Fidelity

Fidelity


CAPÍTULO CATORCE

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CAPÍTULO CATORCE

A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto,

y de pronto toda nuestra vida

se concentra en un solo instante.

OSCAR WILDE

Lu

Marcos y yo nos fuimos despidiendo poco a poco, saboreando nuestros labios, con la promesa de vernos al día siguiente. Lo acompañé hasta la puerta del jardín. André y Gemma siguieron nuestros pasos y los oímos murmurar detrás de nosotros.

—¿Mañana a qué hora paso a recogerte? —Me acariciaba la espalda—. Si fuera por mí te secuestraría ya mismo, aunque por nada del mundo me perdería tu programa de radio.

No podía dejar de sonreír.

—Mañana es sábado, así que si te apetece un programa, tendré que hacer uno especial solo para ti. Te susurraré al oído y juntos buscaremos unos poemas —murmuré cerca de sus labios.

Estaba atrapada entre los brazos de Marcos y su coche.

—Eso suena muy bien. —Tocó con la punta de su nariz la mía—. Me siento alguien importante.

—Para mí lo eres.

Suspiré.

Sí, Marcos se había convertido en alguien muy importante en estos últimos días, desde luego. Creo que me gustaba más porque me hacía reír que porque fuera guapo, que también era un punto a favor. Bueno, más que guapo yo diría que era atractivo. Tenía una sonrisa entre tierna y socarrona, unos ojos oscuros que me hacían sentir especial y teníamos en común que le gustaba la literatura.

Nuestro último beso fue de lo más casto, tanto como los que me daba André en la mejilla cuando era pequeña antes de irme a dormir. Sin embargo, había resultado ser tan sensual como el primero que nos habíamos dado; este beso estaba cargado de ternura, de una magia indescriptible. Aún podía sentir la huella de sus labios en mi mejilla una vez que me metí en la habitación.

Nefer estaba recostada en mi almohada. Levantó la cabeza cuando cerré la puerta. Nos quedamos mirando.

—¿Qué quieres que te cuente?

Mi gata estaba decidida a que yo hablara de cómo había transcurrido la noche y saltó de la cama para acabar en mis brazos.

Maulló y ronroneó mientras le acariciaba la barriga.

Desde luego, Nefer cubría a la perfección el papel de hablar con alguna amiga. Nunca se me dio bien eso de tener amigas, ni en Los Cabos ni en Alcoy, el pueblo donde vivían mis abuelos. Siempre he sido la rarita del grupo, la chica gordita que prefería leer un libro antes que jugar a las casitas con las demás niñas. Debo decir que me llevaba mejor con los chicos que con las chicas. Quizá porque yo siempre he sido una buena confidente que sabe guardar secretos y porque nadie pensaba en mí para ser novia de nadie. Además, me lo pasaba mejor con ellos que con ellas.

Durante un tiempo, cuando me mudé a casa de André y tras la muerte de mamá, empecé a salir con mi vecina, pero al final me di cuenta de que me utilizaba para que yo me enrollara con el chico que a ella no le interesaba. No es que fuera una mojigata, en absoluto, pero de ninguna de las maneras me iba a enrollar con alguien que no me gustaba solo para que mi amiga pudiera enrollarse con todos aquellos tíos que se pusieran a tiro.

Incluso una vez me invitó a una de sus fiestas y ya me había asignado el chico que, según ella, me convenía. Era bastante guapo y un apasionado de la literatura, pero salvo por este detalle no teníamos muchas más aficiones en común. Aquella noche Keko me confesó que era gay y no se atrevía a contárselo a nadie. Yo le juré que guardaría el secreto, y meses después decidió salir del armario y no tuvo reparos en afirmar que era homosexual a partir de aquel día.

¿Y qué, si era rarita? ¿Qué era ser normal para el resto de la gente? ¿Ir vestida como el catálogo de una revista de moda, ver en la tele lo que todo el mundo veía y escuchar la música que se suponía que tenía que gustarme porque tenía cerca de dieciocho años? Me gustaba ser diferente a todo, ser yo. Lu era simplemente Lu, para lo bueno y para lo malo. Ser normal no era nada especial.

De aquella etapa solo conservaba mi amistad con Keko, ya que éramos los dos raritos del pueblo. De vez en cuando nos llamábamos para tomar una cerveza en Valencia y hablar de libros, pero desde que se había ido de interrail con su nuevo novio, solo había recibido una postal de cuando estuvo en París.

Me tumbé en la cama con mi gata en brazos. Suspiré.

Otro de mis sueños era hacer un viaje en interrail con una mochila al hombro y visitar las grandes capitales europeas. Tenía tantos sueños por cumplir.

Nefer volvió a maullar en vista de que no le hacía caso.

—Eres bastante insistente, querida. —Mi gata se me quedó mirando a los ojos—. Y sí, nos hemos besado. —Soltó un maullido—. Sí, y besa bien… bueno, besa estupendamente. Hasta me temblaban las rodillas. ¿Te lo puedes creer? Hace tres días le decía a André que no creía en el amor y mírame ahora. ¿Tú crees que se me nota mucho?

Nefer ronroneó y frotó la cabeza contra mi pecho.

—Eso es un sí, ¿verdad? Mañana hemos quedado para cenar. Y si te soy sincera, estoy deseando que llegue ya la hora. Y pensar que hace tres días estaba segura de que Marcos era un gilipollas.

Entonces me acordé de Susana. No sabía nada de ella desde que la habíamos dejado en el hospital. Sentía que tenía que llamarla para saber cómo se encontraba y para explicarle que entre Marcos y yo había algo. No sé si había sido el destino el que nos había unido, pero ¡benditos hados que se habían conjurado para que terminásemos juntos! Aún no quería aventurarme a definir mi relación con Marcos, pero la noche había sido perfecta y todo indicaba que la cita del día siguiente también lo sería.

Me acosté con una sonrisa. Hacía días que no dormía tan bien. Y con esa misma sonrisa me levanté. Nefer ronroneaba a mi lado.

—Buenos días —le dije bostezando—. ¿Sabes qué voy a hacer esta mañana? —Se quedó observándome—. Voy a ordenar mi habitación.

Creo que si mi gata hablara, ahora mismo me estaría diciendo: «¡Ya era hora, bonita!». Hasta me la imaginaba con unos pompones en plan cheerleader animándome a recoger todo lo que tenía por el suelo. Al menos, casi toda la ropa ya estaba guardada en el armario. Un gran paso, tratándose de mí.

Nefer se levantó y estiró todo el cuerpo. Saltó de la cama y me hizo ver que antes tenía que prepararle el desayuno.

—Por supuesto. No me he olvidado de ti.

En la cocina, Gemma preparaba una cafetera mientras André metía unas rebanadas de pan en la tostadora. Mi padre se acercó por detrás a Gemma para decirle algo al oído. Ella soltó una carcajada. Me daba pena romper ese momento tan romántico, así que carraspeé para que advirtieran mi presencia. En vista de que no se habían dado por aludidos, los saludé:

—Buenos días.

—Buenas días, Lu.

Estaban tan sincronizados que ambos me respondieron a la vez. Si no fuera porque me había levantado de tan buen humor, habría soltado algo en plan: «¡Qué asco dais con tanto romanticismo!». Quizá la Lu de hacía unos días lo hubiera dicho, pero esa mañana era distinta. Bueno, siendo sincera, me daba hasta envidia que tuvieran esa intimidad y que compartieran el desayuno. Incluso Gemma ya tenía su cepillo de dientes en el cuarto de baño de André y parte de su ropa interior. Mucho me temía que muy pronto habría una nueva inquilina en casa.

—¿Desayunas con nosotros? —me preguntó André.

—Sí, claro, pero enseguida os dejo otra vez a solas. Hoy tengo muchas cosas que hacer.

André y Gemma se miraron a los ojos y se sonrieron.

—¿De verdad quieres desayunar con nosotros? —inquirió nuevamente André.

—Bueno, si os apetece un poco más de intimidad, yo lo entiendo. Me iré a mi habitación y no saldré hasta la hora de la comida —les dije encogiéndome de hombros—. Hoy tenía pensado ordenar mi cuarto.

—Esa sonrisa con la que se ha levantado le sienta bien, ¿verdad que sí, Gemma?

Odiaba este tipo de situaciones con André. ¿Por qué no se comportaba como un padre normal? Y lo peor de todo es que no entendía las miraditas y los cuchicheos que se traían él y Gemma.

—Le sienta estupendamente —respondió ella.

Pensándolo mejor, creo que una buena opción era desayunar en mi habitación y pasar de sus comentarios.

—No sé qué os traéis entre manos, pero no hay quien os entienda.

—No hay nada que entender. Solo estamos comentando contigo que hoy estás como distinta.

Pasé de contestarles esta vez. Nada podría perturbar mi buen humor, así que abrí el armario donde guardábamos el pienso de Nefer, llené su bol y limpié el recipiente de agua.

Mi móvil emitió un pitido, anunciando que me había entrado un mensaje de correo. Esbocé una sonrisa y un calor intenso me subió desde la entrepierna hasta los labios. Deseaba con todas mis fuerzas que fuera de Marcos. En cuanto lo abrí solté un pequeño grito.

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André fue quien me devolvió a la realidad.

—¿Cambio de planes? —quiso saber—. ¿No me digas que no vas a desayunar con nosotros?

—Con tanto misterio y con tantas risitas que os lleváis Gemma y tú, casi prefiero irme a mi habitación.

—¿A tu habitación? —preguntó André—. ¿Qué cosa tan interesante podría haber en tu cuarto para no querer desayunar con nosotros?

Me di la vuelta para contestarle a Marcos, porque mi padre me estaba poniendo de los nervios.

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De pronto me di cuenta de que aún no nos habíamos dado los números de móvil. Con tanto beso se nos olvidó intercambiar nuestros teléfonos. Aun así, me parecía que recibir mensajes en la bandeja de entrada de mi correo electrónico tenía su encanto. Era como recibir las cartas que se enviaban antiguamente los amantes, aunque en este caso la correspondencia era inmediata.

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