Fish!

Fish!


Seattle, lunes por la mañana

Página 4 de 21

Seattle, lunes por la mañana

ERA un lunes húmedo, frío, oscuro y gris en Seattle, dentro y fuera. La mejor previsión del hombre del tiempo del Canal 4 mencionaba la posibilidad de que se abrieran algunos claros hacia el mediodía. En días así, Mary Jane Ramírez echaba de menos el sur de California.

«¡Cuántos cambios!», pensó mientras hacía repaso de los tres últimos años. Dan, su marido, había recibido una oferta interesante de Microrule, y ella había confiado en encontrar trabajo una vez instalados. En el plazo de cuatro semanas les habían notificado el traslado, habían hecho las maletas, cambiado de ciudad y encontrado una fantástica guardería para los niños. Su casa entró en el mercado inmobiliario de Los Ángeles en el momento adecuado y se vendió de inmediato. Tal y como esperaba, Mary Jane encontró rápidamente un puesto de supervisora en el área de servicios internos de First Guarantee Financial, una de las instituciones financieras más importantes de Seattle.

A Dan le encantaba su trabajo en Microrule. Por la noche, llegaba a casa pletórico de energía y con un montón de historias de la gran empresa para la que trabajaba y el trabajo avanzado que hacían. A menudo, Dan y Mary Jane acostaban a los niños y luego se quedaban charlando hasta bien entrada la noche. Aunque Dan estaba entusiasmado con su nueva empresa, se interesaba igualmente por el día que había tenido ella y quería saber cosas acerca de los compañeros de trabajo y los retos que surgían en la vida laboral de su esposa. Era obvio, a primera vista, que eran grandes amigos. El espíritu de cada uno brillaba en presencia del otro.

La cuidadosa planificación de su futuro había anticipado todos los problemas menos uno. Doce meses después de haberse instalado en Seattle, Dan fue ingresado urgentemente aquejado de la rotura de un aneurisma, una «rareza genética», según dijeron, y falleció de un derrame interno sin haber recuperado la conciencia. No hubo ni avisos ni tiempo para despedidas.

«Este mes ha hecho dos años. Ni siquiera llevábamos un año entero en Seattle.»

Frenando estos pensamientos, mientras empezaban a aflorar los recuerdos, sintió cómo la invadía una ola de emoción. No continuó. «Éste no es el momento de pensar en mi vida privada; todavía no he llegado a la mitad de la jornada, y estoy hasta arriba de trabajo.»

First Guarantee Financial

En los tres años que llevaba en First Guarantee Financial, Mary Jane se había ganado una gran fama de supervisora competente. No era la primera en llegar ni la última en marcharse, pero su ética del trabajo le impedía que se le acumularan los encargos. De hecho, su manera seria y responsable de trabajar le acarreaba algún problemilla en la empresa, ya que mucha gente intentaba asegurarse de que fuera ella quien lo resolviera todo personalmente. Sabían que el trabajo quedaría terminado a tiempo y sería de óptima calidad.

También era buena jefa. Escuchaba con atención las preocupaciones y las ideas de sus empleados y, a cambio, era apreciada y respetada. No era raro encontrarla haciendo el trabajo de alguien con un hijo enfermo o con una cita importante. Y, como jefa en funciones, hizo que su departamento fuera uno de los que más rendían. Actuaba siempre de una manera relajada, que rara vez generaba tensiones, salvo las que implica hacer bien el trabajo. Los colaboradores y los empleados disfrutaban trabajando con ella. El pequeño grupo de Mary Jane se ganó la fama de ser un equipo con el que se podía contar.

En agudo contraste, había otro departamento más grande en la tercera planta que era a menudo motivo de conversación por la razón opuesta. Expresiones como «no responden», «son insoportables», «están en el limbo», «qué desagradables», «qué lentos», «qué pérdida de tiempo», «aquí todo es negativo» se utilizaban con frecuencia para describirlos. Eran el blanco de todos los odios. Por desgracia para la empresa, casi todos los departamentos tenían que tener contacto con la tercera planta porque allí se procesaba la mayoría de las transacciones del First Guarantee, y todo el mundo temía cualquier contacto con este departamento.

Los jefes se intercambiaban historias sobre el último fiasco con la tercera planta. Y los que la visitaban, la describían como un lugar tan muerto que te chupaba la vida. Mary Jane aún recordaba la carcajada general que estalló cuando uno de los jefes dijo que se merecía el Premio Nóbel. Al preguntarle qué quería decir con eso, contestó: «Porque creo que he descubierto vida en la tercera planta». La gente se destornilló de la risa.

Algunas semanas después, Mary Jane aceptó, no sin cierta reticencia, un ascenso a jefa del departamento de procesamiento de datos de la tercera planta del First Guarantee. Aunque la empresa había puesto grandes esperanzas en ella, Mary Jane tenía muchas dudas sobre la conveniencia de aceptar o no el puesto. Se sentía muy a gusto en su trabajo actual, y sus ganas de correr riesgos habían disminuido después de la muerte de Dan. El departamento que había liderado había estado con ella durante los años duros que siguieron a la muerte de su marido y sentía que tenía un fuerte vínculo con ellos. Era duro abandonar a una gente con la que había compartido tantas cosas y en una época tan mala.

Mary Jane era muy consciente de la terrible reputación de la tercera planta. De hecho, si no hubiera sido por todos los gastos imprevistos de la hospitalización de Dan, seguramente habría rechazado el ascenso y el aumento de sueldo. Pero allí estaba ahora, en la infame tercera planta. Era la tercera persona que ocupaba el puesto en los últimos dos años.

La tercera planta

En las primeras cinco semanas en el nuevo puesto, Mary Jane se había esforzado en entender el trabajo y a la gente. Aunque se sorprendió un poco de que le cayera bien la mayoría de las personas que trabajaban allí, rápidamente se dio cuenta de que la reputación de la tercera planta era merecida. Había observado que Bob, un veterano que llevaba cinco años trabajando en ese departamento, dejaba que el teléfono sonara siete veces antes de cortar deliberadamente la comunicación, desconectando el cable. Había escuchado por casualidad a Martha contar lo que hacía cuando alguien de la empresa la atosigaba para que terminara un trabajo antes: poner el expediente debajo del resto «por error». Y siempre que iba a la sala de descanso, encontraba a alguien dormitando.

Casi todas las mañanas los teléfonos sonaban insistentemente, sin que nadie los descolgara, durante diez o quince minutos después del inicio oficial de la jornada, porque los empleados llegaban tarde. Cuando les preguntaba los motivos, las excusas eran muy numerosas. Allí todo discurría a cámara lenta. El nombre de «zombis» con el que los habían bautizado, les iba como anillo al dedo. Mary Jane no tenía la menor idea de lo que debía hacer, sólo sabía con absoluta certeza que debía hacer algo, y hacerlo pronto.

La noche anterior, después de acostar a los niños, había intentado analizar la situación describiéndola en su diario, así que se puso a repasar lo que había escrito:

Aunque el viernes hizo un día frío y espantoso fuera, comparado con la vista que tenía dentro, en mi despacho, lo de la calle no era nada. La ausencia de energía era total. A veces me cuesta creer que hay seres humanos en la tercera planta. Sólo cuando alguien explica lo que le ha regalado a un bebé o saca las fotos de una boda cobran vida. No les interesa absolutamente nada que esté relacionado con el trabajo.

Tengo bajo mi responsabilidad a treinta empleados que, por lo general, hacen una jornada corta y a ritmo lento por un sueldo diario bajo. Muchos llevan tantos años trabajando cada día a este ritmo tan lento que están completamente aburridos. Parecen buena gente, pero si alguna vez han estado motivados, eso ya pasó a la historia. En el departamento se respira una atmósfera tan rotundamente depresiva que los nuevos no tardan en perder la chispa rápidamente. Cuando me paseo entre las mesas, tengo la impresión de que me falta oxígeno y me cuesta respirar.

La semana pasada descubrí que cuatro empleados todavía no utilizan el programa de ordenador que se instaló hace dos años. Dicen que prefieren el antiguo. No sé qué más sorpresas me esperan.

Supongo que muchos departamentos de procesamiento de datos funcionan igual. Aquí no hay mucho con lo que entusiasmarse, sólo un montón de operaciones que deben procesarse. Pero no tiene por qué ser así. Debe haber una manera de que entiendan que nuestro trabajo es crucial para la empresa. Gracias a nosotros, otros departamentos pueden atender a nuestros clientes.

Aunque nuestro trabajo sea vital dentro del funcionamiento global, ocurre entre bastidores y, básicamente, nadie le da importancia. Es una parte invisible de la organización, y ni aparecería en la pantalla de radar de la empresa si no fuera por lo malo que es. Y la verdad es que es malo.

No es el amor al trabajo lo que nos motiva a ninguno de los que formamos el departamento. No soy la única persona que tiene problemas económicos en la planta. Muchas mujeres y uno de los hombres viven solos con sus hijos. Jack acaba de llevarse a su padre enfermo a vivir con él. Bonnie y su marido tienen ahora dos nietos que viven con ellos. Todos estamos aquí por tres cosas: el sueldo, la seguridad y las ventajas.

Mary Jane sopesó la última frase que había escrito en su diario. Desde siempre, los puestos del departamento de procesamiento de datos eran para toda la vida. El sueldo no estaba mal y el trabajo era seguro. Mirando las mesas separadas que se alineaban fuera de su despacho, se hizo varias preguntas: «¿Saben que esa seguridad con la que sueñan podría ser un espejismo? ¿Se dan cuenta de hasta qué punto las fuerzas del mercado están cambiando esta industria? ¿Comprenden que todos tendremos que cambiar para competir en un mercado de servicios financieros que se consolida a gran velocidad? ¿Son conscientes de que, si no cambian, algún día tendrán que buscarse otro empleo?».

Conocía las respuestas. No, no, no, no. Los miembros de su departamento seguían actuando como siempre. Los habían dejado solos y apartados demasiado tiempo. Cumplían con su trabajo y confiaban en que llegara la jubilación antes que los cambios. ¿Y ella? ¿Tenía una visión diferente?

El teléfono sonó devolviéndola al presente. Los sesenta minutos que siguieron fueron una lucha incesante. Primero se enteró de que había desaparecido el expediente de un cliente importante y que se rumoreaba que había sido visto por última vez en la tercera planta. A continuación, un empleado de otro departamento, harto de que lo tuvieran horas esperando al teléfono, había acudido personalmente a la tercera planta y montado una escena desagradable. Al menos, había algo de energía con la que enfrentarse. Luego, alguien del departamento jurídico se quejó de que le habían colgado el teléfono tres veces. Y uno de los muchos empleados del departamento que estaba de baja, no había entregado un proyecto importante que tenía que estar listo hoy. Una vez que Mary Jane logró sortear la última andanada, cogió su almuerzo y se encaminó a la puerta.

El vertedero de energía tóxica

Mary Jane había empezado a salir a comer fuera de la empresa desde hacía cinco semanas. Sabía que los que comían en la cafetería harían lo que hacían siempre, airear los pecados de la empresa y quejarse de la tercera planta, cosa que para ella se había convertido en algo demasiado personal. Le deprimía escuchar sus quejas, y necesitaba un poco de aire fresco.

Por lo general bajaba la colina y comía en el muelle. Allí, mientras saboreaba un panecillo, contemplaba el agua o veía entrar y salir de las tiendas a los turistas. Era una zona tranquila, y en Puget Sound podía mantener algo de contacto con la naturaleza.

Aquel día, aún no había dado ni dos pasos en dirección a la puerta cuando escuchó el inconfundible sonido de su teléfono sonando. «A lo mejor es la guardería. Stacey moqueaba esta mañana.»

-Mary Jane Ramírez -dijo jadeando.

-Mary Jane, soy Bill.

«¡Vaya! ¿Qué querrá?», se preguntó mientras escuchaba la voz de su jefe. Bill era otra de las razones por las que se lo pensó dos veces antes de aceptar el trabajo en la tercera planta. Tenía fama de ser un auténtico cabrón. Y, de momento, hacía honor a su reputación. Era de los que daban órdenes, interrumpían a mitad de la frase, y tenía la enojosa costumbre de preguntar sobre el estado de los proyectos con paternalismo. «Mary Jane, ¿tienes bajo control el proyecto Stanton?», como si ella no tuviera ni idea. Mary Jane era la tercera persona que ocupaba el puesto de jefe del departamento en dos años y por lo que empezaba a ver, los problemas no eran solamente del personal, sino también de Bill.

-Acabo de salir de una reunión que ha durado toda la mañana, con los jefes, y quiero que nos veamos esta tarde.

-Claro, Bill. ¿Hay algún problema?

-La dirección está convencida de que se acercan tiempos duros y que, para sobrevivir, todos tendremos que esforzarnos. O hay una mayor productividad de los empleados o tendremos que empezar a hacer cambios. Hemos hablado del efecto corrosivo de algunos departamentos donde la energía y la moral son tan bajas que acaban por contagiar a cualquiera.

Una sensación de terror se apoderó de Mary Jane.

-El gran jefe ha ido a una de esas conferencias sobre actitudes y entorno laboral y ha vuelto entusiasmado. A mí no me parece justo echar todas las culpas a la tercera planta, pero él parece estar convencido de que la tercera planta es el gran problema.

-¿Ha mencionado explícitamente la tercera planta?

13

-No sólo ha mencionado la tercera planta sino que le ha dado un nombre. La ha llamado un «vertedero de energía tóxica». No quiero que uno de mis departamentos se llame «vertedero de energía tóxica». ¡Es inaceptable! ¡Enojoso!

-¿Un vertedero de energía tóxica?

-Sí. Y me ha interrogado sobre lo que voy a hacer. Le he dicho que compartía su preocupación y que te había traído a ti para resolver el problema. Me ha dicho que quiere estar informado de los progresos. ¿Qué? ¿Ya está resuelto?

¿Que si ya está resuelto? ¡Sólo llevo cinco semanas en el puesto!

-Todavía no -contestó.

-Bueno, tendrás que darte prisa, Mary Jane. Y si no puedes, necesito saberlo para hacer los cambios oportunos. El jefe está absolutamente convencido de que lo que necesitamos es más energía, pasión y espíritu en el trabajo. Yo no acabo de entender porqué. Lo que se hace allí no es componer música. Personalmente nunca he esperado mucho de un montón de oficinistas. Supongo que hace tanto tiempo que la tercera planta es el blanco de todas las bromas que piensa que si lo cambia, resolveremos el problema. ¿A qué hora podríamos quedar?

-¿Qué tal a las dos, Bill?

-¿Mejor a las dos y media?

-¡Claro! .

Bill debió de notar la frustración en su voz.

«No te deprimas, Mary Jane. Es cuestión de ponerte a trabajar. Es bastante insoportable -pensó mientras colgaba el teléfono-. ¡No te deprimas! Es mi jefe y el problema es real. ¡Pero menudo imbécil!»

Un cambio en la rutina

Lamente de Mary Jane bullía mientras se dirigía hacia los ascensores por segunda vez. En lugar de bajar por la colina hacia la zona portuaria, como de costumbre, giró a la derecha por la calle Primera, pensando que necesitaba dar un paseo más largo. Las palabras «vertedero de energía tóxica» retumbaban en su cabeza.

«¡Vertedero de energía tóxica! ¿Qué vendrá después?» Iba caminando por la calle Primera cuando oyó una vocecita dentro de su cabeza que le susurraba, «la energía tóxica es lo que más aborreces de la tercera planta. Tienes que hacer algo».

El paseo impulsivo de Mary Jane la llevó hasta una parte de la ciudad desconocida para ella. Unas carcajadas atrajeron su atención y se sorprendió al ver el mercado público a su izquierda. Había oído hablar de él, pero, en su situación económica actual y con dos niños pequeños, procuraba evitar los mercados con renombre. Dado que tenía necesidad de vivir frugalmente hasta que pagara todas las facturas médicas, era más sencillo no visitarlo. Había pasado en coche por la zona, pero era la primera vez que lo hacía a pie.

Cuando se giró y caminó hacia Pike Place, se fijó en un grupo numeroso de gente bien vestida, que estaba apiñada delante de uno de los puestos de pescado, riendo. Al principio sintió que rechazaba la risa, preocupada como estaba. Ya iba a dar media vuelta cuando oyó una voz en su cabeza que le dijo, «No me vendría mal reírme un poco» y se acercó al grupo. Uno de los pescaderos gritó: «Buenas tardes, señoritos yogur». Docenas de personas bien vestidas levantaron sus vasos de yogur en el aire. «¡Señor! -pensó-, ¿dónde me he metido?»

Ir a la siguiente página

Report Page