Fidelity

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CAPÍTULO DIECINUEVE

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—Me voy contigo, Marcos. Si tú te vas, yo voy contigo. Estamos juntos en esto. —Me pasó la botella de agua.

—No es un juego, Elena.

—Lo sé, pero creo que si no voy contigo me voy a estar comiendo el coco. Sé conducir, aunque no tenga el carnet. En el caso de que tú te marees siempre puedo cogerlo yo. —Elena aún no me había dado las llaves del coche, por lo que abrió la puerta del copiloto y se sentó—. De camino llamaré a mamá, y cuando estemos donde crees que Sandra tiene a Lu le enviaré un mensaje indicándole dónde estamos. Además, no te estoy pidiendo permiso. Ya he tomado una decisión, y te acompaño.

La miré. Si seguía discutiendo con ella me arriesgaba a que nos encontrara mi madre en el coche.

—Está bien. Tú ganas. Pero en cuanto salgamos de Valencia llamas a mamá. Quiero que la policía esté al corriente de todo.

Elena colocó la llave en la ranura de contacto y esperó a que me metiera dentro.

—Y ve rezando para que me acuerde del camino.

—Y tú reza para salir bien de este lío. —Chasqueó la lengua.

Resoplé. Ya no solo temía por la vida de Lu, encima ahora tenía que traer de vuelta a mi hermana. Mis padres me iban a matar.

Al tomar la pista de Ademuz le dije a Elena que llamara a nuestra madre. En cuanto encendió nuevamente el móvil, comprobamos que tenía quince llamadas perdidas. Mi hermana le pidió que se calmara y le expuso nuestro plan, si es que a la locura que estábamos a punto de cometer se la podía llamar plan.

—Apágalo de nuevo. No quiero oír cómo nos llama cada dos segundos —le pedí cuando Elena le hubo explicado qué íbamos a hacer—. Mamá nos va a cortar la cabeza.

—Bueno, si todo sale bien, mejor para nosotros, y si no salimos de esta, no nos tendremos que preocupar de que nos corte la cabeza.

La miré un instante. Elena también utilizaba el sarcasmo cuando tenía miedo. En algo se tenía que parecer a mí.

Necesitaba ocupar la mente en algo. La música de la radio no hacía que me sintiera mejor. Observé que miraba por la ventana con el gesto fruncido. Ella también parecía tener sus propios problemas.

—¿Qué tal con Miguel?

Ella me miró con gesto serio.

—No hay nada que contar. Pensaba que le interesaba, pero me di cuenta de que no era así. Estaba conmigo para darle celos a Lu. —Tomó aire rápidamente y no me dejó que le respondiera—. Y no me digas que me lo advertiste.

—No pensaba decirte nada.

Se encogió de hombros.

—La verdad es que yo no lo siento. Ayer, después de comer, me llamó para que quedásemos. Se pasó la tarde hablando de ella. Incluso fuimos a casa de sus madres y empezó a meterme mano…

Se calló unos instantes y se mordió el labio.

Pensó unos segundos.

—¿Te forzó?

Negó con la cabeza.

—No, no. Me fui de su casa cuando entendí que estaba pensando en Lu y que solo quería echar un polvo conmigo para olvidarla. ¿Sabes lo que me dijo cuando salía por la puerta? —Esperé a que siguiera hablando—. Que mientras me besaba pensaba en ella. Que estaba enamorado de Lu.

Bajó la cabeza.

—Por una parte lo siento, pero me alegro de que fueras tú quien se diera cuenta de lo capullo que es.

—Bueno, tampoco quiero darle más vueltas al asunto. No se lo merece.

Posé mi mano sobre la de mi hermana. Nos quedamos mirándonos unos instantes a los ojos.

—No te preocupes, algún día encontrarás a alguien casi tan guapo y tan interesante como yo —bromeé para que sonriera.

Me pegó un manotazo en el hombro, pero giró la cabeza porque sus ojos se habían humedecido.

—¿Quieres mirar a la carretera?

—Está bien.

Tras unos segundos en silencio me preguntó:

—¿La quieres mucho?

—Sí. Pensé que después de lo de Sandra no volvería a enamorarme, pero Lu es diferente a todas las chicas con las que he estado.

—Vamos a encontrarla.

—Sí —murmuré—. Vamos a encontrarla.

Porque no me podía imaginar otra opción que no fuera esta. No cabía otra posibilidad.

Tomé la salida que nos llevaba hacia Náquera. Me temblaban las manos. Ahora venía la parte más difícil. Salí del pueblo y seguí hacia la montaña. Recordaba que tenía que cruzar un puente de hierro y después girar a la derecha. Una vez que estuvimos al otro lado del puente, seguí recto. La carretera me llevó hasta un camino de tierra.

—Esto no me suena de nada. La casa estaba apartada, pero creo que me he equivocado.

Regresé sobre mis pasos y tomé un segundo camino que estaba lleno de baches. La lluvia no me ayudaba a orientarme. Estaba perdido. Observé que pronto se acababa el asfaltado y empezaba un camino de montaña. Subí una pequeña pendiente tras la cual encontré otros dos caminos. Traté de hacer memoria. Entonces recordé que Sandra me decía que siempre tomara el camino de la derecha, salvo en el último cruce, que teníamos que girar hacia la izquierda.

Y esto fue exactamente lo que hice, girar a la izquierda. A unos doscientos metros vi la casa de sus tíos. Paré el coche.

—¿Es esa? —quiso saber mi hermana.

—Sí. Esa es. Voy a salir y tú te quedarás aquí. Ahora te envío un whatsapp.

—Te espero aquí.

Me tapé la cabeza con la capucha de la sudadera y corrí tanto como mis pies me permitieron. Llegué a la verja. Vi que su coche estaba aparcado, por lo que ella tenía que estar dentro. Como había supuesto, Sandra estaba allí. Yo solo había tenido que seguir su canto de sirena.

Al menos todo parecía tranquilo.

Le envié un whatsapp a Elena y le dije que llamara también a la policía. Enseguida me contestó y me dijo que no tardarían en llegar.

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