Fidelity

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CAPÍTULO OCHO

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CAPÍTULO OCHO

Hasta el corazón más infranqueable tiene resquicios

donde el amor puede colarse.

SERGIO RODRÍGUEZ

Marcos

Lu se me quedó mirando sin saber qué decir. Ni ella ni yo nos esperábamos una reacción así por parte de Susana.

Mucho me temía que iba a dar comienzo otro tipo de espectáculo, y por respeto a mis compañeros y a Lu no podía permitir que aquello se saliera de madre. Tenía que dejarle claro a Susana que lo nuestro se había terminado. Aun así, no podía evitar sentirme como un capullo.

¿A quién se le ocurría cortar con su rollete de verano y esa misma tarde invitar a la amiga que le da clases de expresión oral a una performance? Ni por un momento sospeché que Susana se fuese a presentar a esta representación. Nunca mostró interés por otra cosa que no fuera enrollarnos y después cada uno a su casa. Decididamente el Dom Pérignon Rosé y el caviar que tomamos Susana y yo en su casa me habían sentado peor que una patada en el estómago.

Mejor me habría ido si me hubiese quedado en casa.

Susana estaba muy enfadada, llevaba unas copas de más y al parecer no quería dejar lo nuestro en el punto en el que lo habíamos aparcado a la hora de comer.

—¡Susana, cálmate, por favor! —exclamó Lu.

—¿Qué quieres, Susana? —le pregunté—. ¿A qué has venido?

—Está claro —respondió ella con la boca pastosa.

—Eso pensaba yo, Susana, creía que había quedado claro que lo nuestro se había terminado —repliqué molesto.

Tras decir estas palabras, Susana se abalanzó sobre mí y me dio una bofetada, que sin duda tuvo que marcarme la cara. Inmediatamente después estampó la rodilla en mi entrepierna, de tal manera que me dejó boqueando.

Cerré los ojos con una sensación de angustia que inundó toda mi boca, me llevé las manos a la entrepierna y caí de rodillas al suelo. Me faltaba la respiración. No podía pensar en otra cosa que no fuera en la intensidad del dolor que me provocaba cada movimiento que hacía.

—¡¿De qué vas?! —volvió a chillar Susana encarándose a Lu—. ¡Te ha faltado tiempo para tirarte a mi novio!

Creo que la gente pensaba que aquello era parte de la performance que habían montado mis amigos. Un pequeño corro comenzó a rodearnos y hubo gente que sacó algunas monedas para tirarlas al suelo.

—Susana, yo no… Marcos ni siquiera me gusta. Hemos venido a ver la performance, y ya está.

—Eras mi amiga. Me has traicionado.

—Y soy tu amiga, Susana —repuso Lu—. No te he traicionado. Marcos y yo solo hemos venido a ver este espectáculo. ¿Qué hay de malo en ello?

—Que yo nunca me habría enrollado con el novio de una amiga.

—No sé qué te hace suponer que nos hemos enrollado.

—¡Susana, será mejor que vayamos a hablar a un sitio tranquilo! —exclamé levantándome cuando el dolor me dejó pensar.

—Yo sé que a veces decimos cosas que no sentimos —dijo con un hilo de voz.

La agarré de un brazo e hice que me mirara, aunque esta vez me preparé por si intentaba atacarme de nuevo.

—Quiero que lo entiendas. Nunca te dije que estaba enamorado de ti ni tampoco que te quería. Y además, tú tienes novio. ¿Por qué vienes a pedirme explicaciones?

—Pero me dijiste que te gustaba.

—Y me gustabas, pero lo nuestro se ha acabado. Nunca nos pedimos explicaciones y a mí jamás me importó que tuvieras novio. Tú parecías estar de acuerdo en que no me enamorara de ti. Siempre me dejaste claro que yo no era más que un rollo para ti.

Susana cayó de rodillas al suelo y comenzó a llorar.

—Todo iba bien hasta que has escuchado esa mierda de programa de radio. En cuanto ha empezado a hablar te ha cambiado la cara.

Lu buscó mi mirada. No habría sabido decir si estaba más enfadada que desconcertada.

—Me gusta escuchar su programa. No hay nada de malo en ello.

—Susana, deja que te ayude a levantarte. —Lu le ofreció la mano.

—Déjame, me has traicionado.

La gente seguía nuestra pelea con más interés del que realmente me habría gustado. Los billetes de cinco euros empezaron a caer al suelo. Supongo que esperaban a que Lu fuera la que me diera una bofetada esta vez. El corro se había hecho enorme. Teníamos la atención de todos los presentes en la plaza. No sé si me molestaba más estar dando el espectáculo que joderles la noche a mis colegas. Porque algo estaba claro: después de nuestra pelea muy poca gente se quedaría a ver lo que habían preparado mis compañeros de curso.

—Tú serás la siguiente a la que deje tirada —dijo Susana sollozando—. Si ya me conozco a esta clase de capullos.

Agarré a Susana del brazo para que se fuera de una vez. Estaba sacando lo peor de mí y por un instante tuve ganas de pegarle una cinta adhesiva a esa bocaza que tenía para no oírla más.

Susana iba palideciendo a cada minuto que pasaba y se llevó una mano a la frente, como si le doliera algo. Se pasaba la lengua por los labios resecos y azules, pero lo peor era que parecía que no coordinaba muy bien sus movimientos.

—Marcos. —Se colgó de mi cuello—. No me encuentro muy bien…

Traté de quitármela de encima, pero ella insistía en agarrarse a mí como si yo fuera el único pilar que la sostuviera.

Lu cerró los ojos y se dispuso a marcharse.

—Espera, Lu, por favor, no te marches.

—No tendría que haber venido. Tal vez tengamos algo de lo que hablar cuando soluciones lo tuyo con Susana. No quiero ser la tercera en discordia. No me gustan estos rollos.

—Lu, entre Susana y yo no hay nada. Te lo aseguro. Ahora está muy borracha y no piensa con claridad.

Susana se me escurrió de entre los brazos.

—Por favor, Lu, no te marches…

Apretó la mandíbula, pero antes de irse se volvió hacia mí y me dijo:

—Supongo que ahora me dirás lo de la cara de mono.

—¿De qué estás hablando?

—¡Bah, déjalo!

—Marcos, llévame al hospital, por favor… —suplicó Susana.

—¿Qué te pasa? —quise saber.

—Me he tomado unas pastillas… —La voz se le iba apagando por momentos—. Ella me dijo que me sentarían bien…

—¿Quién es ella? —pregunté—. ¿Es tu cocinera?

—No.

—¿Cuántas pastillas te has tomado? —dije casi gritando y poniéndome cada vez más nervioso. Algo en su tono de voz me hizo sospechar que no estaba bromeando.

Me agaché para asegurarme de que no era un truco.

—Tres… no sé… cuatro… creo.

Lu se detuvo, giró sobre los talones para saber qué pasaba y regresó junto a nosotros para interesarse por Susana. Esta cerró los ojos cuando terminó de hablar. Su piel era una máscara marmórea y unas gotas de sudor perlaban su frente.

—Susana, no cierres los ojos —le pidió Lu.

—¡No me toques! —exclamó Susana. Abrió los ojos y pegó un manotazo al aire—. Tú tienes la culpa de todo.

—¿Qué has bebido? —volví a preguntarle.

—Una botella de champán… —Señaló hacia uno de los bancos de la plaza donde había dejado el envase vacío—. Estaba muy rico.

Susana me apoyó la cabeza en el pecho y se abandonó en mis brazos.

—Hay que llevarla a un hospital —intervino entonces Ismael, el novio de una compañera mía de clase que estudiaba segundo de medicina—. Creo que tardaréis menos si la lleváis vosotros que si llamáis a una ambulancia.

Asentí con la cabeza, hice que se levantara y eché a andar hacia la calle Caballeros. Prácticamente tenía que arrastrarla.

—Tío, me gustaría acompañarte, pero ya sabes que no puedo dejarlos colgados con la parte técnica —se disculpó Ismael—. Si solo se ha tomado cuatro pastillas y una botella de champán no es tan grave. No estaría de más que la hicieras vomitar.

—No te preocupes. —Me encogí de hombros.

Susana aún no estaba del todo inconsciente y murmuraba algo sobre su novio, Borja, que no entendí muy bien.

—Susana, tienes que vomitar lo que te has tomado.

—Espera, te acompaño —me dijo Lu cuando casi alcanzamos la calle Caballeros—. No puedo dejarla tirada.

—Agárrala del otro brazo —le pedí yo.

La gente se fue apartando y nadie hizo el más mínimo gesto por ayudarnos. Fueron muchos los que empezaron a aplaudir.

—¡Esto no es un espectáculo, joder! —gritó Lu—. Esta chica está mal.

No sé si alguien creyó las palabras de Lu porque los aplausos fueron aumentando, y hasta nos dedicaron algún que otro ¡bravo! Algunas monedas cayeron a nuestro paso mientras yo intentaba acelerar el paso para llegar cuanto antes al coche.

Al menos me alegré de que la policía no hubiese aparecido por la plaza del Tossal. No quería meterme en un lío más grande del que me encontraba.

No habíamos andado ni diez metros cuando Lu tuvo que apartarse porque Susana le vomitó encima. Le manchó parte de la falda y una de las botas blancas de charol.

—Te lo mereces… —murmuró.

—¡Joder, Susana! —exclamó Lu.

—En el coche tengo unas toallitas con las que te podrás limpiar —repuse yo.

Ella asintió con la cabeza.

Durante el camino, que no duró más de siete minutos, ni Lu ni yo dijimos una palabra, ni tampoco nos miramos. Por mi parte le insistía a Susana en que no se durmiera y en que siguiera hablando, aunque solo fueran murmullos. Al menos había vomitado y eso me dejaba más tranquilo.

Al llegar a la plaza de la Reina la sentamos en un banco y le pedí a Lu que cuidara de ella mientras iba a por el coche. Iríamos más rápido de esta manera.

—Gracias por estar aquí —le dije a Lu antes de salir corriendo.

—A pesar de lo que ha pasado esta tarde, ella también es mi amiga —respondió.

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Lu

Me sentía mal por haberme interpuesto entre Susana y Marcos, pero no podía dejar colgada a mi amiga cuando necesitaba ayuda. Estaba a mi lado y tiritaba de frío. Se abrazó a mí cuando sufrió un espasmo.

Tanto ella como yo olíamos a vómito, pero lo peor de todo era la imagen que teníamos que estar dando.

—No dejes que me muera… por favor… me encuentro muy mal… Yo quería sentirme bien con las pastillas que ella me recomendó…

Entonces cayó redonda al suelo justo cuando vi que Marcos llegaba con el coche. La levanté como pude gracias a un chico que se ofreció a ayudarme.

—Por favor, necesita que la llevemos a urgencias. Mi amiga se ha tomado algo que no le ha sentado bien.

El chico la zarandeó y le pegó unos cuantos toques en la cara para que se despejara.

—Acompáñame a ese coche que está ahí, por favor.

Señalé con la cabeza.

Entre Marcos, el chico y yo la metimos en la parte de atrás, le pusimos el cinturón y me quedé a su lado para tratar de que recuperara otra vez el habla.

—Muchas gracias —le dije al chico antes de que Marcos arrancara.

Mientras éste conducía yo le proponía canciones a Susana para que las repitiera y no se durmiera. No sé si me merecía oler a vómito, pero yo no había jugado sucio con Susana; en cualquier caso lo importante era que a ella no le pasara nada. No había habido nada entre nosotros para que creyera que estábamos saliendo.

—Dile a Borja que paso de él… —masculló Susana entre dientes—. No lo quiero. Es un capullo que no quiere que estudie teatro… ella me lo dijo…

Susana comenzó a hipar.

—Está bien, se lo diré. Pero ¿quién es ella?

Aunque nunca he sido muy creyente, rezaba para que los semáforos estuvieran en verde y llegar cuanto antes al hospital. De vez en cuando veía que Marcos miraba por el espejo retrovisor, no sé si porque estaba preocupado por el estado de Susana o porque intentaba averiguar cómo me sentía yo. Finalmente llegamos a urgencias del Hospital Clínico. Dejó el coche en la misma puerta y salió corriendo hacia el mostrador pidiendo ayuda de alguien que atendiera a Susana como era debido. Mientras tanto yo le quité el cinturón y la volví a zarandear para que no se durmiera. Enseguida llegaron dos enfermeros y un médico con una camilla.

Marcos hablaba con el médico al tiempo que los enfermeros agarraban a Susana de los brazos y la tumbaban en la camilla.

—¡Mujer, diecisiete años! Posible intoxicación etílica —alertó el médico a los enfermeros—. Hay que ponerle un soporte ventilatorio.

La pasaron corriendo hacia la sala de urgencias mientras la recepcionista del mostrador me pedía los datos de Susana. Busqué en su bolso el DNI y la tarjeta sanitaria para dárselos a la chica.

—Hay que llamar a sus padres. Es una menor —dijo ella.

Advertí entonces que Susana se podía haber metido en un lío muy gordo porque sus padres estaban en Brasil y yo no conocía a nadie de la familia, ni unos abuelos ni unos tíos que se hicieran cargo de ella. Cogí su móvil. En su libreta de direcciones no encontré nada que me diera una pista de a quién tenía que llamar. Aun así hice como que llamaba a alguien porque no quería meter a Susana en un marrón. Cualquier persona podía ejercer de denunciante de la situación; un médico, sin ir más lejos.

—Sus padres están de viaje, pero muy pronto vendrá una tía suya y se hará cargo de ella.

Tenía que pensar en una solución rápida para no complicarle mucho la vida a Susana.

Afortunadamente Marcos llegó enseguida. Me aparté del mostrador para que la recepcionista no oyera lo que hablaba con él.

—Me están preguntando por algún familiar que pueda venir a por ella y no sé a quién llamar.

—Yo tampoco la conozco tanto. Lo único que sé es dónde vive, que sus padres y su novio están en Brasil y que su cocinera se llama Daisy.

Volví a mirar en la agenda de direcciones. Suspiré cuando apareció su nombre. La llamé y me dio el número de sus abuelos maternos, que eran quienes supuestamente se hacían cargo de ella. En cuanto les expliqué la situación, su abuela me juró que no tardaría más de media hora en llegar.

Después se lo comuniqué a la chica del mostrador para que supiera que la persona que se hacía cargo de Susana ya estaba de camino.

Me senté al lado de Marcos en la sala de espera y me pasó unas toallitas húmedas para que me limpiara el vestido y los zapatos. Solo deseaba que todo aquello terminara, irme a casa y tomarme una infusión mirando las estrellas desde el faro.

Durante un rato permanecimos en silencio hasta que Marcos se decidió a hablarme.

—Igual soy muy estúpido porque no entiendo muchas cosas, pero ¿me podrías explicar a qué venía eso de llamarte cara de mono? Creo que hasta ahora no te he dicho nada que pueda ofenderte.

Tragué saliva. Recordé la escena de dos años atrás en el mismo centro comercial en que nos habíamos encontrado esa misma tarde.

—Supongo que te gusta dar tu opinión —remarqué esta palabra— a las chicas que no conoces cuando te metes en los probadores de las tiendas.

—¿Perdona? —Me miró como si no comprendiera lo que le estaba diciendo—. ¿Por quién me tomas? ¿Por qué piensas eso de mí? Sigo sin entender. Como no seas más clara me parece que no voy a poder defenderme.

Si sus palabras implicaban lo que creo que decían no sabía si enfadarme por ser la única chica a la que había insultado en unos probadores o sentirme «halagada» por ser el blanco de sus burlas.

—Hace dos años me dijiste que tenía cara de mono.

—¿Cómo?

—Yo me estaba probando ropa en El Saler y tú no hacías más que mirarme. Sin venir a cuento me soltaste lo de que tenía cara de mono.

Marcos se puso a pensar y de pronto cerró los ojos y soltó una carcajada.

—¡Dios mío, no! —soltó sin parar de reír—. ¡Eras tú aquella chica!

—Yo no le encuentro la gracia. Y sí, era yo.

—Perdona que me ría, pero aquel día hubo un malentendido. Sí, te miraba, pero no estaba hablando contigo. En realidad estaba bromeando con mi hermana. Ya sabes, cosas de hermanos. Siempre nos estamos diciendo ese tipo de tonterías.

—Sí, ya…

—¿Tan estúpido me crees?

Me quedé callada unos segundos. Ya no sabía qué pensar de él. Recuerdo que aquel día hablaba y hablaba y nadie le contestaba.

—Te he hecho una pregunta.

Negué con la cabeza y permanecí callada. Estaba demasiado cansada como para hurgar en los recuerdos de lo que había ocurrido. Lo mejor era pasar página y no pensar más en aquel malentendido.

—¿Sigues sin creerme?

Me encogí de hombros cuando me hizo esa pregunta.

Entonces él se levantó.

—Necesito un café. ¿Quieres algo?

—No, gracias

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