Fiesta

Fiesta


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A finales del siglo XX se hizo una encuesta masiva entre el público en general para elegir las cien mejores novelas anglosajonas del pasado siglo, y en ella figuraban destacadas dos novelas de Ernest Hemingway: Fiesta y Adiós a las armas, por este orden.

Este dato sugiere que nos encontramos ante una obra mayor de la literatura, máxime cuando en ello coincide también la crítica más exigente. El profesor y escritor José María Romera, analizando Fiesta, afirma: «Se ha reprochado a menudo a Hemingway su exagerada propensión a llenar los relatos de elementos simbólicos, de referencias metaliterarias, de engranajes constructivos complejos en los que el lector no repara. Debajo de lo que parecen ser narraciones frías y objetivistas al dictado de los hechos hay una tupida base de significados apiñados más allá de lo que se ve en las descripciones y los diálogos de sus obras. En Fiesta esta sobrecarga de implicaciones ocultas, rayanas en cierto culturalismo, es manifiesta. Se trata, como insistía él, de hacer de la novela un iceberg donde sólo asome una pequeña parte de lo que se quiere decir». Mas Romera concluye con una afirmación rotunda: «Fiesta es una novela ambiciosa, exigente y sólida, fruto tanto de la experiencia vivida como de la disciplina literaria. Como en muchas otras obras de Hemingway, puede discutirse si la comunicación autor-lector llega a completarse cuando el primero sólo muestra la parte emergente del iceberg que ha concebido. Pero esto no invalida a las grandes obras, y Fiesta, sin ningún género de dudas, es una de ellas».

Efectivamente nos encontramos ante una novela de largo aliento en donde el joven periodista Hemingway quiere lograr el anhelo de siempre en su vida: ser escritor. Para ello concibe para su segunda novela —la primera la publicó también en 1926 con el título Torrentes de primavera, en la que parodia al escritor Sherwood Anderson— un viaje iniciático con fuertes elementos de contraste: la vida relajada y anodina de la «generación perdida» en París se contrapone a la vitalista fiesta de Pamplona, que no se interrumpe nunca, en medio de un marco natural incomparable, una especie de regreso al Paraíso, donde además la gente disfruta de las cosas más primitivas, como comer, beber y bailar, del riesgo inútil ante los toros y del ritual de las corridas, que tienen un punto sacro, solemne. La fiesta produce una catarsis en los jóvenes que visitan Pamplona y hace que su vida después ya no sea la misma. El periodista Jake Barnes, protagonista que narra toda la historia en primera persona, es el alter ego de Hemingway y participa de la aventura en España con la misma intensidad que el escritor vivió a lo largo de su vida sus viajes a África, sus cacerías en las tierras de Michigan o la pesca de altura en el Caribe.

Pamplona, una pequeña ciudad de unos 35.000 habitantes en 1923, situada «allá arriba, en las montañas de Navarra», en el Pirineo occidental, se iba a hacer famosa internacionalmente gracias al libro que Ernest Hemingway publicó en octubre de 1926 con el título The Sun Also Rises (Fiesta) y que se convertiría rápidamente en la biblia de bolsillo o libro de culto para los americanos medios que buscaban salir de la rutina y encontraban, ante las astas de los toros, emociones fuertes. Y no sólo de los americanos, sino también de muchos europeos, pues no deja de ser significativo que las primeras ediciones de la novela, tanto en Alemania como en Gran Bretaña, mantuvieran el título en español, Fiesta, como reclamo eficaz ante unas fiestas, como los Sanfermines, que se percibían ya por aquellos años como unas fiestas universales, la fiesta por antonomasia. Fiesta llevó desde el principio una dedicatoria especial. Como reza la edición española, «Este libro está dedicado a Hadley y a John Hadley Nicanor», en definitiva su reducida familia que le acompañó en aquél, su primer viaje de descubrimiento de la fiesta.

Singulares son los pasajes de Fiesta donde describe su llegada a la Pamplona de los años veinte, así como el comienzo de los Sanfermines con una frase que luego se ha repetido hasta la saciedad («El domingo 6 de julio a las doce del mediodía explotó la fiesta») o la detallada descripción del encierro, el momento cumbre de los Sanfermines.

Fiesta es un libro entretenido, de lectura absorbente. Los diálogos son tan frecuentes como sorprendentes —con una cadencia cinematográfica a la que aún no se le ha hecho justicia—, las descripciones de tipos tienen una raíz psicológica de fondo y las anotaciones —sobrias y magníficas— sobre los paisajes y las tierras son certeras y abiertas a la imaginación. Como dice Romera, «la ética literaria de Hemingway consiste en presentar lo mínimo y de la forma más escueta posible; es el lector quien debe encontrar el fondo épico de la historia». Una épica que habla de los nuevos caballeros del último siglo: la «generación perdida» que encuentra en las fiestas de Pamplona su regeneración y su nueva razón para seguir viviendo.

Hemingway y Pamplona

El vitalista escritor y Premio Nobel Ernest Hemingway visitó Pamplona en nueve ocasiones a lo largo de su vida y siempre por Sanfermines. La primera visita fue en 1923, el mismo año que había conocido en vivo la fiesta de los toros en la plaza de Las Ventas, en Madrid. Luego repitió viaje cada año de 1924 a 1927, hizo un paréntesis al año siguiente y volvió en 1929 y 1931. Las últimas fechas en las que se sumergió en los Sanfermines, ya siendo un afamado escritor, fue en 1953 y 1959.

El joven Hemingway, corresponsal del semanario The Toronto Star Weekly, llevaba en París una existencia relajada y sin más aventuras que las que le provocaban el vino y las mujeres. La escritora Gertrude Stein, que luego bautizaría a la generación de escritores —en la que Hemingway resultó uno de los más conocidos— como la «generación perdida», sabedora de su proyectado viaje a España para alejarse del ambiente decadente de París —«era primavera en París y todo parecía un poco demasiado bello», comenzó el periodista el artículo donde anunciaba su viaje, mencionando por primera vez a Pamplona—, le habló de los Sanfermines y cuando, en compañía de su joven esposa embarazada, llegó a la Plaza del Castillo en la noche del 6 de julio de 1923, precisamente en la víspera del día de San Fermín, se quedó enamorado de la fiesta y atraído de una manera vital e irremediable por los encierros y las corridas de toros.

De hecho, pronto hizo amigos entre los toreros y se convirtió en un entendido, hasta tal punto de que su admiración por el maestro Nicanor Villalta le llevó a inscribir a su primer hijo, aquel que viajó con el joven matrimonio a España —ambos compartían la certeza eugenésica de que su hijo se iba a llenar de valentía al ser testigo prenatal de una corrida de toros— como John Hadley Nicanor Hemingway. Hadley era el nombre de su mujer, que también utilizaba el reportero como alias para sus más variados escritos.

El primer fruto de su viaje e inmersión en los Sanfermines fue un artículo para su periódico, The Toronto Star Weekly, publicado el sábado 23 de octubre de 1923 en portada y bajo un titular un tanto sensacionalista —«Bull Fighting Is Not a Sport; It Is a Tragedy» (La corrida de toros no es un deporte, es una tragedia)—, en donde relataba su viaje a España para conocer en directo las corridas de toros de Madrid, Sevilla, Ronda y Granada, entre finales de mayo y junio de 1923, y, ya en julio, a Pamplona, donde se sumergió en la fiesta y quedó atrapado por los Sanfermines para el resto de su vida.

La vida del escritor Ernest Hemingway terminó cuando se pegó un tiro al amanecer del 2 de julio de 1961 en su casa de Ketchum, Idaho, pero no lo enterraron hasta el 7 de julio, precisamente en el día de San Fermín en que su querida Pamplona iniciaba de nuevo sus fiestas, en las que también ese año era esperado por todos.

La ciudad de Pamplona le dedicó en 1968 un busto de granito con la cabeza de bronce, colocado cerca del callejón que enfila los últimos metros del encierro, junto a la plaza de toros, y con la siguiente leyenda: «Ernest Hemingway, Premio Nobel de Literatura, amigo de este pueblo y admirador de sus fiestas, que supo describir y propagar. La ciudad de Pamplona. San Fermín, 1968».

José María Domench García

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