Fidelity

Fidelity


CAPÍTULO QUINCE

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Volví a mirar otra vez el mensaje que había recibido en el móvil. No reconocía el remitente. No me podía creer el correo que me habían enviado. ¿Alguien tenía algo contra mí? Volví a acordarme de Susana. Quizá se había enterado ya de que Marcos y yo estábamos juntos y se sentía traicionada por mí. Aun así, me parecía increíble que me hubiera escrito este mensaje. Había llegado el momento de hablar con ella y preguntarle cómo estaba. Marqué su número y esperé hasta cuatro tonos antes de oír la voz de alguien al otro lado. Desde luego no era la de Susana.

—¿Hola? ¿Susana?

—¿Quién eres? —quiso saber la voz de un chico.

—Soy Lu, ¿y tú quién eres?

—Soy Borja, su novio. —Vaciló unos segundos antes de seguir hablando—. Me temo que ella no quiere hablar contigo. El psiquiatra le ha recomendado unos días de reposo.

—¿El psiquiatra?

—Sí. —Volvió a quedarse callado, como pensando en qué iba a decir a continuación—. ¿Fuiste tú quién le dio las pastillas?

—No, no sé quién fue. Tienes que creerme. Nosotros la llevamos al hospital y llamamos a su abuela. No pudimos hacer más por ella.

—Gracias por llevarla al hospital. Si me disculpas, tengo que dejarte.

Quise responderle, pero cortó la comunicación antes de que pudiera decir nada. Me sentía fatal por no poder hablar con ella. ¿Quién le había recomendado esas pastillas que podrían haberle costado tan caro y por qué? Desde luego, fuera quien fuese no tenía que quererla mucho. Pero ¿por qué confiar en alguien a quien no conoces? No tenía sentido, o al menos yo no lo veía.

Traté de olvidar este tema y el del correo. No podía dejar de sentir cierta incomodidad, aunque era posible que el e-mail no tuviera ver con Susana. Un correo así no me iba a amargar el día.

Como André y Gemma habían decidido pasar el día fuera, me preparé un sándwich vegetal y me lo comí sentada en el balancín del jardín. Después estuve hasta las seis de tarde ordenando mi habitación. Nefer me miraba de vez en cuando, como si me hubiera vuelto loca de repente.

Cuando terminé de ponerlo todo en su sitio, observé detenidamente mi cuarto. Parecía otro, y esa era la idea. Tras una ducha rápida, abrí el armario para elegir qué vestido me pondría esa noche. Era una sensación nueva la de tener toda mi ropa bien ordenada. ¡Cómo no se me había ocurrido antes!

Hacía tiempo me había hecho un vestido muy parecido al que llevaba Dorothy en la película de El mago de Oz. Y como ella, empezaría a recorrer el camino de baldosas amarillas desde el principio.

Antes de salir de casa, le dejé el bol de comida lleno a Nefer y comprobé que todas las luces estaban apagadas.

—Deséame suerte —le comenté.

Nefer maulló. Creo que era su manera de decirme que no me preocupara.

Me dirigí a la parada de autobús. Estaba un poco nerviosa. Era mi primera cita en serio con Marcos.

Cuando llegué a Valencia me dirigí a La Casa del Libro del centro y bajé al sótano, a la sección de juvenil. Estuve mirando en la mesa de novedades y vi una novela que me llamó la atención: Fidelity. Me gustó el título, porque me recordaba a una canción de Regina Spektor. La había utilizado el día en que Marcos y yo volvimos a encontrarnos. Me fijé en la portada. Leí la sinopsis. Me pareció interesante, pero como aún no lo tenía muy claro, decidí que me daría una vuelta por la FNAC a ver si encontraba algo que realmente me llamara la atención.

El móvil emitió un pitido. Supuse que me habría entrado un e-mail de Marcos. No pude evitar sonreír.

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Este segundo e-mail consiguió inquietarme más de lo que habría deseado. No sé por qué estaba recibiendo este tipo de correos ni qué los motivaba. Guardé el móvil en el bolso y decidí no pensar en él. Si seguía recibiéndolos tomaría cartas en el asunto y lo denunciaría a la Guardia Civil.

Como me había pasado en La Casa del Libro, cuando llegué a la sección juvenil volví a fijarme en la misma novela, Fidelity. Al ir a cogerla, la chica que había a mi lado me preguntó:

—¿Has leído algo de esta autora?

—No, pero me llama la atención. Es una historia de amor, y quizá ahora mismo es lo que necesito.

Me fijé un poco más en ella. Me pareció haberla visto en La Casa del Libro, aunque no estaba muy segura. Llevaba unos pantalones rojos cortos, unas sandalias con algo de tacón y un top dorado que dejaba ver su ombligo. Era morena, de ojos azules, y llevaba el pelo recogido igual que solía hacer yo. Como único detalle de su maquillaje solo se había pintado los labios de rojo. Casi podía decir que era el mismo tono que usaba yo. Podría pasar por una modelo perfectamente. Era muy guapa.

Había cogido la novela y estaba leyendo la sinopsis.

—Me gustan las novelas románticas, sobre todo si la historia de amor es como la que te promete la sinopsis. Soy de la opinión que el amor es para siempre.

Al igual que había hecho ella, yo también cogí la novela. Le eché un vistazo al interior y leí la primera página. Me gustó que estuviera contada desde dos puntos de vista. Era original encontrar dos voces en un libro.

—Me lo voy a comprar —dijo ella—. ¿Tú qué harás? ¿Eres de las que creen que el amor es para siempre?

—Soy de la opinión que el amor dura lo que dura. —Leí algo del interior y encontré un poema de Mario Benedetti. Esto fue lo que me animó a decidirme—. Y sí, también le voy a dar una oportunidad.

—Es que de verdad, me gustan mucho este tipo de novelas. No sé cuántos libros tengo en casa. Puede que llegue a los dos mil. Mi madre dice que un día vamos a tener que tirar el tabique del vecino para poder poner más estanterías.

Hablaba muy deprisa y parpadeaba como si estuviera nerviosa.

—A mí también me encanta leer.

La voz de una chica anunció por los altavoces que en diez minutos iban a cerrar, así que tanto ella como yo nos dirigimos a las cajas para pagar.

—Me llamo Sandra, ¿y tú?

—Yo soy Lu.

—¿Lu? Me encanta, de verdad. Qué original. También me gusta tu vestido. Me recuerdas a Judy Garland en El mago de Oz. Aunque tú eres mucho más mona.

—Gracias —respondí encogiéndome de hombros—. Esa es la idea.

—No sé dónde te compras estos vestidos, pero de verdad, te queda genial.

—Mucha de la ropa que llevo puesta me la hago yo.

—Ah, claro. Igual no encuentras ropa mona de tu talla.

La miré y no supe qué responderle. Esbocé una sonrisa cordial para no mandarla a tomar viento. Pagué mi novela, aunque antes de salir a la calle ella me dijo:

—Perdona si te ha molestado mi comentario. De verdad, no lo decía para herirte. Eres muy mona y no tiene que preocuparte que alguien te diga que eres gorda.

—No, no me preocupa —afirmé tratando de quitármela de encima—. Espero que te guste la novela.

—Yo también espero que te guste mucho.

Dejé atrás la FNAC y subí por la calle San Vicente para ir a la plaza de la Reina. Aunque llegaba unos minutos antes de la hora al restaurante, pregunté a una camarera por la mesa que había reservado Marcos. Mientras lo esperaba, comencé a leer la novela.

De repente una voz me sobresaltó.

—¿Lu? ¿No me digas que también vienes a cenar aquí? Esto es cosa del destino —dijo sentándose en la silla que quedaba libre.

—Sí, he quedado con alguien —respondí tratando de que mi voz no sonara demasiado seca.

—Yo he quedado con unas amigas, pero se están retrasando. De verdad, la pasta de este sitio es genial. ¿La has probado?

—Sí. A mí también me gusta.

—Veo que ya has empezado la novela. ¡Qué impaciente! Te pareces a mí. No te creas que solo leo este tipo de novelas juveniles, también leo a los clásicos, como a Cortázar, Frank Baum, Mario Benedetti, Carroll o Barrie. ¿Y sabes qué? Que el título de la novela es también el de una canción de Regina Spektor. Si no la conoces, te la recomiendo. Me encanta The call, pero sobre todo Fidelity.

—A mí también me gusta. Me alegro de que te gusten los clásicos.

Miré el reloj. Deseé que Marcos no se retrasara mucho. No me apetecía tener que charlar con una chica que me ponía un poco nerviosa.

—¿Qué tal está?

—¿El qué? —pregunté.

—La novela.

—De momento es pronto para saberlo, pero me gusta cómo empieza.

Al advertir que Marcos entraba en el restaurante, solté un suspiro de alivio. Me apetecía la primera típica cita de miradas, sonrisas, sonrojos y caricias por debajo de la mesa. Esa noche iba especialmente guapo. Vestía unos pantalones vaqueros y una camiseta blanca con el dibujo en verde de un faro. No sé si era un guiño hacia mi programa de radio, pero me gustaba que tuviera este tipo de detalles. Llevaba una mano en el bolsillo del pantalón, dejando al descubierto el borde de su calzoncillo. Al parecer le gustaban de marca. Le sonreí cuando nuestras miradas se encontraron. Sandra se volvió, se levantó como impulsada por un resorte, y soltó un gemido.

—¡Oh, no, Dios mío! No me puede estar pasando esto.

Marcos se quedó parado. No se movió de la puerta.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Sandra elevando el tono de su voz.

—No, Sandra, ¿qué diablos estás haciendo tú aquí?

—Sabes que no te puedes acercar a mí. Me has seguido, ¿verdad? Es eso.

Hubo un silencio incómodo.

—¿Marcos, qué está pasando? —pregunté incorporándome.

Sandra se volvió hacia mí con la boca abierta. Estaba temblando como un flan.

—¿No me digas que ahora está saliendo contigo? De verdad, esto es una locura. Marcos, ¿por qué me haces esto? ¿Por qué no me dejas en paz de una vez por todas? ¿Pretendes darme celos con ella?, es eso, ¿verdad? No puedo más. Déjame en paz.

Sandra se sentó en la silla y comenzó a sollozar.

—Marcos, ¿de qué está hablando? —pregunté, aunque una voz interior me decía que esta era Sandra, su antigua novia.

Sandra levantó el mentón y me miró a los ojos.

—¿Quieres saber qué es lo que está pasando? Que ahora tú eres su nueva víctima. Seguro que te habrá dicho que eres especial y que te quiere respetar. Y sabrá todos tus gustos para hundirte como hizo conmigo.

—¡Cállate, Sandra!

—¡No me digas que me calle! —soltó con la voz entrecortada—. Me has jodido la vida. Llevo un año y medio sin salir a la calle por tu culpa.

Tragué saliva. Yo también tuve que sentarme porque me temblaban las rodillas.

—Pero todo lo que te ha dicho son mentiras —siguió diciendo Sandra—. Cuando está contigo piensa en mí. Me llama desde su móvil y me lo cuenta todo. De verdad, yo no puedo más. Esto me supera.

—Por favor, Lu, no es cierto lo que está diciendo.

—¡No te acerques a mí! —gritó Sandra—. Por favor, que alguien llame a la policía.

—Lu, no puedo acercarme a ella. Por favor, deja que te explique. La policía va a llegar de un momento a otro y me van a detener.

La camarera se aproximó a nuestra mesa con un vaso de agua para Sandra. Todos los clientes que había en el restaurante nos miraban y murmuraban.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó la chica.

—No. —Se bebió toda el agua antes de continuar—. Dile por qué no puedes acercarte a mí. Díselo, no seas cobarde. —A Sandra le temblaba la mano—. Porque no deja de acosarme, porque tuve que pedir una orden de alejamiento.

Marcos negó con la cabeza. Se lo veía abatido y en su rostro había una mueca de sufrimiento.

—¿Eso es cierto? —quise saber.

Marcos asintió.

—Deja que te lo explique, por favor, Lu. No la escuches a ella.

Me levanté de la silla, aunque antes de que hubiera dado un paso Sandra me agarró del brazo.

—Lu, tienes que creerme. Él me traía aquí y estoy segura de que me ha seguido. Este encuentro no es casual. Desde hace un año y medio no pisaba este restaurante, pero mi psicólogo me ha recomendado que tengo que pasar página y que debo superar mis miedos. Venir esta noche aquí era el primer paso.

La camarera le pidió a Marcos que se marchara del restaurante.

—Por favor, hemos llamado a la policía. No queremos follones.

No sabía qué hacer. Aquella situación era cuando menos surrealista. Estaba hecha un lío. ¿Quién decía la verdad? Quería creer a Marcos, necesitaba hacerlo por todo lo que habíamos vivido, pero ¿por qué no me lo había contado antes?

—Por favor, Lu, no la escuches. Deja que te explique. Solo tengo una medida cautelar. Todavía no ha salido el juicio.

—Pues esta noche la has cagado. ¡Déjala en paz, a ella y a mí! ¿No te parece que ya has jodido suficientes vidas? —Sandra buscó mi mirada—. De verdad, no sabes cómo es en realidad. Yo tuve que marcharme de Valencia porque no hacía más que seguirme.

—¿Por qué me haces esto, Sandra? No voy a volver contigo. ¿Lo entiendes? Hagas lo que hagas, no te quiero. ¡No-te-quie-ro!

Marcos se quedó un instante quieto, quizá esperando a que yo lo siguiera, pero en esos momentos yo no podía moverme. Estaba totalmente bloqueada y me temblaban las rodillas. No podía dar un paso.

—Siento todo esto, Lu, pero te juro que no te he mentido en ningún momento. Sandra no está bien de la cabeza. Es verdad que no puedo acercarme a ella, pero es solo una medida cautelar. Concédeme, al menos, el beneficio de la duda. Es lo único que te pido. Creo que me lo merezco. Necesito que me escuches. —Tendió la mano hacia mí—. ¿Qué decides, vienes conmigo?

Pensé durante unos segundos. Tenía que reconocer que, aunque Sandra me ponía nerviosa, Marcos había admitido que tenía una orden de alejamiento sobre ella, y eso no era cualquier cosa.

—Por favor, ven conmigo —insistió Marcos.

—No lo escuches, Lu —me pidió Sandra—. Te destruirá como hizo conmigo.

Negué con la cabeza. Tenía que conocer la versión de Sandra para poder aclarar mis ideas.

—Ya sabes dónde encontrarme. —Soltó un suspiro. Se volvió con los hombros caídos y con un gesto de cansancio que me llegó muy adentro.

Cuando Marcos se marchó, noté cómo los ojos se me humedecían, pero no quería ponerme a llorar delante de todo el mundo. Parpadeé varias veces para no terminar derrumbándome en aquella mesa. Me sentía como la última mierda del mundo. Ni siquiera Miguel me había hecho sentir así de mal. ¿Era cierto todo lo que estaba contando Sandra?

—Lo siento, de verdad. —Sandra me cogió las manos—. Siento que hayas tenido que pasar por esto. Yo… —Rompió de nuevo a llorar—. Será mejor que me marche. Ha sido una mala idea salir esta noche. Pensé que quedar con mis amigas me vendría bien, y cuando creo que ya estoy preparada, me vuelvo a encontrar con él.

—La policía viene de camino. ¿Quieres una tila? —le preguntó la camarera.

—Sí, por favor, te lo agradezco —dijo con un hilo de voz—. Se merece estar en la cárcel. Está loco. Es un maltratador.

Por mucho que quisiera consolarla, yo no encontraba las palabras. ¿Quién me consolaba a mí? Si Sandra era una víctima, yo también, pero nadie parecía darse cuenta de este detalle. Me había quedado muda. Sacó su smartphone del bolso y envió un mensaje a alguien.

—Tengo que esperar a que venga la policía y volver a poner una denuncia. Nunca me acostumbraré a esto.

La policía no tardó ni cinco minutos en llegar. Nos tomaron declaración. Yo solo podía decir la verdad, que había quedado con Marcos y que desde mi punto de vista había sido una casualidad encontrarme a Sandra en el restaurante. También les conté que Marcos me había dicho que quien puso fin a la relación fue él a causa de los celos de ella. Una vez que la policía se cercioró de que no había habido amenazas ni maltrato físico de Marcos hacia Sandra, se marchó.

—¿Quieres que te acerque a casa? —se ofreció Sandra—. Tengo el coche aparcado muy cerca. —Me encogí de hombros. Ambas nos levantamos de la silla y yo la seguí por la calle. Durante el camino, ella hablaba y hablaba sobre cómo Marcos la había acosado una vez que terminaron.

Yo permanecí callada.

—¿Adónde te llevo?

—¿Conoces el faro de Los Cabos?

—Sí, claro… Marcos me llevaba muchas veces al rompeolas.

—Si no te importa, acércame hasta allí.

—Lo siento mucho, pero Marcos no es un buen tío.

Esta vez Sandra permaneció callada mientras conducía, cosa que agradecí. Al llegar a mi casa, Sandra sacó una tarjeta de su bolso y me la tendió.

—Si te apetece hablar conmigo, aquí tienes mi teléfono. De verdad, no sabes lo destructivo que puede ser Marcos. Yo llevo un año y medio sin levantar cabeza. Hoy me he arreglado porque quería celebrar con mis amigas que he superado lo mío con él, pero veo que no es así. Por favor, llámame. Sé cómo es él. No quiero que pases por lo mismo que yo.

—Gracias —le dije cerrando la puerta del coche con suavidad.

Abrí la puerta de la verja. Noté que pesaba tanto como la pena que me reconcomía por dentro. Me imaginé que André y Gemma no estaban en casa porque no había ninguna luz encendida. Arrastré los pies y mis pasos me llevaron hasta mi habitación. Nefer maulló, saltó a mis brazos y comenzó a ronronear. Me tumbé en la cama y las lágrimas acudieron solas. Fue una noche amarga, pero sobre todo salada. Por mucho que intentara cerrar el grifo no podía dejar de llorar. Nefer fue la única que consiguió consolarme frotando su cabeza contra mi pecho.

Menos mal que ella me entendía.

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