Fidelity

Fidelity


CAPÍTULO DOS

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CAPÍTULO DOS

Teniendo en cuenta la posibilidad de elegir entre la

experiencia del dolor y la nada, elegiría el dolor.

WILLIAM FAULKNER

Dos años más tarde

Lu

Después de darle la clase de análisis de textos a Susana, me quedé un rato en el Starbucks pensando en por qué ella no avanzaba con las cinco lecturas que tenía que prepararse para entrar en la Escuela Superior de Arte Dramático. Ella y yo queríamos ser actrices. Además de hacer un análisis de texto en la primera fase, teníamos que realizar una prueba de canto, de voz, de movimiento y de ritmo. Y si no aprobábamos esta primera fase no podíamos pasar a la segunda.

Le había facilitado varios textos para que los analizara, aunque desde que habíamos empezado ella no quería entender lo que yo le explicaba. Siempre parecía estar más pendiente de los whatsapps que le enviaba ese rollito de verano, del que decía estar completamente enamorada, que de lo que yo trataba de explicarle. ¿Tan bueno estaba ese tal Marcos del que no dejaba de hablarme? Susana decía que era su profesor particular porque ya estaba en tercer curso de la ESAD. Aunque sospechaba que Marcos hacía otras prácticas con ella, y no precisamente de teatro. ¿Tan bien besaba y tan estupendo era? Incluso ahora apenas me hablaba de su novio, que se había ido a Brasil con sus padres. Casi me picaba la curiosidad y tenía ganas de conocerlo. ¡A saber cómo era ese tal Marcos! Igual era uno de esos niños pijos que tanto le gustaban a ella. De esos chicos que vestían con polo y llevaban la raya a un lado, montaban a caballo, jugaban al golf y tenían un Mercedes descapotable último modelo. Vamos, un novio más rico que el anterior. Aun así, me extrañaba que un chico tan pijo quisiera ser actor.

En fin, yo hacía todo lo que estaba en mi mano para que entrara en la escuela.

Me tomé lo que quedaba de mi frapuccino de vainilla y pagué con el dinero que me había dejado Susana.

Al salir a la calle, tuve que entrecerrar los ojos, el sol brillaba con tanta intensidad que hice visera con la mano y saqué las gafas de sol. A pesar del calor que hacía en Valencia, me apetecía pasear con tranquilidad y preparar el programa de radio. Desde hacía un tiempo anotaba ideas en una libreta de color azul a la que le había puesto el mismo título que el diario en el que mi madre escribía todos los días: «Polvo de estrellas en la casita de Lu». Era una manera de seguir teniéndola conmigo.

Como profesora de lengua, me obligó a leer desde muy pequeña libros que ella consideraba imprescindibles para mi cultura general. Era de la opinión de que tenía que leer de todo, y cuanto antes empezara, mucho mejor.

Durante un buen rato estuve sentada en los escalones que había en la entrada lateral de la catedral, la que daba a la plaza de la Virgen. Era uno de los lugares que más me gustaban de Valencia. Me recordaba a cuando todavía éramos una familia feliz y mis padres solían traerme para correr detrás de las palomas.

Una vez que tuve claro con qué poema empezaría el programa, bajé hacia la plaza de la Reina, le compré un vaso de horchata a una vendedora que tenía un puesto ambulante y me metí por Corregería. Estuve callejeando hasta llegar al Mercado Central. Adoraba pasear por esta antigua construcción de corte modernista y perderme entre sus puestos de verduras. Como siempre que iba, había un montón de turistas comprando algo de cerámica o haciendo cola para tomar un refrescante zumo natural. Fui al puesto en el que siempre había verdura y fruta y luego me marché a la parada del autobús para ir a Los Cabos.

Al llegar a casa, André estaba limpiando la cocina. Menos mal que él era mucho más organizado que yo. De lo único que no se ocupaba era de hacer la colada, cosa que odiaba, así que esta tarea me tocaba a mí. Y a pesar de todo el tiempo que llevábamos viviendo juntos, él aún no había conseguido que mi habitación estuviera ordenada.

—¡No te vas a creer lo que he encontrado hoy rebuscando en un baúl que me traje de casa de tu abuela! —exclamó André.

Guardé la verdura y la fruta en la nevera. Como siempre que Nefer advertía que yo llegaba a casa, salió a darme la bienvenida y se enroscó entre mis piernas.

—Seguro que es algo interesante. Ella lo guardaba todo. Tratándose de mamá, es posible que hayas encontrado la entrada de la primera vez que fuisteis al cine.

—En eso te equivocas.

André sacó de su cartera un pequeño cartón de color azul para mostrármelo. Era una entrada muy vieja, del año 1989, donde aún se podían leer las letras de la película: Cuando Harry encontró a Sally.

—No, ella no la guardó. En este caso no pude deshacerme de nuestra primera cita en Valencia.

Suspiré.

André se había enamorado de mamá en París cuando ella estudiaba en La Sorbonne. Después, una vez que ella acabó sus estudios, decidieron regresar a España juntos y empezar una nueva vida en Valencia.

—Nunca hubiera imaginado que fueras de esa clase de románticos que conservan una entrada de cine.

—Pues ya ves que sí. Tu padre es un romántico empedernido. A mi edad es imposible que cambie.

—Ya veo. A ti el amor te sienta bien.

Desde que salía con Gemma, su nueva novia, había rejuvenecido más de diez años.

—¿Y a quién no le gusta estar enamorado? —me preguntó.

—Prefiero pasar del tema. Mejor olvidar mi experiencia con los chicos. Por ahora no quiero volver a enamorarme. —El último novio que tuve salía conmigo a la vez que lo hacía con mi mejor amiga. Al final la prefirió a ella. En fin, que mi vida amorosa era un desastre—. Mejor hablamos de otra cosa.

—Eso es porque aún no has encontrado a la persona indicada. Te podría decir que solo hace falta un instante, un parpadeo, para que te enamores.

—Ni ganas —contesté reprimiendo un escalofrío—. Y ni se te ocurra presentarme a ningún hijo de algún amigo que tenga mi misma edad. Aún no estoy preparada para el amor.

—Eres muy joven para pensar así. Deberías dejarte llevar. El que a tu madre y a mí se nos acabara el amor no significa que a ti te vaya a pasar lo mismo.

—No sé si está muy bien que un padre y una hija terminen hablando de los chicos con los que salgo. Se supone que a ti estas cosas no te tienen que molar nada. —Me sentía un poco incómoda al hablar de estos temas con mi padre. Creo que no sería lo mismo si en vez de hacerlo con él hubiera sido con mi madre—. ¿Y por qué tengo que pensar en el amor?

—Porque es el sentimiento que nos hace estar vivos.

—Pues ahora mismo paso de ese tipo de chorradas. Y no quiero hablar más del tema, por favor.

André se me quedó mirando.

—No deberías prometer algo que no puedes cumplir. ¿De verdad no crees en el amor?

Fruncí los labios y me encogí de hombros.

—Creo que nunca te lo he dicho, pero cada vez te pareces más a tu madre, sobre todo cuando tuerces la boca —dijo él.

—Yo no tuerzo la boca.

—Algún día te pillaré desprevenida y te haré una foto para que veas la cara que pones cuando algo te incomoda. Y luego la colgaré en la página de Facebook de la radio.

—No serás capaz.

André arqueó una ceja y terminó soltando una carcajada.

—Entonces no niegues que tuerces la boca. Además, estás muy guapa.

Me encogí de hombros.

—Eso no cuenta. No vale que tú me digas que soy guapa, porque eres mi padre.

—Solo te digo la verdad. En este caso soy muy objetivo.

—Ya.

Se acercó a la mesa de la cocina para entregarme un ejemplar de una antología poética de Mario Benedetti.

—Durante años eché de menos este libro. Ya pensaba que lo había perdido. —Me mostró con orgullo la firma del autor—. A tu madre le encantaba este poeta. Fuimos juntos a un recital cuando vino a Valencia. Tú aún no habías nacido.

—No me suena de nada este escritor.

—Estoy seguro de que te gustará.

—¿Habla del amor?

—Déjate sorprender.

—Está bien. Pero lo hago porque tú tienes tan buen gusto como tenía mamá.

—Algo tuvo que encontrar en mí para que se enamorara.

—Sí, desde luego. Creo que yo también me enamoraría de un chico al que le gustara la literatura, pero me temo que esos se pueden contar con los dedos de una mano. Y tú no cuentas, así que solo me quedan tres.

—¿Quién es ese cuarto? —quiso saber sacando una lata de la nevera.

—¡A ti te lo voy a decir! —exclamé. Estaba pensando en Miguel, pero él tampoco me servía—. Quizá es que soy muy exigente, pero no quiero a uno de esos chicos que se las dan de poetas y luego son unos gilipollas integrales. Ni tampoco me gusta ese rollito hipster que llevan ahora casi todos los chicos que conozco. Y ni mucho menos me veo con un hippy que va por la vida con una camiseta de John Lennon y que cada dos por tres te suelta lo de: «Paz y amor, hermana».

—Entonces solo tienes que estar atenta a uno de esos tres que quedan. Mucho más difícil es encontrar una aguja en un pajar —dijo André saliendo de la cocina con una cerveza en la mano.

Abrí la nevera para ponerme una taza de salmorejo que nos había hecho nuestra vecina cordobesa, que era como si fuera mi segunda abuela, y me marché a mi habitación para echarle una ojeada al libro. Nefer me siguió y se tumbó en la cama junto a mí. A ella le gustaba que la acariciara mientras leía.

Finalmente terminé suspirando con cada página que pasaba y derramando lágrimas. Porque aunque no lo quisiera reconocer, yo deseaba estar enamorada y sentirme correspondida. Quizá André tuviera razón y no debería cerrar las puertas al amor. Pero a saber dónde podía encontrar a uno de esos tres chicos a los que les gustara la literatura.

Dejé el libro encima de la mesilla y copié uno de los poemas que más me gustaron. Decidí darle otro enfoque al programa y hablar de aprovechar el momento.

Antes de subir vi el correo electrónico de mi programa de radio desde el ordenador. Desde hacía como un mes y medio recibía todos los días un e-mail de un misterioso oyente al que le encantaba mi programa. Esperaba con ansia sus impresiones sobre los poemas que yo leía. Me hacía sentir cosquillas en el estómago, pero sobre todo me hacía sentir que le importaba a alguien. Me alegré cuando vi que había vuelto a recibir un correo electrónico suyo. Solo esperaba que no fuera uno de esos chiflados, al cual terminaría odiando por ser un fan cargante. Lo que aún no tenía muy claro es si era chico o chica.

De: mcheshire@gmail.com

Fecha: martes, 20 de agosto de 2013, 13:45

Para: sugerenciaslu@radiofaro.com

Asunto: «Polvo de estrellas en la casita de Lu»

Hola,

Quizá pienses que soy otro pesado que adora tu programa, pero si te soy sincero, desde la primera vez que te escuché sentí que no había dado por casualidad con el dial de tu radio. Solo puedo darte las gracias. Hoy, como todos los días, deseo que me sorprendas. Me encanta volar contigo. Me gustó mucho que ayer hablaras de Alicia a través del espejo.

No creas que soy un chiflado, solo siento que es como si te conociera desde hace mucho tiempo. Algo me une a ti y no sé muy bien qué es. Todos los días te adelantas a mis anhelos, a mi pasión por la literatura. No es fácil encontrar a alguien que tenga los mismos gustos que yo. Te seguiré escuchando todos los días. Mil gracias por existir.

M.

Como siempre que recibía un e-mail, me gustaba contestarlo. Aún quedaban unos minutos para que entrara en antena, así que aproveché para darle las gracias. Ahora ya sabía que ese M. era un chico. ¿Y si este chico fuera uno de esos tres a los que les gustaba la literatura? Pero tenía tan mala suerte que es muy posible que fuera gay.

De: sugerenciaslu@radiofaro.com

Fecha: martes, 20 de agosto de 2013, 14:20

Para: mcheshire@gmail.com

Asunto: Re: «Polvo de estrellas en la casita de Lu»

Hola, M,

Hoy me has alegrado la mañana y has pintado una sonrisa en mis labios. Gracias por todas tus palabras. De verdad, te lo agradezco mucho. Eres un oyente como pocos. Como tú bien dices, no es fácil encontrar a alguien con tus mismos gustos. Deseo que este programa te guste tanto como los anteriores. Hoy quiero hablar de Mario Benedetti. No sé si lo conoces, pero acabo de terminar una antología que me ha gustado mucho. Ya me dirás qué te parece.

Mil gracias a ti por escucharme. Ahora ya sé que hay alguien que me escucha al otro lado.

Lu

Una vez le hube contestado, subí con tranquilidad al faro. Roberto, nuestro técnico de sonido, me saludó con la mano en cuanto me vio aparecer. El programa que iba antes del mío estaba a punto de terminar. Felipe, el locutor, me saludó con un movimiento de cabeza y me indicó que ocupara mi silla. Cuando acabó, se despidió de mí con un beso en la mejilla y salió corriendo.

Mientras Roberto ponía unas cuñas de publicidad, me coloqué los cascos y esperé a que me diera paso. Los momentos previos siempre me resultaban mágicos, porque de repente, una vez que dejaba de sonar la música, mi voz se transformaba. Me gustaba sentir que seducía a los oyentes. Al menos sabía que ese tal M. era uno de ellos.

Empecé diciendo:

—El poeta Robert Herrick decía: «Coged las rosas mientras podáis, veloz el tiempo vuela. La misma flor que hoy admiráis, mañana estará muerta. La gloriosa lámpara celeste, el sol, cuanto más alto ascienda, antes llegará a su camino, y más cerca estará del ocaso…». Nos pasamos la vida deseando lo que no tenemos, poniendo nuestras esperanzas en un futuro que aún no ha llegado y nos olvidamos de admirar nuestro presente. Si deseas ser recordado, empieza a dejar tus huellas en este instante. No lo dejes para mañana. Quizá haya alguien que, aunque no lo conozcas, lo necesite. Bienvenidos a «Polvo de estrellas en la casita de Lu», un programa para luciérnagas perdidas en la luminosidad de la mañana. ¿Te atreves a volar conmigo? Aún somos inocentes para alcanzar la segunda estrella a la derecha y llegar al país de Nunca Jamás. Y si se te ha olvidado volar, no te preocupes, solo te hace falta un poco de polvo de hadas y cogerte de mi mano. Porque hoy, como cualquier día, es perfecto para ser un niño, para ser jóvenes e ingenuos.

»Soy de las que muchas veces se preguntan qué harían si tuvieran una lámpara maravillosa y un genio a su servicio. Tres deseos para ser feliz. ¿Qué tres deseos pediría? Una cuestión difícil, ¿no os parece? ¿Sería más feliz pidiendo uno de esos tres deseos o, por el contrario, me sentiría dichosa cuando pidiera el último? ¿Cómo saber si el deseo que he pedido es el que realmente quiero? Y lo más importante, ¿me arrepentiría algún día de no poder cambiar y de no haber podido escoger un cuarto…?

Hace ya unos días que regresé a Valencia. No quiero ni acordarme de dónde estuve. Fue culpa tuya que mis padres me obligaran a ir allí. No sabes lo mucho que he tenido que mentir y demostrarle a todo el mundo que iba a ser buena. Después de todo lo que he hecho por nuestra relación, no me has llamado. ¿Por qué? Sigues sin entenderme. No sabes cuáles son mis sentimientos realmente. Tú decías que eran celos, pero no, no son celos. Yo te quiero, y cuando he regresado veo que estás con una maldita zorra rubia. ¿Y qué me dices ahora? No son celos, me estás engañando. Ya estoy cansada de que no me hagas caso. Voy a tomar cartas en el asunto otra vez. Te vas a acordar.

Marcos

Tres deseos para ser feliz. Me parecía todo tan extraño e incluso tan fácil que estaba seguro de que este tipo de lámparas, de llegar a existir, habrían dejado muy pronto de venderse, porque finalmente la gente siempre querría un cuarto, un quinto y hasta un sexto deseo. En esto coincidía con Lu.

Me alegré cuando recibí en mi móvil su e-mail. Cuando terminara el programa le escribiría. Hacía un mes y medio que había descubierto ese programa. Me gustaba escuchar a esa chica. Tenía una voz que lograba seducir al mismo tiempo que hablaba sobre algunas cuestiones que yo mismo también me había planteado. Fue casualidad que encontrara el dial. Sin entender por qué, y sin conocerla siquiera, sentía que había algo en ella que me atrapaba sin remedio. Porque sin saberlo, esa Lu parecía contar parte de mis sueños en sus locuciones.

Antes de que acabara el programa Susana me envió varias fotografías en ropa interior. Algo me decía que iba siendo hora de dejarlo también con ella. Me divertía con Susana, pero eso era todo. No quería profundizar mucho más en una relación que no me llevaba a ninguna parte. Yo solo era su profesor de teatro. La había conocido casualmente en la ESAD, cuando fue a inscribirse para las pruebas de acceso. El día que la conocí, casi a finales de julio, ella se acercó para preguntarme dónde estaba secretaría. Como no tenía nada que hacer, la acompañé hasta el primer piso y se la presenté a la secretaria. Y desde aquel momento, Susana y yo habíamos sido inseparables.

El sonido de unos nudillos en la puerta de mi cuarto me sobresaltó. Elena entró y se sentó en el borde de mi cama.

—Pasa, no te cortes —le solté—. Total, qué más te da que yo te dé permiso para entrar.

Mi hermana, a veces, tenía la mala costumbre de entrar en mi cuarto aunque yo no le diera permiso.

—¡Ay, qué tiquismiquis eres!

—Y tú siempre estás igual. Ni se me ocurriría entrar en tu cuarto sin tu permiso. Si lo hiciera te pondrías hecha una fiera.

Elena pasó de mi comentario y cambió de tema.

—No sé qué te ha dado con este programa, pero esa chica está todo el día hablando de libros. ¿No es un poco aburrido?

—Vale, Elena, ¿a qué has venido? Estoy ocupado. Me gustaría terminar de escuchar el programa.

—Nada, solo me apetecía estar con mi hermanito.

Me tiró uno de los cojines que había en mi cama a la cara.

—A mí no me engañas. ¡Tú quieres algo! Pero si tenías pensado que fuera contigo esta tarde a algún sitio, lo siento, pero ya he quedado con Susana.

—Genial —dio un salto en la cama—, porque quería que me acompañaras mañana a una exposición de fotografía. Así no me siento tan sola. Mamá se pondrá a hablar con sus contactos y pasará de mí. Dime que mañana me acompañarás. ¡Dime que sí, por favor!

Hice como que me lo pensaba unos segundos hasta que finalmente le contesté:

—Está bien. Mañana por la tarde la reservo para ti. Ya me lo pagarás cualquier día de estos con uno de esos favores que no te gustan. —Solté una carcajada.

—No me mires así. —Me empujó—. No te estoy pidiendo que me acompañes a ningún sitio raro.

—Ya te he dicho que iré contigo. Y después tú me acompañarás a una performance que han organizado algunos de mis colegas en el barrio del Carmen.

—Sabía que me lo harías pagar caro.

—Te aseguro que las performances de mis amigos son más divertidas que las exposiciones a las que me obligas a ir.

—Lo que tú digas.

Elena se levantó, pero antes de salir de la habitación se dio la vuelta y se sentó otra vez en la cama. Mucho me temía que me iba a perder el programa de radio.

—Lo que no entiendo es por qué aún sigues con Susana.

—¿Y por qué no? Susana es de ese tipo de chicas que no quieren un novio. Y mientras sea así, por mí perfecto.

—¡Pero es tan pija!

—Sí, pero para pasar un rato con ella tampoco me importa.

—¡Qué bruto eres!

—¡Y qué quieres que te diga! No la estoy engañando. Nunca le he dicho que la quiero, ni que deseo ser su novio. ¿Qué más puedo pedir?

—Podrías ser un poco más delicado.

—¿Vienes a darme ahora clases de moralidad?

—No, pero tampoco me gusta que hables así de ella.

—A ver cómo te lo explico, hermanita. Ni Susana quiere que me case con ella ni yo quiero un compromiso de por vida. Teniendo estos conceptos claros, ¿qué hay de malo en tener una amiga con derecho a roce?

—Pues estoy segura de que aunque Susana no te lo haya dicho, está interesada en ti.

—No, te equivocas. Susana tiene un novio ultramegamillonario que está enamorado de ella hasta los huesos. Creo que son tal para cual. Ella se ve casada una vez que sea famosa y haya salido en algún programa de la tele y con dos niños monísimos que vestirán igual que sus papás. Alguna vez me lo ha dejado caer.

—Dirás lo que quieras, pero te pone ojitos cada vez que os veo juntos.

—Pero si Susana es de ese tipo de niñas que van de modernas pero que al final solo desean casarse. La han educado para eso, para ser una buena esposa y una mejor madre. Estoy seguro de que será la perfecta ama de casa, casada con un hombre de negocios, que celebrará el cumpleaños de sus hijos en un club muy elitista y tendrá una chica para que se ocupe de los niños mientras habla con sus amigas de lo mucho que pasan sus maridos de ellas.

—Eso es un cliché. Y tú lo sabes.

—¿Te acuerdas de aquella obra que fuimos a ver de mi amigo Ángel Lucas, Apartamento en venta? Es cierto que está llena de tópicos y clichés, pero los clichés son clichés y existen. Lo creas o no, es así.

Elena enarcó exageradamente las cejas. No estaba muy convencida de lo que le decía.

—El que está equivocado eres tú. Creo que aún no entiendes a las chicas. Te digo que a Susana le gustas para algo más que para echar un polvo.

Terminé bufando exasperado. No ya solo porque estaba teniendo ese tipo de conversaciones que un hermano nunca tenía con su hermana pequeña, sino porque no me dejaba escuchar el programa de radio.

—¿Y cómo pretendes que os comprenda si vosotras mismas no llegáis a entenderos? Nosotros, por ejemplo, somos más simples que el mecanismo de un botijo.

—Sí, ya. Vosotros venís con un libro de instrucciones debajo del brazo. Yo tampoco os entiendo, la verdad.

Miré la hora. El programa estaba a punto de terminar y quería escuchar las últimas palabras de la locutora. Además, también iba siendo hora de arreglarme. Había quedado con Susana sobre las cinco para ir a Gandía, a una casa que sus padres tenían en la playa.

—Si no te importa, tengo que cambiarme.

Elena se levantó y desde la puerta me dijo:

—Está bien. Te dejo que escuches la radio. Recuerda que mañana por la tarde eres mío.

—Que sí, pesada. Y tú serás mía.

Les diré a mis colegas que te saquen a hacer alguna tontería.

—Ni se te ocurra hacerlo, porque te aseguro que soy capaz de poner en Facebook esa foto tuya de cuando eras pequeño y te quedaste dormido en la taza del váter mientras hacías caquita.

Le tiré un cojín a la cara. Mi puntería seguía siendo perfecta.

—Entonces yo tendría que sacar mi artillería pesada y sacar esa foto de cuando tenías cinco años y te estabas comiendo un moco.

—¡Cómo os lo tengo que decir! No me estaba comiendo los mocos.

Solté una carcajada. Entonces Elena me lanzó el cojín, aunque yo fui más rápido que ella y lo esquivé sin problemas.

Esperaba con ansia el poema con el que Lu cerraba su programa. Eran muy pocas las veces que ella hablaba de un poeta que no conociera. Y en esta ocasión, como me había adelantado en el correo que me envió, utilizó un poema de Mario Benedetti que se titulaba Botella al mar:

Pongo estos seis versos en mi botella al mar

con el secreto designio de que algún día

llegue a una playa casi desierta

y un niño la encuentre y la destape…

Y terminó diciendo:

—«Porque como decía Pablo Neruda: ”Queda prohibido no sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad tus sueños”. Y hasta aquí ha llegado este vuelo en ”Polvo de estrellas en la casita de Lu”. Espero que hayáis disfrutado de este viaje tanto como yo. Si eres uno de los afortunados que encuentran mi botella en el mar, descubrirás algo más que caracolas».

De nuevo, «Polvo de estrellas en la casita de Lu» no me había decepcionado. Me gustaba hacer viajes literarios con esta chica. No me importaría conocerla en persona y ver si me seguía sorprendiendo tanto como lo hacía por la radio.

Aun así, dejé de pensar en ella cuando me metí en el cuarto de baño, me di una ducha rápida y corrí a mi habitación para terminar de vestirme. Algo me decía que esa noche iba a pasármelo bien. Susana me había enviado otras dos fotografías por whatsapp con un conjunto que se había comprado ese día. Desde luego la foto era de lo más sugerente. Me invitaba a quitárselo a bocados, y ¿qué otra opción tenía yo sino hacer realidad sus deseos? Era todo un placer complacerla en ese sentido.

Llegué puntual a la cita. Había quedado con Susana en recogerla en la parada de metro de Joaquín Sorolla, y desde ahí nos iríamos a Gandía. Ella llegó con veinte minutos de retraso. No sé cómo se las apañaba para perder siempre el metro. Llevaba una cesta con lo que cenaríamos esa noche.

—Siento llegar tarde, pero es que en la tienda me han entretenido con varios modelos que quería comprarme. Sé que te gusta el color rojo y deseaba comprarme algo especial.

Me recompensó con un beso largo y muy húmedo. Le acaricié los muslos por debajo de la falda hasta llegar a sus bragas. Ella me apartó la mano.

—Tendrás que esperar un poco más.

Sus labios estaban brillantes y rojos después de nuestros besos.

—¿Y no vas a dejar que pruebe un poco antes? Gandía está muy lejos.

Susana titubeó, pero finalmente negó con la cabeza.

—No, quiero sorprenderte.

—¿Ni siquiera puedo ver ese modelo que te has comprado?

—No. —Se mordió el labio inferior—. Ese aún no te lo he enseñado.

—Está bien, princesa. Podré esperar.

Creo que nunca había conducido tan rápido una vez que nos metimos en la autopista. Si ella tenía ganas de llegar, no lo demostraba. Parecía disfrutar de este juego que nos traíamos.

—¿Sabes?, cuando lleguemos serás tú la que me pida que te quite ese conjunto —la desafié la última vez que me apartó la mano de sus muslos.

—Estás muy seguro de ti mismo. —Soltó una carcajada.

—No me pongas a prueba. Saldrás perdiendo.

—¿De verdad?

—Sí. Aunque me muera por arrancarte la ropa interior, sabré contenerme.

Ella siguió sonriéndome. Casi suspiré de alivio cuando entramos en Gandía. Me fue guiando hasta la playa, y una vez llegamos, me cogió de la mano para entrar en la casa. Susana ni siquiera esperó a cerrar la puerta para rodearme con los brazos el cuello. Me dejé llevar por sus besos cálidos cuando la levanté a pulso y la apoyé contra la pared. Ella se quitó la camiseta.

—¿Qué quieres que haga ahora? —le pregunté en cuanto se quedó en sujetador.

—¿No se te ocurre nada?

—Muchas ideas, pero prefiero que me lo digas tú.

—Eres malo.

Le sonreí.

—Ya te he dicho que al final terminarías pidiéndomelo.

Entonces me susurró al oído lo que tanto deseaba escuchar. Atraje sus labios hacia mí, después le di un pequeño mordisco en el cuello y cumplí sus deseos.

Has pasado la noche con ella. Y no me digas que son imaginaciones mías porque yo sé lo que he visto. Has estado con ella en Gandía y le habrás hecho todo lo que me hacías a mí. Te odio, te odio mucho. No, no es cierto, sabes que te quiero mucho, pero a veces digo cosas que no siento. No puedo dejar de pensar en ti. Cuando sepas que he regresado volverás a por mí, ¿verdad? Ya he aprendido la lección. Te juro que no me voy a enfadar de nuevo. Te quiero mucho. Muy pronto volveremos a estar juntos.

Polvo de estrellas en la casita de Lu

Finges que estás de vuelta de todo, que nada te importa. ¿Es cierto? Sabes tan bien como yo que no es verdad. La máscara que te pusiste hace ya un año y medio no permite que veamos tu miedo, tu dolor, pero también todo el amor que eres capaz de dar. ¿Tienes temor a la vida? ¡Tengo una idea! Coge mi mano si piensas que vas a caer, para eso estamos los amigos. Eres importante para mí.

Firmado: Lu

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