Fidelity

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CAPÍTULO TRES

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CAPÍTULO TRES

Nadie puede hacernos sentir inferiores sin nuestro

consentimiento.

ELEANOR ROOSEVELT

Lu

Llevaba más de diez minutos esperando a Susana en el Starbucks de la calle San Vicente. Era la segunda vez que me dejaba colgada en esta última semana. Saqué mi IPad del bolso y me conecté a internet mientras la esperaba. Entré en mi Twitter. Me hizo gracia que el hastag: #QuierounBesoDe se hubiera convertido en trending topic. Por mi parte yo contribuí dejando mi frase:

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Me reí con la respuesta. Casi pegué un bote en el sillón al saber que M. me seguía también en Twitter. A saber qué aspecto tenía Mcheshire, pero casi que me daba igual. Tenía curiosidad por conocer a M., porque ahora sabía que este chico era el mismo que me escribía los e-mails. Creo que si me pidiera una cita a ciegas iría sin dudarlo dos veces.

Al menos había sacado algo en claro sobre M.: este chico no se cortaba ni un pelo y casi con toda seguridad no era gay.

—Ya estoy aquí —dijo Susana soltando el bolso en el sillón de enfrente y dejándose caer. A pesar del calor que hacía en la calle, no estaba sudando—. Perdona, guapa, pero es que Marcos me ha entretenido. Hemos pasado la noche juntos y esta mañana ha sido perfecta. Le he preparado el desayuno y luego me ha besado…

—¿Y qué tiene de perfecto prepararle el desayuno a un chico? Eso ya lo hace mi abuela con mi abuelo.

—¡Tú no lo entiendes! —exclamó—. Marcos es tan maravilloso y besa tan bien que no me importa hacer este tipo de cosas. Además, es mi chófer particular.

Volvía a sacar el tema de lo bien que besaba Marcos. Cómo si a mí me importara.

—Claro, y por eso tú tienes que ir perdiendo el culo por él, ¿verdad?

Susana me sacó la lengua en lugar de contestarme y después se levantó para pedir algo. Se podría decir que se alimentaba de frappuccinos de fresa con nata montada. Casi envidiaba que pudiera tomar lo que quisiera sin engordar ni un gramo. No es que me importara tener una talla 44, pero estaba muy cansada de entrar en una tienda y que no hubiera ropa que no fuera de vieja para mí. Hacía ya un tiempo que me hacía mis propios vestidos y customizaba la ropa que compraba en los mercadillos.

—¡Qué pereza me da ponerme a estudiar ahora! —Se apartó el pelo de la cara y dio un sorbo a su bebida—. Total, yo solo quiero ser actriz de películas y no actriz de teatro como Marcos. Para eso no sirve esta asquerosidad de apuntes.

¿Cómo hacerle entender a Susana que necesitaba distinguir entre un sujeto y un predicado y que jamás se tenían que separar con una coma? En bachillerato había tenido suerte de que yo le pasara los exámenes.

—¿Y cómo pretendes aprenderte un texto si no entiendes su significado? Para eso sirve hacer estos análisis de texto. Te dará las herramientas para expresarte. Y si entiendes un texto sabrás por qué un personaje actúa de una u otra manera.

—A mí no me hacen falta todos esos rollos que me dices. Yo me aprendo un texto y ya está. ¿Sabías que tengo memoria estática?

—¿Estática? —No entendía qué quería decir.

—¡Ay, pareces tonta, es que hay que explicártelo todo! Quiero decir que cuando leo un texto me lo aprendo hasta con comas y puntos. Eso va muy bien para ser actriz.

—Bueno, me da igual. —Bajé la mirada al suelo para que no viera cómo contenía una sonrisa—. Eres tú la que paga para que te dé clases de análisis de texto.

Saqué los apuntes y los coloqué sobre la mesa. Mientras tanto, Susana se entretenía enviando mensajes a alguien. Por las risitas que lanzaba podía ser que estuviera hablando con Marcos.

Le pasé a Susana el texto que tenía que analizar. Ella lo miró con aprensión, como si el folio le quemara en las manos.

—Tranquila, no muerde.

—¿Esto qué tontería es? —me preguntó.

Reprimí un bufido. Solo tenía que leerse cinco libros, entre ellos La venganza de Don Mendo, de Muñoz Seca, y responder a unas preguntas. Tan simple como eso.

—¿Cuál ha sido el último libro que has leído? —pregunté con la esperanza de que reconociera el fragmento que había extraído de la obra. Ya tendría que habérselo leído. No era tan difícil de entender.

Se quedó pensando unos instantes antes de contestar.

—¿Sirve Cómo eliminar el estreñimiento? —Le dio otro sorbo a su bebida—. Te lo recomiendo. A mí me está yendo muy bien.

—¡Eso no es un libro! —repliqué. Cada día me sacaba más de mis casillas—. Pero ¿se puede saber cuántos libros te has leído?

—¿Este verano o en toda mi vida?

—Da igual, no creo que haya mucha diferencia.

Puso los ojos en blanco y se mordió el labio. Me pregunté cuántas veces podría hacer ese gesto a lo largo del día sin llegar a ser exasperante.

—Una vez papá me obligó a que viera una serie de dibujos animados que era bastante rollo sobre El Quijote y que él veía cuando era pequeño. Supongo que eso valdrá como que me he leído un libro, ¿no? ¡Ah! Y también he visto las películas de Crepúsculo. Son tan románticas.

Negué con la cabeza. Si hubiera tenido El Quijote a mano se lo habría tirado a la cabeza.

—Además de ver esta serie sobre El Quijote, ¿has leído algo más?

—Pues claro, ¡por quién me tomas! Cuando era pequeña tenía todos los álbumes de Hannah Montana, de Demi Lovato y de Jonas Brothers.

—Veo que tienes un máster en etiquetas de champús, en revistas varias y en whatsapp.

—¿Eso es una ironía? —Se encogió en el sillón y se mordió el labio por enésima vez.

—¿Tú qué crees? Solo tenías que leerte cinco libros este verano. Cinco. Y no lo has hecho. —Estaba enfadada—. Me estás haciendo perder el tiempo. Si para mañana no te has leído La venganza de Don Mendo no cuentes más conmigo. Todas las semanas pospones nuestra cita porque Marcos te entretiene. ¿Sabes que me importa entre poco y nada saber qué haces con él? Soy lo suficientemente inteligente como para imaginármelo.

Guardé el texto en la carpeta y me dispuse a marcharme.

—Vale, no te pongas así. —Parpadeó como si estuviera a punto de llorar—. No pensaba que esto fuera tan importante para ti.

—Aún no lo entiendes, ¿verdad? No es que esto sea importante para mí, pero tendría que ser primordial para ti. Eres tú la que quiere entrar en la ESAD. Yo tengo muy claro que voy a pasar las pruebas.

Suspiró y enseguida se le iluminó la cara. No sé si mi comentario la había hecho entrar en razón o es que me consideraba graciosa.

—¡Marcos! —exclamó—. ¿Qué haces aquí?

—Pensé que podrías necesitarme para concentrarte en lo que mejor se me da. Ya sabes que la expresión oral es mi especialidad.

Susana soltó una carcajada y se ruborizó.

—¡Cómo eres!

Me volví para conocerlo al fin. Me llamó la atención que un chico tan normal estuviera saliendo con una chica tan pija como ella. Aunque había que reconocer que esta tenía un buen tipo y que era difícil no fijarse en alguien como Susana. Además, tenía una melena rubia y una sonrisa que podían enamorar hasta al tipo más duro.

Marcos hizo un gesto que me recordó a alguien. Se quitó las gafas de sol y se me quedó mirando de arriba abajo antes de detenerse en mi cara. No recordaba que alguien me hubiera mirado de aquella forma tan intensa salvo el imbécil que me puso de vuelta y media en un centro comercial. ¡Cómo podía haber olvidado una cara como aquella! Aunque parecía que había dejado atrás su lado más duro de heavy y ya no llevaba cadenas colgadas de su pantalón. De todos los estúpidos que podría haber en Valencia, me tenía que topar justamente con él. Estaba claro que no era mi mejor día.

Apreté los puños, enderecé los hombros y le dediqué la mejor sonrisa de desprecio que era capaz de hacer.

—Espero que le hagas entender a Susana que para mañana se tiene que leer La venganza de Don Mendo. Si es que quiere aprobar la prueba de análisis de texto. Ya sabes que es fundamental que se lea los cinco libros que son obligatorios.

—¿Es un consejo o una orden? —me respondió con el mismo tono frío que había utilizado yo.

—Tómatelo como quieras. No pareces muy estúpido.

Nos quedamos mirando unos segundos. Quizá esperaba que bajara la cabeza, cosa que no hice. Lo fulminé con la mirada. Si con esto no se daba cuenta de que no deseaba seguir hablando con él, es que igual era casi tan simple como Susana. Parecía no preocuparlo que estuviera incómoda.

—Bueno, princesa —dijo mirando a Susana y sacando una sonrisa radiante—, ¿nos vamos? Supongo que necesitarás un poco de distracción después de una clase tan trascendental con… —Se golpeó la frente con la mano y a continuación me miró otra vez de aquella manera tan particular que tenía—. Perdona, no nos hemos presentado. Debes de pensar que soy un maleducado. Soy Marcos, y tú debes de ser Lu. —«Con lo mucho que me gusta la Lu de la radio, qué idiota parece esta»—. ¿De Luna, Lucía, Luisa tal vez?

—No, Lu a secas.

No sé si quería intimidarme, pero no me iba a dejar acobardar de nuevo.

—Luasecas, ha sido todo un placer conocerte.

Se acercó y me dio dos besos en las mejillas. No esperaba que llegara a tanto. Le lancé una mirada asesina.

—Lo mismo puedo decir yo de ti.

—Siento si nos perdemos el honor de tu compañía, pero tenemos cosas más importantes que hacer.

—Deja que lo adivine: ¿vas a enseñarle expresión oral?

—Parece que a mí se me da mejor que a ti esta materia.

Touché. Me merecía esta respuesta. Él no dejó de observarme mientras acariciaba la espalda de Susana. Bajó la mano hasta su cadera. Mi amiga estaba más que complacida.

—Ya que se te da tan bien esta materia con Susana, no sé qué haces aquí perdiendo el tiempo conmigo. Debo de resultar de lo más aburrida.

—Aburrida no es la palabra que estaba pensando. Casi prefiero que busques tú el adjetivo más adecuado.

Marcos se volvió y se colocó de nuevo las gafas. Susana se encogió de hombros y salió detrás de él dando saltitos.

—Mañana nos vemos. —Dejó en la mesa los ochos euros de la clase, el billete de autobús y también el importe del café y el muffin que me había tomado—. Te prometo que me leeré La venganza de Don Pedro.

—Es La venganza de Don Mendo, pero parece que a ti te da igual.

Dejé escapar un suspiro que había reprimido al quedarme a solas. Ahora sabía que Marcos, además de ser el típico chulo, era odioso.

Marcos

Llevaba dando vueltas por la FNAC desde que dejé el coche en el parking de la Estación del Norte. Tras comprar la última temporada de «The Big Bang Theory» ya no tenía nada que hacer allí.

La hubiera acompañado de no ser porque me pidió como diez veces que la dejara estudiar un rato. Muchas veces me había ofrecido a darle clases, pero ella quería que se las diera su amiga. Susana siempre decía que yo la entretenía. Y la verdad es que tenía razón.

Hice un poco de tiempo en un pequeño parque que había al lado de San Agustín. Contesté un tuit de la chica de la radio. Había empezado a seguirla cuando advertí que tenía una cuenta en Twitter.

Cuando me aburrí de esperar fui a buscar a Susana. Observé que estaba discutiendo con la chica que le daba clases. La examiné. Jamás hubiera pensado que Susana tuviera como amiga una gothic Lolita.

Unos ojos oscuros se volvieron hacia mí cuando Susana advirtió mi presencia. De repente, el gesto de la chica se nubló y cargó sobre mí con una rabia que no me esperaba. Y a pesar de lo enfadada que parecía estar, le sentaba bien esa ira que destilaba su mirada. Me recordaba a alguien y no sabía a quién. Reparé en el camafeo con la imagen de una rosa que llevaba en el cuello anudada con una cinta de terciopelo negro. Abrí los ojos como platos. ¡No podía ser ella! Era la chica con la que había compartido las galletas en el autobús, salvo que en aquel momento ella iba teñida de rubio y no vestía como ahora. Después de que dejé que se comiera casi todo el paquete no entendí a qué venía aquella mirada asesina. Mi opinión sobre ella no había cambiado desde ese día. Era una imbécil con la que me había topado por segunda vez en mi vida.

En fin, solo deseaba no volver a encontrármela nunca más. Necesitaba marcharme de allí para despejar un poco mis ideas. Estaba aturdido ante la mirada intensa de esa chica. Había algo que me atraía de ella y no sabía de qué se trataba. ¿Qué me estaba pasando? ¿Tal vez era su voz? ¿Por qué me estaba afectando tanto si al parecer me odiaba sin siquiera conocerme?

—Me ha encantado que vinieras a recogerme —soltó Susana agarrándome del brazo—. Eres tan detallista.

Se colgó de mi cuello y me besó con pasión.

—Podríamos ir de nuevo a la casa de mis padres en Gandía. ¿Qué te parece la idea?

Asentí. No tenía ganas de nada y tampoco me apetecía pensar en otras alternativas.

Durante los diez minutos que tardamos en llegar a la Estación del Norte Susana estuvo hablando por los dos. De vez en cuando yo asentía con la cabeza y le daba la razón.

Llegamos al Mini Cooper y abrí la puerta del conductor totalmente ajeno a lo que me decía Susana. Una vez que me puse el cinturón oí que ella daba dos golpes en la ventanilla de la puerta del copiloto.

—¡Te habías olvidado de mí! —me riñó con una sonrisa.

—Perdona, princesa. Estaba pensando en lo que vamos a hacer cuando lleguemos a tu casa.

—¿De verdad? Si quieres podemos quedarnos aquí, en Valencia. Tenemos una piscina para nosotros dos solos. —Se lanzó de nuevo a mi cuello y comenzó a darme pequeños bocados—. Daisy, nuestra criada, no les dirá nada a mis padres. Hasta septiembre no llegarán de Brasil.

Susana me miró a los ojos y después se mordió el labio. Me metió las manos por debajo de la camiseta y me acarició el pecho. Me agarró del pelo y volvió a besarme con ansia.

—Deberías dejar algo para luego. —Me aparté de ella—. No es por nada, pero estamos al lado de una comisaría de policía.

—¿Nunca has soñado con hacerlo en un lugar público?

La idea me seducía, aunque desde luego no sería en un aparcamiento a plena luz del día. Susana iba a hacer realidad una de mis fantasías sexuales. Me acordé entonces de que estábamos muy cerca de La Casa del Libro y nos podríamos colar en los lavabos del piso de abajo.

—Ven, se me ocurre una idea. —Abrí la puerta del coche y salí otra vez a la calle.

Susana aceptó de buen grado mi plan. Se colgó de mi espalda y me susurró al oído mientras no dejaba de reír:

—¿Adónde vamos?

—Es una sorpresa.

—¿Vas a ser tan malo como anoche?

—No, voy a ser peor.

Mientras caminábamos, Susana y yo nos enganchamos varias veces. Me moría por estar a solas con ella.

—No estaría mal que guardásemos un poco la compostura —comenté cuando llegamos a la puerta de La Casa del Libro cogidos de la mano. Bajamos la escalera, ella agarrada a mi brazo y yo con la mano acariciando su trasero—. Yo miraré unos libros para disimular un poco mientras tú vas al lavabo. En unos minutos iré yo.

Nos besamos de nuevo.

—No tardes. —Me guiñó un ojo.

Me quedé mirando los libros de bolsillo que había encima de una mesa y después de unos minutos me encaminé a los lavabos. Me colé en el de chicas y llamé a la única puerta que estaba cerrada. Susana me abrió conteniendo un suspiro. Me cogió de la pechera y me metió dentro.

—Has tardado mucho.

Me empujó hacia la puerta y me quitó la camiseta. Me dio un mordisco en el lóbulo de la oreja.

—¿Te gusta esto? —me preguntó sin dejar de besarme.

La miré y a continuación cerré los ojos. Moví la cabeza para concentrarme en sus labios. No obstante, toda la excitación que tenía unos segundos antes se me pasó como por arte de magia. No entendía qué me estaba ocurriendo. Era la primera vez que no me apetecía estar con una chica. Tenía la cabeza en otro sitio. Quizá me acordaba de la mirada de su amiga o era otra cosa y no lo sabía. Pero ¿qué era exactamente lo que me atraía de ella?

—Espera. —Me agaché e hice que se levantara. No quería que supiera que no estaba tan excitado como ella. Me senté encima de la tapa y ella se colocó a horcajadas sobre mis rodillas. Enseguida le quité la camiseta. Susana me atrapó con sus piernas.

—¿Qué te pasa? —quiso saber ella.

—No lo sé. —Cogí mi camiseta y me la puse—. Lo siento.

—¿Soy yo?

No, Susana no tenía nada que ver con lo que me estaba pasando. De repente sentía una opresión en el pecho como hacía tiempo que no experimentaba. Después de lo Sandra no me había vuelto a enamorar, y esta sensación tan desagradable que notaba no me dejaba respirar.

—No, princesa, tú eres estupenda. Hoy no tengo un buen día. —Abrí la puerta del lavabo—. Te espero fuera.

Susana tardó en salir unos minutos. No sé si se estaba retocando el maquillaje o es que estaba decidiendo qué haríamos a continuación.

—¿Qué te apetece que hagamos? —me preguntó cuando llegó a mi lado.

—¿Tienes La venganza de Don Mendo en casa?

—No. —Puso los ojos en blanco adivinando mis intenciones—. ¿De verdad tenemos que comprarlo?

—Sí, si quieres aprobar la primera prueba de acceso a la ESAD. Te ayudaré a leerlo. Es un texto muy divertido.

—Pero después me tienes que prometer que nos relajaremos en el jacuzzi de mis padres. ¿Vale?

—Prometido —respondí acariciándole la nariz con un dedo.

—Vas a flipar.

Asentí. La agarré de la mano y dejé que hablara por los dos. Estaba claro que en esos momentos ella era mejor compañía que yo, así que me dejé llevar.

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