reflexione sobre un código encriptado mientras da un largo paseo o se tumba a tomar el sol con los ojos cerrados. «Aunque parezca estar durmiendo una siesta, su cabeza no deja de hacer matemáticas avanzadas —dice un colega—. Se acuesta a tomar el sol, pero su mente se desplaza a miles de kilómetros por hora».

La importancia de esos aislamientos espaciales y temporales fue el resultado de un estudio de la Harvard Business School sobre el trabajo interno de 238 miembros de equipos de proyectos creativos enfrentados a una amplia variedad de tareas innovadoras, que iban desde la solución de complejos problemas de tecnología de la información hasta inventar utensilios de cocina[63]. El progreso de su trabajo requiere de un flujo continuo de pequeñas intuiciones creativas.

Las intuiciones no suelen presentarse como descubrimientos sorprendentes ni como grandes victorias. La clave suele girar en torno a pequeños avances (pequeñas innovaciones y soluciones a problemas preocupantes), pasos concretos que nos acercan a un objetivo mayor. Las intuiciones creativas florecen mejor cuando las personas tienen objetivos claros y libertad también en el modo de alcanzarlos. Y, lo más importante todavía, tienen suficiente tiempo libre para pensar. Ese es el entorno más favorable para incubar la creatividad.

Ir a la siguiente página

Report Page