Fish!

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El coraje de cambiar

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El coraje de cambiar

LAS exigencias de su puesto tuvieron a Mary Jane ocupada en actividades rutinarias los dos días siguientes. O, al menos, ésa era su excusa. Pero sus pensamientos volaban a menudo a la conversación que había mantenido con Lonnie y la idea de escoger la actitud que tienes en el trabajo. Se daba cuenta de que, aunque estaba de acuerdo con la filosofía del puesto de pescado, había algo que le impedía dar el paso. «En caso de duda, reúne más información», pensó.

El viernes decidió preguntar a Bill sobre la conferencia a la que había acudido su jefe, la que trataba de la influencia de las actitudes en el entorno laboral. Quería saber más sobre aquella experiencia. Aquella tarde le llamó.

-Bill, ¿cómo puedo documentarme sobre la conferencia acerca del entorno laboral a la que acudió el gran jefe?

-¿Para qué quieres documentarte? Era una de esas charlas inspiradas en la Nueva Era. Seguro que pasan la mayor parte del tiempo dándose baños calientes. ¿Qué sentido tiene perder el tiempo con eso?

Mary Jane notó que se estaba enfadando. Respiró hondo.

-Escucha, Bill, cuando acepté este trabajo, los dos sabíamos que había mucho que hacer. Ahora las expectativas son mayores y el tiempo se ha reducido. Los dos estamos metidos en esto hasta el fondo. ¿Me vas a ayudar o me lo vas a poner más difícil?

«No puedo creer que le haya hablado así -pensó-. ¡Pero qué bien me ha sentado!»

Bill respondió bien; era como si se sintiera más cómodo ante un enfrentamiento más directo.

-Vale, vale, será mejor que no nos pongamos nerviosos. Tengo una cinta en mi mesa que se supone que tenía que escuchar, pero no he tenido tiempo. Escúchala y cuéntame después lo que dice.

-Por supuesto, Bill. Pasaré a recogerla. Una vuelta a casa memorable

En el viaje de vuelta a Bellevue desde el trabajo hubo varios atascos, pero Mary Jane ni se enteró. No dejaba de darle vueltas a su situación. «¿Cuándo perdí mi confianza? -se preguntó-. Decirle a Bill lo que pensaba ha sido la primera cosa valiente que he hecho en mucho tiempo. Dos años para ser exactos», calculó, y las piezas empezaron a encajar en el umbral de la conciencia. «Demasiadas cosas en las que pensar.» Sintiéndose abrumada, introdujo la cinta de Bill en el radiocasete.

Desde los altavoces estéreo del coche le llegó una voz profunda y resonante que hipnotizaba. La cinta contenía la grabación de un verso de un poeta que llevó su poesía a su puesto de trabajo, convencido de que el lenguaje poético los ayudaría a solucionar mejor los temas del día. El poeta era David Whyte. Hablaba un poco y luego recitaba el poema. Sus poemas y sus historias le traspasaron. Aquellas frases le asaltaron.

Las necesidades de la organización y nuestras propias necesidades como trabajadores son las mismas: creatividad, pasión, flexibilidad, entusiasmo.

«Sí», pensó.

En verano, cuando aparcamos el coche delante del trabajo, dejamos

las ventanillas un poco abiertas, no para proteger la tapicería del

excesivo calor, sino porque sólo el 60% de nuestro ser entra en las

oficinas y el resto se queda en el coche todo el día y tiene que poder

respirar ahí dentro. ¿Qué pasaría si llevásemos todo nuestro ser al

trabajo?

«¿Quién es este hombre?» Entonces, sin previo aviso, se notó que se emocionaba cuando escuchó a David Whyte recitar su poema Fe. Lo presentó ante el público diciendo que lo había escrito en una época en la que tenía muy poca fe en sí mismo:


Fe de David Whyte

Quiero escribir sobre la fe, sobre la luna que se eleva por encima de la nieve, cada noche.

Y tiene fe, aunque vaya perdiendo su plenitud

y se convierte lentamente en la última

e imposible rendija de luz,

antes de abandonarse a la oscuridad total.

Pero a mí no me queda fe

y me niego a cederle el menor paso.

Que sea este poema,

como la luna nueva,

esbelta y recién estrenada

la primera oración que me lleve a la fe.

«De manera que a esto se refiere la frase: Cuando el estudiante está listo, el profesor aparece .» El poema había sido como una iluminación y Mary Jane pudo ver, por fin, lo que le impedía dar el paso. Tras la muerte repentina de Dan y la presión de tener que cuidar de sus dos hijos en solitario, había perdido la fe en su habilidad de sobrevivir en el mundo.

Tenía miedo de que si corría riesgos y fracasaba, no sería capaz de mantenerse ni a sí misma ni a sus hijos.

Liderar un cambio en el trabajo sería arriesgado. Podía fracasar y perder su empleo. La posibilidad era real. Entonces se puso a pensar en el riesgo de no hacer nada. «Si no cambiamos, es posible que nos quedemos todos sin trabajo. No sólo eso: no quiero trabajar en un lugar que no tenga vida ni energía. Sé lo que eso me haría con el tiempo, y la idea no es muy agradable. ¿Qué clase de madre sería si dejo que eso ocurra? ¿Qué ejemplo daría? Si pongo en marcha el proceso de cambio el lunes, el primer paso debe ser que yo cambie de actitud. Escojo tener fe. Debo confiar en que, pase lo que pase, estaré bien.

»Soy una superviviente; lo he demostrado. Pase lo que pase, estaré bien. Es hora de limpiar el vertedero de energía tóxica. Y lo es no sólo porque sería bueno para el negocio, que sé que lo será; ni tampoco porque me hayan retado a solucionar el problema, que es una razón importante, pero no deja de ser una motivación exterior.

La razón primordial para seguir adelante está dentro de mí. Es hora de que renueve la confianza en mí misma, y una manera de hacerlo es solucionando este problema.»

Recordó algunas líneas de la cinta:

No creo que las empresas sean necesariamente cárceles, aunque a veces las convertimos en cárceles por la manera en que escogemos trabajar dentro de ellas. He creado una prisión, y sus muros son mi propia falta de fe en mí mismo.

La metáfora de la prisión le sonaba familiar, estaba segura de haberla oído antes en un seminario al que había acudido. En cuanto llegó a la guardería, aparcó el coche, sacó su diario y escribió:

La vida es demasiado preciosa para desaprovechar el tiempo, no digamos ya la mitad de las horas que pasamos despiertos, en un vertedero de energía tóxica. No quiero vivir así, y estoy segura de que mis colegas pensarán igual una vez que tengan una alternativa clara.

La filosofía de mi departamento es así desde hace mucho tiempo. Para cambiarla, tendré que correr riesgos personales sin ninguna certeza de alcanzar el éxito. Quizá sea una bendición. Sucesos recientes me han hecho perder la fe en mí misma, y correr los riesgos necesarios quizá me ayude a recuperarla. El hecho es que el riesgo de no hacer nada seguramente es mayor que el riesgo de actuar.

Entre mis notas, en alguna parte, hay material con un mensaje que podría serme útil. Tengo que encontrar ese mensaje porque necesito toda la ayuda que pueda conseguir.

Pensando en eso, se bajó del coche y fue a recoger a su hija.

-Mamá, mamá, tienes los ojos húmedos. ¿Has llorado? ¿Pasa algo, mamá?

-Sí, cariño, he llorado, pero eran lágrimas buenas. ¿Qué tal has pasado el día?

-He hecho un dibujo de nosotros. ¿Quieres verlo?

-Claro que sí. -Bajó la vista y miró las cuatro figuras que su hija había dibujado.

Luego, volvió la vista hacia ella.

-¡Muy bien! -suspiró-. Otra prueba más de fe.

»Recoge tus cosas, cariño; tenemos que ir a buscar a Brad.

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