Fidelity

Fidelity


CAPÍTULO TRECE

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CAPÍTULO TRECE

Hay tres maneras de hacer las cosas:

la correcta, la incorrecta y la mía.

(DE LA PELÍCULA CASINO)

Marcos

El padre de Lu nos volvió a dejar a solas cuando le comentamos qué tipo de pizzas queríamos. Ella se pidió una vegetariana y yo una cuatro quesos. Supongo que reparó en que estábamos más a gusto sin su compañía, y en que tanto Lu como yo nos sentíamos un poco incómodos.

Aunque creía notar el mismo deseo en la mirada de Lu, ella se levantó de la cama de un salto y comenzó a recoger el montón de ropa que había en la silla. Lo del beso tendríamos que dejarlo para otro momento. Y era una pena, porque estaba seguro de que además de ser nuestro primer beso, iba a ser especial. Era como ponerle delante un caramelo a un niño y quitárselo de las manos en el mismo momento en que se lo va a meter en la boca.

Si, es lo que digo, los padres tienen un sexto sentido para aparecer en el momento más inoportuno.

—Me podrías haber avisado de que ibas a venir —me dijo, visiblemente turbada.

—Te he enviado tres correos y no me has contestado a ninguno. Y te hubiera llamado de haber tenido tu número.

Lu buscó algo por la cama y encontró su móvil debajo de la almohada. Además de las sábanas revueltas, también tenía varios libros, algunas hojas sueltas y un cuaderno de tapas azules bastante viejo que ponía: «Polvo de estrellas en la casita de Lu». No me habría importado echarle una ojeada a lo que parecía ser un diario.

—Siento no haberte contestado antes. He tenido una tarde un poco movida.

Se quedó callada. Esbozó una mueca de fastidio, quizá recordando algo desagradable.

—¿Sabes? —le dije para romper el silencio tan incómodo que se había creado entre nosotros durante unos segundos—. El correo debería responderte cuando alguien te envía un e-mail. Me imagino que debería decir algo así como: A) Lo ha leído, B) Ha sonreído con tu e-mail, C) Te está ignorando o D) No está, no responde.

—También podría haber una opción para quien lo recibe, además del pitido del móvil: «Tienes un mensaje muy interesante».

Nos miramos a los ojos y ella esbozó una amplia sonrisa.

—No estaría nada mal —contesté—. Podríamos enviar una carta para que tuvieran en cuenta este detalle.

Abrió la bandeja de entrada para buscar mis correos. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y se apoyó en la cama mientras yo esperaba a que me dijera algo.

De: mcheshire@gmail.com

Fecha: viernes, 23 de agosto de 2013, 19:35

Para: lunalu@gmail.com

Asunto: ¿Cenamos juntos?

¿Si logro trepar por tu ventana aceptas cenar conmigo? Prometo entretenerte. Llevo malabares, una nariz de payaso y hasta me he preparado un monólogo en el caso de que no tengas ganas de hablar. Y si te aburres mucho también te puedo cantar una canción.

Tu beso de chocolate es perfecto para esta hora de la tarde.

Yo te envío un beso de vainilla.

Marcos

Lu seguía manteniendo una sonrisa cuando leyó el primer correo.

De: mcheshire@gmail.com

Fecha: viernes, 23 de agosto de 2013, 20:08

Para: lunalu@gmail.com

Asunto: Fw: ¿Cenamos juntos?

¿¿¿¿Estás ahíiiiiiiiiiiiiiii????

Un kiss de fresa,

Marcos

Ella me miró por encima de su móvil.

De: mcheshire@gmail.com

Fecha: viernes, 23 de agosto de 2013, 20:52

Para: lunalu@gmail.com

Asunto: Fw: ¿Cenamos juntos?

¿Qué significa tu silencio?

–A: que pasas de mí

–B: que te da igual lo que te escriba

–C: que no te has leído mis dos anteriores mensajes.

Un kiss,

Marcos

Lu me guiñó un ojo y enseguida tecleó en su móvil. Unos segundos después un pitido me anunció que había llegado un correo a mi teléfono.

De: lunalu@gmail.com

Fecha: viernes, 23 de agosto de 2013, 21:44

Para: mcheshire@gmail.com

Asunto: Re: ¿Cenamos juntos?

C.

Y sí, acepto lo de cenar juntos… aunque eso ya ha quedado claro, ¿no? Ahora solo espero que cumplas con tu parte del trato y hagas malabares, saques tu nariz de payaso y me cantes una canción.

Me gustan más los besos de chocolate que los de fresa o vainilla,

Lu

Enviado desde mi Sony Ericsson Xperia neo

Asentí con la cabeza. Le seguí el juego y contesté a su e-mail.

De: mcheshire@gmail.com

Fecha: viernes, 23 de agosto de 2013, 21:46

Para: lunalu@gmail.com

Asunto: Fw: ¿Cenamos juntos?

Me alegro de que haya sido la opción C. Reconoce que te hace gracia que me ponga la nariz de payaso. Aunque sea un estúpido no creo que vuelva a olvidar que te gustan los besos de chocolate. Si miras en mi mano tengo una sorpresa para ti,

Marcos

Enviado de Samsung Mobile

Cuando Lu leyó el mensaje que le había enviado se acercó hasta donde me encontraba. Yo mantenía las manos detrás de la espalda.

—¿Derecha o izquierda? —le pregunté.

Era tan fácil mirarla a los ojos y perderse en sus pupilas oscuras que Lu tuvo que preguntarme dos veces.

—¿Hay diferencia? —repitió.

—Sí.

—Entonces la izquierda —dijo ella.

Le mostré la mano que había escogido, en la que había un bombón de chocolate.

—¿Seguro que en la otra no tienes nada? —me preguntó.

Me encogí de hombros, y antes de darle el gusto la abrí para que comprobara que no estaba vacía y que había una fresa.

—Para que veas que no se me ha olvidado que te gusta más el chocolate que la fresa o la vainilla.

Lu abrió los ojos sin entender cómo lo había hecho.

—Es imposible.

—No le busques más explicación. Es magia.

Soltó una carcajada y se comió el bombón de chocolate.

—Quiero que me enseñes a hacer ese truco.

Negué con la cabeza y después me encogí de hombros.

—Un mago nunca revela sus trucos de magia.

No sé dónde había oído esa frase, o quizá la había leído en alguna novela, pero ahora me venía como anillo al dedo.

—Sea como sea, me gusta que te hayas acordado de que me encanta el chocolate.

Lu miró a su alrededor y empezó a recoger la ropa del suelo y a ordenar un poco su habitación.

—No hace falta que recojas nada. Estoy a gusto.

Aunque me gustaba el orden, no me molestaba que la habitación de Lu fuera un caos. Tenía su encanto ir pegando saltos con cuidado de no pisar una camiseta o un libro. Eso significaba que nuestro espacio vital, el mío y el de Lu, eran mínimos. Siendo sincero, me encantaba que estuviera tan cerca de mí.

—En realidad estoy buscando una camiseta un poco más apropiada.

—¿Y qué problema tiene esa que llevas puesta? Te sienta muy bien.

Ella se volvió hacia mí. Su piel blanca contrastaba con sus mejillas sonrojadas. Bajó la mirada al suelo y pensó durante unos segundos su respuesta. Cogió una camiseta que había tirada por ahí.

—Si no te importa, prefiero ponerme otra cosa. ¿Te das la vuelta? Como te prometí, te voy a llevar a cenar al lugar que tiene las mejores vistas de toda Valencia, y a estas horas de la noche hace un poco de fresco.

Me volví como ella me pidió. Sin embargo, gracias al reflejo del cristal de la ventana pude ver cómo se quitaba la camiseta y dejaba al descubierto sus pechos. Lu se dio cuenta de que la estaba observando ya que nuestras miradas se encontraron.

—Mejor te espero fuera —dije tragando saliva.

Aunque la había visto en las fotografías de Miguel, me sorprendió contemplarla al natural. Era mucho mejor de lo que me había imaginado. Solo podía pensar en que Lu tenía un cuerpo que deseaba cada vez más.

—Gracias —contestó ella cuando cerré la puerta.

Me apoyé en la pared y solté un suspiro. Hacía mucho tiempo que no experimentaba lo que Lu me hacía sentir. Y me gustaba esa sensación tan agradable que me recorría todo el cuerpo. Podía afirmar, sin lugar a dudas, que después de un año y medio mi corazón estaba totalmente reparado y no tenía miedo a que volviera a latir por otra chica. Ahora estaba preparado para volver a enamorarme… No, ya estaba enamorado y no había posibilidad de dar marcha atrás. Primero me había enamorado de su voz, y luego vino todo lo demás.

¿Aún estás con ella? ¿Por qué, dime? Yo había soñado con nuestro reencuentro. ¿Quieres saber cómo sería? Tú me dirías que habías sido un tonto por estar tantos meses separado de mí y yo te daría la razón. Lo he ensayado tantas veces que me sé de memoria lo que me dirás tú y lo que te diré yo. Pero al parecer a ti te da igual que yo haya preparado nuestro encuentro y que esté sufriendo. Por favor, deja que todo sea como era antes.

Lu

Me tuve que sentar en la cama cuando Marcos salió de mi habitación. Me temblaban las rodillas y no recordaba que esto me hubiera pasado anteriormente con otro chico. Volví a sonrojarme cuando vi que me estaba observando en el reflejo del cristal de la ventana. Y no entendía muy bien por qué me había puesto tan nerviosa, ni siquiera cuando nuestros labios estuvieron a punto de encontrarse me sentí así. Él ya me había visto en la exposición de Miguel, pero tenerlo a menos de dos metros de mí era muy distinto.

Después de cambiarme de camiseta estuve dando vueltas por la habitación y recogiendo la ropa del suelo. No quería salir enseguida. De repente me sentía bien doblando mis camisetas para colocarlas después en el armario que estaba prácticamente vacío. Colgué también mis vestidos y guardé la maleta debajo de la cama. Estaba poniendo orden en mi vida, y esto implicaba mi decisión de quedarme definitivamente con André. No me dio tiempo a recoger la habitación por completo pero sí a que no estuviera en un caos tan absoluto.

Antes de mi primera cita con Marcos busqué en una de las pilas de libros El mago de Oz. Recordaba a la perfección que él leía ese libro el día en el que me comí casi todas sus galletas. A veces solía fijarme antes en las lecturas de la gente que en las propias personas. Soy de la opinión de que una novela dice mucho de la persona que la lee.

Repasé rápidamente algunos fragmentos de la obra, así que entre recoger mi ropa y leer un momento creo que estuve como casi media hora antes de salir de mi habitación. El tiempo se me había pasado volando y no me di cuenta de que había dejado solo a Marcos con André.

Cuando llegué al comedor, Marcos estaba sentado en un sillón hablando con André y con Gemma. Menos mal que André no lo estaba sometiendo a un tercer grado, como habría hecho cualquier otro padre que hubiera pillado a su hija en su habitación a punto de besarse con un chico. Quizá el hecho de que estuviera también Gemma ayudaba a que mi padre no se hubiera puesto hecho una furia.

—¿Las pizzas aún no han llegado? —pregunté.

—Aún no —me respondió Gemma.

La novia de papá se levantó y yo me acerqué a ella para darle dos besos. Me dio un abrazo que casi me dejó sin aliento. Desde que nos conocimos siempre se había mostrado muy cariñosa conmigo. Y lo más importante, hacía feliz a André de una manera que una hija no puede hacerlo.

—Qué bien que te quedes a cenar —murmuré en su oído para que solo lo oyera ella—. Así tengo excusa con André para enseñarle el faro a Marcos.

—¿Eso significa una cena romántica? —me preguntó Gemma.

Asentí con la cabeza.

—Hoy estás muy guapa —me dijo al oído—. Hacía tiempo que no te veía tan radiante.

Solté una carcajada y ambas miramos a Marcos. Creo que si en este momento el suelo se hubiera abierto bajo sus pies, él lo habría agradecido.

No me extrañaba que André se hubiese enamorado de Gemma. No solo por ser una mujer hermosa en todos los sentidos, sino también por lo tierna que era. En muchos aspectos se parecía a mamá, y eso me gustaba mucho. Físicamente era un poco más alta que yo, tenía una melena rubia y rizada y unos ojos azules que dulcificaban su mirada. También le gustaba la poesía y era una apasionada de la radio. Era perfecta para André.

En ese momento alguien llamó al timbre. Gemma se apresuró a recoger las pizzas mientras André me pidió con la mirada que lo acompañara a la cocina para poner la mesa. Marcos, por su parte, comentó que también podría ayudar.

—No te preocupes —le contestó André mientras salíamos del comedor—. Hoy eres nuestro invitado. Ponte cómodo.

André iba delante de mí, y cuando llegó a la cocina se volvió con una sonrisa burlona en los labios. Después soltó una carcajada.

—¿De qué te ríes?

Mucho me temía que André iba a estar dándome la lata durante toda la noche, pero yo tenía otros planes al respecto. Por eso pensaba llevar a Marcos a cenar al faro, más que nada para evitar este tipo de miradas y de sonrisas por parte de mi padre y de Gemma.

—Has dejado a tu amigo un poco solo. Espero que esta noche no le tengamos que dar conversación dos viejos como nosotros. Gemma y yo tenemos nuestros planes.

Me encogí de hombros.

—Necesitaba ordenar un poco mi habitación… Acabo de guardar la maleta debajo de la cama para que no esté tirada allí en medio.

André abrió los ojos como platos.

—O ese chico besa estupendamente o Benedetti obra milagros. ¿Dónde está la Lu de hace tres días que me decía que no creía en el amor?

Solté un bufido. Tener que hablar de estos temas con un padre no era lo más ideal para una hija, por muy modernos que fuésemos. Pero parecía que no quería entenderlo. Ni siquiera con mamá me hubiera resultado fácil hablarlo.

—Quizá Marcos sea uno de esos tres chicos a los que les gusta la literatura.

—Como te dije, era mucho más fácil que encontrar una aguja en un pajar.

—Bueno, no tanto.

André me pasó unas servilletas de papel y un paquete de patatas fritas, al tiempo que él cogía unas latas de cerveza de la nevera. Sacó también un mantel de tela de cuadros rojos y blancos de un cajón.

—¿Sabes qué le gusta a Marcos? ¿Cerveza, cola, agua? Antes le he ofrecido un refresco pero no ha querido tomar nada.

—A él le va más la cerveza rubia —dije cogiendo dos latas.

Antes de salir de la cocina, André me comentó:

—¿Sabes una cosa? Si alguien encontrara una vacuna para el virus del amor, yo huiría de ella como de la peste. Me gusta esta enfermedad, me gusta estar enfermo de amor.

Nos sonreímos y yo asentí con la cabeza. Reflexioné sobre esto último que me había dicho. Él consideraba que el amor era un virus, una enfermedad extrañamente asombrosa, desde luego.

Al llegar al comedor, Marcos se había levantado del sillón y miraba por la ventana. Me acerqué a él.

—He pensado que te apetecería cerveza, pero si quieres otra cosa, solo tienes que pedírmelo.

—No, una cerveza está bien.

—Si no te importa, coges tú las pizzas y yo llevo las latas, las servilletas y la bolsa de patatas.

—¿No cenamos con tu padre?

—No. Ellos ya tienen sus planes. A André le gusta hacer picnics en el jardín con Gemma. Yo te voy a llevar al mejor restaurante del mundo.

Marcos me siguió hasta la puerta de la calle, y desde ahí lo llevé al faro. Encendí la luz.

—¿Estás preparado para buscar una estrella conmigo? —le pregunté.

Marcos se limitó a asentir. Me miraba de una manera un tanto extraña, entre fascinado y aturdido.

Empezamos a subir. Solo se oía el sonido de nuestros pasos. Al llegar arriba me di la vuelta para indicarle que estaba a punto de conocer nuestros estudios.

No pude reprimir una carcajada. Marcos, como me había prometido, se había colocado una nariz de payaso y su mirada era de lo más tierna. Estuve tentada de lanzarme a sus brazos y darle un beso.

—Empezamos bien la noche. Te he hecho reír.

—Sí, y me encanta.

¡Oh, Dios mío! ¿Yo había dicho eso? No me reconocía. Marcos siguió mirándome de aquella manera que hacía que un agradable calor me recorriera el estómago.

—Al fin vas a conocer nuestro estudio. Aquí es donde las palabras se hacen grandes y donde todo adquiere otro sentido.

—¿Es aquí donde vamos a cenar?

—No, vamos a subir un poco más arriba.

Dejé que Marcos pasara en primer lugar. Él observó el estudio, ahora vacío, con admiración. Lo dirigí a una pequeña puerta que nos llevaba aún más cerca de las estrellas.

—Espectacular —dijo Marcos cuando salió al exterior.

—Sabía que te gustaría. Son las mejores vistas de toda Valencia.

Apenas teníamos luz, pero no nos importaba porque esto nos permitía estar más cerca el uno del otro. Sin duda era la cena más íntima que había tenido nunca.

Mientras cenábamos, estuvimos tonteando, diciendo chorradas y riéndonos sin parar. ¡Cómo deseaba que se detuviera en ese momento el tiempo y que Marcos siguiera haciéndome reír!

Creo que ambos estábamos nerviosos porque sabíamos muy bien qué pasaría cuando termináramos de cenar. Y a pesar de intuirlo, estuvimos alargando el momento.

Me tomé el último trago de cerveza y apoyé la espalda en la pared. Miré al cielo, que estaba despejado de nubes. Podían apreciarse algunas estrellas.

—Aún no me has dicho cuál es tu estrella —le recordé.

Marcos se colocó aún más cerca de mí. Me temblaron las piernas cuando cogió mi mano y señaló hacia el grupo que conformaba la Osa Menor.

—La mía es la estrella polar. Cuando pierdo el rumbo miro al cielo y ella me indica qué camino he de seguir. —Iba señalando con un dedo—. Y entre la Osa Mayor y la Osa Menor se puede encontrar la constelación Draco.

Volví la cara hacia él. Sus ojos brillaban. Para qué mirar al cielo si ya tenía a mi lado las dos estrellas que yo más deseaba. Me apartó un mechón de cabello y lo colocó detrás de la oreja. Yo suspiré y volví a sentir un cosquilleo en el bajo vientre. Tocó con el índice de su mano derecha el borde de mi boca, recorrió el contorno y yo entreabrí los labios cuando noté su aliento muy cerca de mí. Cerré los ojos. Podía sentir el roce de su piel, su aroma me estaba volviendo loca. Entonces nuestras bocas se encontraron. Fue un beso cálido, largo, profundo, sin prisas. Jugamos a mordernos los labios, a saborearnos con tranquilidad.

Una mano se hundió en mi pelo y con la otra me atrajo más hacia él. Yo me senté a horcajadas sobre sus rodillas. Le acaricié el pecho, y lo que había empezado como un beso plácido se convirtió de repente en una necesidad. Parábamos, nos mirábamos a los ojos y volvíamos a besarnos temblando de placer. Yo deseaba la eternidad de cada beso, de cada una de nuestras caricias.

Cuando nos quedamos sin aliento, Marcos se apartó un momento de mí.

—Espera, Lu. Prefiero parar ahora porque quiero hacer las cosas bien.

Tragué saliva. Yo lo deseaba, al igual que él.

—Ahora sería capaz de cometer una locura. Haces que pierda la cabeza.

—¿Y por qué te detienes?

—No me tientes. —Se mordió el labio—. De verdad, Lu, creo que es mejor parar aquí.

—¿Estás seguro?

Vaciló unos segundos. Finalmente me dijo:

—No, no estoy seguro, pero no me apetece que nuestra primera vez sea de cualquier manera. De lo único que estoy seguro es que me gustas mucho.

Sentí que el corazón se me iba a salir por la boca. Nadie me había dicho nunca algo tan bonito. Y ahora era yo quien estaba protagonizando mi propia historia de amor, no la estaba leyendo en ningún libro.

—Como supongo que no tendrás crucigramas para entretenernos, lo mejor será que me marche.

Solté una carcajada.

—¿Por qué dices lo del crucigrama?

—No sé si te acuerdas de la canción de Amo a Laura. La letra decía: Hagamos juntos este crucigrama, aplacemos lo otro para mañana, cantar contigo me llena de alegría… ¿Sigo cantando?

—¿Qué es lo otro? No me ha quedado muy claro. Seguro que es más divertido que hacer un crucigrama.

Esbozó una sonrisa socarrona.

—Te aseguro que sí.

—Si tú lo dices, tendré que creerte.

Marcos se levantó del suelo y me tendió una mano para que me incorporara. Volvió a besarme, pero esta vez fue un beso corto.

—Hasta has cantado, como me habías prometido.

—Menos mal que no te has aburrido y no he tenido que recurrir a mi monólogo. Solo me había preparado media hora.

—Yo también me alegro de que no hayas tenido que recurrir a tu monólogo. Debo decir que me encanta tu expresión oral.

Sentía que compartíamos casi el mismo aire ya que nuestros labios estaban a escasos centímetros de distancia.

—¿Sí? Mañana seguimos, si quieres, claro.

—¿Qué propones?

—Mañana te preparo la cena… —Se mordió el labio. Supongo que estaba pensando en el postre.

—Hecho. Mañana acepto tu invitación.

—Ha sido una noche estupenda —me dijo mientras íbamos bajando la escalera.

Cada pocos escalones nos parábamos y nos besábamos.

—Te juro que este es el último por hoy —me dijo.

—¿El último?

Suspiró. Ni él ni yo queríamos despedirnos.

—Por hoy sí. —Miró el reloj. Faltaba un minuto para las doce—. Mañana muchos más, todos los que quieras.

—Estoy deseando que llegue mañana.

A lo lejos oímos claramente la primera campanada que anunciaba las doce de la noche.

—Ya es mañana —dije yo—. Menos mal que no se ha hecho de rogar.

—¿Sabes que eres mala?

—Sí, lo sé. Pero estoy segura de que a ti también te gusta.

Volvimos a buscar nuestros labios mientras las últimas campanadas sonaban.

Polvo de estrellas en la casita de Lu

Durante años me hice preguntas para las que no encontré respuestas. El amor era un misterio que se me escapaba de las manos. Hoy, sin embargo, miro a las estrellas y me encuentro contigo. Tú has contestado a mi pregunta. Mi deseo ahora es que no seas parte de una fantasía.

Firmado: Lu

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