Fidelity

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CAPÍTULO CATORCE

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No podía ser cierto que Marcos estuviera en mi habitación. Me faltó la respiración y sentí que las piernas me fallaban.

—¿Hay algo que nos tengas que contar? —repuso André con una sonrisita de medio lado.

—Sí, me voy a desayunar a mi habitación.

Gemma había preparado una bandeja con dos tazas de café con leche y unas tostadas, un plato de mantequilla y varios tipos de mermeladas. También había puesto un bote de Nutella.

—Se te olvida el desayuno —me advirtió antes de salir de la cocina.

Tragué saliva y parpadeé varias veces. No podía ser que ellos supieran que Marcos estaba en mi habitación. ¿O sí que lo sabían y de ahí esas miradas misteriosas?

—No es bueno hacer esperar a los invitados —concluyó André.

Si minutos antes había comentado que odiaba a André por no ser un padre como otro cualquiera, ahora adoraba que fuera exactamente como era. Que no pusiera el grito en el cielo porque hubiera un chico esperándome en mi habitación, le hacía ganar todos los puntos para terminar siendo el padre del año.

—¡Vosotros lo sabíais y os habéis estado riendo de mí todo este rato!

—¿Nosotros? —Gemma hizo un gesto como si no supiera de qué le estaba hablando.

—Es una pena que no compartamos desayuno. —André me guiñó un ojo—. Estaba dispuesto a sacar todas tus fotos de cuando eras pequeña.

—¿Serías capaz de hacerlo?

—¿No es lo que hacen todos los padres cuando viene alguien interesante de visita?

—Pero tú no eres un padre muy normal.

—Entonces no sé qué haces aquí.

Cogí la bandeja que me había preparado Gemma y me fui a mi habitación. El corazón me latía cada vez más rápido. Nefer me siguió. Al parecer mi gata no quería perderse nada de lo que sucediera entre Marcos y yo. La puerta estaba abierta y él estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en mi cama y una pierna flexionada. En cuanto nuestros ojos se encontraron no pudimos dejar de mirarnos. Coloqué la bandeja en el suelo y cerré la puerta con el talón. Nefer pegó un salto hacia mi cama para no perderse detalle.

—Pero ¿cómo has entrado?

No me pude contener y me lancé a sus brazos.

—Misterios. Le he prometido a tu padre que sería un buen chico, así que tengo que cumplir mi palabra.

—Vaya, se me había ocurrido hacer algo estupendo con la Nutella.

—¿Además de untar una buena capa encima del pan estabas pensando en otra cosa?

Asentí con la cabeza. Cogí el bote de Nutella, metí el dedo índice y me lo llevé a los labios.

—Es una pena que tengas que cumplir con tu palabra. No sabes lo que te pierdes.

Marcos chasqueó los labios antes de contestarme:

—Sí, por desgracia lo sé, pero prefiero hacer bien las cosas.

—¿Ni siquiera un beso casto en los labios?

Marcos esbozó una sonrisa socarrona.

—No creo que a tu padre le importe que te dé un beso casto. Eso no es romper una promesa, ¿verdad?

Sin embargo, ni Marcos ni yo pudimos cumplir la promesa de darnos solo un beso casto. Nuestras bocas se encontraron y mandaba la urgencia de sentirnos muy cerca el uno del otro. Gemíamos, y cuando nos quedábamos sin aliento, nos separábamos un instante para seguir con la mejor parte del desayuno.

La verdad es que estando con él solo se me ocurría hacer locuras. ¿Me había vuelto majareta? Si era así, era estupendo sentirse tan feliz en esta pasión compartida. Los instantes eran cortos y había que aprovecharlos.

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Marcos

Tenía que parar de besarla por mucho que me gustara. Sí, su boca era maravillosa. Quería quitarle la camiseta y acariciar sus pechos, saborearlos y después bajar hasta sus pantalones. Solo de pensarlo ya me temblaba todo el cuerpo, y mis manos parecían no escuchar a mis pensamientos. Un calor intenso me recorría todo el cuerpo, sobre todo sentía cómo se me endurecía la entrepierna. Estaba tan excitado que la aparté.

—De verdad, Lu, será mejor que lo dejemos aquí. Le he prometido a tu padre ser un buen chico.

Lu no contestó, solo se limitó a asentir con la cabeza. Hizo ese mohín tan sexi con la boca que me volvía loco.

Después de este paréntesis, comenzamos a desayunar. Yo había comprado otro paquete de galletas de crema de limón, además de unos cruasanes de chocolate y dos batidos.

Lu fue quien abrió el paquete y me ofreció una.

—Siempre he pensado que encontrar a un chico que le guste la literatura era difícil, pero que además adore estas galletas, es como pedirle un imposible a la vida.

Abrí la galleta por la mitad y me comí primero la crema de limón. Lu se me quedó mirando asombrada.

—Te las comes igual que yo.

—Es que la crema es lo que está más bueno. —Una vez que me comí el interior de la galleta me coloqué una mitad en cada ojo—. Cuando era muy pequeño a mi abuelo siempre lo hacía reír con esta broma. Le decía: «No estoy», y él hacía como que me buscaba debajo de la mesa.

Sentí los dedos cálidos de Lu acariciando mis mejillas. Cogió una de las dos mitades para comérsela.

—Mejor así. Ahora ya me ves.

Lu me había imitado y, al igual que yo, llevaba un ojo tapado con la mitad de una galleta.

—Ahora parecemos dos piratas —le dije—. Podemos ser lo que queramos. —De repente salió mi vena más friki—. Incluso esta habitación podría ser la TARDIS del Doctor Who y aparecer donde quisiéramos.

Lu se me quedó mirando con la boca abierta. Entonces ambos dijimos a la vez señalándonos con el dedo índice:

—¿Whovian?

Asentimos y después soltamos una carcajada porque no me podía creer que fuera tan fan de la serie. Lu se levantó para sacar su móvil del bolsillo de los pantalones cortos que llevaba puestos. Me enseñó el fondo de su pantalla. En ella aparecía la TARDIS y El Doctor (David Tennant) montado en una Vespa junto a Rose (Billie Piper).

—Siempre que veo esta imagen me recuerda a la película Vacaciones en Roma —le comenté—. Conoces la película, ¿verdad?

—Sí, a mi madre le gustaba mucho, sobre todo por Gregory Peck, y a mí también me recuerda a esa película. Me encantaría pasear por París montada en una Vespa. Sería alucinante.

—¿Nunca has estado en París? —le pregunté asombrado.

Lu negó con la cabeza.

—No, y eso que mis padres se conocieron allí, se enamoraron leyendo Rayuela, y bueno, yo he soñado alguna vez que me enamoraba en París como lo hicieron mis padres.

Se me ocurrió entonces una idea. Igual era absurda, pero pensé que a Lu le podría gustar mi pequeña locura. Solo tenía que pedirle a mi abuela la moto de mi abuelo. Si todo iba bien, igual el martes podría sorprenderla.

Saqué mi móvil para enseñarle cuál era mi fondo de pantalla. Era también una imagen de la TARDIS junto al DeLorean de Marty McFly. Después le mostré un destornillador sónico con una luz verde que también llevaba.

—De hecho, si tu padre no me hubiera abierto la puerta de tu casa lo habría utilizado.

Lu se quedó mirando el destornillador como si no terminara de creerse mi nivel de frikismo.

—Pero ese destornillador es del otro Doctor.

—Por supuesto —contesté—, las pajaritas molan.

—Bueno, Matt Smith es un buen Doctor, pero ninguno como David Tennant. Donde se ponga una buena gabardina con unas Converse, que se quite todo lo demás.

Volvimos a mirarnos.

—Me parece que el viaje a la Ciudad Esmeralda va a ser más agradable de lo que pensaba —dije.

—Solo espero no encontrarme por el camino a la Bruja Mala del Oeste.

—Siempre podemos llamar a la Bruja Buena del Sur para que nos enseñe a usar los zapatos de plata y caminar por el camino de baldosas amarillas.

—Está bien. Llamaremos a Glinda por si tenemos un contratiempo.

Seguimos desayunando. Ambos conservábamos nuestro parche improvisado en el ojo. Lu preparó una tostada y le puso bastante Nutella al pan. Después de darle el primer bocado me la ofreció:

—¿Seguro que no te apetece?

Me incliné sobre ella para lamerle el cuello y después le pegué un bocado a la tostada.

—Suena tentador, de verdad que sí, porque no sabría decir qué me apetece más, si seguir bajando por tu cuello o comerme esa tostada que llevas en la mano. Pero voy a ser un buen chico.

Lu se quedó pensando un momento antes de hablar.

—Tengo la impresión de que no te pongo tanto como…

Cerré los ojos y negué con la cabeza.

—¿Por qué dices eso?

—No es que sea una chica fácil y todo eso, pero siento que te cortas cuando estás conmigo, y no sé…

—No, no eres tú —la interrumpí—. Bueno, sí, en realidad sí que eres tú. Aunque no es lo que piensas. —Tragué saliva. No me atrevía a mirarla. Tenía que sincerarme con ella antes de que pensara algo equivocado. No era muy bueno expresando mis sentimientos, pero Lu lo merecía. Estuve buscando unos segundos las palabras adecuadas—. Desde que terminé con Sandra he estado saliendo con un montón de chicas. Eso creo que ya lo sabes. Me importaba muy poco que tuvieran novio, y casi buscaba que fuera así para no tener que dar muchas explicaciones cuando pasaba de ellas. —Tomé un trago de café, que ya estaba frío, antes de seguir—. Pensarás que soy un capullo por lo que te voy a decir, pero estaba tan dolido que no me importaba utilizar el sexo como terapia. Sé que he hecho daño a unas cuantas tías, aunque siempre he sido sincero con ellas. Nunca les he dicho que estuviera enamorado de ellas, ni tampoco les he dicho que las quisiera.

Después de mostrarle un poco de mí busqué su mirada. Ella me sonreía. Quizá esperaba a que yo siguiera hablando.

—Ya no solo fue romper con Sandra. De repente, todos nuestros amigos se pusieron de parte de ella y a mí me dieron la espalda. Sandra se convirtió en la víctima, en la única que sufría con nuestra ruptura. Nadie parecía entender que sus celos enfermizos me estaban volviendo loco. Y lo intenté con ella, te lo juro. Soñaba muchas veces que salía del infierno en el que se había convertido mi vida. La quería, y sin embargo mi amor por ella ya no daba más de sí. Prefirieron creer todo lo que les decía, y que yo le había sido infiel en muchas ocasiones. Si te soy sincero, creo que nuestra ruptura la perturbó hasta límites insospechados. Y no sé, de pronto encontré que el sexo estaba bien, que no me importaba enrollarme con una tía un día y al día siguiente montármelo con otra. De muchas ni siquiera recuerdo el nombre, pero…

—¿Pero…?

—No quiero que contigo sea lo mismo. De verdad, quiero hacer las cosas bien. Y claro que me pones, me pones un montón. No sólo físicamente, también intelectualmente. Me gustas mucho. Pensaba que te habías dado cuenta de que antes estaba como una moto. —Tuve que apartar la mirada porque volvía a sentir el calor en mi vientre—. No puedo quitarme de la cabeza las fotos del otro día. Y te juro que te arrancaría ahora mismo la ropa, pero eso supone romper la promesa que le he hecho a tu padre.

—¿Tanto daño te hizo Sandra?

—Sí.

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