Fidelity

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CAPÍTULO SIETE

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CAPÍTULO SIETE

Ojalá que la espera no desgaste mis sueños.

MARILYN MONROE

Marcos

No sé cuánto tiempo pasé observando las fotografías de Lu, porque aunque nadie me lo hubiera dicho sabía que eran de ella. Había belleza en cada pliegue de su piel. Se veía tan tersa que prometía ser suave como la seda. Por un instante deseé que la imagen se hiciera real para alargar la mano y tocarla. No me hubiera importando seguir las líneas de su figura, sentirlas una y otra vez sin dejar de mirarla a los ojos. Pero si ya estaba asombrado por las sensaciones que me producía ver el contorno de su cuerpo, más impresión me causó la sorpresa que Miguel nos tenía reservada a todos.

De repente se apagaron las luces y empezó a sonar La Valse d’Amélie. En uno de los laterales había una tela que cubría lo que parecía una fotografía de grandes dimensiones. Cuando una chica la destapó hubo un murmullo generalizado. Miles de imágenes conformaban el rostro de Lu, un collage que hablaba de dulzura y de inocencia. Aunque Miguel me pareciera un capullo, debía reconocer que tenía ojo para captar la esencia de Lu.

La gente se fue acercando a la obra. Yo me quedé donde estaba. Me daba miedo echar a andar y que la magia que rodeaba a la imagen se rompiera. Creo, sin temor a equivocarme, que todos observábamos sus labios. Tragué saliva. Sentía el deseo de besarla y comprobar si todo lo que había experimentado mientras la contemplaba era cierto.

Volví a buscarla con la mirada, pero estaba perdida entre su familia. Hablaba con un hombre, que supuse que era su padre por lo mucho que se parecían.

—Es guapa, ¿verdad? —dijo mi madre.

—Sí. —Aunque era más preciso decir que era como un ángel.

Era extrañamente guapa, y eso era lo que la hacía tan diferente y a la vez tan especial.

No sé exactamente qué me dijo mi madre a continuación, pero tuvo que acariciarme el brazo para que le hiciera caso.

—¿Qué me decías? Perdona.

—Hoy estás muy guapo —dijo mi madre.

—Eso no vale. Tú no eres imparcial.

—Bueno, lo que tú digas, pero hoy te noto algo diferente en la mirada. —Solté una carcajada.

—Si tú lo dices será cierto.

Elena llegó hasta donde nos encontrábamos con una sonrisa de oreja a oreja. Parecía estar flotando entre nubes de algodón.

—Mamá, ¡dime que no estoy soñando! —Estaba tan excitada que hablaba de forma atropellada—. Miguel nos ha invitado a su fiesta. Nos ha invitado a los tres. Empezará a las once.

—Conmigo no contéis. Dentro de un rato me voy al Carmen y después he invitado a Lu a cenar.

Elena abrazó a nuestra madre.

—Mamá, tenemos que ir. Miguel va a estar una semana en Valencia y hemos quedado para compartir aficiones…

—Yo diría que quiere algo más —repuse.

—¡No todos los tíos son como tú, que utilizas a las tías durante un mes y luego las dejas tiradas! —Me pegó un empujón—. Miguel ha sido muy atento conmigo. No tiene novia y está muy bueno. ¿Qué problema hay?

—Problema ninguno. Solo que no me gusta.

—Bueno, no eres tú el que tiene que salir con él. —Puso los brazos en jarras—. Y a ver, ¿por qué no te gusta? Además, ¿a ti qué te importa?

—Me importa porque no lo veo un tío legal. Creo que te está utilizando.

—¿Quién eres tú para darme clases de moral? ¡De verdad que no entiendo a qué viene todo este rollo de hermano mayor que me estás soltando!

—Solo me preocupo por ti. ¿Acaso eso es malo?

Mi hermana soltó un bufido y frunció el ceño.

—Pues haz el favor de preocuparte un poquito más de ti y déjame en paz.

—¡Basta ya! —terció mi madre poniendo paz entre los dos—. Dejad de dar la nota. A ver, Marcos, deja que ella decida y no te comportes como un hermano superprotector. Y tú, Elena, no te pongas a la defensiva.

—Yo no he empezado —repuso mi hermana.

De repente sentí que una mano me tocaba la espalda. Lu se había acercado hasta nosotros. La exposición estaba llegando a su fin.

—Tengo un problema. Espero que no te moleste. Sé que te he dicho que iría a cenar contigo.

Temí que me dijera que había cambiado sus planes y que no podía venir.

—Miguel insiste en que nos tenemos que pasar por la fiesta que ha organizado. Y yo no puedo faltar. Será en un local que hay aquí al lado. ¿Te apetece venir? Por favor, no me digas que no. Será sobre las once de la noche.

—¿Una fiesta? —No era lo que más me apetecía hacer, pero esa noche no quería despedirme tan pronto de Lu—. Claro, pero me tienes que prometer que no te reirás de mí cuando nos pongamos a bailar. Tengo dos pies izquierdos.

—Tal y como lo dices, estoy deseando ver cómo lo haces.

—No digas que no te he avisado.

Miguel se acercó para hablar con nosotros.

—Nos vemos en un rato. La fiesta no empezará hasta que tú llegues. Por favor, no me falles.

—¿Cuándo te he fallado yo? —contestó Lu.

—Sabes que no soportaré tu rechazo —comentó Miguel posando una rodilla en el suelo y cogiéndole una mano.

—¡Qué lástima! —murmuré.

Creo que Lu oyó este último comentario porque se volvió hacia mí con una expresión en la cara que no supe descifrar. De un momento a otro me temía que caería fulminado por su mirada.

—Nos veremos en la fiesta —respondió Lu.

Para mi sorpresa acarició la mejilla de Miguel y después se volvió hacia mí para decirme:

—¿Nos vamos?

—Cuando quieras. Aún tenemos tiempo —le contesté.

Echó a andar hacia la puerta. Yo me despedí de Elena y de mi madre con un gesto de cabeza y seguí a Lu hasta la calle.

—Aún queda una hora para la performance. ¿Te apetece tomar algo mientras tanto? —sugerí.

—Sí, sorpréndeme.

Lu

No sabía muy bien a qué venía el tonteo que se llevaba Miguel con la hermana de Marcos, pero ahora me daba un poco igual lo que hiciera. Conociendo a Miguel sabía cómo acabaría la noche. Quizá me equivocaba, pero creo que estaba utilizando a Elena para olvidar a Laura. ¿Acaso pensaba que esta era la mejor manera? No obstante, no quería seguir dándole vueltas al asunto. Ahora solo deseaba disfrutar de la performance de los amigos de Marcos y después ya veríamos qué pasaba en la fiesta.

Llegamos al coche y él abrió mi puerta.

—¿Te apetece un helado, un café, un té…? —me preguntó.

Lo miré a los ojos.

—¿Es así como piensas sorprenderme? Esperaba algo más de ti.

—Se me ocurren algunas ideas, pero prefiero reservármelas para más adelante. La tarde no ha hecho más que comenzar.

Se subió al coche esbozando una sonrisa burlona. Me miró antes de arrancar, quizá esperando a que le dijera algo.

—¡Si no me das una pista es difícil sorprenderte!

—Está bien. ¿Qué tal una cerveza? Me encanta la negra.

—Nunca hubiera pensado que te gustara la cerveza negra. No sé, no te pega.

—Tampoco me conoces tanto como para saber qué me gusta.

—Touché. No te conozco en absoluto. —Se quedó pensando unos segundos antes de volver a hablar—. Te propongo un juego. Yo te hago unas preguntas y tú me contestas.

—¿Eso significa que yo también puedo preguntar? —Asintió con la cabeza—. Vale, por mí perfecto. ¿Empiezas tú?

—¿Dulce o salado?

—Según de qué ocasión estemos hablando. Los postres siempre me gustan dulces y para un primer plato me gustan los sabores fuertes.

—No eres de medias tintas, ¿me equivoco?

—No, no te equivocas. Como todo en esta vida me gustan las cosas fuertes y claras.

—Ya sé algo más de ti. Sé que te gusta el teatro, la literatura y las emociones fuertes.

—Me toca a mí. ¿Dulce o salado?

—Picante —me respondió sin vacilar.

No supe si estaba de broma, pero chasqueó la lengua.

—Entonces te encantarían las albóndigas de tofu que hago. Es casi lo único que me atrevo a cocinar. —Obvié decir que era un plato preparado que compraba de vez en cuando en la herboristería de Eva y de Julia. Me encantaba ponerle unas cuantas gotas de tabasco para que le dieran sabor.

—¿Eres vegetariana?

—Sí, desde hace años.

—Tendrás que invitarme a comer algún día de estos para saber si me gustan esas albóndigas.

—Claro. Lo mejor es que te vengas un día a casa y las pruebas.

—¿Y tú crees que puedo caerles bien a tus padres?

—Sí, a mi padre sí…

—¿Y a tu madre no? Vaya, pensaba llevar mi famoso bizcocho de chocolate.

Me miró durante un instante con un gesto dramático y después siguió mirando el tráfico. Tras pensar unos segundos, dije:

—Mi madre sufrió un accidente de coche hace casi dos años y medio.

Contuvo el aliento antes de responder.

—Lo siento.

Hubo un silencio incómodo que tardamos en romper. Marcos condujo hacia la plaza de la Reina.

—¿Sabes? Ahora que no está a mi lado a veces echo de menos discutir con ella, como hacen mis amigas. Me encantaría hablar de ropa o de esas cosas que comentan las madres con las hijas.

Volvimos a quedarnos callados. Y rompí otra vez el hielo.

—Además de los sabores fuertes hay algo que también me gusta y que no puedo remediar —dije tras un rato—. De vez en cuando me permito unos taquitos de jamón serrano. Es la única carne que como.

—¿En serio? Es la primera vegetariana que conozco y se permite comer un poco de carne. ¡Y yo que pensaba que eras perfecta!

—Uf, la perfección es una palabra que no me gusta.

—En cualquier caso eres imprevisible.

—Tal vez. Eso lo tendrás que ir descubriendo.

Si lo nuestro llegaba a buen puerto era muy posible que pudiéramos seguir conociéndonos.

Marcos encontró un aparcamiento en la calle del Mar y salimos del coche. Enseguida llegamos a un pub irlandés, Finnegan’s, que tenía unas mesas en la acera. Sin embargo, nos metimos dentro y nos sentamos en unos taburetes pequeños de madera al lado de la ventana. Dejé que él fuera a la barra. A él no le pedirían el carnet de identidad.

—¿Te apetece una bolsa de patatas o unas almendras? Hoy he comido poco y tengo hambre.

—Claro, pide lo que quieras. Como puedes observar, yo no soy de las que cuentan las calorías en cuanto se ponen a comer.

No pasaron ni tres minutos cuando Marcos llegó con dos Guinness de barril y un plato de almendras. Estuvimos hablando sobre literatura. Así descubrí que le gustaba Cortázar, sobre todo Rayuela. Me sorprendió gratamente porque esa misma mañana había hablado de ella en mi programa. Era extraño encontrar a alguien con mis gustos literarios, salvo ese misterioso M. que también me seguía en Twitter. Ahora también sabía que le gustaba mi programa de radio.

Tras tomarnos una cerveza y echarnos unas risas nos marchamos hacia la plaza del Tossal, donde había unos cuantos barriles de gasolina pintados de diferentes colores. Una pareja de chicos estaban tocando unos bongos mientras que una chica rubia con rastas rasgueaba una guitarra española. Habían logrado que se formara un círculo en la plaza. La chica se acercó a nosotros cuando advirtió que había llegado Marcos. Llevaba un cigarrillo de liar en una mano. Se puso de puntillas y le dio un beso en los labios.

Me quedé mirando a Marcos. En realidad no podía apartar los ojos de ambos. ¡No me lo podía creer! No llevábamos ni tres horas juntos y una chica ya le estaba besando los labios. ¿Para qué demonios me había propuesto esta cita? De acuerdo que había sido un beso casto, hasta diría que virginal, pero eso no quitaba que parecía que entre ellos hubiera algo.

Jugué con un mechón de mi pelo mientras Marcos y la chica ignoraban mi presencia.

—¡Qué bien que hayas venido! —dijo ella. Me miró de reojo y me tendió la mano—. Hola, soy Almu. ¿Y tú quién eres?

Hubo algo en su manera de observarme que me produjo escalofríos. Era como si estuviera fisgoneando más allá de mi aspecto físico. Su mirada era ardiente y había en ella un deseo que no supe descifrar.

—Soy Lu. —Aún seguíamos estrechándonos las manos y no dejaba de contemplarme de arriba abajo.

—Me encanta tu nombre.

—Y a mí me gustaría tocar la guitarra como tú —repuse tras varios segundos en los que no supe qué decir.

—Solo hay que echarle horas. ¿Verdad que sí, Marcos? Él fue quien me enseñó. —Me miró otra vez de arriba abajo y a continuación le guiñó un ojo a Marcos—. Luego nos vemos. —Lo abrazó y después me acarició con la yema de un dedo el antebrazo—. Espero que disfrutéis del espectáculo.

Estaba desconcertada. No sabía qué pensar de Almu. No es que estuviera celosa, no era eso, pero en cuanto Marcos la vio esbozó una sonrisa amplia y tuve la sensación de que pasaba un poco de mí.

—Por cómo te miraba diría que le gustas —le comenté a Marcos cuando se marchó.

—No lo creo. Almu es muy selectiva y no soy su tipo. En realidad, creo que tú eres más de su estilo —soltó con una carcajada.

La observé con detenimiento. Almu tenía una melena rizada que le llegaba a media espalda, unos ojos azules muy grandes y unos labios carnosos. Movía las caderas de manera provocativa.

—¿En serio?

—Sí. Almu ha tenido muy claro que le gustaban las chicas desde que tenía diez años.

—Pensé que teníais otro tipo de relación. Como te ha besado en los labios…

—Eso no tiene nada de extraño. Mis colegas y yo lo solemos hacer. Además, ¿por quién me tomas? ¡A ver si piensas que tengo una novia en cada esquina! Sé que resulto irresistible —me guiñó un ojo—, pero no hasta el punto de que todas las chicas se me tiren encima.

—Yo no pienso nada, solo te comento lo que he visto hace un momento.

Creo que tuvo el impulso de acercarse a mí porque alargó el brazo, pero en el último momento se cortó.

De pronto Almu se volvió y vino corriendo hasta nosotros.

—Se me olvidaba. Hay una chica que está preguntando por ti. —Se acercó a su oído y le dijo algo que no pude oír. Pero por las risas que se echaron tenía que ser un chiste entre ellos.

—¿Por mí? —preguntó extrañado.

—Sí, es aquella. —Señaló hacia un grupo de gente—. Como siempre te digo, tienes ojo con las tías más buenas.

Marcos y yo miramos para saber de quién se trataba. Almu volvió a señalar a una chica que estaba de espaldas y tenía el cabello revuelto. La larga melena rubia que caracterizaba a Susana parecía haber perdido brillo e iba tambaleándose y pegando empujones a la gente que tenía delante. Alguien le devolvió el empujón y ella cayó al suelo. Se quedó sentada, como si estuviera desorientada y le costara pensar qué iba a hacer a continuación. Trató de levantarse a cuatro patas y pude verle la cara. Advertí que tenía restos de rímel en las mejillas, sus ojos estaban enrojecidos y los labios hinchados.

En cuanto nos vio, a Susana le cambió la cara y su mirada se volvió fría y afilada. Transmitía tanta sorpresa que di un paso atrás intentando, inútilmente, esconderme.

Tragué saliva. No es que tuviera miedo, pero Susana no estaba en condiciones de hablar con nadie y mucho menos de razonar.

—Joder, menuda zorra. Búscate a tus propios tíos —me espetó pegándome un empujón cuando llegó a mi lado.

Polvo de estrellas en la casita de Lu

He de confesarte que no me gustan los cobardes. Cuando conozco a alguien quiero que no me mienta. Deseo que se comprometa a ser sincero y a abrazarme cuando haga frío. Y si hay algo que no soporto es que me diga lo que quiero escuchar. Es muy fácil hacerme feliz. ¿No crees?

Firmado: Lu

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